“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

sábado, 30 de abril de 2022

¿PUEDE MI VIDA ESTAR PLAGADA DE PECADOS GENERACIONALES, MALEFICIOS, O MALDICIONES?

 


Por: John Piper

 El pastor John Piper recibe preguntas de algunos de sus oyentes de su programa: Ask Pastor John. A continuación está su respuesta a una de esas preguntas.

 Una mujer de los Emiratos Árabes Unidos, quien desea permanecer en el anonimato, escribe la pregunta: “Estimado Pastor John, ¿qué significa en Éxodo 20:5 que Dios visita la maldad de los padres sobre los hijos? ¿Se refiere a los ‘pecados generacionales’ o ‘maldiciones generacionales’? ¿Cómo se relaciona este principio con nosotros y nuestros hijos quienes estamos bajo el Nuevo Pacto? ¿Pueden mis hijos de alguna manera ser castigados por mis propios pecados?”

 Supongo que deberíamos traer los textos pertinentes ante nosotros, incluyendo el que ella mencionó:

 “Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que Me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que Me aman y guardan Mis mandamientos”. (Éxodo 20:5-6) 

 “El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad (fidelidad); que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación”. (Éxodo 34:6-7) 

 “Así que los que sobrevivan de ustedes se pudrirán a causa de su iniquidad en la tierra de sus enemigos; también a causa de las iniquidades de sus antepasados se pudrirán junto con ellos”. (Levítico 26:39)

 Sin embargo, hay otros textos, que son absolutamente cruciales para la explicación de lo que la Biblia significa en los primeros textos:

 “Los padres no morirán por sus hijos, ni los hijos morirán por sus padres; cada uno morirá por su propio pecado”. (Deuteronomio 24:16)

“Pero a los hijos de los asesinos no les dio muerte, conforme a lo que está escrito en el Libro de la Ley de Moisés, tal como el Señor ordenó, diciendo: No se dará muerte a los padres por causa de los hijos, ni se dará muerte a los hijos por causa de los padres, sino que a cada uno se le dará muerte por su propio pecado”. (2 Reyes 14:6)  

 “El alma que peque, ésa morirá. El hijo no cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo. La justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él”. (Ezequiel 18:20) 

 Así que ahí tienen, dos grupos de textos que son ambos verdaderos, inspirados por Dios, y los dos infalibles. ¿Cómo encajan juntos? ¿Y qué podemos aprender acerca del llamado pecado generacional? Aquí están mis observaciones:

 En primer lugar, los pecados de los padres son castigados en los hijos a través de convertirse en el propio pecado de los hijos. Eso es realmente crucial. Aquí está el texto clave: Éxodo 20:5, “Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que Me aborrecen”. En otras palabras, el odio de Dios es la encarnación de lo que era el problema del padre.

 No se nos dice cómo los pecados del padre se convirtieron en los pecados de los hijos. Eso es una cosa misteriosa que queda en la mente de Dios. ¡Pero lo hacen! Lo que nos dice es que cuando los pecados del padre son visitados sobre los hijos es porque los niños se han convertido en pecadores como los padres. Los pecados del padre son los pecados de los hijos. Así que nunca ningún niño inocente ha sido castigado por los pecados de un padre; solo los hijos culpables son castigados y son culpables de los mismos pecados de los que sus padres pecaron. Esa es la primera observación.

 En segundo lugar, por la gracia de Dios, que es, por supuesto, finalmente asegurada para nosotros por Jesús en la cruz, los hijos pueden confesar sus propios pecados y los pecados de sus padres y ser perdonados y aceptados por Dios. Nadie está atrapado en los pecados de su padre o incluso en sus propios pecados. Ya hemos visto que en el Antiguo Testamento. Levítico 26:40-42, “Si confiesan su iniquidad y la iniquidad de sus antepasados…o si su corazón incircunciso se humilla, y reconocen sus iniquidades, entonces Me acordaré de Mi pacto con Jacob”.

 Así que nadie en el Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento, bajo el Nuevo Pacto, está atrapado o atado bajo una maldición inquebrantable debido a algo que los padres hicieron, o que ellos hicieron. Las preciosas palabras de Éxodo 34:6-7 no se anulan por la migración generacional del pecado. Dice:

 “Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: “El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad (fidelidad); que guarda misericordia a millares”—y luego, como para esclarecer, da tres palabras— “el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado”. Quiero decir que no puede llegar más claro al centro de la ley mosaica que “de generación en generación” Dios perdona los pecados de aquellos que se arrepienten.

 La sangre de Jesús conquista todo pecado y juicio para los que creen. Y se obtiene una hermosa declaración arrolladora en Hechos 10:43: “De Él dan testimonio todos los profetas, de que por Su nombre, todo el que cree en Él recibe el perdón de los pecados”. Así que nadie está atrapado en el pecado de nadie a causa de la cruz.

 En tercer lugar, nadie que tiene un hijo que va mal y deja el camino de la justicia debe sentir que es todo culpa suya. Ezequiel 18:20, “El alma que peque, ésa morirá. El hijo no cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo”. En otras palabras, hay responsabilidades reales en los corazones de nuestros hijos y no seremos culpables debido a la culpa de nuestros hijos si nos ocupamos, por supuesto, con nuestros propios pecados. Esto significa que no puedes paralizarte por el pensamiento de culpa, “Supongo que los problemas de mis hijos son todos debido a mí”.

 Por último, cuando se trata de maldiciones generacionales, los cristianos deben echar mano de Gálatas 3:13, “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, habiéndose hecho maldición por nosotros, porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero”. Cristo ha pagado todas las deudas y roto todas las maldiciones. La clave es creer eso y ponerlo en práctica. La sangre de Cristo cubre todas las maldiciones.

 Recuerdo que fui al hospital una noche de víspera de Año Nuevo, cuando la tercera angustia y tragedia había entrado en una de las familias jóvenes de nuestras vidas. Y se preguntaban, “¿Qué tan mal se puede llegar a poner esto?”. Y el padre me llevó al pasillo fuera de la sala en donde su hijo estaba muriendo, y me preguntó: “Pastor John, ¿Puede un cristiano estar bajo una maldición? Yo no conozco ninguna explicación de por qué tantas cosas malas suceden a mí”. Y yo dije: “Esta noche puedes estar libre de cualquier tipo de maldición, de la ley de Dios, o vudú o cualquier maleficio, porque Cristo llevó toda maldición por ti” (Gálatas 3:13)”. Eso le trajo un gran consuelo, y ellos se abrieron paso en medio de esa situación de una manera maravillosa.

 Imagen tomada de Lightstock

 Fuente: coalicionporelevangelio.org

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viernes, 29 de abril de 2022

EL REINO DE DIOS NO SON TUS FUTURAS VACACIONES

 Por: Josué Ortiz

 A todos nos gusta salir de vacaciones. Muchas familias tienen lugares preferidos que les gusta visitar. En ocasiones, las vacaciones se vuelven tradiciones familiares que sirven como fábricas de buenos recuerdos y nos ayudan a escapar de nuestra rutina normal cuando no queremos permanecer en ella. 

 Algo similar puede ocurrir en nuestras vidas espirituales cuando pensamos en el reino de Dios. Podemos llegar a ver nuestra vida en la tierra como un “mal necesario”. No queremos estar aquí y nos resignamos a continuar en este mundo solo porque sabemos que un día “iremos al cielo”, el lugar que podemos ver como nuestras futuras vacaciones.

 ¿Es esta la manera correcta de entender el reino de Dios?

 Para responder a esto, quiero llevarte a un breve recorrido sobre qué dice la Biblia acerca del reino de Dios. Veremos que el pueblo de Dios es llamado a trabajar arduamente por el avance del reino, en vez de simplemente sentarse a esperar nuestras “futuras vacaciones”.

 El reino de Dios en Jesús es la doctrina bíblica que une al Antiguo Testamento (AT) con el Nuevo Testamento (NT) y, aunque aún esperamos la plena instalación del reino de Dios, su reino ya es visible, presente y está en expansión.

 El reino en el Antiguo Testamento

 La Biblia comienza afirmando que “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1:1). Dios no solo creó todo lo que vemos, sino también todo lo que somos. Dios creó “al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (v. 27).

 Así la creación estaba completa. Pero esto no era solo una creación. Esto era un reino. ¿El lugar? El jardín del Edén. ¿Los ciudadanos? Adán y Eva. ¿El rey? Dios. Los tres elementos fundamentales de cada reino estaban presentes: Rey, reino y ciudadanos.

 Adán y Eva reinarían con Dios por siempre y ellos serían los encargados de ejercer señorío sobre la creación (v. 28). Su labor tendría que haberlos llevado a llenar el mundo de una humanidad que reflejase a Dios. Como la luna refleja la luz del sol, nosotros también debemos reflejar la imagen de Dios en la tierra.

 “Jesús prometió que pronto regresará para consumar su reino en la tierra tal y como lo habían profetizado los profetas del Antiguo Testamento”

 Pero Adán y Eva fallaron y, junto con ellos, toda su descendencia se desvió del plan de Dios para el ser humano. En cada página del AT vemos que una nueva dinastía nació en Génesis 3: la dinastía adánica, manchada por el pecado.

 No obstante, en el AT vemos la promesa de la plena instalación del reino de Dios en la tierra. Los profetas proclamaban que el rey legítimo del mundo vendría para rescatar a su pueblo (Zac 9:9). Pero el reino prometido no eran simples vacaciones futuras y el pueblo no debía simplemente esperarlo con los brazos cruzados. Mientras la espera continuaba, el pueblo de Dios tenía que esforzarse en hacer la voluntad de Dios (Jos 1:8; Is 40:29–31), adorarle (Sal 51:17), reconstruir el templo (Hag 1:4), arrepentirse de sus pecados (Am 5:6), ser testimonio a las naciones (Mal 3:12) y esperar al que prepararía la llegada de su Rey (Mal 4:5).

 La futura llegada plena del reino de Dios no significaba que estarían desocupados mientras tanto. ¡Todo lo contrario! Como ciudadanos del reino de Dios, su labor era la de expandir ese reino en la tierra a medida que Dios avanzaba la historia redentora. En el AT leemos de algunos episodios donde esto fue parcialmente posible (piensa, por ejemplo, en cuando el pueblo pudo disfrutar de prosperidad al obedecer a Dios y tener un liderazgo fiel al Señor). Pero en última instancia, al igual que Adán y Eva, todos fallaron desastrosamente. Necesitaban de alguien que trajera plenamente el reino de Dios a la tierra.

 El reino en el Nuevo Testamento

 La llegada de Jesús cambió la historia de la humanidad. El reino de Dios llegó del cielo a la tierra con Jesús. Así lo predicaba Él mismo: «El tiempo se ha cumplido», decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio». (Mr 1:15).

 Él impartía enseñanzas “extrañas”, pues usaba un lenguaje que no se había escuchado desde el jardín del Edén. Decía que Él ofrecía un pan que elimina toda hambre, agua que emana vida y paz que llena el alma (Jn 6:35, 7:37, 14:27).

 Decía que Él era la resurrección y la vida, y que los que creían en Él no verían muerte jamás (11:25). Predicaba del reino por todos lados y aseguraba que Él estaría sentado a la diestra del Padre (Mt 4:17; Mr 14:62).

 “Aunque estamos ansiosos por ver la plena instalación del reino de Dios en la tierra, reconocemos que Jesús ya es Rey”

 Jesús fue el mejor Adán que resistió todas las tentaciones de la misma serpiente que miles de años atrás había tentado a Adán y Eva (Mt 4:1–11). Adán cayó ante embates de Satanás en el jardín del Edén, pero Jesús resistió los ataques de Satanás en el jardín de Getsemaní para luego morir y resucitar por nosotros.

 Este Jesús prometió que pronto regresará para consumar su reino en la tierra tal y como lo habían profetizado los profetas del AT (Mr 14:25). Mientras tanto, los que creemos en Él no podemos estar de brazos cruzados y simplemente esperar “irnos al cielo” para estar en el reino de Dios, como si el cielo fuese nuestras vacaciones. ¡Tenemos trabajo por hacer!

 Nuestra tarea ahora

 Jesús dio el banderazo inicial para la construcción de un proyecto de proporciones cósmicas:

 Nos ordenó sufrir por su causa, amar a nuestros enemigos, tomar nuestra cruz, ser la luz del mundo, amar al pobre y cuidar de las viudas y huérfanos (Lc 21:17; Mt 5:44, 16:24, 5:14, Mr 14:7, Stg 1:27).

 Nos ordenó hacer discípulos y llorar con los que lloran (Mt 28:19; Ro 12:15).

 Nos mandó a amarnos como Él nos ha amado y expandir su reino en todo el mundo (Jn 13:34; Hch 1:8).

 Nos enseñó que debemos orar que el reino venga a la tierra (Mt 6:10),  y que su reino avanza a través de nuestras vidas, de nuestras palabras y del evangelio que predicamos.

 Salgamos pues a levantar la bandera de la cruz en alto, porque aunque estamos ansiosos por ver la plena instalación del reino de Dios en la tierra, reconocemos que Jesús ya es Rey. Su reino ya está aquí en cierta medida, sus ciudadanos ya son rescatados (Col 1:13) y, por lo tanto, nuestra labor es expandir su reino en nuestras vidas, hogares, comunidades, naciones y hasta lo último de la tierra. El reino de Dios no son nuestras futuras vacaciones.

 Fuente: coalicionporelevangelio.org

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jueves, 28 de abril de 2022

¿CÓMO PODEMOS GLORIFICAR A DIOS?


Glorificamos a Dios disfrutándolo, amándolo, confiando en Él y obedeciendo Su voluntad, Sus mandamientos y Su ley.

RESPUESTA PARA NIÑOS: Amándolo, confiando en Él y obedeciendo Sus mandamientos y Su ley.

“Amen al Señor su Dios y cumplan siempre Sus ordenanzas, preceptos, normas y mandamiento”. (Deuteronomio 11:1)

 Devocional

 Por: Bryan Chapell

 ¿Cómo podemos glorificar a Dios? Haciendo lo que Él dijo que hiciéramos, y creyendo todo lo que nos ha dicho.

 Para entender bien lo que significa glorificar a Dios haciendo lo que Él nos ha dicho, tenemos que recordar el mandamiento que Él mismo considera como el más importante: amarlo a Él sobre todas las cosas y andar con Él en toda circunstancia. Después de todo, el Señor Jesús dijo:

 “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39).

 Si verdaderamente queremos honrar al Salvador, haremos lo que Él ha dicho que hagamos. Pero eso no significa que obedecemos por miedo al castigo. No se trata de eso. Es entender lo grande que es Su amor por nosotros, de tal modo que por amor a Él queramos caminar con Él. Y ese entendimiento significa que comenzamos diciendo: “Entiendo lo mucho que Él me ha amado, así que mi corazón está respondiendo por amor a Él”.

 Al hacer esto, mi forma de honrar a Dios no es pensar: “Oh no, me castigará si no lo hago”. Eso significaría que podría estar obedeciéndolo, pero no disfrutando de Él. No, el verdadero amor por Dios implica un deleite en Su ley. Entiendo que cuando Dios me dice: “Camina conmigo”, me está ofreciendo un camino bueno y seguro en la vida. De eso es que tratan los mandamientos de Dios. Nos explican, mostrándonos Su carácter y Su cuidado, que Él nos ha dado este camino seguro para la vida. Si te sales del camino tendrás consecuencias, por supuesto, porque este es el único camino bueno y seguro. Pero no nos mantenemos en el camino pensando que de alguna forma nos estamos ganando Su afecto. En lugar de ello, al contemplar a Cristo y particularmente Su sacrificio por nosotros, entendemos lo grande que es Su amor por nosotros.

 Cuando entendemos que la ley o los mandamientos reflejan el carácter de Dios y Su cuidado por nosotros, entonces nos gozamos al caminar por ese sendero porque nos permite experimentar la bondad de nuestro Dios. Eso significa que, independientemente de lo que esté enfrentando, amo a Dios con toda mi vida y quiero caminar con Él en todo momento de mi vida. Es así como honro Su corazón —lo glorifico por lo grande que es Su amor por mí— y muestro mi amor por Él al caminar por Su camino, no solo por obligación, sino para realmente disfrutar de Su bondad en mi corazón y en mi vida.

Hay muchos que piensan que están glorificando a Dios porque asienten con su cabeza y hacen todas las cosas que odian, porque de lo contrario Dios los castigaría. O, en ocasiones, hacen las cosas que piensan que Dios quiere para que Él les conceda más cosas buenas. Pero esta clase de egoísmo disfrazado—cuando hacemos algo para protegernos o promovernos—no es amor por Dios. Cuando hayamos entendido que Dios dio a Su Hijo por nosotros, que nos ha mostrado Su carácter y Su cuidado, entonces entenderemos que amarlo y disfrutarlo implica que nos gozamos al caminar por esa senda buena y segura para nuestra vida.

 Caminaré con Él y lo amaré en todo lo que me pida, porque al hacerlo, disfrutaré andar por el camino que Él ha diseñado para mí, con el fin de darme la mejor vida posible.

 Oración

Señor de gracia, queremos conocerte por completo y disfrutarte. Abre nuestros ojos para verte como eres en realidad, para que podamos confiar en Ti y anhelemos guardar Tus mandamientos. Ya sea por medio de pequeñas bondades o de gran valentía, permite que cada acto de obediencia te dé gloria. Amén.

 Fuente: coalicionporelevangelio.org (Catecismo de la Ciudad pregunta No 6)

 
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martes, 26 de abril de 2022

NECESITAS UN CORAZÓN ENSEÑABLE

Por: Plinio Orozco

Los reformados nos caracterizamos por un amor profundo por la verdad. Siempre estamos dispuestos a evaluar todo según el estándar de la Escritura, pero en medio de esta preciosa tarea podemos olvidar que tenemos limitaciones.

Profesamos algunas doctrinas que son difíciles de explicar y otras en las que nos quedamos cortos a la hora de aplicar. ¿Sabemos completamente como se unen la soberanía divina y la responsabilidad humana? ¿Sabemos explicar a plenitud la Trinidad? ¿Podemos describir perfectamente en palabras humanas la realidad de la humillación de Cristo?

Fui ordenado al ministerio en 2012. Ese mismo año Dios, por su gracia, me permitió conocer las doctrinas de la reforma. Escuché una gran cantidad de sermones cada semana y leí muchos libros en poco tiempo; llegué a pensar que conocía todo lo que debía conocer y que estaba listo para enseñar a otros sin necesidad de que nadie me instruyera sobre estas y otras verdades. Todas estas son evidencias de orgullo: olvidé que tenía limitaciones y manifesté poca gracia a pesar de profesar las doctrinas que exaltan la gracia.

“El orgullo nos invita a abrazar la tendencia de hablar sobre todos los asuntos para que luzcamos inteligentes, pero la humildad nos invita a reconocer que no lo sabemos todo”

Afortunadamente, Dios fue muy bueno conmigo al concederme un grupo de ovejas que me amaban, oraban por mí y me enseñaban con amor. Yo solo tenía 25 años y la mayoría de mis ovejas eran mucho mayores que yo. Hombres y mujeres temerosos del Señor.

En algunas ocasiones, cuando bajaba del púlpito, ciertos hermanos me corregían con mucha gracia cuando lo consideraban necesario. Comencé a entender que la crítica era un instrumento santificador en las manos del Señor. Dios usó todo esto para el crecimiento de ellos y para mi propio crecimiento.

Humildad sobrenatural

El orgullo es natural en nosotros, pero la humildad es una virtud del Espíritu y, por lo tanto, es sobrenatural. Cada uno de nosotros necesitamos crecer en ella.

La humildad nos permite ser enseñables, elimina la arrogancia que existe en nosotros, acaba con nuestro deseo de siempre tener la razón y golpea fuertemente nuestro anhelo de protagonismo para que, al final, solo Cristo sea admirado. Como escribió Pablo:

«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno» (Romanos 12:3).

En el libro Pensamientos para hombres jóvenes, J.C Ryle expresó:

«El orgullo se asienta en el corazón de todos nosotros por naturaleza. Nacimos ya orgullosos. El orgullo nos hace confiar en nosotros mismos, haciéndonos creer que somos suficientemente buenos así como estamos, tapa nuestros oídos para que no escuchemos consejo, nos impulsa a rechazar el evangelio de Cristo, a andar por nuestro propio camino. Pero el orgullo nunca reina con más poder que cuando reina en el corazón de un joven».

El orgullo nos invita a abrazar la tendencia de hablar sobre todos los asuntos para que luzcamos inteligentes, pero la humildad nos invita a reconocer que no lo sabemos todo: “Si alguno cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como lo debe saber;” (1 Co 8:2).

La crítica es inevitable

Vivimos en un mundo marcado por el pecado y nadie podrá escapar de la crítica, mucho menos los líderes jóvenes. Estamos a la vista de todos y, debido a nuestra juventud, son muchas las cosas que necesitamos aprender. Si no poseemos un corazón enseñable le causaremos mucho daño a nuestra alma y a todos los que estén a nuestro alrededor. Que la crítica no nos sorprenda. Más bien, ¡preocupémonos cuando nadie nos corrija! Debemos alarmarnos cuando todos nos adulen y siempre hablen bien de nosotros:

¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas”. (Lc 6:26).

“Que la crítica no nos sorprenda. Más bien, ¡preocupémonos cuando nadie nos corrija!”

Para desarrollar un corazón enseñable, considera cuatro elementos importantes:

Primero, reconoce tus limitaciones. Fue Sócrates quien dijo: «Todo lo que sé es que nada sé». Reconocer que no lo sabemos todo nos guardará de apoyarnos en nuestra propia sabiduría y nos permitirá escuchar el consejo de otros. «No seas sabio a tus propios ojos; teme al Señor y apártate del mal» (Pr 3:7).

Segundo, que tu meta sea exaltar a Dios y no la imagen que deseas proyectar a otros. Cuando hagamos esto evitaremos resistirnos a las críticas. Las críticas nos recuerdan nuestras imperfecciones y pecados. Al escuchar, reconociendo honestamente que existen áreas que necesitamos cambiar, mostraremos a los demás nuestra profunda necesidad de gracia y la realidad de que la excelencia solo está en Cristo.

Tercero, odia el orgullo y ama la humildad. Todo verdadero cristiano está siendo transformado por el poder del Espíritu Santo. En esa transformación Dios nos conduce a amar lo que Él ama y a odiar lo que Él odia:

“El temor del Señor es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco”. (Pr 8:13).

No es en vano que alguien dijo muy sabiamente: «El orgullo y la piedad no caminan juntos».

Finalmente, ora a Dios para que te conceda más de su gracia transformadora para tener un corazón humilde, que es lo mismo que tener un corazón enseñable.

Después de nueve años en el ministerio, continúo inclinándome hacia el orgullo. Necesito seguir creciendo en esta virtud cristiana conocida como humildad. ¡Gloria a Dios por su gracia, que nos muestra nuestra debilidad y nos transforma a la imagen de Cristo!

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Plinio Orozco es uno de los pastores de Iglesia Bautista Reformada Trono de Gracia, en Caracas, Venezuela, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios. Está casado con Katherine desde el año 2010. Puedes encontrarlo en Twitter e Instagram.

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¿QUÉ MÁS CREÓ DIOS?

 

Dios creó todas las cosas por medio de Su poderosa palabra y toda Su creación era muy buena; todo prosperaba bajo Su gobierno de amor.

RESPUESTA PARA NIÑOS: Dios creó todas las cosas, y toda su creación fue muy buena.

“Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno”. (Génesis 1:31)

Devocional

Por: R. Kent Hughes

En ocasiones inicio mis tiempos con el Señor reflexionando en la inmensidad del universo, en que nuestra pequeña galaxia tenga cien mil millones de estrellas; en que existen cien mil millones más de galaxias, cada una de ellas con cien mil millones de estrellas; en que cada galaxia se extiende por cientos de años luz y que existen tres millones de años luz entre cada una de ellas. Eso es absolutamente fenomenal y asombroso.

La línea inicial del Antiguo Testamento dice: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra” (Gn 1:1). La yuxtaposición de esas dos palabras opuestas —cielos y tierra— quiere decir que Él creó todo. Así que podrías leer ese texto como si dijera: “Dios, en el principio, creó el cosmos”. Y después dijo que era bueno, pero dijo aún más que eso. Dijo que era muy bueno.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento y a la revelación más completa de Jesucristo, aprendemos que el cosmos fue creado por Cristo mismo. Las primeras líneas del evangelio de Juan dicen Así que aquí tenemos al Cristo cósmico, el Creador de todas las cosas:

“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.  Él estaba en el principio con Dios.  Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:1-3)

En 1 Corintios 8:6, el apóstol Pablo dice que nuestra existencia se debe al único Dios y Padre, y al único Señor Jesucristo. Toda nuestra existencia depende de ellos:

“pero para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio de Él existimos nosotros”.

Y después llegamos al increíble canto en Colosenses, que habla de Jesús:

“Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él.  Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen”. (Colosenses 1:16-17)

Muchas veces he pensado que si pudiera ser el comandante de la nave Enterprise de Star Trek [Viaje a las estrellas], y pudiera viajar fuera de nuestra galaxia y atravesar la Vía Láctea, y aumentar la velocidad a ocho veces la velocidad de la luz para ver las galaxias pasando rápidamente por la ventana de la nave hasta llegar a lo último del universo, y allí encontrara un grano de polvo estelar, estaría seguro de que fue creado por Cristo y de que Él mismo lo sustenta. Todo ha sido creado por Cristo. Los cometas, la luz que emiten las luciérnagas, todas las texturas, todas las formas, lo que hay en el cielo, lo que hay en la tierra, lo que hay debajo de la tierra, lo que hay debajo del mar —todo ha sido creado y es sostenido por Él.

Y eso significa que, como Él es el Creador de todas las cosas, todas las cosas están bajo Su cuidado amoroso y bondadoso. También debemos recordar que, como seres humanos, la cima de la creación, fuimos hechos a la imagen de Dios. Pero como personas regeneradas, también tenemos la imagen de Cristo. Lo qu
e significa que podemos descansar en Su bondad, en Su gran poder de creación, pues Él controla todas las cosas y podemos prosperar en Él.

Oración

Señor, Tú creaste el universo con Tu palabra. Nos maravillamos al contemplar Tu creación, a pesar de que se ha corrompido. El resplandor de las estrellas revela Tu belleza. La fuerza del huracán nos muestra Tu poder. Las leyes matemáticas despliegan Tu orden. ¡Que todo lo que respire alabe al Señor por las obras de Sus manos! Amén.

 

Fuente: coalicionporelevangelio.org (Catecismo de la Ciudad pregunta No 5)

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lunes, 25 de abril de 2022

DIOS NO QUIERE TU FELICIDAD

 Por:  Jonathan Muñoz Vásquez

“Dios quiere que seamos felices, ¿no te das cuenta?” me dijo una ilustre desconocida en Facebook. Ya ni recuerdo bien por qué.

Me resulta cada vez más curiosa y abyecta la idea de que Dios quiere que seamos felices. Sí, está claro que la Biblia está llena de todo tipo de bienaventuranzas desde el Antiguo Testamento hasta el mismísimo Apocalipsis, pero si nos fijamos bien, no se trata de la felicidad que nosotros imaginamos.

La mayoría de las personas hoy en día cuando dicen “Dios quiere hacerme feliz” dan por supuesto primero todo aquello que, según ellos mismos, los haría felices: una carrera exitosa, una familia bonita, una casa en la colina, un ministerio reconocido, fama y reconocimiento, una relación duradera con alguien hacia quien se sienten atraídos, etc. Y desde ese presupuesto intocable imaginan que Dios “les concederá las peticiones de su corazón”. Pero Dios afirma claramente que sólo le son concedidas las peticiones del corazón a quienes, primero, se deleitan en Jehová, no en las cosas, circunstancias o relaciones que Jehová da o podría dar.

Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón”. (Salmo 37.4),

Y deleitarse en Jehová significa valorarlo como el tesoro mayor, el tesoro suficiente, el deleite último, el más sublime de todos, al lado del cual vale la pena dejar atrás cualquier otro placer, pues todos los demás son menores e insuficientes.

La noticia es esta: Dios no quiere darte TU concepto de felicidad. Dios definitivamente no quiere TU felicidad. Él te creó y Él sabe qué es lo mejor para ti, mejor que tú mismo, pues la raza humana hace tiempo que perdimos el rumbo y que vagamos en las granjas de cerdos deseando las algarrobas que les dan, mientras nuestro Padre tiene un banquete en casa. Hace rato que tomamos agua de la letrina y la llamamos deliciosa cuando a sólo un paso está el agua fresca y cristalina de la vertiente que Dios nos ofrece. Hace rato que empezamos a llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo.

Dios quiere destruir TU felicidad. Y, si es necesario, para librarte de la triste esclavitud en la que te encuentras, preso de tus propios conceptos mediocres de felicidad, Dios va a romper tu corazón, Dios va a hacer que se venga abajo tu carrera, Dios te va a quitar tu mejor trabajo, Dios va a hacer que te decepciones de tu iglesia y tu iglesia se decepcionará de ti, Dios va a arruinar tu reputación, Dios te va a llevar a la bancarrota financiera, Dios va a deshacer el buen nombre tuyo y de tu familia, Dios te va a quitar tu hijo(a), Dios no te va a prosperar (no importa cuánto lo intentes), Dios va a alejar de ti a la persona que más amas, Dios te dará el desprecio de las personas que quieres agradar, Dios va a destruir la relación de tus sueños. Y todo esto simplemente porque Dios no quiere TU felicidad.

¿Por qué Dios hace eso? ¡Para que seamos verdaderamente libres! Y es que hemos construido muros alrededor de nosotros mismos que nos aíslan de Dios y de la verdadera felicidad. Nos hemos construido burbujas de concreto. Burbujas de sueños vanos. Burbujas donde cada ladrillo es un deseo que nuestro corazón pecaminoso anhela. Sin puertas. Sin ventanas. Nos construimos habitaciones perfectamente aisladas, muy bien higienizadas por dentro como cámaras hiper-báricas, de murallas blancas como nieve y todo iluminado por una pequeña luz tenue, muy tenue, que dan dos ampolletas titilantes. Una ampolleta de superioridad moral y otra de esperanza superficial: “algún día mis sueños se harán realidad”.

No importa si tus sueños son sueños ambiciosos de fama, fortuna y grandes logros o si son sueños más “hippies” de vida en familia, casa sencilla y disfrute de la naturaleza. Todos tus sueños son vanos. Y Dios lo sabe… pero tú no. No importa si te sientes moralmente superior porque eres más exitoso o porque, justamente, no has logrado éxito (“es que yo no me vendo a este sistema”), pero la moralina supura por tus poros igual y enrarece el aire en tu habitación aparentemente perfecta, construida de certezas, sueños e ideologías.

Entonces Dios, porque nos ama, comienza a deshacer nuestros sueños, nuestros logros, nuestras expectativas. Pequeñas grietas comienzan a aparecer en las paredes de nuestro cuarto de aire enrarecido. Dios nos muestra Su soberanía quitándonos lo que un día nos dio. Los necios ignorantes culpan al diablo y a las maldiciones hereditarias. Los ilusionados (un poco menos necios que los anteriores), piensan que hicieron algo mal y que Dios los está castigando. La verdad es que ninguna de esas cosas está ocurriendo. ¡Dios nos está libertando por amor! Dios nos está salvando de nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Y su misericordia nos está conduciendo para que sintamos desagrado, decepción e insatisfacción con la vida que estamos llevando.

Dios comienza a producir grietas en nuestros sueños y entonces la verdadera luz, la luz del Sol resplandeciente de Justicia, comienza a entrar y se cumple la profecía del gran poeta canadiense Leonard Cohen “hay una trizadura, un quiebre en todas las cosas… y es por ahí que la luz entra”. El aire enrarecido se empieza a ir y comienza a entrar aire fresco. Con ese aire entran partículas de polvo que nos hacen estornudar y descubrimos ese placer infantil que existe en el segundo previo y posterior a los estornudos. Nuestro concepto de higiene moral se viene abajo. Las grietas del suelo permiten que toda clase de insectos y lombrices entren con la tierra, las flores y pastos se abren paso a través de las trizaduras. Las grietas del techo hacen que la lluvia nos moje. Al inicio nos irritamos, pero luego descubrimos el placer de pisar los charcos y de ver cómo los rayos de sol hacen que se vean brillantes y hermosas las telas de arañas cargadas con gotas de rocío.

Así nuestro corazón se empieza a libertar de sus ídolos esclavizantes, llenos de demandas sanguinarias. Así comenzamos el lento reencuentro con nuestro Creador y Redentor: cuando d
ejamos atrás nuestra felicidad y corremos a abrazar, como niños colgados del cuello de papá, la felicidad que Él tiene para nosotros.

Y esta es la buena noticia: Dios no quiere TU felicidad. Dios quiere hacerte verdaderamente feliz.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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sábado, 23 de abril de 2022

¿CÓMO Y POR QUÉ NOS CREÓ DIOS?

 Por John Piper

Dios nos creó como hombres y mujeres a su propia imagen para que lo conociéramos, lo amáramos, viviéramos con Él, y lo glorificáramos. Y lo correcto es que los que hemos sido creados por Dios vivamos para su gloria.

RESPUESTA PARA NIÑOS: Dios nos creó como hombres y mujeres, a su propia imagen, para glorificarlo.

“Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. (Génesis 1:27)

¿Por qué hacemos imágenes? Porque queremos representar algo. Si haces una estatua de Napoleón, quieres que las personas piensen en Napoleón más que en la estatua. Y haces la estatua de tal forma que muestre algo específico del carácter de Napoleón.

Por eso Dios nos hizo a su imagen. Podríamos discutir si aquello que refleja su imagen es nuestra racionalidad, nuestra moralidad, o nuestra voluntad, pero el punto es que Él hace a los humanos a su imagen para que representen algo, es decir, a sí mismo. Así que la razón de nuestra existencia es mostrar la existencia de Dios o, específicamente, mostrar la gloria de Dios.

A mi entender, la gloria de Dios se refiere a las múltiples perfecciones de Dios—el resplandor, la exhibición, la transmisión de sus diversas y hermosas perfecciones. Queremos pensar, vivir, actuar, y hablar de tal manera que resaltemos las múltiples perfecciones de Dios. Y creo que la mejor manera de hacerlo es estando totalmente satisfechos con esas perfecciones.

Para nosotros deberían ser más significativas que el dinero, la fama, el sexo, o cualquier otra cosa que pudiera competir por nuestros afectos. Y cuando las personas ven que valoramos a Dios de esa manera, y que su gloria nos satisface plenamente, se dan cuenta de que Él es nuestro tesoro. ¡Muéstrame más! Creo que de eso es que se trata glorificar a Dios: reflejar fielmente su imagen.

Y el lugar donde la gloria se ve más claramente es en ese evangelio en el que Cristo muere; el Hijo de Dios muere por los pecadores. Digo esto porque 2 Corintios 4:4 dice: “en los cuales el dios de este mundo (Satanás), ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios.”.

¿Quieres saber dónde la gloria de Dios brilla más? Brilla más intensamente en Cristo, en el evangelio. Así que si queremos ser conformados completamente a su imagen y exhibir su gloria, aplicamos el versículo que está justo antes:

“Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.” (2 Co. 3:18). Y eso es obra del Espíritu.

Así que miramos a Jesús, lo atesoramos, lo amamos y, al hacerlo, somos transformados a su imagen.

Cuando Dios dice que nos creó hombre y mujer con este propósito, eso no solo significa que queremos que las generaciones continúen haciéndolo, lo cual implica que habrá procreación, sino que también significa que esto sucede mejor en comunidad. No es bueno que el hombre esté solo. ¿Ante quién va a glorificar a Dios? Así que esta pequeña comunidad que fue creada en el principio, llamada hombre y mujer, es representativa de la comunidad donde la gloria de Dios es reflejada, primero hacia los demás miembros de esa comunidad, y después hacia el mundo.

Hagamos esto juntos. Ayudémonos unos a otros a glorificar a Dios.

Oración

Creador de todo, no permitas que perdamos de vista que nosotros, y todo ser humano que has creado, hemos sido hechos a tu imagen. Nunca dejes que dudemos esto acerca de nosotros. No permitas que dudemos esto acerca de cualquier hombre o mujer, porque hacerlo te niega la gloria que merece tu nombre. Tu semejanza reflejada en nosotros testifica que te pertenecemos, en cuerpo y alma. Amén.

Fuente: coalicionporelevangelio.org (Catecismo de la Ciudad pregunta No 4)

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ESTOY TAN AGRADECIDO DE ESTAR ENTRE LOS ELEGIDOS

 

Por: Don Carson

Sospecho que muchos de nosotros hemos jugado el juego en el que una persona dice una palabra y todos los demás responden con lo primero que se les viene a la mente sin pausar para reflexionar.

Entonces, sin pensarlo, ¿qué les viene a la mente cuando les digo «Elección»?. Escribo esto unos cuarenta días antes de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, así que si eres estadounidense, sospecho que el referente mental evocado instantáneamente por la palabra «elección» es la consiguiente elección estadounidense que tendrá lugar este año (2020).

Por supuesto, si las personas que jugaron el juego fueran un pequeño grupo de estudiantes de teología que acababan de escuchar una hora de clase sobre Romanos 9, las expectativas bien podrían haber cambiado de tal manera que lo que vendría a la mente estaría en la esfera teológica, no en la política. Para garantizar el predominio de la esfera teológica en nuestro pequeño juego, podríamos reemplazar «elección» con «predestinación», ya que la primera parece ser un subconjunto de la segunda y la última, por lo regular, no evoca el mundo de la política (aunque ¡sin duda debería!).

Entonces, ¿qué viene a la mente cuando se introduce «elección» o «predestinación» en nuestro pequeño juego, con el juego delimitado en una esfera teológica? ¿Qué asociaciones de palabras evocan estas palabras? ¿Teología reformada? ¿Soberanía divina? ¿Discusión teológica? ¿Dort? ¿Confesión de Westminster? ¿Determinismo? ¿Misterio? ¿Presciencia? ¿Compatibilidad? ¿El punto de vista distintivo de Barth de la elección? ¿Libre albedrío? ¿Gracia? ¿La bondad de Dios?

¿Qué hay de la gratitud?

Olvídate del juego. Piensa en todas las ocasiones en las que has meditado o estudiado sobre la elección o que la has discutido con otros: ¿fue la gratitud la respuesta abrumadora de tu corazón y tu mente? Ni por un momento debemos pensar que todas las demás asociaciones son inapropiadas. Es correcto y bueno pensar largo y tendido sobre la elección y todos los temas que se asocian con ella por exégesis o por teología. Pero ¿por qué la gratitud se incluye tan raramente entre ellos?

Me sentí impulsado a meditar sobre esta pregunta hace poco cuando estaba trabajando en la gran oración de acción de gracias de Pablo (Ef 1:3-14). Pablo empieza diciendo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Ef 1:3).

En los siguientes versículos, el apóstol desarrolla el tipo de cosas que tiene en mente cuando declara que alaba a Dios por «toda bendición espiritual… en Cristo». Lo primero que menciona es la elección: «Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad» (Ef 1:4-5).

Podríamos reflexionar útilmente sobre los modificadores. Por ejemplo, fuimos escogidos «en Cristo»; fuimos predestinados para ser adoptados como hijos «mediante Jesucristo». ¿Qué significa ser bendecido «en los lugares celestiales en Cristo»? Es apropiado reflexionar en la meta de la elección, específicamente, «que fuéramos santos y sin mancha delante de Él» (Ef 1:4).

Pero lo que no se puede pasar por alto es que Pablo ofrece alabanzas con acción de gracias a Dios por estar entre los elegidos. Este tema es tan importante para Pablo que vuelve a él más adelante, usando palabras un tanto diferentes: «En Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de Su gloria» (Ef 1:11-12). Pablo casi rebosa de gratitud al dejar fluir su oración.

Aquellos de nosotros que entendemos que la elección con frecuencia es presentada en la Biblia como incondicional, entendemos que una de las funciones propias de la elección es infundir gratitud. Nos encanta cantar:

«Busqué al Señor y después supe que

Él movió mi corazón a buscarlo, al buscarme a mí.

No fui yo quien halló, oh Salvador verdadero;

No, fui encontrado por ti».

Luego, evocando la escena de Pedro caminando (¡o no!) sobre el agua:

«Tú extendiste tu mano y tomaste las mías.

Caminé y no me hundí, en el mar barrido por la tormenta.

No fue tanto que yo me aferré a ti

como Tú, amado Señor, a mí».

En algún nivel u otro, sabemos estas cosas. Sin embargo, sospecho que no fueron pocos los lectores de este editorial que se sorprendieron al ver el título por primera vez. Murmuraste: «Sin duda deberíamos estar agradecidos de estar entre los elegidos, pero decirlo así suena a arrogancia y está en peligro de todas las caricaturas más feas del calvinismo. ¿No debería atenuarse un poco el lenguaje?».

Después me encontré con una hermosa expresión de gratitud por la elección en la vida de una joven viuda cristiana. La llamaremos Raquel, y a su difunto esposo, pastor fiel y eficaz, lo llamaremos Roberto. Roberto murió de una enfermedad que asoló su cuerpo y su mente. Tengo el permiso de Raquel para compartir con ustedes partes de su carta. Se han alterado dos o tres detalles para enmascarar su identidad, pero las palabras son todas suyas, editadas muy ligeramente para garantizar la coherencia. En este punto de su carta, ella habla de cantar con sus hijos las canciones que se transmiten en vivo desde su iglesia:

«Estas canciones me conmueven, especialmente The Perfect Wisdom of Our God (La sabiduría perfecta de nuestro Dios). La elegí para el funeral de Roberto por lo que dice el último verso:

“En cada prueba de dolor,

yo pueda verte mi Señor

Tu gracia no se acabara,

pues es perfecta tu voluntad”.

A medida que Roberto (escribe Raquel),  iba perdiendo su salud y su mente tenía alrededor de cinco grandes razones por las que esto no parecía ni remotamente perfecto. Recuerdo haberle dicho al co-pastor de Roberto que me estaba ahogando con las palabras. Pero en mi punto más bajo, de mala gana y malhumorada, elegí cantarlas. Lo importante no era si estaba o no de mal humor. Lo significativo fue que en realidad las canté, declarando mi fe en Dios y en su orquestación, mi fe en Él…

En términos de «bondad moral» (si existe tal cosa), creo que soy bastante promedio. Tal vez estoy siendo generosa conmigo misma: soy propensa a ser demasiado despreocupada y egoísta, dada a los extremos y a la autocomplacencia. Pero a menudo soy capaz de mostrar compromiso, amabilidad e integridad. Así que sí, promedio, de verdad, para ser franca.

Pero siento que he sido marcada. ¡Estoy marcada! Estoy convencida de que lo que me distingue es dónde elijo poner mi fe.

¡Eso es todo!

Creo que he sido bendecida de manera constante e inmerecida, sustentada y provista de forma desproporcionada, me encuentro inesperadamente rodeada de gozo, paz, esperanza, amor, personas maravillosas y niños edificantes. Mi vida ha sido rescatada y redimida una y otra vez a pesar de mis incesantes fallas y defectos. Tengo un sentido genuino de “¿Por qué yo?” en el buen sentido.

“Tu voluntad perfecta a tu manera perfecta”: Yo sé dónde poner mi fe. Ese es mi privilegio. Ese es el regalo que me han dado. Me he visto deambular, desviarme y equivocarme tanto de manera trivial como profunda, pero al final siempre vuelvo al lugar correcto, a la persona correcta, a la única persona. Hermano, Amigo, Redentor, Libertador, Rey, Señor, Esposo, Padre, Salvador, Creador. He podido confiar en Dios con mis “hebras de dolor”. Estoy bajo sus alas y siempre lo estaré.

¡Eso es todo!

En cierto modo, es tan injusto que pueda reconocer a Jesús por quién Él es cuando tantas otras personas a las que respeto y amo no parecen querer o no poder hacerlo. Escucho su voz y sé que es el Buen Pastor. Para mí, es obvio. La fe es un don, pero es un don gratuito y no hay exámenes que aprobar ni evaluaciones de moralidad.

Nuestras “hebras de dolor” tienen solo un milímetro de largo en la cuerda que desaparece en el horizonte donde Roberto invirtió su vida. Enseñó, vivió y murió esta “sabiduría perfecta”».

Gracias, Raquel.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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