“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

martes, 31 de mayo de 2022

LAS TRES MENTIRAS QUE CREEMOS AL PECAR

 


Por: Gerson Morey

El pecado es un acto de abierta rebeldía contra Dios y una declaración de independencia que hacemos a nuestro Creador. El pecado es una ofensa contra Dios, una deuda que debemos pagar, es una infracción de la ley, es desobediencia, es transgresión, es impiedad y es un poder dominante, destructivo y sobretodo un poder engañoso.

La verdad y la mentira siempre han estado en oposición, incluso desde el comienzo de la creación. En realidad, la caída del hombre sucedió por medio de una mentira. El pecado, la ruina y la muerte entraron al mundo por medio del engaño, por eso mismo, Jesucristo, nuestro redentor, es descrito como lleno de gracia y verdad (Juan 1:14,17). La mentira trajo el pecado. Cristo la verdad.

No olvidemos que el mismo Jesús dijo del diablo: “cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). El pecado tiene esa capacidad para persuadirnos, convencernos y movernos hacia la desobediencia y la maldad.

Por eso, al pecar, en un sentido muy profundo estamos cediendo a una mentira. Cuando desobedecemos, estamos abrazando el engaño. Cada vez que pecamos, estamos reflejando lo que nuestro corazón está creyendo. Por esta razón cuando el profeta denunciaba la rebeldía de Jerusalén, les dijo “Abrazaron el engaño, y no han querido volverse” (Jeremías 8:5).

El pecado es un abrazo a la mentira. El mismo Jeremías les dijo al pueblo que el juicio que Dios les enviaba es “porque te olvidaste de mí y confiaste en la mentira” (Jeremías 13:25).

Entonces, a continuación, algunas de las mentiras que creemos al pecar. Cuando pecamos, estamos creyendo todas o una de estas tres mentiras:

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE TENEMOS EL DERECHO A PECAR

Es decir, algunos pecados los excusamos en nuestra consciencia pensando que lo que estamos haciendo está justificado. En ocasiones, esa consciencia nos lleva a tomar la justicia por nuestras manos.

Por ejemplo, cuando nos ofenden, nos maltratan o nos faltan al respeto respondemos también con otra ofensa o maltrato y hasta justificamos la falta de perdón y el resentimiento que sentimos. En otras palabras, nos creemos con derecho a vengarnos, a permanecer resentidos y con ira, con aquellos que nos ofenden o que nos han tratado injustamente. Por eso, a veces pecamos pensando que estamos en nuestro derecho de hacerlo. Es ante esta noción que el Señor advierte:

“no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito esta: Mia es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).

Otro ejemplo de esto lo he visto en cristianos que mienten en sus declaraciones de impuestos, pensando que han trabajado mucho, que lo que ganan no compensa su esfuerzo y que el gobierno “ya les quita mucho dinero”. Esta forma de pecado también ocurre cuando el empleado quiere sacar alguna ventaja ante su empleador porque siente que no es tratado justamente. Así, el hombre se erige como su propio juez que aprueba y justifica su maldad, ignorando que ningún pecado será justificado delante de Dios. Nadie tiene autoridad para quebrantar la ley divina. Ningún ser humano tiene derecho a desobedecer a Dios.

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE ESE PECADO TRAERÁ VERDADERA Y PERMANENTE SATISFACCIÓN

El pecado promete gozo, pero en verdad es un gozo temporal, un deleite ficticio y al final destructivo. El escritor de Hebreos describe esto al hablar de los “placeres temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Y Pablo habla del pecado como “deseos engañosos”, (Efesios 4:22) pues son deseos que al final no producen ni ofrecen lo que promete.

Cuando pecamos, hemos creído en lo más profundo de nuestro corazón la mentira de que ese pecado producirá deleite y satisfacción verdaderas. El diablo muchas veces nos ofrece placer, alegría y los reinos de este mundo (Mateo 4:9) al costo de desobedecer a Dios. Los hombres pecamos cuando hemos creído en nuestro corazón esa mentira.

La verdadera satisfacción viene cuando obedecemos y vivimos para la gloria de Dios. El gozo viene cuando Dios es nuestro más elevado tesoro y hacemos todas las cosas para traer gloria a Su nombre. Dios es la única, permanente y verdadera fuente de gozo. No el pecado. Por eso el salmista decía, “en tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre” (Salmos 16:11).

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE ESE PECADO NO TENDRÁ CONSECUENCIAS

Quizá este es el aspecto mas decisivo de los tres. En realidad, así fue como entró el pecado en el mundo: los primero humanos creyeron que su desobediencia no tendría consecuencia. “No moriréis”, le dijo la serpiente a Eva, aún cuando Dios ya había dicho lo contrario. Y ella lo creyó (Genesis 3:4).

Cuando pecamos, estamos convencidos en nuestro interior que nuestra desobediencia, maldad y pecado no tendrán efectos negativos. Incluso si mentalmente sabemos que la “paga del pecado es muerte”, no obstante, al pecar demostramos que nuestro corazón no lo cree. Si estuviéramos persuadidos, creyendo en las terribles y destructivas consecuencias del pecado, no cederíamos tan fácilmente a la tentación.

Más allá de las consecuencias terrenales, debemos tener presente que el pecado interrumpe nuestra comunión con Dios, afecta nuestra santificación y corrompe cada día más nuestro corazón. Esta última consecuencia es muchas veces ignorada por los creyentes. En el mismo pasaje citado arriba el apóstol Pablo dice que el viejo hombre se “corrompe según los deseos engañosos” (Efesios 4:22). En otras palabras, los deseos y los actos pecaminosos nos van corrompiendo más y más.

El pecado nubla nuestra visión de Dios, endurece nuestros corazones y socava nuestra confianza en el Señor. El pecado produce incredulidad, reduce nuestro gusto por las cosas celestiales, nos insensibiliza a la maldad y nos hace más inmundos. Como decía un antiguo teólogo, “la práctica del pecado nos hace más pecaminosos”. Por eso otra de las terribles consecuencias del pecado es que corrompe al pecador, y el diablo nos hace creer lo contrario.

CONCLUSIÓN

Que el Señor nos conceda corazones que confíen en su Palabra. Que no sólo tengamos un conocimiento teórico de la verdad, sino que nuestros corazones estén comprometidos con ella.

Es decir, que no sea sólo un encuentro mental y casual con la verdad. Que la escuchemos, que la abracemos, la atesoremos, dependamos y andemos en ella. Que seamos llenados y dominados por la verdad, porque “si decimos que tenemos comunión con El, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad” (1 Juan 1:6).

Y para esto necesitamos de Dios, de su ayuda y asistencia. Necesitamos desesperadamente de Su Espíritu. Como lo decían los puritanos:

“Guárdame de engaño para que me hagas vivir en la verdad; Del mal, ayudándome a caminar en el poder del Espíritu. Dame más fuerza de fe en las verdades eternas….”.

 

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: coalicionporelevangelio

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EL CONTROL SOBERANO DE DIOS Y EL PECADO

 


Por Sugel Michelén

Con respecto al gobierno soberano de Dios sobre el pecado la Biblia enseña claramente al menos 3 cosas:

En primer lugar, que las acciones pecaminosas de los hombres sólo pueden ocurrir por el permiso de Dios y conforme a Su propósito. Esa es una de las grandes lecciones que aprendemos de la vida de José; sus hermanos pecaron contra él de diversas maneras, pero al revelárseles en Egipto, José les dice estas asombrosas palabras:

“Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”  (Gn. 45:5).

¿Quiénes lo vendieron? Ellos lo hicieron. ¿Quiénes fueron los responsables de esa acción? Ellos otra vez. ¿Pecaron los hermanos de José al tratarlo como lo trataron? Sí. Pero aún así José les dice que fue para preservar la vida de muchos que Dios lo envió a Egipto. Y más adelante, luego de la muerte de Jacob, les dice:

“Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20).

Dios usó el pecado de los hermanos de José para llevar a cabo Sus propósitos buenos y santos. Pero el caso más impresionante de todos es el de nuestro Señor Jesucristo:

“Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera”. (Hch. 4:27-28)

En este pasaje vemos claramente la responsabilidad humana envuelta en la muerte del Señor. Herodes, Poncio Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel se unieron para llevar a cabo sus planes perversos contra el Hijo de Dios. Ellos hicieron lo que quisieron, y al hacerlo pecaron gravemente contra Dios. Pero a final de cuentas, llevaron a cabo lo que Dios había propuesto en Su consejo eterno que sucediera.

En segundo lugar, la Biblia también nos enseña que Dios restringe el pecado de Sus criaturas. No todos los planes malvados que el hombre concibe son llevados a cabo, y cuando son permitidos por Dios, éstos no pueden llegar en su intensidad más lejos del permiso divino (comp. Sal. 76:10; Is. 10:5-7, 15).

En tercer lugar, también vemos en la Biblia que Dios usa el pecado de los hombres para obrar Sus buenos y sabios propósitos a través de ellos, sin ser autor de pecado y sin quitar al hombre su responsabilidad al cometerlos:

“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab. 1:13).

“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Sant. 1:13).

“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1Jn. 1:5).

¿Cómo podemos congeniar todas estas enseñanzas bíblicas? Debo decir de antemano que Dios no nos ha revelado toda la información que necesitamos para desvelar por completo este misterio de este lado de la eternidad. Pero hay algunas cosas que sí nos fueron reveladas en las Escrituras.

Lo primero que debo decir aquí es que al usar la palabra “permitir” no lo hago en el sentido de dejarle libertad de acción a las criaturas para que actúen fuera de Su control soberano, como si Dios fuera un espectador pasivo de las acciones malvadas de los hombres. Como bien señaló Teodoro Beza, el sucesor de Calvino, la palabra “permiso” es apropiada si lo que significa es que “Dios no actúa en el mal, sino que deja a los hombres a merced de Satanás y de sus propias concupiscencias”. En otras palabras, el decreto de Dios incluye dejar a algunos hombres seguir el curso de su propia maldad, sabiendo que a final de cuentas el pecado de ellos cumplirá el propósito de Dios (como sucedió en el caso de José y en el del Señor Jesucristo).

En ese sentido, no podemos igualar la obra salvadora que hace Dios en los elegidos y Su actuación en aquellos que finalmente se pierden. O para decirlo de otra forma, la actuación de Dios al endurecer el corazón del pecador no es idéntica a la obra que Él hace en los pecadores elegidos al transformar sus corazones de piedra en corazones de carne.

La Escritura revela claramente que Dios endurece el corazón de los pecadores (Ex. 7:3; Rom. 9:18; 11:7; 2Cor. 3:14); pero también enseña que es el hombre quien endurece su propio corazón (Ex. 8:15; Sal. 95:8; Is. 63:17; Mt. 19:8; He. 3:8, 13). En todos estos textos es tan claro como la luz del medio día que el hombre es responsable y culpable de su dureza.

El decreto de Dios con respecto a los réprobos, entonces, contempla dejarlos actuar conforme a su inclinación pecaminosa. Mientras que en el caso de los que se salvan, es Dios, y solo Dios, el que transforma sus corazones para que, libertados ya del pecado, escojan libremente lo bueno (1R. 8:58; Sal. 51:10; Is. 57:15; Jer. 31:31-34; Ez. 11:19; 36:26; 2Cor. 3:3; 4:6; He. 10:16).

Los teólogos que redactaron los Cánones del Sínodo de Dort fueron muy cuidadosos en afirmar “que las Iglesias Reformadas no sólo no reconocen, sino que también rechazan y detestan de todo corazón” la idea de “que la reprobación es la fuente y causa de la incredulidad e impiedad de la misma manera en que la elección es fuente y causa de la fe y de las buenas obras”.

En otras palabras, ellos rechazaron vehementemente la enseñanza de aquellos que equiparan la acción de Dios en los que se salvan y la acción de Dios en los que se pierden. O si queremos ponerlo de otra manera, estos teólogos condenaron la idea de que, así como la elección de Dios es la causa final de la salvación de los elegidos, así también la reprobación de Dios es la causa final de la incredulidad e impiedad de los que se pierden. No. Los perdidos se condenarán porque decidieron voluntaria y libremente mantenerse en su incredulidad e impiedad. Como dice C. S. Lewis, a todos aquellos que quisieron mantener a Dios lo más lejos posible de sus vidas, al final Dios les dirá: “Hágase tu voluntad”.

Por otro lado, en vez de perturbarnos por esta enseñanza de las Escrituras, debemos dar gracias a Dios de que el pecado no está fuera de Su control y de que nosotros como criaturas no podemos en nuestro pecado frustrar Sus designios, porque de no ser así este mundo sería un infierno, un caos total. No habría restricción ni consuelo, porque estaríamos a expensas de la maldad de los demás; y, lo que es peor aún, de nuestra propia maldad. ¿Cómo podría Dios prometer, en Rom. 8:28, que todas las cosas obran para el bien de aquellos que aman a Dios, esto es, de los que conforme a Su propósito son llamados, si Dios no tuviera control de todas las cosas, incluyendo el pecado de los hombres?

Somos agentes libres en el sentido de que nuestras decisiones no vienen determinadas desde afuera. Pero Dios posee tal control sobre Su creación, y aún sobre las causas que determinan nuestras acciones, que nuestros pecados no solo no lo toman por sorpresa, sino que en Su sabiduría infinita llevará Su plan a cumplimiento, algunas veces frustrando nuestros designios pecaminosos, y en otras ocasiones usándolos para Sus propósitos santos, buenos y sabios, como hizo en el caso de José, o en el caso de la crucifixión de nuestro Señor Jesucristo.

Ese es nuestro Dios, el Dios que se revela en las Escrituras y el Dios al cual adoramos. Hemos de reconocer que hay muchas cosas de Su providencia que no comprendemos. Pero ¿cómo puede un hombre finito pretender comprender a un Dios infinito? El es una Roca bajo la cual podemos refugiarnos precisamente porque es más grande que nosotros. Si Dios pudiese ser plenamente comprendido por Sus criaturas sería de nuestro tamaño, y un Dios de nuestro tamaño no puede ofrecernos toda la protección que necesitamos.

 

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: somossoldados.org

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domingo, 29 de mayo de 2022

PARA VENIR A CRISTO HAY QUE CONOCERLE COMO UN SALVADOR SUFICIENTE

 


Por: Sugel Michelén.

No sólo debemos estar conscientes de nuestra necesidad espiritual, como vimos en la entrada anterior (¿QUÉ SIGNIFICA VENIR A CRISTO?), sino que también debemos ver a Cristo como el único que posee todo aquello que necesitamos para suplir plena y exclusivamente todas nuestras necesidades espirituales.

Y lo que voy a hacer ahora es explicar algunos elementos vitales de ese conocimiento de Cristo que es necesario para ser salvos.

En primer lugar, ese conocimiento debe ser revelado al pecador.

No se trata de algo que aprendemos por nosotros mismos, una conclusión que derivamos de nuestro propio intelecto, no; es algo que debe ser revelado. Cristo mismo dice en Jn. 6:44-45:

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”.

Es Dios el Padre quien nos revela a Cristo en su verdadera dimensión para que entendamos que Él es el Único que puede suplir nuestra necesidad.

Cuando el Señor preguntó a los discípulos qué pensaban ellos acerca de Él y Pedro respondió diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, el Señor le hizo ver que eso no era algo que Pedro había llegado a entender por sí mismo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.

Es el Padre quién revela a Cristo en el corazón de los pecadores como el único que puede suplir plenamente nuestra necesidad.

En segundo lugar es en las Escritura donde encontramos un testimonio fidedigno acerca de la Persona de Cristo.

Cuando el Señor nos dice en Jn. 6:45 que todo aquel que aprendió del Padre viene a Él, no quiere decir con esto que Dios nos habla a través de una voz audible, ni a través de sueños para guiarnos a Cristo; se refiere al testimonio escrito que nos ha dejado de Su Hijo en Su Palabra. “Son las Escrituras, dice Cristo, las que dan testimonio de mi, y sin ese testimonio nadie puede venir a Mi” ( Jn. 5:39).

Es por esa razón que las predicaciones evangelísticas deben ser exposiciones cuidadosas de las Escrituras. Un evangelista no es un individuo que posee una personalidad atrayente, y una oratoria fascinante y convincente. Ese es el concepto que se tiene hoy día de lo que es un evangelista, pero no es el concepto que encontramos en la Palabra de Dios.

El concepto bíblico de un evangelista es la de ese hombre que explica a sus oyentes lo que Dios dice acerca de Sí mismo en Su Palabra, lo que dice del pecado, del infierno, lo que dice acerca de Cristo y de la redención que efectuó en la cruz del calvario.

La tarea del evangelista es sembrar la semilla de la Palabra, no provocar “decisiones” (comp. Mt. 13:1-9 y 18-23). Es por eso que alguien ha dicho con sobrada razón que las reuniones evangelísticas no deben medirse por los resultados visibles producidos, sino por las verdades que han sido proclamadas.

Lo que debemos preguntar no es el número de personas que levantaron sus manos y pasaron al frente. Debemos preguntar más bien acerca del contenido de la predicación, porque es eso, y no ninguna otra cosa, lo que determinará si una reunión fue o no evangelística desde el punto de vista de Dios.

Lamentablemente, debemos decir con pena y dolor que si evaluáramos muchas de las supuestas reuniones evangelísticas que se llevan a cabo hoy día a través de esa norma, llegaremos a la conclusión de que muchas de ellas no pasan de ser simple entretenimiento religioso. Mucha música, muchos testimonios extraordinarios, un predicador que posee una personalidad muy atrayente, y una oratoria electrizante, pero poca Escritura.

¡Eso no es evangelismo! ¿Cómo vendrán a Cristo los pecadores si no han sido realmente enseñados por Dios a través de Su Palabra?

Hemos dicho, entonces, que venir a Cristo implica una revelación de Cristo en el corazón de los pecadores, y que las Escrituras es el instrumento a través de la cual se produce dicha revelación. Pero ahora debemos avanzar un paso más hacia adelante y decir…

En tercer lugar, que el asunto primordial de esa revelación es Cristo como Mediador.

El mensaje que Dios el Padre revela al pecador a través de las Escrituras para que venga a Cristo tiene como su tema central y primordial la persona de Cristo como el Mediador que Dios ha provisto, como el único puente a través del cual los pecadores podemos llegar hasta Él.

No se trata simplemente de conocer algunos episodios de la historia que se nos narra en los evangelios acerca de la vida de nuestro Señor Jesucristo. Muchos conocen estas cosas y no por eso son salvos.

De lo que se trata es de conocer y entender la naturaleza de Su Persona, y la obra que hizo en la cruz para salvar a pecadores. ¿Quién es Cristo realmente? ¿Por qué murió en una cruz? ¿Por qué nadie puede salvarse si no es por medio de Él?

Las Escrituras dicen de Cristo que Él es Dios hecho Hombre, perfecto en Su humanidad, perfecto en Su divinidad; y si alguien no acepta este claro testimonio de las Escrituras es porque no está siendo enseñado por el Padre, y por lo tanto, no puede venir a Él.

Precisamente porque Cristo es Emanuel, Dios con nosotros, Dios manifestado en carne, es que hay esperanza para el pecador. Dios ha puesto un puente entre nosotros y Él, un sólo puente: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre (1Tim. 2:5).

Ningún pecador se salvará porque le digamos sin cesar: “¡Ven a Cristo, ven a Cristo!” Ese es uno de los problemas que tienen esas vallas que vemos en las calles, o las calcomanías que se pegan en los carros (algunas muy grotescas por cierto).

Si no explicamos a los pecadores quién es ese Cristo y cómo ha provisto salvación para los pecadores, no podrán venir a Él. Cuando el pecador puede ver a través de las Escrituras la gloria de Cristo, ya no contempla únicamente su profunda necesidad espiritual, sino que sabe ahora que hay Uno que puede suplirla plenamente en Su Persona y en Su obra.

Pero hay algo más. El Agente que obra en nosotros para que podamos comprender estas verdades y aceptarlas en nuestro corazón es el Espíritu Santo. Si no es efectuada en nosotros una obra del Espíritu de Dios no podríamos ver a Cristo como Aquel que puede suplir plenamente para nuestra necesidad.

Para que podamos ver algo necesitamos dos cosas; luz y un órgano de la vista sano que tenga la capacidad de percibir esa luz. Si falta cualquiera de estos dos elementos no podremos ver. Pues lo mismo ocurre en el reino espiritual. Para ver a Cristo necesitamos la luz de las Escrituras, pero necesitamos también una visión espiritual sana para poder recibir esa luz.

Noten lo que dice el mismo Cristo en Jn. 5:39-40: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.

Las Escrituras que ellos examinaban estaban llena de luz, y sin embargo, no querían venir a Cristo. ¿Cuál era el problema? ¿No había suficiente luz en las Escrituras? Por supuesto que sí, pero ellos estaban ciegos espiritualmente:

“Y si todavía nuestro evangelio está velado, para los que se pierden está velado, en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2Cor. 4:3-4).

El diablo no ciega a los pecadores únicamente para que sean inmorales, o para que sean irreligiosos y profanos, no.

El los ciega para que no vean a Cristo como el único que puede suplir para sus necesidades espirituales:

Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente”. (1Cor. 2:14).

No que no puedan entender los hechos revelados en la Biblia; ellos pueden entender esto, pero no entenderán que en esos hechos se encuentra su única esperanza para ser salvos, para escapar de una condenación sin fin.

Para ellos ese mensaje es una necedad (1Cor. 1:18 y 2:14); para nosotros es el mensaje más extraordinario que alguna vez hemos oído: que por medio de la fe en Cristo, Su obediencia perfecta es puesta en nuestra cuenta, y Su muerte es aplicada a nuestra deuda para ser entonces aceptados como hijos por el Padre.

Eso es el evangelio y ese es el mensaje que los pecadores necesitan escuchar para ser salvos.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: veniracristo.org

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sábado, 28 de mayo de 2022

TU IGLESIA NECESITA OÍRTE CANTAR

 


Por: Matt Merker

Miro hacia arriba y en las páginas del *video beam* leo las palabras:

Y por su muerte el Salvador

Ya mi pecado perdonó

Pues Dios, el Justo, aceptó

Su sacrificio hecho por mí 

Miro al otro lado del recinto veo a Jeremy. Está sonriendo con gran entusiasmo. Está cantando a todo pulmón estas palabras, con el corazón. Y esto es lo sorprendente: me está mirando directamente a mí. Es como si deseara que las verdades de esta canción entren a mi alma por la sola fuerza de su contagiosa alegría. 

¿Ama usted a los miembros de su iglesia lo suficiente como para ministrarles a través del canto?

Si nos descuidamos, nuestro corazón individualista puede conducirnos a un enfoque egoísta al adorar a través del canto. Cerramos los ojos, meditamos en las palabras, y cantamos en voz baja junto con la banda mientras que perdemos una de las marcas que distinguen el canto congregacional: la mutua edificación del cuerpo de Cristo.

Tú estás en el coro

El Nuevo Testamento describe el canto como una actividad del cuerpo. Una característica distintiva de los que están llenos del Espíritu Santo es que se hablan los “unos a otros” en canto (Efesios 5:19). ¿Por qué? Porque el canto conduce al amor cristiano. Considera Colosenses, la famosa enseñanza de Pablo sobre cantar, en su contexto más amplio:

“Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad. Que la paz de Cristo reine en sus corazones, a la cual en verdad fueron llamados en un solo cuerpo; y sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones” (Colosenses 3:14-16).

Hay un sinnúmero de amenazas a la unidad del cuerpo (Colosenses 3:6-9). Pablo sabe que tanto hermanos como hermanas pueden quejarse unos contra otros (Colosenses 3:13). ¿Cómo se ve una comunidad de perdón y amor? Una parte importante de la respuesta, según el versículo 16, es el ministerio del canto que cada miembro hace. En otras palabras, Pablo acaba de poner en la lista del coro a cada creyente.

Recuerda, cada semana nos reunimos como personas heridas para que nuestras llagas espirituales sean tratadas por el Gran Médico. En su misericordia, Él utiliza nuestras canciones para aplicar su dulce bálsamo.

El cristiano que soporta la persecución de su familia biológica necesita escuchar las decenas o centenas de voces que conforman su familia espiritual cantando: “Jesús, mi cruz he tomado, para abandonarlo todo y seguirte a ti”.

El creyente que lucha contra la vergüenza necesita verte proclamar: “Quitó mi pecado, clavólo en la cruz; gloria demos al buen Salvador”.

Aquel santo sobrecargado por el trabajo, el esfuerzo, y el desempeño, necesita escucharte afirmar: “Descansamos en ti, nuestro escudo y nuestro defensor”.

Por supuesto, no solo nos hablamos entre nosotros al cantar. Efesios 5:20, al igual que los salmos de alabanza, enseñan que Dios es la principal audiencia de nuestras canciones y melodías. Aun así, levantar la voz para edificar a los demás es, de hecho, una de las maneras en que exaltamos el valor de Dios. Al cantar, apuntamos a nuestros hermanos y hermanas en dirección del deleite en la belleza de Dios.

¿Cual es la diferencia?

Si vemos el canto como parte de nuestro ministerio personal a otros, definirá de manera práctica la manera en que utilizamos la música en la iglesia. Aquí cuatro sugerencias para empujar las implicaciones del mandato de Pablo a todo rincón de nuestra adoración. 

1. Ore por los miembros de su iglesia antes y durante la reunión

Como parte de su preparación para el domingo, considere las luchas, temores, y pruebas de sus hermanos. Pida a Dios que les recuerde su bondad a través de los cantos. Si la frase de un canto trae a memoria la situación de alguien, ore para que las palabras le ministren a él o ella en ese momento en particular.

2. Cante con convicción

Como he mencionado antes, mi amigo Jeremy alentó mi fe simplemente al mostrar que en verdad creía en las palabras que cantaba. Una manera de demostrar convicción es cantando en voz alta. Hay pocas cosas espiritualmente tan estimulantes como el estar rodeado de creyentes que exaltan a Jesús a todo volumen. 

3. Utilize el lenguaje corporal

Esto variará de acuerdo a tu personalidad y cultura, pero incluso en los entornos más sutiles podemos transmitir mucho a través de nuestro lenguaje corporal durante el canto en la iglesia. Sonríe durante los himnos de gozo. Transmite contrición durante las canciones de confesión. Todavía más importante, no mantengas siempre los ojos cerrados. Hacer contacto visual con los demás de vez en cuando es una manera poderosa de mostrar que estás cantando teniéndolos a ellos en mente.

4. Deje a un lado sus preferencias de estilo

Dado a que uno de los propósitos principales del canto congregacional es edificar a los demás, la música nos da una oportunidad maravillosa de considerar “al otro como más importante que [uno] mismo” (Filipenses 2:3). Si las palabras son verdaderas, excelentes, y hermosas, intenta interactuar con cada canción, incluso si no es tu género favorito. Puede que la alegría que ves en los rostros de los demás te ayude a apreciar la canción por su capacidad de edificar a personas que tienen gustos diferentes a los tuyos. 

Cantamos porque Cristo nos ha amado primero. Amamos porque Él nos amó primero. Ojalá que podamos hacer las dos cosas cuando nos reunamos con su amada novia esta semana.

 

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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LA BENDICIÓN DE CONOCER EL PECADO PROPIO

 


Por: Gerson Morey

Por naturaleza somos diestros a la hora de discernir, identificar y condenar los pecados ajenos. Todos, sin excepción, somos expertos para juzgar las fallas y los pecados de otros, pero no evidenciamos la misma precisión con los pecados propios. Jesús denunció esta tendencia diciendo:

"¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5) …¡Eso duele!

Reconocer, condenar y resistir nuestros pecados es parte de crecer en el carácter de Cristo. En líneas generales, creo que podemos decir que la santidad de un creyente es proporcional al grado de tristeza y de repudio que le produce su propio pecado. Por eso es una gran necesidad que seamos cada vez más conscientes de nuestra maldad.

Ahora bien, entendiendo que esto solo lo produce Dios por medio de Su Espíritu (quien nos trae convicción de pecado), cuando esto sucede es de gran provecho para el creyente. Descubrir nuestras intenciones y motivos pecaminosos puede ser una experiencia triste, desagradable y vergonzosa, pero al final termina siendo una gran bendición para nosotros. Esto es importante si consideramos que el pecado tiene la tendencia de camuflarse y nosotros los pecadores, la tendencia de esconderlo.

Caer en cuenta de nuestra propia maldad es gracia en su máxima expresión. Los beneficios que este descubrimiento produce son muchos, ricos y eternos. La gracia de la redención brilla más cuando se contrapone a la oscuridad de nuestro pecado.

A continuación quiero identificar algunos de estos beneficios:

Nos libra de jactancia. Saber que nuestro corazón todavía es malvado, nos dará una perspectiva correcta de nosotros mismos. El apóstol Pablo les recordó a la iglesia de Roma :

“… Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. …” (Rom 12:3 ).

Estar conscientes de la propia pecaminosidad, nos guardará de presumir de nuestra bondad y justicia.

Como creyentes, debemos tener siempre presente esta paradójica realidad somos nuevas criaturas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”. (2 Corintios 5:17)

Pero el pecado todavía mora en nosotros: Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. (Rom 7:17).

Nos hace más dependientes de Dios. Cuando vamos reconociendo nuestra maldad, entonces nos hacemos más dependientes de la gracia de Dios.

Jesús comenzó el Sermón del Monte diciendo “bienaventurado los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. (Mateo 5:2) Solo aquellos que reconocen su bancarrota espiritual, pueden acudir al Señor por misericordia. Todos necesitamos de Dios, pero no todos estamos conscientes de ello.

Al menos no todos los creyentes tenemos el mismo grado de consciencia de esa seria y profunda necesidad. Cuando descubrimos nuestra miseria, entonces buscamos de la abundancia que hay en Cristo. Aquellos que han sido abrumados por la consciencia de su pecado, procurarán la gracia con santa desesperación. Y esto es bueno.

Nos hace más cuidadosos. Vivimos en mundo caído y aunque fuimos regenerados, todavía somos parte de una raza caída. El apóstol Pablo advirtió a los Corintios diciendo “el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga” (1 Cor 10:12).

Una mayor consciencia de nuestro pecado, nos hace más alertas y cautelosos. Saber que conservamos una inclinación hacia la maldad, nos ayudará a cuidarnos de los lugares, las prácticas o las personas que puedan exponernos a ciertos pecados.

Nos hace más compasivos. Cuando reconocemos nuestra maldad, entonces podremos ser compasivos con las debilidades y pecados de los demás creyentes.

Nuestra propia lucha con el pecado nos debe recordar que otros también luchan con similares o diferentes pecados. Pablo llamó a los Gálatas a restaurar a los que caen en pecado, pero que lo hagan con gracia y mansedumbre porque ellos mismos también podían caer:

Hermanos , aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. (Gál 6:1).

 Cuando estamos agradecidos de que Dios soporta nuestros pecados, podremos soportar con esa misma gracia los pecados de otros.

Que el Señor nos conceda un profundo sentido de nuestro pecado y en la misma medida nos otorgue una verdadera consciencia de su misericordia. Que nuestros ojos sean abiertos para ver la maldad de nuestro corazón y a su vez la abundancia de su amor en Cristo. Como decía un antiguo predicador, que el Señor nos hiera con la consciencia del pecado para ser sanados con la medicina de su gracia.

Conocer el pecado propio es una gran bendición.

 

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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jueves, 26 de mayo de 2022

¿QUÉ SIGNIFICA VENIR A CRISTO? EL CANSANCIO ESPIRITUAL

 


Por Sugel Michelén

¿Qué significa, venir a Cristo? Lo mismo que creer en Él:

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed". (Jn. 6:35)

"Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final”.

Ambas expresiones se intercambian en las Escrituras porque ambas significan la misma cosa. Aunque podríamos decir que la expresión “venir a Cristo” es más descriptiva y específica. Creer en Cristo es un término más general, venir a Cristo es un término más específico.

Hay tres elementos envueltos en ese venir a Cristo, pero por ahora sólo consideraremos el primero de ellos: el reconocimiento de una necesidad que sólo Cristo puede llenar: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados – dice el Señor, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).

¿Quiénes son invitados? Aquellos que perciben el cansancio y la carga espiritual en sus corazones, aquellos que están conscientes de su necesidad. Es imposible venir a Cristo si no poseemos esa conciencia de que somos personas necesitadas.

“¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas!” (Is. 55:1). No todos son invitados, sólo los sedientos.

Jn. 7:37 “En el último gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba”. Una vez más ¿Quién es invitado a venir? El que tiene sed. El que percibe su necesidad.

Ap. 22:17, la última invitación de las Escrituras: “…el que tiene sed, venga. El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”. Todo el que quiera puede venir, pero ¿quiénes querrán? Los que tienen sed. Nadie querrá venir a Cristo a menos que tenga sed.

Así como la sed es una necesidad que se percibe a nivel consciente, y que sólo el agua o algo líquido puede suplir, así también es la sed del alma. Podemos ofrecer un cheque de un millón de pesos a un hombre en el Sahara que tiene dos días sin probar una gota de agua, y eso no llenará su necesidad. Lo que él necesita en ese momento es agua, y lo que él desea con todas las fuerzas de su corazón no es un cheque, sino agua. Es una necesidad muy específica que se percibe a nivel consciente y que sólo algo específico puede suplir.

Y ahora el Señor dice a Su auditorio: “si alguno de los aquí presentes percibe la necesidad espiritual de su alma, esa necesidad que sólo Yo puedo llenar, que venga a Mí y será saciado”.

Nadie puede venir a Cristo hasta tanto no percibe esa necesidad del alma, ese profundo vacío, y sobre todo esa carga y ese cansancio que producen una conciencia culpable, el reconocimiento de que hemos pecado gravemente contra Dios y que por causa de nuestros pecados estamos irremisiblemente perdidos.

Es de esa sed y de ese cansancio del que Cristo habla en estos textos. Todos los hombres sin Cristo están cansados y sedientos, pero no todos lo perciben a nivel consciente, y es por eso que no todos vienen. Lo primero que hace Dios para atraer a un pecador a Cristo es mostrarle su necesidad, una necesidad que nada ni nadie, excepto Cristo, puede suplir (comp. Jn. 16:8-11).

El Señor dijo en una ocasión que los sanos no tienen necesidad de médico, si no los enfermos. Si no percibimos la enfermedad, ¿cómo buscaremos afanosamente la medicina que puede curarla?

El asunto no es si alguna vez levantaste tu mano en una campaña evangelística y pasaste al frente en una iglesia, o si has tenido algún tipo de experiencia mística conectada con el nombre “Jesús”.

Si nunca te has visto como un miserable pecador que va camino al infierno y viviendo una vida vacía y sin sentido, si te sientes satisfecho contigo mismo, tu nunca has venido a Cristo.

Yo no puedo negar tu experiencia, pero si puedo decirte con la autoridad de las Escrituras que sea lo que sea que hayas experimentado, no fue venir a Cristo, y por consiguiente continúas sumido en la perdición.

Pero si has percibido esa necesidad, si te sientes hambriento y sediento espiritualmente, trabajado y cargado por el peso de una conciencia culpable, no desesperes, porque ese es el primer paso para venir a Cristo, y Él puede suplir plenamente tu necesidad.

 Fuente: coalicionporelevangelio.org

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¿CÓMO PUEDE DIOS SER UNO Y TRES A LA MISMA VEZ?

 


Por: Steven Morales

La Trinidad es el misterio fundamental de la fe cristiana. Trinidad es esa palabra que usamos para describir la naturaleza de Dios: Él es un Dios y tres personas.

Para dar una breve definición: Dios existe eternamente como tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y cada persona es plenamente Dios, y hay sólo un Dios.

A pesar de que no haya una mención explícita de la Trinidad en la Biblia, hay pasajes que nos apuntan hacia ella:

“Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él.  Y he aquí, se oyó una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”. (Mateo 3:16–17 )

En Mateo 3:16–17 vemos a Juan bautizar a Jesús (allí está una persona), los cielos se abren y el Espíritu (allí está la segunda) desciende sobre él, y se escucha la voz del Padre (allí está la tercera). Tres personas de la Trinidad en un lugar a la misma vez.

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”.( Génesis 1:26 )

Génesis 1:26 nos muestra que Dios se identifica a si mismo con el pronombre posesivo nuestra en vez de mi, refiriendo a la imagen en la cual el hombre fue creado. Esto parece indicar una pluralidad de personas en la naturaleza de Dios. Dios es un Dios y tres personas.

Jesús le dice a los discípulos en Juan 14:15-17, “Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre”.  Claramente Jesús les esta diciendo que Él le rogará al Padre para enviarles al Espíritu Santo. Estos pasajes solo tienen sentido en el contexto de un Dios multi-personal, no una persona con varios disfraces.

¡Tiempo!... ¿Cómo puede Dios ser uno y tres a la misma vez? ¿Suena como una contradicción, no? En realidad, no.

Decir que Dios por la eternidad ha sido y continua siendo un Dios y tres personas no quiebra la ley de no-contradicción. Decir que Dios es un Dios y tres Dioses sí sería una contradicción. Decir que Dios es una persona y tres personas también es una contradicción. Pero decir que Dios es un Dios y tres personas es una cosa completamente distinta.

Esta es la realidad de la Trinidad: la forma en que Dios es uno es diferente que la forma en que Dios es tres.

Dios es uno en esencia

Dios es uno en cuanto a su esencia, su sustancia. La Trinidad, las tres personas, consisten de una misma sustancia. Esa sustancia es lo que hace que Dios sea Dios. Es su deidad. No es algún material, ni nada físico. Es Su “Dios-idad”. La más clara imagen que tenemos en las Escrituras para entender cómo se mira la esencia de Dios es nada más y nada menos que Jesús.

Colosenses 2:9 dice, “Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él…”. ¿Quieres ver la a esencia de Dios? Mira a Jesús. Esa misma esencia que hace que Jesús sea Dios es la que hace que el Padre y el Espíritu Santo también sean Dios.

Dios es tres Personas

Hay algunos pasajes que nos indican que el Padre es 100% Dios (Juan 6:27, 1 Corintios 8:6, 2 Corintios 1:3). Hay otros pasajes que nos indican que el Hijo es 100% Dios (Mateo 28:9; Colosenses 1:16-17, Romanos 1:3-4). E incluso hay otros pasajes que muestran que el Espíritu Santo es 100% Dios (Hechos 5:3-4; Juan 14:16; 2 Corintios 3:16-18).

Pero si tomamos en cuenta todo el consejo de Dios, también veremos que la Palabra nos dice que Dios es uno (Deuteronomio 6; 1 Samuel 2:2, Juan 5:44, y Romanos 3:30). Entonces, ¿qué hacemos? Lo que no debemos hacer es tratar de racionalizar realidades complicadas para hacerlas más fácil de tragar o explicar.

Nuestra responsabilidad sí involucra nuestra razonamiento —es algo que Dios nos ha dado y refleja su naturaleza— pero nunca lo debemos usar para contradecir cosas en la Biblia que son claramente enseñadas pero no claramente entendidas. Que algo no sea fácil de entender no significa que no sea verdadero.

Un misterio fundamental

Dios es un misterio (Job 11:7). Aunque eso nos pueda confundir a veces, también nos muestra que Él es Dios, supremamente e infinitamente más allá de nosotros (Apoc. 1:8). Si Dios fuera una creación humana, entonces esperaríamos poder explicarlo humanamente. Pero ese no es el Dios que se nos ha sido revelado en la Biblia. Es un Dios misterioso. No domesticado por hombres y no fácil de comprender.

A pesar de que hay cosas que no podemos entender acerca de Dios, sí podemos saber que es totalmente posible que el sea uno y tres a la misma vez. Él es un solo Dios, de una esencia, que existe eternamente cómo tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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