“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

miércoles, 30 de noviembre de 2022

NO CONSIDERES TU VIDA COMO TUYA



10 consejos para tomar decisiones sabias

Por: Nicolás Tranchini 

Si quieres tomar decisiones cristocéntricas, debes tener en cuenta este principio: Tu vida no es tuya. Nada de lo que tienes te pertenece. Ni tu cuerpo, ni tu tiempo, ni tus dones, ni tu casa, ni tu dinero, ni siquiera tus relaciones más preciadas (padre, madre, cónyuge, hijos, novia/o, amigos, etc.). Todo lo que tienes es un don de Dios:

Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación”. (Stg 1:17). 

Este principio bíblico es tan antinatural como necesario. Genera un rechazo automático en nuestro corazón, pero tal y como lo haría una persona que va a construir una torre, debo detenerme seriamente a «calcular el costo» (Lc 14:28-30). ¿Por qué? Porque tres veces Jesús afirma que si no estoy dispuesto a vivir este principio, ¡no puedo ser Su discípulo!

Si auien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser Mi discípulo (…) Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser Mi discípulo (Lc 14:26-27, 33).

Evalúa tus decisiones

Este universo le pertenece a Dios, no es ni tuyo ni mío. Es Su mundo, no el nuestro. ¿Tomas tus decisiones con esta verdad en mente? Hace casi cien años Oswald Chambers preguntó en su libro En pos de lo supremo: «¿Has experimentado tu “funeral blanco”, o estás engañando… tu propia alma? ¿Ha habido un punto en tu vida que puedas marcar como tu último día?».

“Este universo le pertenece a Dios, no es ni tuyo ni mío. Es Su mundo, no el nuestro. ¿Tomas tus decisiones con esta verdad en mente?”

El apóstol Pablo afirmó la misma idea hace casi dos mil años: «Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva» (Ro 6:4 DHH). ¿De qué clase de vida está hablando Pablo? De una vida que ha cambiado sus valores, que tiene metas nuevas, que está dejando de poner primero sus intereses propios y está comenzando a poner primero los intereses de Otro.

Déjame compartir contigo algunas preguntas de reflexión que pueden ayudarte a evaluar tus decisiones, siempre y cuando seas honesto contigo mismo:

1. ¿Mi decisión va a debilitar mi apetito, sensibilidad y amor por Dios?

2. ¿Estoy buscando glorificar a Dios con esta decisión? ¿Lo hago quedar bien a Él o a mí?

3. ¿Estoy poniendo primero Su reino o solo estoy buscando mi propio beneficio?

4. Mi decisión, ¿va a ayudarme a compartir el mensaje del evangelio con quienes no lo conocen?

5. ¿Va a permitir que yo, mi familia u otros crezcamos espiritualmente?

6. ¿Me va a impedir servir a Dios con el nivel de entrega que Él me pide? ¿Me va a ayudar a hacerlo?

7. ¿Qué ídolo está saliendo a la luz a través de esta situación confusa o poco clara que me toca vivir?

8. ¿Cómo puedo desarrollar una cualidad del carácter de Cristo que no tengo tan desarrollada?

9. ¿Es esta la mejor manera a través de la cual puedo hacer discípulos a todas las naciones?

Mi voluntad “en neutro”

Hay una última pregunta esencial para hacerte (recuerda que la clave siempre es ser honesto): ¿Tengo una actitud de «manos abiertas»? En otras palabras, ¿realmente estoy buscando saber la voluntad de Dios o ya he tomado una decisión? ¿Estoy orando en busca de dirección o estoy orando para no sentirme tan mal y minimizar mi sentimiento de culpa? 

¿Puedo decirme a mí mismo con total honestidad que estoy dispuesto a hacer lo que Dios quiera, cómo Dios lo quiera, cuándo Dios lo quiera y dónde Dios lo quiera sin importar lo que me cueste? ¿Puedo aceptar un «no» o un «espera» por respuesta? ¿Estoy dispuesto a cambiar mis planes? 

Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es «no», ¿qué sentido tiene preguntarle a Dios por Su voluntad? Es como pedirle a alguien que me diga lo que quiere ¡mientras grito y me tapo los oídos!

Debo llegar al punto donde mis deseos están en un punto muerto, listos para inclinarse en cualquier dirección que Dios me muestre

Algo esencial para tomar una decisión es tener mi voluntad «en neutro». ¿Qué significa esto? Que debo llegar al punto donde mis deseos están en un punto muerto, listos para inclinarse en cualquier dirección que Dios me muestre. ¿Siguen allí? Sí, mis deseos no desaparecen, pero no están desbocados. 

Dice el salmista: «Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con Mis ojos puestos en ti (Sal 32:8). Pero observa la advertencia siguiente: «No seas como el caballo o como el mulo, que no tienen entendimiento; cuyos arreos incluyen brida y freno para sujetarlos, porque si no, no se acercan a ti» (v. 9).

La imagen es clara, ¿verdad? En ti y en mí hay una inclinación natural a desbocarnos, a ser como caballos sin freno; personas que nadie las puede detener cuando desean algo. La pregunta es la de siempre: ¿Qué es lo que más quieres? ¿Vivir para ti o vivir para Dios?

Medita en este principio: Tu vida no es tuya, no te pertenece. Toma tus decisiones grandes y pequeñas filtrándolas por esta verdad.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Vida Cristiana 

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COMPRENDE EL LLAMADO DE DIOS PARA TU VIDA

 


Por: Nicolás Tranchini

Una de las preguntas más importantes que debes hacerte en la vida es: ¿Cómo me llama Dios a impactar el mundo? No leas esta pregunta tan rápido. Medita en ella unos segundos. Aunque parezca mentira, nunca es demasiado tarde (ni demasiado temprano) para pensar en el llamado de Dios.

Piensa un momento en Nehemías. Un hombre adulto, con una posición laboral inmejorable en el gobierno más importante de su época, con una óptima situación de vida (vivía en un palacio) y, de repente, recibe noticias de que las murallas de Jerusalén están sin construir. «¡Eso!» grita este hombre. «¡A eso le voy a dedicar todo mi tiempo, dinero y mi energía!».

“El rey me dijo: ¿Qué es lo que pides? Entonces oré al Dios del cielo, y respondí al rey: Si le place al rey, y si tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, para que yo la reedifique” (Neh 2:4-5).

3 tipos de llamado

Ten en cuenta este principio bíblico para tomar decisiones sabias: Dios nos llama a utilizar nuestros dones, talentos y fortalezas. Por eso quiero invitarte a que pensemos juntos en el llamado de Dios. Con el objetivo de clarificar algunos conceptos que suelen confundirse, quisiera proponerte que identifiquemos tres tipos distintos de llamados. 

El llamado primario o teocéntrico: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que sus vidas giren en torno a amarlo a Él:

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? 37 Y Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el grande y el primer mandamiento”. (Mt 22:36-38).

Hay un llamado que está por encima de todos los llamados, es el llamado a Dios mismo. Como dice Os Guinness: 

“Nuestro llamado primero como seguidores de Cristo lo hace él, a él y por él. Antes que nada fuimos llamados a Alguien (Dios), no a algo (como la maternidad, la política o la docencia), ni a alguna parte (como el centro de la ciudad o la zona rural de Mongolia)” (El llamamiento: Cómo hallar y cumplir el propósito esencial de tu vida, p. 69).

El llamado secundario o misional: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que compartamos el evangelio y discipulemos a otras personas (Mt 28:19-20). No importa quién seas ni a qué te dediques, no puedes no hacer esto. Hablar a otros de Cristo es la gran misión en tu vida.

“El llamado

particular de Dios para tu

vida es un filtro indispensable

para decidir qué vas

hacer con tu tiempo,

tu dinero, tus dones

y talentos”

Más allá del trabajo, ministerio y la edad que tengas, siempre tienes que estar evangelizando y siempre tienes que estar ayudando a alguien a crecer en su fe.

El llamado terciario o particular: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que, sin descuidar los primeros dos llamados, nos enfoquemos de manera especial en una forma de servicio particular que se corresponda con nuestros dones, fortalezas y anhelos más profundos con el objetivo de entregar gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo a este servicio (1 P 4:10-11). 

¿De qué estoy hablando? De algo que te apasiona; de un impulso divino que no te deja dormir; de una dulce carga puesta por Dios que, como a Nehemías, hasta te hace llorar (Neh 1:4). Las posibilidades de servicio son tan grandes y diversas que me resulta absolutamente imposible de nombrar. 

¿Necesitas algunos ejemplos? Servir a enfermos terminales; ayudar a refugiados; construir pozos de agua en regiones necesitadas; enseñar la Biblia con excelencia y creatividad; ser una abogada que se enfoca en tomar casos de gente sin recursos; ser el CEO de una compañía que dedica sus esfuerzos a purificar el aire contaminado. Las posibilidades son tan infinitas como diversas, incluso ¡construir una muralla!

Decide según tu llamado particular

“Te ruego, oh Señor, que tu oído esté atento ahora a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que se deleitan en reverenciar tu nombre; haz prosperar hoy a tu siervo, y concédele favor delante de este hombre” (Neh 1:11).

¿Qué pide Nehemías? ¿Un millón de dólares? No. Estaría mal pedir eso, ¿verdad? Te equivocas. Nehemías no pide un millón de dólares, ¡pide muchísimo más que esa cantidad! Pide que decenas de hombres trabajen para él; que a todos sus hombres se les financie un viaje al otro lado del imperio; dinero para comprar madera y piedras con el fin de amurallar ¡una ciudad entera! Finalmente se le entregan oficiales del ejército y hombres de a caballo para que lo acompañen en su travesía, sin que él lo pida (Neh 2:4-11). 

“Sirviendo es donde

llegamos a ser la

mejor versión de

nosotros mismos,

donde fluimos y nos

destacamos; donde

vivimos la plenitud

en Cristo”

El problema no es lo que pedimos; el problema es lo que queremos con lo que pedimos. ¿Qué quería Nehemías? Quería vivir su llamado.

Dios te ha hecho un llamado particular. Ese llamado divino no es un llamado a la fama, ni al éxito, ni a la popularidad ministerial. Tampoco es un llamado a hacer algo extravagante, especial o distinguido. El llamado cristiano es una pasión especial por una forma de servicio especial.

Cuando sirves a otros en la forma particular en la que Dios te ha llamado sientes dentro de ti: «¡He sido creado para esto!». Sirviendo es donde llegamos a ser la mejor versión de nosotros mismos, donde fluimos y nos destacamos; donde vivimos la plenitud en Cristo. En una forma muy real, volvemos al Edén y anticipamos el cielo.

Como escribió Pablo: «Y yo muy gustosamente gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré por vuestras almas» (2 Co 12:15; cp. Hch 20:24). Os Guinness no pudo ser más claro respecto a la importancia del llamado de Dios para cada uno: 

“La fe en Cristo recuperará su autoridad decisiva en el mundo moderno solo cuando nosotros, los que seguimos al Señor, temamos a Dios más que a los poderes y a los favores de la modernidad; cuando escuchemos el llamado de Dios y nos sintamos tan cautivados por su convocatoria que digamos, como Lutero… «Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa»” (El llamamiento, p. 125-26).

El llamado particular de Dios para tu vida es un filtro indispensable para decidir qué vas hacer con tu tiempo, tu dinero, tus dones y talentos.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Vida Cristiana 

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martes, 29 de noviembre de 2022

CUANDO DECIR “MALA MÍA” ES INSUFICIENTE

 


Por: José (Joselo) Mercado

“Mala mía” es una frase escuchada frecuentemente en el Caribe. Es la manera en que uno se puede disculpar sin tener que realmente pedir perdón. Un famoso cantante de salsa hizo conocida una frase que decía “perdona sae”; más que pedir perdón, la frase cuestiona la razón de la persona ofendida por el hecho de ofenderse.

Vivimos en una cultura donde, por la facilidad de los medios sociales, la tentación de decir palabras ofensivas se ha multiplicado exponencialmente. Como creyentes, debemos ser cuidadosos y precisos con lo que decimos, velando que lo que expresamos no pueda ser malinterpretado. Después de todo, la Escritura enseña que vamos a rendir cuentas por cada palabra que digamos con nuestra boca –o escribamos con nuestro teclado–:

“Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio”. (Mt. 12:36).

¿Qué significa pedir perdón?

El significado del pedir perdón ha cambiado en nuestro día. Ya no carga el mismo peso que debería tener. Una celebridad puede hacer comentarios ofensivos o racistas, y simplemente resuelve la situación diciendo que no era su intención y pidiendo disculpas “si ofendió” a alguien. Usamos frases como “mala mía” para disculparnos sin realmente adueñarnos o tomar responsabilidad de la falta. Pareciese que hemos perdido una cosmovisión bíblica de lo que es pedir perdón.

Bíblicamente pedimos perdón cuando hemos pecado: “soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. (Col. 3:13).

El pedir perdón viene intrínsecamente ligado a una aceptación de culpa, seguido del arrepentimiento. No es algo que se comunica cuando decimos “perdóname si te ofendí”, lo cual muestra que no piensas que hiciste algo incorrecto. Ese “si” condicionante cambia totalmente la idea. Esta no es una visión bíblica del perdón.

De la abundancia del corazón

Es de gran importancia usar un lenguaje bíblico al resolver conflictos. Por ejemplo, en mi familia no decimos “tengo stress”, sino “estoy ansioso”. El primero pretende que el problema es externo a uno, pero la ansiedad es un pecado en la Biblia por el cual debemos arrepentirnos. Mi esposa Kathy y yo hemos aprendido ser intencionales con nuestras palabras. Nunca decimos “no era mi intención decir eso”. Nuestras palabras revelan lo que está dentro de nosotros: “¡Camada de víboras! ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca”. (Mt. 12:34).

A la vez, las palabras son objetivas y nos permiten determinar objetivamente si lo dicho puede ser ofensivo. Entonces, en el preciso instante en que  decimos “no era mi intención”, debemos dudar de nuestras intenciones y observar si objetivamente nuestras palabras fueron ofensivas dentro del contexto, tono y momento en que fueron compartidas.

Con lo dicho, creo que hay dos posibles escenarios que podemos enfrentar al entrar en un conflicto de palabras con alguien. El primer escenario resulta cuando las palabras compartidas son objetivamente ofensivas. En este caso, el que habló mal debe reconocer su pecado y pedir perdón. El segundo escenario resulta cuando la persona ofendida se ofende por palabras que objetivamente no son ofensivas. En tal caso, el que habló no necesariamente debe pedir perdón, y el ofendido debe dejar su ofensa (Mt. 18:15-17; Gá. 6:1).

Existen pecados que claramente son pecados, como el adulterio o la estafa. En estos casos debemos confrontar el pecado directamente. Pero hay otras situaciones que no son tan claras, especialmente en cuanto a la comunicación. En casos como estos, el ofendido debe ir con su hermano y aclarar la situación.

De no resolverse la situación, Mateo 18 nos anima a buscar la ayuda de otras personas. Por su parte 1 Corinitos 6, nos da el consejo de buscar jueces entre la iglesia que resuelven la situación. Hay métodos bíblicos para resolver el problema y poder determinar si en realidad hubo pecado o no.

Un tercer escenario

Existe también un tercer escenario. En este vemos que aunque no hubo pecado por parte del que habló, sí pudo haber traído dificultad al hermano ofendido. Puede que sus palabras en sí no fueron pecaminosas, pero tal vez no tuvo la sabiduría para saber cómo o cuándo decirlas.

Estos casos tal vez no merecen perdón, pero sí empatía a la otra persona. ¿Quién no le ha dicho algo a su cónyuge justo en el momento inoportuno? Quizás ella tuvo un largo día con los niños. Tan pronto llega, vengo de prisa y disponiéndome a salir para una reunión, le pregunto ¿cuándo estará la comida? Ella rompe en llanto. Luego de hablar, ella puede ver que yo usualmente no soy exigente en esa área, que en verdad necesitaba saber cuándo iba a comer para poder planificar de mejor manera mí tiempo.

No tengo que pedirle perdón por mis palabras. Pero si puedo decir “siento que este incidente te haya afectado”. Puedo ver que hubiera sido mejor preguntarle “¿cómo estás?” antes de pensar en la comida, y puedo pedirle perdón por eso. Aunque no hubo pecado, sí puede haber un sentido de empatía con la persona afectada.

Perdonar porque hemos sido perdonados

¿Por qué complicarnos la vida? ¿Por qué tomar tan en serio las ofensas que cometemos o se cometen contra nosotros? El camino que aparenta más fácil sería ignorar o guardar resentimiento en silencio. Pero para el cristiano, en cuanto al pecado, no hay otro camino que tomar que el perdón motivado por el evangelio. En Mateo 18:23-35 vemos la parábola de los dos deudores.

El mensaje es sencillo: aquellos que hemos sido perdonados de una gran deuda perdonamos las deudas contra nosotros. Nosotros tomamos en serio el pecado, las relaciones y la santificación del cuerpo de Cristo porque Cristo ha dado Su vida para perdonar nuestro pecado, restaurar nuestras relaciones, y santificarnos a Su semejanza.

Al caminar por este proceso de una forma que glorifica a Dios, podemos llegar a una verdadera restauración por medio del perdón, si en verdad hubo una ofensa. O también podemos aclarar y ver que no había razón para ofenderse. De ambas formas, preservamos la unidad del cuerpo (Ef. 4).

No decimos  “mala mía”, o “perdona si te ofendí”, sino que pedimos perdón. A la luz de todos los pecados que Dios nos ha perdonado, nos es fácil perdonar a los demás. Y a sabiendas de nuestra condición caída que requirió el sacrificio del Hijo de Dios, sabemos que somos propensos a pecar, por lo que somos prontos en pedir perdón. 

Tomemos en serio el perdón. Es algo que fue tan serio para Dios que envío a su Hijo para que tú y yo fuéramos perdonados y por consiguiente perdonar a otros

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Vida Cristiana 

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lunes, 28 de noviembre de 2022

NO LE PONGAS FECHA A JESÚS

 


Por: Stephen Witmer 

Desde los días de Jesús, personas han afirmado que los eventos del fin de los tiempos ocurrirían en sus días.

A mediados de los 1800, un erudito bíblico llamado William Miller afirmó que Jesús regresaría el 21 de marzo de 1844. No ocurrió. La primavera vino y se fue sin señal de Jesús. Miller determinó que sus cálculos habían sido erróneos, y afirmó que era una demora divina, parte del plan de Dios. Eventualmente estableció otra fecha, en octubre de 1844, que de nuevo resultó incorrecta. Sus seguidores fueron ridiculizados. Algunos sufrieron dificultades al abandonar sus trabajos para dedicarse a difundir la noticia acerca del inminente retorno. Algunos agricultores dejaron sus plantíos sin cosechar; otros regalaron sus posesiones. De las profecías fallidas de Miller (llamadas “la gran desilusión”) surgió el Adventismo del Séptimo Día. 

Avancemos hasta 1988. Edgar Whisenant, un ex ingeniero de cohetes de la NASA, escribió un folleto titulado 88 razones por las que el rapto será en 1988, en el cual afirmaba que Jesús regresaría en un día del 11 al 13 de septiembre, y que la tribulación comenzaría al atardecer el 3 de octubre. Dos millones de copias del folleto circularon en los años previos a 1988. Algunas personas en el sur de los Estados Unidos abandonaron sus empleos, vendieron sus casas, y se entregaron completamente a la oración antes de la fecha prevista. Y septiembre de 1988 pasó tranquilamente. El sol se puso el 3 de octubre y se levantó de nuevo el 4 de octubre, sin señal de la tribulación. Whisenant recalculó, esta vez pensando que el final vendría en septiembre de 1989, luego en 1993, y luego en 1994. Murió en el 2001. 

Y así la lista sigue y sigue. Es fácil burlarse de estas predicciones fallidas, pero hay una tendencia relacionada y más ampliamente aceptada entre los cristianos evangélicos que Graham Beynon ha llamado el “establecimiento implícito de la fecha”. Aunque no fijamos una fecha específica para el regreso de Jesús, muchos afirman que estamos viviendo el final de la historia, y apoyamos esta afirmación al hacer coincidir los acontecimientos actuales con algunas profecías bíblicas en específico. Se estima que un tercio de los evangélicos americanos (unos 20 millones de personas) creen que vivirán para ver el fin del mundo. Como pastor, hay cristianos que a menudo me dicen que creen que Jesús volverá en esta generación. 

¿Cómo responder a las determinaciones explícitas e implícitas de una fecha? 

Debemos empezar por reconocer el aspecto positivo de los intentos equivocados que buscan discernir la fecha del regreso de Jesús: inspiran y promueven una expectativa ansiosa del retorno de Jesús. Podemos aplaudir ese deseo por Jesús. Si somos honestos, admitiremos que no nos sentimos suficientes en nosotros mismos.

Sin embargo, muchos de estos intentos ignoran las palabras y el espíritu de lo dicho por Jesús en Mateo 24:36, “Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre”. Por 2000 años, las fechas del retorno de Jesús han estado equivocadas, así que las palabras de Jesús han comprobado ser ciertas.

Tres problemas con poner fecha

Además, los intentos por establecer la fecha (de manera explícita o implícita) socavan el enfoque bíblico de esperar a Jesús, y lo hacen de tres maneras significativas.

1. Establecer fechas estimula un tipo de inquietud por el fin de los tiempos que desalienta la paciencia. Cuando los autores del Nuevo Testamento gritan: “¡Ven, Señor Jesús!”, es siempre con la perspectiva de que Jesús solo vendrá cuando Dios lo quiera, y que no sabemos exactamente cuándo será eso. Nuestra ignorancia de la fecha del regreso de Jesús requiere una mezcla de expectación ansiosa y paciencia humilde. Pero esa humildad y paciencia se quebrantan cuando los cristianos creen que han “descubierto” que vivimos en la última generación.

2. Establecer una fecha desalienta la vida productiva. Cuando los carismáticos líderes que fijan fechas convencen a sus seguidores de alguna fecha específica, a menudo los seguidores se vuelven muy improductivos. En el pasado dichos seguidores han vaciado sus cuentas bancarias, abandonado sus empleos, y gastado recursos que podrían haber sido mejor aprovechados para el reino. 

Jesús apunta a lo contrario. Al final de su gran sección en Marcos 13 en la que enseña el fin de los tiempos, Jesús cuenta una historia que justifica la productividad. Dice que un hombre se fue de viaje, dejó a sus criados a cargo y le dijo al portero que se quedara despierto. Jesús entonces ordena a sus discípulos que permanezcan despiertos, porque no saben cuándo regresará. En este contexto, permanecer despierto no significa averiguar cuándo Jesús volverá, sino seguir adelante con nuestras responsabilidades en esta vida, “mientras tanto”, hasta que Él regrese. 

3. Fijar una fecha es un intento de tomar el control. Esperar un evento cuando no sabemos cuándo sucederá puede ser incómodo y exigente. Parece que Jesús quiere que sintamos este malestar porque quiere que estemos siempre preparados para su venida. La conclusión de la parábola de las diez vírgenes es la siguiente: “Velen, pues no saben ni el día ni la hora” (Mt. 25:13). Como dijo el teólogo G. C. Berkouwer una vez, no fuimos llamados a contar el tiempo que falta para el regreso de Jesús, sino llamados a contar con ese tiempo, para que pueda dar forma y fruto a nuestras vidas en el presente. 

Esperando a Jesús 

Esa espera basada en fijar la fecha explícita o implícitamente es nuestro intento humano de tomar el control del tiempo de la venida de Jesús. Al establecer una fecha, ya sea exacta o aproximada, se elimina la incómoda incertidumbre de no saber cuándo volverá Jesús. Pero Dios quiere que esperemos a Jesús no porque tengamos confianza en una fecha, sino porque confiamos en la promesa de Dios. El apóstol Pedro le dijo a sus lectores cómo debían esperar: “Pero, según Su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (2 Pe. 3:13). 

Cuando nuestra espera de Jesús se basa en la promesa de Dios, obtenemos nuestra confianza de quien ha hecho la promesa. Es una buena noticia para los cristianos porque el Dios de la promesa es el Señor soberano de la historia, y por lo tanto es totalmente confiable. Nuestra certeza surge de la confiabilidad del carácter de Dios, no de la precisión de nuestros cálculos. El regreso de Jesús no es un enigma a descifrar, sino una promesa de Dios en la que podemos confiar. 

La espera basada en la promesa de Dios produce humildad y esperanza. Humildad, porque este tipo de espera nunca puede huir de Dios para encontrar la certeza del retorno de Jesús en un código, o una pista escondida, o en alguna correlación de eventos modernos en separación de Dios mismo. La seguridad de que Jesús regresará solo puede obtenerse apoyándose en la promesa de Dios, lo que significa apoyarse en Dios mismo. Esto nos lleva a una conciencia más profunda de que no podemos hacer que suceda; depende totalmente de Dios. Esto nos humilla. 

Pero esperar a Jesús en base a la promesa de Dios también produce esperanza, porque significa que el fundamento de nuestra espera no es meramente un deseo; es una certeza basada en el carácter de Dios mismo. En Hechos 1:10-11, dos ángeles prometen que Jesús regresará del cielo:

“Y estando mirando fijamente al cielo mientras Él ascendía, aconteció que se presentaron junto a ellos dos varones en vestiduras blancas, que les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo”.

Esa promesa produce gran esperanza dentro de nosotros cuando nos aferramos a ella y construimos nuestras vidas sobre ella. Produce una sólida esperanza bíblica de que no seremos condenados en el último día, porque Jesús nuestro defensor nos salvará de la ira venidera (1 Tes. 1:10). 


Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Biblia y Teología / Regreso de Cristo

Imagen: Lightstock

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sábado, 26 de noviembre de 2022

¿QUÉ ES EL NUEVO NACIMIENTO?



Por: Fabio Rossi

Cuando Nicodemo se encontró a solas con Jesús (Jn. 3:1-6), le dijo que todos estaban impresionados con las señales y milagros que Él realizaba. Jesús le contestó que lo realmente importante no eran las señales y milagros, sino el cambio radical en la vida de una persona que solo se podría describir como un nuevo nacimiento.

Esta expresión, “nacer de nuevo”, seguro tenía más sentido para los primeros lectores del Nuevo Testamento que para nosotros hoy. El comentarista bíblico, William Barclay, dice que los judíos usaban esta expresión al hablar de aquellos que procedían del paganismo y aceptaban el judaísmo mediante la oración, el sacrificio, el bautismo, y la circuncisión. El prosélito que abraza el judaísmo, decían los rabinos, es como un niño recién nacido.

La concepción judía del nuevo nacimiento era tan radical en aquellos días que incluso se llegaba a creer que todos los pecados que hubiera cometido una persona se le habían perdonado porque ahora era alguien diferente. Y no solo eso, sino que llegaban al extremo no bíblico de afirmar (¡aunque no se esperaba que procedieran así!) que el hombre “nacido de nuevo” se podía casar con su madre o su hermana porque todos sus lazos familiares anteriores quedaban anulados al entrar a la nueva vida.

Probablemente muchos leerán esto y se escandalizarán al ver la manera extremista en que estas personas concebían el nuevo nacimiento. Sin embargo, esa concepción está más cerca de la verdad bíblica de lo que pudiéramos imaginar.

De muerte a vida: radical y necesario

El nuevo nacimiento según la Biblia es tan radical como pasar de muerte a vida (ver Ef. 2:1; Ro. 6:4). No hay punto intermedio o variedad de niveles cuando hablamos de la nueva vida en Cristo. En la Biblia hay evidencia de una transformación que se nos da por la obra de Cristo a nuestro favor y en nuestro lugar.

En palabras de Pablo, esta novedad de vida es profunda y marca un contraste:

“Despójense del viejo hombre […] y vístanse del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad. Por lo tanto, habiendo dejado la mentira, hablen la verdad cada uno con su prójimo. […] El que robaba no robe más…”, Efesios 4:22-23, 25, 28 RVA.

“El nuevo nacimiento implica un estilo de vida renovado que obedece al evangelio”.

El nuevo nacimiento implica un estilo de vida renovado que obedece al evangelio. A pesar de los esfuerzos por encontrar un paralelo o referencia histórica de la comprensión de esta expresión, la realidad es que ninguna le hace justicia a la profundidad y el efecto del nuevo nacimiento según lo vemos en la Biblia.

Asimismo, el nuevo nacimiento, además de ser radical, también es necesario. Juan Calvino, al comentar sobre el encuentro entre Jesús y Nicodemo, escribió: “Por el término ‘nacer de nuevo’ Jesús no se refiere a la enmienda de una parte sino a la renovación de toda la naturaleza. De ahí se deduce que no hay nada en nosotros que no sea defectuoso”.

En este relato, Jesús revela varias verdades importantes, pero hay una que quiero resaltar aquí. En Juan 3:3, él dice: “En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (énfasis añadido).

Nuestro estado espiritual, como resultado de la Caída, tiene un impacto devastador sobre el mundo entero (Ro. 5:12). Por naturaleza somos hijos de ira y estamos apartados de la gloria de Dios (Ef. 2:3; Ro. 3:23). Este estado de separación no solo nos impide ver el reino de Dios, sino que pone en evidencia nuestra mayor necesidad.

La necesidad del nuevo nacimiento surge de la incapacidad del ser humano, en su estado natural, para “ver” o “entrar en” el reino de Dios. Por muy dotado, moral, o refinado que sea, en su condición natural está totalmente ciego a la verdad espiritual y no puede entrar en el reino de Dios y ser llamado hijo de Dios. Esto es lo que Jesús le muestra a Nicodemo y, por extensión, a todos nosotros hoy.

De arriba: divino y eterno

En su comentario al Evangelio de Juan, D. A. Carson señala algo importante:

“Si Nicodemo, con su conocimiento, dones, comprensión, posición e integridad, no puede entrar al reino prometido en virtud de su posición y obras, ¿qué esperanza hay para cualquiera que busque la salvación en ese sentido? Incluso para un Nicodemo, debe haber una transformación radical, la generación de una nueva vida, comparable con el nacimiento físico”.

Este cambio tan radical y necesario jamás podrá nacer del corazón del hombre. De hecho, entre los estudiosos de la Biblia existe discusión acerca de la expresión “de nuevo” (del griego, anōthen, en “nacer de nuevo”), pues podría significar tanto “de arriba” como “de nuevo”.

El nuevo nacimiento no ocurre por esfuerzo humano, sino más bien por una obra divina.

En su conversación con Jesús, Nicodemo lo entendió como “de nuevo” (o “por segunda vez”, en Juan 3:4). Pero al mismo tiempo, Jesús enseña que este nacimiento no ocurre por esfuerzo humano, sino más bien por una obra divina, como escribe Juan:

“Pero a todos los que Lo recibieron, les dio el derecho (el poder) de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios”, Juan 1:12-13.

En otros pasajes bíblicos vemos que el nuevo nacimiento es obrado por Dios en nosotros mediante su Palabra. Por ejemplo, 1 Pedro 1:23 dice: “Pues han nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece”.

¿Y qué es la palabra de Dios en ese contexto? Es el evangelio (1 Pe. 1:25). Es la narración de los eventos históricos (la vida y obra redentora) de Cristo que revelan su gloria. Esta narración, por el Espíritu Santo, produce el nuevo nacimiento y despierta la fe, porque “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).

Conclusión

¿Cómo ha sido tu vida desde que naciste de nuevo? ¿Experimentaste un cambio radical y profundo? ¿Fue una transformación evidentemente divina o más bien se trató de un resultado de esfuerzos humanos y todavía necesitas nacer de nuevo?

El nuevo nacimiento es un cambio radical y necesario. Es efectuado y otorgado por Dios para que por medio de la fe podamos abrazar de forma consciente a la persona de Jesucristo como el Salvador, Señor, y el Tesoro de nuestra vida por siempre.

¿Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn. 5:5).

Examinemos nuestras vidas a la luz de esta verdad, y vivamos como hombres y mujeres que han nacido de Dios, que vencen al mundo, y que traen gloria al Padre.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Biblia y Teología /Preguntas bíblicas

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jueves, 24 de noviembre de 2022

LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA DEPRESIÓN

 


Por: José (Joselo) Mercado

Existen temas que uno se siente inadecuado para escribir. Para mí, la depresión es uno de estos. Hasta hace unos años atrás yo pensaba que la depresión era un invento de la psicología moderna. Las personas tenían que dejar de ser tan sensibles y confiar en Dios.

Pero durante el año 2011 experimenté personalmente periodos de profunda tristeza en mi vida. Dios lo permitió para que yo pudiera ver lo que experimentan otros hermanos en la fe, y con ello poder consolar como yo fui consolado (2 Cor. 2:4).

En la Biblia podemos observar que las personas experimentaron momentos profundos y extensos de tristeza. En los salmos, por ejemplo, vemos al salmista derramar su alma:

“Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; Asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios. Muchos verán esto, y temerán y confiarán en el Señor”, (Salmos 40:1-3).

“¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!”, (Salmos 42:11).

También podemos ver al profeta Jeremías con una gran lucha en su alma (Lam. 3:14-20). La realidad es que la Biblia presenta la verdad de que en un mundo caído lucharemos con nuestras emociones. Y en ciertos momentos esa lucha puede ser profunda y extensa

La realidad biológica

Antes de continuar, es importante señalar que la depresión podría ser causada por aspectos biológicos. Un golpe severo en la cabeza, cambios hormonales, tumores, alergias dietéticas, el sobrepeso, entre muchas otras cosas pueden afectar el funcionamiento del cerebro. Es esencial que una persona que esté padeciendo depresión elimine la posibilidad de que algo físico sea la causa, para poder trabajar la situación.

Conocí a una persona que estaba luchando con la depresión más de lo acostumbrado. Le recomendé que visitara al doctor, y después de ir con una endocrinóloga, supo que algunos de sus niveles hormonales no estaban bien. Con ejercicio y dieta, la persona salió del ciclo depresivo (y perdió cinco libras).

Habiendo dicho esto, ¿qué sucede con personas que experimentan largas temporadas de depresión? La comunidad médica suele atribuir esto a desbalances químicos en el cerebro. Aunque no negamos la gracia común que existe en la ciencia, los creyentes deseamos procesar nuestras vidas de forma bíblica.

El problema con limitarnos a un diagnóstico como este es que muchas veces impide que el creyente vea los aspectos espirituales relacionados a su tristeza. Simplemente amarran su situación a un problema biológico que solo puede ser resuelto con medicamentos.

Los medicamentos pueden ser un medio de ayuda para llevar a una persona a un lugar donde pueda comenzar a pensar racionalmente. Con todo, debemos ser conscientes de que vivimos en una cultura sobre-medicada, particularmente en Estados Unidos, que desea suprimir el dolor y no sentir nada.

El creyente debe caminar con mucho cuidado la ruta de la medicación durante un tiempo de depresión. No deseamos hacer que nadie se sienta rechazado en nuestras comunidades de creyentes porque están en un tratamiento con antidepresivos, pero sí deseamos que ellos no dependan de por vida de estos medicamentos.

La gracia en el sufrimiento

La depresión es un tipo de sufrimiento. Hay momentos en que alguien puede experimentar algunos días de tristeza que son difíciles de explicar. Pero también hay personas que pasan épocas largas con debilidad y poco ánimo para vivir. Para ambas situaciones hay gracia de parte del Señor. El creyente debe creer que Dios nos puede dar la gracia necesaria para ver sus promesas y poder confiar más profundamente en Él durante esta etapa difícil de la vida.

Como comenté anteriormente, hace unos años viví un periodo de depresión profunda. Durante ese tiempo no tome ningún tipo de antidepresivo, pero me ayudó el tener una dieta saludable y abundante. Me di cuenta de que si no consumía las calorías que necesitaba diariamente, era mucho más propenso a una tristeza más profunda. El ejercicio fue un medio de gracia para mantenerme a flote. Sin embargo, lo más importante de todo fue la Palabra de Dios.

Me di cuenta de que mi depresión estaba atada a mi sentido de vivir centrado en mí. Había situaciones en mi vida que no eran de mi agrado, y pensaba que no merecía estas cosas. Para salir de la depresión comencé con el arrepentimiento. Miré áreas de mi vida donde no estaba confiando en Dios y confesé mis pecados. Busqué el perdón de Dios y su presencia en mi vida.

Con esto llegó el poder predicarme las verdades de la Palabra que no estaba creyendo. Me recordaba constantemente que Dios es bueno, que Él no me abandona, que Él está conmigo. En algunos días sentía que Dios estaba lejano, pero aún así continuaba recordando para mí mismo las verdades del evangelio.

Mi esposa fue un medio de gracia muy importante. Para ella esta época fue una sorpresa, pues se casó con un hombre energético, independiente, y alegre. Con todo, ella me sostuvo durante los días oscuros y me apuntó constantemente a las verdades del evangelio. En ese tiempo, el salvavidas que me mantenía a flote era recordar que soy un pecador perdonado.

“La dieta me ayudó, correr me ayudó, mi esposa me ayudó, pero el que me salvó fue Dios mismo”.

El Salmo 73 se convirtió en mi bálsamo. No puedo recordar cuánto lo leí, quizá fueron cientos de veces. Me podía identificar con el salmista que envidiaba la prosperidad de los impíos. El verso 17 se convirtió en mi grito de guerra: “Hasta que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos”.

Me di cuenta que lo que necesitaba era la presencia de Dios. No necesitaba que mis circunstancias cambiaran, sino al Dios inmutable. La dieta me ayudó, correr me ayudó, mi esposa me ayudó, pero el que me salvó fue Dios mismo. Sin la presencia de Dios hubiera seguido en un espiral de la cual quizá nunca hubiera podido salir.

Mirando hacia atrás, ese tiempo se ha vuelto un periodo preciado en mi vida. Dios se volvió más precioso para mí, su evangelio tomo mayor valor y su presencia se convirtió en mi refugio. Con el salmista pude decir:

“¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra”, Salmo 75:25.

Y también:

“Más para mí, estar cerca de Dios es mi bien; en Dios el Señor he puesto mi refugio, para contar todas tus obras”, Salmo 75:25.

Si te encuentras en una espiral de depresión, te animo a que busques ayuda. Elimina la posibilidad de que el problema sea algo físico. En medio de todo, lo más importante es que la presencia de Dios sea tu bálsamo. En nuestra debilidad necesitamos ser animados recordando que Dios está cerca. Como él salmo 46 nos dice, “Él es un pronto auxilio en la tribulación”.

Lo importante es que por el evangelio, por la muerte de Cristo, podemos acercarnos a Dios. Podemos entrar al santuario para que Dios se convierta en aquello de mayor valor. Cuando esto sucede, todo lo terrenal pierde valor y podemos regocijarnos en el Dios de nuestra salvación.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Tema: Vida Cristiana 

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