“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

martes, 31 de enero de 2023

3 ADVERTENCIAS AL CRISTIANO SOBRE LA PSICOTERAPIA

 


Por: David Barceló

Empecé mis estudios en la facultad de psicología en 1991. Era un joven de 18 años ilusionado y convencido de que la psicología podía ayudar a la gente y podía ayudar a la iglesia del Señor. Cuando hablaba de ello con pastores, amigos, y líderes cristianos, todos me animaban y me aconsejaban libros sobre cómo integrar la psicología y la fe: “Será muy bueno para ti y para la iglesia”, “¡Ánimo! Necesitamos cristianos que sean psicólogos”, “Toda la verdad es verdad de Dios, no estamos en contra de la ciencia”.

No recibí ni una sola palabra de advertencia, pero pronto pude sentir el ateísmo que inundaba el aula. Gracias al Señor me agarré fuertemente a mi Biblia para mantenerme a flote, tomar aire, y seguir buceando en un mar de humanismo. Dios me sustentó. Recuerdo que en el último año de carrera un compañero me preguntó:

“David, ¿tú no eras cristiano? ¿Aún lo eres después de lo que has escuchado?”. Aún hoy me sigue sorprendiendo que algo tan evidente a ojos de un joven ateo no sea percibido por los ojos de muchos cristianos. El gran esfuerzo que algunos hacen por justificar la integración de la psicología y la fe no es, me parece, sino la mayor evidencia de cuán incompatibles son.

Busqué respuestas en los libros de “psicología cristiana”, pero me sonaban a la misma psicología secular, con algunos versículos bíblicos espolvoreados por encima. En medio de mi desorientación, mis padres recordaron una crítica que escucharon años atrás sobre la “consejería noutética”, un modelo que deseaba ser netamente bíblico.

A partir de ahí empecé a leer a Jay Adams, Wayne Mack, John MacArthur, David Powlison, Tedd Tripp, y Ed Welch, entre otros, y en un cambio radical de cosmovisión adopté la consejería bíblica, y Dios me llamó al ministerio.

En la providencia del Señor, diez años después de entrar en la facultad de psicología me preparaba para aprender teología. Junto con mi esposa Elisabet, y ya con nuestro primer hijo Moisés, nos mudamos a Norteamérica para estudiar en el seminario Westminster. Entonces sí que llegaron las advertencias, y algunas fueron muy vehementes: “Cuidado con el seminario”, “Ya sabes que la doctrina divide”, “La letra mata, pero el espíritu vivifica”, “No es tan necesario, ¿no te parece?”, “Westminster ¿es antipsicología, no? ¡A ver qué te enseñan ah

Cuanto más lo recuerdo, más psicodélico me parece. Es como aconsejarle a tu hijo que no beba del “vaso teológico” porque el cristal pudiera estar sucio… pero animarle a beber del “vaso psicológico” invitándole a separar el agua del veneno con la lengua mientras va tragando. 

Sé que el tema es profundo, y este artículo es pequeño. Quisiera con la ayuda del Señor escribir más en el futuro sobre otros asuntos relacionados con este, pero en un espacio tan breve solo deseo compartir algunas advertencias que yo no escuché en su día. Es necesario recalcar que al hablar de psicología me refiero a la clínica, a las psicoterapias, al intento del hombre por tratar los asuntos del alma.

Hay otras aplicaciones, por ejemplo, en el campo de la educación o la empresa, con las que no tenemos conflicto. Usamos las observaciones de la psicología al ayudar a un niño en su proceso de aprendizaje, o en la selección de personal en una empresa. Otras ramas de la psicología están más cerca de la fisiología o la biología.

El conflicto se produce cuando la psicología pretende responder a aquello que la Palabra de Dios responde. Entonces los temores, las ansiedades, y las tristezas del alma son medicadas como asuntos meramente orgánicos, o encaminadas con alguna de las muchas psicoterapias, que son el intento de sanar mediante la conversación según las filosofías de vida del mundo. 

Esas psicoterapias son las que llamamos coloquialmente psicología, o psicologías —con “p” minúscula y en plural, como prefiero llamarlas dada su falta de acuerdo—, y representan el esfuerzo del hombre por cambiar al hombre con los recursos del hombre. Son más de 400 filosofías de ayuda, que expresan el desesperado intento de la humanidad por repararse a sí misma.

El esfuerzo es loable, pero intentar entender al ser humano aparte de la Revelación de Dios es como intentar leer un idioma desconocido. El humanismo puede contentar a los incrédulos, pero no debiera satisfacer a los creyentes, y espero que estas letras nos hagan pensar sobre las repercusiones de dejar entrar las psicologías en nuestras vidas y en nuestras iglesias. Podríamos hablar largo y tendido sobre si las psicoterapias funcionan como una medicina para el alma o más bien como una droga, pero lo que es seguro es que vienen sin prospecto y causan serios efectos secundarios. 

Advertencia 1: La psicoterapia te aleja gradualmente de las Escrituras  

La cultura psicológica que nos rodea es titánica, y en el caso de acabar entrando en la iglesia la inundación puede ser irreversible. Conferencias, publicaciones, retiros, entidades, y un sinfín de eventos introducen el discurso psicológico en las iglesias y en los púlpitos.

A la psicología poco a poco se le atribuye más autoridad y mayores competencias. La sabiduría humana va reemplazando la sabiduría divina. La ansiedad, el temor, o las relaciones familiares dejan de ser asuntos espirituales para pasar a ser problemas psicológicos, y los cristianos van buscando respuestas fuera de la Palabra, y ven la Biblia cada vez más como un libro lleno de buenos consejos pero sin soluciones para los retos de la vida. 

Pero la psicología tiene apenas doscientos años de existencia. ¿Cómo ha tratado siempre los asuntos de la vida la iglesia del Señor? Si en los momentos turbulentos la iglesia busca dirección en las filosofías de ateos como Freud, Rogers, o Skinner, es señal de que necesitamos urgentemente una nueva Reforma que redescubra la suficiencia de la Palabra de Dios. Sin embargo, la consejería bíblica aboga por el sola Scriptura de los reformadores (2 Ti. 3:16-17), porque aquello que llamamos “consejería bíblica” supone ministrar la Palabra de Dios en privado. 

Si bien la predicación y la enseñanza tienen una función formativa, la consejería bíblica tiene un rol curativo. La consejería bíblica supone el reto de predicar la Palabra en medio de la tormenta, de tal modo que encontremos en Cristo todo el sentido, consuelo, y dirección que el alma necesita. La consejería bíblica pregona el sola Scriptura, y la iglesia que practica la consejería bíblica crece más y más en su apetito por la Palabra de Dios al ver su riqueza y trascendencia para los asuntos cotidianos (2 Pe. 1:3). 

Advertencia 2: La psicoterapia estorba seriamente la santidad 

No hemos sido redimidos para vivir vidas felices, sino para vivir vidas santas y dedicadas al Señor (1 Pe. 1:15). Todos queremos ver iglesias que crezcan en santidad, pero muchos son los obstáculos que el enemigo, el mundo, y nuestra propia concupiscencia lanzan a nuestros pies para hacernos tropezar. En medio de las dificultades, Dios usa el sufrimiento de una forma muy especial para purificarnos al mostrarnos los ídolos que escondemos en el corazón, y al renovar nuestras fuerzas con su Espíritu. 

Pero vivimos en una época muy impaciente y hedonista. La idea de proceso de cambio produce aversión, y dejarse arrastrar por las rápidas respuestas de la industria psiquiátrica supone una gran tentación porque la meta de las psicologías es la felicidad. Con una etiqueta diagnóstica, la persona halla una explicación rápida y plausible a su dolor. Pero el etiquetaje victimiza y aleja a los cristianos de las respuestas bíblicas. 

En las iglesias parece haber, por tanto, cada vez menos pecadores y cada vez más enfermos que se han refugiado en la cosmovisión psicológica de sus experiencias. Ese rol pasivo ante la vida nos aleja de la santificación para la cual fuimos comprados, y la lucha contra el pecado es sustituida por psicoterapia. 

Sin embargo, allá donde la consejería bíblica está presente, Dios es el centro de la ecuación. Los síntomas físicos se tratan con compasión, y la responsabilidad humana es encarada con valentía. La meta del cristiano sigue siendo la misma a pesar de las emociones y circunstancias, y el creyente comprende que debe seguir creciendo en santidad aun en medio de su fragilidad.

Como Job en su dolor, como José en prisión, como Daniel en el exilio, somos llamados a dar gloria a Dios aun en la adversidad sin dejar que nuestra historia excuse nuestra conducta. El vocabulario bíblico nunca nos mueve a la pasividad o el victimismo, sino al deseo de reconocer nuestras debilidades, nuestras culpas, y nuestras pruebas, y en medio de ellas confiar en Jesucristo al ir hacia la meta en el poder del Espíritu. La consejería bíblica, en tu vida y en tu iglesia, estorba la carnalidad y fomenta la formación del carácter de Cristo.  

Advertencia 3: La psicoterapia mina profundamente el ministerio pastoral 

En mi juventud pensé que la psicología sería una gran ayuda para el ministerio de los pastores. Pero es más bien todo lo contrario. No lo alimenta. Lo devora. Hace unos años visité un pastor conocido en Estados Unidos. Durante el almuerzo, él y su esposa me contaban lo bien que estaban en su iglesia. “La gente es muy amable y simpática —decía ella—. Estamos muy felices aquí”. Parecían estar viviendo un ministerio de ensueño. Ella añadió: “Son tan amables. Nuestra gente nunca nos dice sus problemas”.

Eso me inquietó. Por la tarde me pasearon por las instalaciones del precioso edificio que habían construido, y en la zona de despachos mi mirada se clavó atónita sobre el rótulo de una de las puertas: “Psychologist”. 

En las iglesias donde la psicología ha hecho su nido, el pastor va perdiendo terreno en su labor de cura de almas. A algunos no les molesta, pero muchos otros lo viven con frustración al ver cómo el intrusismo del psicólogo les va dejando fuera de la vida de sus feligreses.

El llamado “secreto profesional”, versión secular del secreto de confesión, cierra la puerta a cualquier exhortación pastoral o disciplina eclesial que pudiera ser necesaria, al desautorizar a los líderes que Dios ha puesto en la congregación (Heb. 13:17). 

Ante esta inundación psicológica, muchos pastores reemplazan la cura de almas por el evangelio social, sucedáneo de la tarea pastoral que han abandonado en manos de los psicólogos. El mito de la integración no ha llevado la Biblia a las facultades de psicología, pero sí ha introducido en los seminarios el DSM, el manual de diagnósticos psiquiátricos. 

Muchos siervos del Señor se sienten incapacitados y frustrados al no poder desempeñar bien su tarea, y cansados de derivar sus ovejas al “psicólogo cristiano” más cercano, acaban viéndose abocados a estudiar psicología ellos mismos.

Pero allá donde la consejería bíblica resurge, el pastor apacienta las almas que Dios le ha encomendado (1 Pe. 5:2). Allá donde la consejería bíblica abunda, el pastor habla a los corazones de sus hermanos tal como la iglesia del Señor ha hecho a lo largo de los siglos, exponiendo las Escrituras (Heb. 4:12). 

Usemos los recursos de Dios

Querido hermano, prosigamos adelante en la tarea de “hacer discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19), lo cual implica la evangelización de los pueblos y el establecimiento de iglesias sanas. Pero la gran comisión también implica enseñar a guardar “todas las cosas que el Señor nos ha mandado” (Mt. 28:20). Esa tarea supone enseñar lo que el Señor nos dijo sobre cómo lidiar con la ansiedad, cómo vencer el temor, cómo vivir en el matrimonio, como afrontar el sufrimiento, la ira, el perdón, la tristeza, y cómo aplicar la Palabra a nuestras vidas de forma cotidiana. En esta hermosa tarea de edificar la Iglesia de Cristo, tengamos siempre a Cristo como el centro de todo. 

Seamos precavidos. Las psicologías son filosofías de ayuda que representan el esfuerzo del hombre por cambiar al hombre, y se nos presentan como aquellas “filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” de las que nos advierte el apóstol Pablo (Col. 2:8). 

Sin embargo, la consejería bíblica supone ayudar al hombre con los recursos de Dios. Aconsejemos con la Palabra, para ver cómo la consejería bíblica vigoriza a la iglesia y la llena de compromiso, cómo nos hace crecer en santidad y nos aleja del victimismo y el letargo espiritual, y cómo llena a los pastores de una confianza renovada en su labor.

Que todos con pasión y compasión llevemos a cabo la labor que el Señor nos encomendó, y para la cual nos compró con su sangre preciosa.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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lunes, 30 de enero de 2023

TODO EL CONSEJO DE DIOS

 


Por: José «Pepe» Mendoza

Johann A. Bengel, un erudito pietista luterano alemán, escribió en su edición del Griego del Nuevo Testamento (1734) una frase que resume magistralmente la actitud que todo cristiano debe tener frente a la Palabra de Dios:

Te Totum Applica ad Textum (Aplícate todo tú al Texto)

Rem Tota Applica ad Te (Todo su material aplícalo a ti)

En primer lugar, la naturaleza de la Palabra de Dios nos obliga a nada menos que  someternos por completo a ella. No podemos olvidar su poder y autoridad porque “Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca” (Sal. 33:6).

No estamos delante de un libro cualquiera, ya que no hay ningún texto literario de cuyo autor se pueda decir “Porque Él habló, y fue hecho; Él mandó, y todo se confirmó” (Sal. 33:9).

Al someternos completamente al texto bíblico, estamos reconociendo que tenemos en nuestras manos la mismísima Palabra del Dios creador del cielo y la tierra, cuya sabiduría, soberanía y dominio nos incluye a nosotros mismos. Una actitud de sometimiento ante la Palabra de Dios no producirá mero conocimiento; provocará adoración y servicio obediente al Dios vivo y verdadero que se ha revelado a sí mismo.

Francis Schaeffer ilustra el resultado de esta actitud cuando cuenta que después de una larga discusión acerca del cristianismo, la persona con la que habló se despidió diciéndole: “Gracias por abrirme estas puertas; ahora puedo adorar a Dios de una mejor manera”. Él concluye diciendo que nunca olvidaría a esa persona porque era alguien que realmente había entendido el resultado de acercarse por completo a la Palabra de Dios.

En segundo lugar, nosotros tendemos a acercarnos a la Palabra de Dios basados en pequeños intereses espirituales particulares. Hemos aprendido erróneamente a sacar de la Palabra pequeñas píldoras de aquí y de allá que, aparentemente, sanan nuestros males. Hemos deshojado y reducido tanto la Palabra de Dios que hemos perdido de vista su sentido y poder original y general. Bengel, por el contrario, nos anima a  volver a respetar y aplicar “todo” el mensaje de la Palabra de Dios en nuestras vidas.

Y esto no tiene nada de insólito porque el mismísimo apóstol Pablo hizo lo mismo en su tiempo. Él le dijo a sus discípulos de Éfeso, “… pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios” (Hch. 19:27). Declarar todo el consejo de Dios y no pequeñas porciones inconexas es lo que el pueblo de Dios necesita para recobrar su vitalidad espiritual. Aplicar la frase de Bengel solo será posible bajo la convicción del salmista, quien dijo: “Por el camino de tus mandamientos correré, porque tú ensancharás mi corazón” (Sal. 119:32).

Necesitamos pedirle al Señor un corazón ensanchado para volver a tomar toda la Palabra de Dios, con toda nuestra vida, estudiándola por completo, con pasión, clamando a Dios por inteligencia para no esquivarla, cortarla, reducirla o minimizarla, aplicándola a todas las áreas de nuestra vida para que, finalmente, nuestro Señor sea glorificado por el Poder de su Palabra.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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domingo, 29 de enero de 2023

¿QUÉ HAGO CUANDO EN MI IGLESIA NO SE PREDICA LA SANA DOCTRINA?


Por: Edgar R. Aponte 

Recientemente recibí un mensaje de un joven creyente en México compartiendo su frustración con la predicación y la enseñanza de su iglesia local. “¿Qué debo hacer?”, era su pregunta. A su vez, este hermano presentaba su frustración al ver a muchos de sus amigos adoptar un pragmatismo enfermizo, haciendo cosas mundanas para “llamar” jóvenes a la iglesia.

Lamentablemente, esta situación está lejos de ser la excepción: es algo que les está ocurriendo a muchos hermanos en toda Latinoamérica. Sucede que muchas iglesias han sido infectadas con malas doctrinas, como el llamado evangelio de la prosperidad o un moralismo que distorsiona el mensaje bíblico.

En algunos casos, los propulsores de estas enseñanzas son líderes no regenerados por el Espíritu Santo. Pero en otros, por no haber tenido un fundamento sólido en el evangelio y en sanas doctrinas, lo que ha ocurrido es lo que el apóstol Pablo advirtió a los colosenses: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Col. 2:8).

En ese contexto, gracias a Internet y a otros medios, muchos jóvenes han podido ser expuestos a las buenas enseñanzas de pastores como John Piper, John MacArthur o Mark Dever, entre otros. Diversos recursos audiovisuales y el acceso a buenos libros han permitido a muchas personas entender mejor el poder del evangelio, conocer acerca de la inerrancia de las Escrituras, y tener consciencia de la importancia de la predicación expositiva, entre otras cosas. Claro, este “fenómeno” también trae sus riesgos. Es por esta razón que antes de responder a la pregunta del joven de México, me gustaría compartir algunas observaciones y preocupaciones.

De la mente al corazón

Muchos de los que son expuestos de manera prolongada a las doctrinas de la gracia han terminado abrazando estas enseñanzas. Ahora, un problema un tanto común, especialmente entre los jóvenes, es que entienden estas enseñanzas de una manera cognitiva, pero no en términos afectivos. Es como si las doctrinas de la gracia solo se quedan en el cerebro y no llegan al corazón, lo que pareciera producir una persona orgullosa, arrogante y poco amorosa.

En algunos casos, el deseo se reduce a querer debatir con todo el mundo, etiquetando a las personas de “pelagianas”, quizás sin conocer la historia y la realidad del término. Esta situación nos indica que en realidad no ha habido un entendimiento correcto de esas doctrinas.

Si has sido justificado a través del arrepentimiento de tus pecados y la fe en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo, y si sabes que esa salvación ha sido por gracia, debes de ser un poco más humilde. Hermanos: NUNCA se nos puede olvidar que Dios nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, en los cuales anduvimos en otro tiempo, “siguiendo la corriente de este mundo… haciendo la voluntad de la carne… y éramos por naturaleza hijos de ira… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:1-5).

El pastor y teólogo puritano Richard Sibbes estaba en lo correcto cuando dijo: ¿Cómo podemos ser orgullosos cuando Dios se humilló en la cruz?

Comprender las implicaciones de las doctrinas de la gracia nos hace más humildes, porque sabemos de dónde Dios nos rescató; y a la vez nos lleva a amar más a los demás, porque sabemos el infinito costo de su amor sacrificial.

En la iglesia y fuera de ella, recordemos que “el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les concede que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Ti. 2:24-26).

La iglesia y el llamado al discipulado

Uno de los espíritus de nuestra generación es un rechazo a la autoridad. Queremos ser llaneros solitarios y vivir bajo el manto del individualismo. No obstante, cuando leemos la Biblia vemos que Dios rechaza este estilo y actitud. La vida cristiana es un llamado al discipulado y a hacer discípulos (Mt. 28:19-20). Y esto no es exclusivo del Nuevo Testamento: en el Antiguo Testamento vemos cómo el Señor le ordenaba a su pueblo que se discipularan uno a otros, recordándose unos a otros sobre la fidelidad de Dios y sus grandes obras.

Cuando alguno se descarriaba le recordaban el Éxodo, la forma en que Dios los había redimido y las promesas del pacto. Jonathan Leeman está en lo correcto al decir que discipular es “amar de vida a vida, en palabra y hecho”. Esto nos enseña que no podemos ser discípulos al margen de una iglesia local. El verdadero discípulo no deja de congregarse (He. 10:25).

Respondiendo a la pregunta

Lo que  hemos dicho no significa que debemos quedarnos callados cuando se corrompa la Palabra o cuando la predicación no sea sana. Más bien, como le dice Pablo a Timoteo, debemos de corregir con mansedumbre. A la vez es importante decir que la división puede ser pecaminosa.

Si bien la división fue algo sano y necesario en la Reforma Protestante, cuidémonos de criticar a nuestros líderes porque ahora solo cantan dos himnos en vez de cinco como antes. Una de las limitaciones a la hora de responder a una pregunta tan específica es que no conocemos todos los detalles del caso en particular. Es por eso que le respondo al hermano compartiendo algunos principios que pueden ser de ayuda:

• Ora. Ora mucho por tus líderes y por ti mismo. Pídele a Dios que les muestre sus errores y que proteja tu propio corazón; que te muestre si hay en ti cualquier esbozo de error o pecado.

• Ama. La verdad y el amor son dos caras de una misma moneda. No puedes amar verdaderamente sin la verdad, y la verdad siempre viene acompañada de amor. Cristo es la Verdad y Él es amor.

• Da buen testimonio. Vive y modela el evangelio. Pídele a Dios que te ayude a ser consistente al vivir el evangelio que predicas.

• Ten paciencia. Sé paciente y prudente. Los cambios muchas veces toman tiempo.

• Haz memoria. Recuerda que tú también creías lo mismo que ellos pero Dios, en su gracia y misericordia, te sacó de la oscuridad y te permitió entender mejor su Palabra.

• Busca una iglesia sana. Si después de orar y conversar directamente con tus pastores, entiendes que ellos no se someten a la autoridad de la Biblia, entonces busca otra iglesia donde puedas someterte y respetar la autoridad de los líderes y crecer en el conocimiento de Cristo.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: pixabay.com

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viernes, 27 de enero de 2023

¿ESTÁS BUSCANDO PAZ ESPIRITUAL Y PROPÓSITO EN TU VIDA?


 Por Gerson Morey

El otro día leía acerca del fundador de una academia virtual que provee material de educación y asesoramiento escolar para niños y adolescentes. El decía que es un error del sistema de educación exigir solo un 70 al 80% al estudiante para seguir avanzando al otro nivel. Eso implica que cada vez que el niño avanza, un déficit de 20 al 30 % se va acumulando para perjuicio del estudiante. Luego el entendimiento se hace defectuoso para los próximos niveles de aprendizaje.

Una situación similar puede suceder con una persona cuando falla en comprender la naturaleza del pecado o tiene un entendimiento defectuoso de su condición pecaminosa. Fallar en comprender el pecado de Adán y sus consecuencias, nos llevará a tener una idea errada de nuestra existencia y peor aun, nublará toda noción de nuestra necesidad de un Salvador. Por el contrario, un entendimiento correcto del pecado es básico para comprendernos mejor y necesario para entender la vida en general y sobre todo para comprender las verdades bíblicas.

La biblia dice que las consecuencias del primer pecado pasó a toda la creación (Romanos 5:18) puesto que Adán era el representante de la raza humana (Génesis 3:1-19). A esas consecuencias en teología se le ha llamado el “pecado original”. Este incluye la culpa que se nos cuenta por ese pecado, es decir, somos tan culpables como Adán y dignos de condenación (Romanos 5:19). Además, esas consecuencias implican una corrupción que heredamos y que nos hace naturalmente enemigos de Dios. Nuestro corazón quedó afectado (Jeremías 17:9) y por eso se inclina siempre y sólo hacia el mal (Génesis 6:5).

Por fallar en entender estas verdades, muchas personas pasan la vida buscando consejeros o “coaches”, y otros hasta terapias y libros de autoayuda tratando de mejorarse o de cambiar el rumbo de sus vidas. Todo esto sin ningún provecho. En el mejor de los casos, algunos se acercarán a las iglesias, pero por no comprender su verdadera necesidad, la experiencia de congregarse puede que los ayude levemente, pero no conllevará cambios significativos a sus vidas.

Quizá estás leyendo este artículo y te identificas con lo dicho hasta ahora y buscas cambiarte o cambiar tu vida. Probablemente estás tratando de mejorarte o mejorar tu vida y por eso deseas, buscas o dices cosas como estas:

* Quiero cambiar mi vida

* Siento un vacío en mi corazón

* Anhelo paz espiritual

* Quiero encontrar propósito en mi vida

Estoy convencido que en la mayoría de los casos estas frases son genuinas y llegan después de tiempos de meditación o nacen del cansancio en la rutina o producto de la frustración de la vida y de tiempos difíciles. No obstante me gustaría ayudarte a identificar tus verdaderas necesidades detrás de estas emociones:

¿Sientes un vacío en tu corazón?

Eso es cierto y es bueno que entiendas que se trata del corazón. El corazón del hombre quedó despojado de su virtud original y ahora es, en palabras de Jeremías “engañoso y perverso” (Jer 17:9). Además es un corazón que no puede amar a Dios y disfrutar de él por que está endurecido por el pecado.

En palabras del profeta Ezequiel es un corazón de “piedra”(Ezequiel 36:26). Es por eso que la única solución para ese vacío es transformarlo en uno completamente nuevo. Y el único que puede hacer eso es Dios sólo a través de Su espíritu cuando remueve el corazón de “piedra” y lo cambia por uno de “carne”. El corazón que Dios da, es sensible, dispuesto a seguirle, amarle y obedecerle, porque es un corazón que está lleno de Su amor (Romanos 5:5).

¿Quieres cambiar de vida?

La única manera de cambiar de vida es a través de un cambio en nuestra relación con Dios. Los hombres somos pecadores desde que nacemos y hemos vivido ofendido a Dios y violando Sus mandamientos. Como dije arriba, somos culpables y merecemos castigo. Pero la Biblia dice que el castigo por los pecados del pecador fue llevado por Cristo en la Cruz del Calvario.

El cambio de vida no se produce a menos que el pecador se arrepienta de sus pecados y ponga su confianza solamente en Cristo para el perdón de sus pecados y así recibir el regalo de la vida eterna. La palabra arrepentimiento en los idiomas originales implicaban  2 ideas: Volverse a Dios y cambiar de mente. Mejor dicho, el arrepentimiento que debes procurar es aquel que incluye una cambio de mentalidad con respecto al pecado, una actitud de renunciar al pecado y una disposición de volverse a Dios.

Es por eso que Jesús, Juan el Bautista, Pedro y Pablo llamaban a los hombres al arrepentimiento cada vez que predicaban (Marcos 1:15 & Mateo 3:2 & Hechos 2:38 & Hechos 17:30). Nunca habrá un cambio en tu vida, a menos que procures el arrepentimiento. Ese es el verdadero cambio.

¿Anhelas paz espiritual?

Recordando que en nuestro estado natural, es decir desde que nacemos, los hombres somos enemigos de Dios (Romanos 1:30 & Colosenses 1:21) y nuestro estilo de vida nos demuestra eso. Hacemos precisamente las cosas que son desagradables y ofensivas a Él. Es por eso que David decía que Dios aborrece a “todos los que hacen iniquidad”(Salmos 5:5).

Esto nos presenta un cuadro hostil de una feroz guerra entre Dios y el hombre. Una guerra en la que los hombres no tenemos la más mínima posibilidad de ganar. La única manera de cambiar ese estado es cuando el pecador se arrepiente, sus pecados perdonados y así justificado delante de Dios.

Pablo decía que “habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Esto quiere decir que sólo a través del sacrificio de Cristo podemos reconciliarnos y estar en paz con Dios. Esa es la paz que necesitamos y esa paz es la base para la paz espiritual que estás buscando. La paz con Dios es la verdadera y única paz.

¿Quieres encontrar propósito en tu vida?

Partiendo de que fuimos creados por Dios, es nuestro Creador quien decide cuál es Su propósito al crearnos. Dicho de otra manera, Dios es quien determina nuestro propósito en la vida. El profeta Isaías decía ” todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43:7 ).

Pablo decía que Dios hace todas las cosas según su buena voluntad con el fin “de que seamos para alabanza de su gloria” (Efesios 1:12) y en otra parte también dijo que “todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). Esto quiere decir que el fin principal del hombre o el propósito principal de nuestra existencia es que glorifiquemos a Dios.

Glorificamos a Dios primeramente al recibir a Cristo y confiar únicamente en Su obra para el perdón de nuestros pecados; glorificamos a Dios cuando vivimos una vida de obediencia a Su palabra y lo glorificamos cuando lo reconocemos en todos nuestros caminos. Mientras vivas bajo esta convicción, ten por seguro que estarás viviendo en la voluntad de Dios y estarás cumpliendo tu propósito en la vida.

Invitación final

Si Dios te ha dado convicción de pecado a través de este escrito, reconoces que debes reconciliarte con él, y estás dispuesto ha abandonar tu pecado y seguir a Cristo, eso significa que el Señor ha comenzado una obra en tu corazón. Entonces te animo a que le pidas perdón a Dios.

Arrepiéntete de tus pecados y pon tu confianza en Cristo. El prometió diciendo “al que a mí viene, no le echo fuera. (S.Juan 6:37). El también invitó a los hombres diciendo “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. (S. Mateo 11:28).

Corre a Cristo mi amigo y abraza esa cruz por qué en ella está tu salvación. Sólo por ella Dios se acerca a ti y tu puedes acercarte a Él. Corre a Cristo porque sólo él puede transformar tu vida, llenar tu corazón, darte la paz que necesitas y propósito a tu vida.

Por Su sacrificio, un día estaremos morando eternamente con él en los cielos donde Dios mismo secará “toda lágrima” y en ese lugar no habrá más muerte ni dolor (Apocalipsis 21:4). Que bendita salvación. Que bendito Dios. ¡Grandes cosas ha hecho el Señor!

Busca una iglesia de sana doctrina cerca de tu casa y comienza a congregarte, busca un grupo de creyentes para que te ayuden en tu caminar cristiano, empieza a leer la Biblia, ora y comparte con otras personas la salvación que Dios te ha concedido.

Bienvenido a la familia de la fe.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: pixabay.com

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jueves, 26 de enero de 2023

CUANDO DIOS NO REMUEVE EL AGUIJÓN

 

Por Gerson Morey

Uno de los relatos más conmovedores y honestos dentro de los escritos del apóstol Pablo se encuentra en la segunda carta a los Corintios. En ella, Pablo ha venido describiendo una experiencia que había tenido catorce años antes de escribir esta epístola, cuando dice él que “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co. 12:2). En ese lugar, continúa el apóstol, “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:4). Sin duda la experiencia de este gran hombre de Dios fue extraordinaria, única y gloriosa.

No obstante, Pablo reconoce que en vista del riesgo de auto exaltarse y vanagloriarse por esa experiencia, “me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Co. 12:7). El sentimiento de angustia se profundiza cuando después de orar, se le da a entender que el aguijón no será removido: “respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). Con seguridad la respuesta divina dejó perplejo al apóstol, al menos inicialmente.

A través de los años, los teólogos no se han puesto de acuerdo en cuanto a la naturaleza del aguijón de Pablo. Algunos han especulado con una enfermedad, y otros con una debilidad personal, etc. Más allá de esto sabemos que era una situación o condición que lo doblegaba y afligía al extremo.

No obstante, los creyentes nos podemos identificar con la experiencia de Pablo. En cierto sentido, todos en algún momento hemos experimentado (o seguimos experimentando) nuestro “aguijón”. Eso que nos doblega, nos aflige, y nos humilla. Eso que nos punza e incomoda. Persecución, debilidad, enfermedad
, escasez, temores, traumas o dolores. Sea lo que sea, nos aflige y estremece. Y lo que más nos frustra es que le pedimos a Dios, y el “aguijón” no es removido. Como le pasó a Pablo.

“Bástate mi gracia” le respondió el Señor a Pablo, y nos responde a nosotros también. “Mi gracia es suficiente. Mi gracia te basta”. Porque cuando Dios trae algo a nuestra vidas, sigue siendo un acto de su bendita y soberana gracia. Por gracia lo permite. Por gracia lo envía. Por gracia nos sostiene en medio de esas circunstancias difíciles. Por gracia obra y usa ese aguijón para nuestro bien. Por gracia está formando la imagen de su Hijo (Romanos 8:29). Su gracia es suficiente.

De eso se trata el evangelio: el anuncio de las buenas nuevas de salvación por gracia. En realidad toda la experiencia de la salvación es un don de la gracia de Dios, desde nuestra conversión inicial hasta la glorificación final, incluyendo nuestra santificación.

Esa es la razón por la que Dios no remueve el aguijón: Porque en medio y por medio de este, Él esta formando el carácter de su Hijo en nosotros.

Pablo le dijo a los Tesalonicenses que “la voluntad de Dios es vuestra santificación”( 1 Ts. 4:3). El Señor desea y está comprometido en hacernos crecer en santidad. A los filipenses se les dijo que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Hacernos y transformarnos a Su imagen es la gran obra que el Señor empezó, hace y terminará hasta el final.

Cuando Dios no remueve el aguijón es porque Él está obrando. Cuando la adversidad, la aflicción y el dolor perduran, debemos confiar que él no es ajeno a nuestras circunstancias. Dios es soberano y rey sobre nuestras dificultades, establece sus límites y los usa para nuestro provecho. Podemos descansar en que Su perfecta y bendita voluntad se está cumpliendo y que eso es lo mejor para nosotros.

La gracia es mayor que el aguijón. Su gracia es suficiente.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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miércoles, 25 de enero de 2023

¿QUÉ NO ES EVANGELIZAR?

 


Por Sugel Michelén

Durante varias semanas estuvimos predicando una serie de sermones enfocando la iglesia como una comunidad de gracia. Temas como: “La Comunidad Alcanzando a los de Afuera”. Respomdimos preguntas como: ¿Qué es el evangelio? ¿Quiénes deben evangelizar? ¿Qué no es evangelizar? Y ¿cómo debemos hacerlo? Para estos dos sermones me fue de mucha ayuda el libro de Mark Dever “The Gospel & Personal Evangelism”, el cual recomiendo con entusiasmo. He aquí parte de las notas del sermón que compartí un domingo con la iglesia, siguiendo sobre los puntos del pastor Dever.

Evangelizar no consiste en imponer nuestras opiniones religiosas sobre otros:

En una época tan pluralista como la que nos ha tocado ministrar, una de las objeciones más comunes en contra del evangelismo es que nadie tiene derecho a imponer sus opiniones sobre los demás, y mucho menos en algo tan personal como la religión.

Pero lo cierto es que cuando predicamos el evangelio no nos estamos imponiendo sobre los demás, porque el mensaje que debemos proclamar no es una opinión personal, sino un hecho revelado por Dios en Su Palabra.

Cuando un piloto anuncia a los pasajeros que se amarren el cinturón de seguridad porque están a punto de aterrizar, él no está “imponiendo” sobre ellos su opinión o preferencia personal, sino compartiendo un anuncio que puede evitarles un daño o incluso salvarles la vida.

Pues lo mismo ocurre cuando evangelizamos. Nosotros no inventamos el evangelio. Ni estamos tratando de imponer sobre las personas nuestras perspectivas de Dios o de la salvación.

De hecho, ni siquiera podemos imponer sobre los demás el verdadero mensaje de salvación que encontramos en las Escrituras. Nuestra responsabilidad es anunciar el mensaje, sembrar la semilla de la Palabra, pero no tenemos la más mínima capacidad para hacer que esa semilla germine. Eso es algo que nadie puede imponer sobre otro.

Escuchen lo que Pablo escribió a los hermanos de Corinto, los cuales se estaban “alineando” en torno a sus predicadores favoritos.

“¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento” (1Cor. 3:5-7).

Por más efectivo que un predicador pueda ser comunicando el mensaje de las Escrituras, él no tiene el más mínimo poder para hacer que sus oyentes se conviertan. Ningún hombre puede imponer el cristianismo sobre otro.

Evangelizar no consiste en compartir nuestro testimonio:

Con esto no estoy diciendo que sea incorrecto, o que no tenga ningún valor, el hecho de que nosotros compartamos con otros nuestro testimonio personal de salvación. Eso tiene su lugar, tanto entre los incrédulos, como entre los creyentes.

En el libro de los Hechos vemos a Pablo en dos ocasiones compartiendo el testimonio de su conversión. Es estimulante escuchar las diversas maneras como el Señor trata con los Suyos para traerlos a salvación. Alguien dijo una vez que hay un solo camino para llegar al Padre, nuestro Señor Jesucristo, pero que hay muchos caminos para llegar a Cristo.

Pero una cosa es compartir nuestra historia personal de salvación y otra muy distinta compartir el mensaje de la cruz. El testimonio personal puede ser el punto de partida para predicar el evangelio, pero si queremos evangelizar no podemos quedarnos ahí.

Evangelizar no consiste en involucrarnos en obras de bien social:

Y aquí debemos decir lo mismo que dijimos en el punto anterior. Es correcto que los creyentes manifiesten en formas concretas la misericordia del Señor haciendo bien; eso es algo que recomienda el evangelio que predicamos (comp. Mt. 5:16; 1P. 2:12). El Señor espera que los Suyos se involucren en este tipo de cosas (Mt. 25:34-36).

Pero de ninguna manera podemos confundir las obras de bien social con el evangelismo. La tarea de evangelizar implica la comunicación de un mensaje, ya sea de forma oral o escrita. Mientras ese mensaje no sea claramente comunicado a los hombres, allí no ha habido evangelismo, independientemente del bien que podamos hacer a otros.

Cuando sustituimos el evangelismo por las obras de bien social estamos perdiendo de vista que la mayor necesidad del hombre es reconciliarse con Dios contra el cual se encuentra enemistado por causa de su pecado.

Kevin DeYoung dice al respecto: “Las buenas obras pueden adornar el evangelio y son el fruto del evangelio. Pero las buenas obras en sí mismas no son el evangelio. Las personas necesitan escuchar las buenas nuevas de que Cristo vino a salvar a los pecadores”.

Los creyentes debemos hacerle bien a todos según tengamos la oportunidad, dice Pablo en Gal. 6:10, pero sin olvidar que cualquier otro problema humano pasa a ser secundario ante la realidad de que todos nosotros nos presentaremos algún día delante de nuestro Creador para rendir cuenta de nuestras vidas.

Tampoco debemos confundir el evangelismo con la apologética:

La palabra apologética significa presentar defensa de nuestra fe. Y una vez más, eso es algo bueno y necesario. Pedro nos dice en su primera carta que los creyentes deben estar preparados para presentar defensa (del griego “apología”), con mansedumbre y reverencia, ante todo aquel que nos demande una razón de la esperanza que hay en nosotros.

Muchas veces nos toparemos con personas que niegan la existencia de Dios, o que tienen dudas acerca del origen divino de la Biblia. Y nosotros debemos aprender cómo responder a tales personas.

Pero no es lo mismo defender la fe que predicar el evangelio. Presentar pruebas a favor de la inspiración de las Escrituras o de la existencia de Dios es una cosa, transmitir el mensaje de salvación es otra (aunque es posible que en ocasiones tengamos que hacer una labor apologética antes de que podamos proclamar el mensaje del evangelio).

Por otra parte, creo que es a lugar la advertencia de Mark Dever de que la apologética tiene sus peligros. Uno de ellos es que sin querer podemos confirmar a alguien en su incredulidad por nuestra inhabilidad de responder ciertas preguntas, algunas de las cuales no tienen una respuesta de este lado del cielo.

Por más buen apologeta que una persona pueda ser, nadie en este mundo puede responder todas las preguntas que la gente se hace en relación con la revelación bíblica. Pero como bien señala el pastor Dever, “el hecho de que no lo sepamos todo no quiere decir que no sepamos nada” (pg. 78).

A partir de lo que Dios sí ha revelado podemos dar a conocer a los hombres la condición en que se encuentran delante de Él, y la solución que Él mismo ha provisto para que podamos ser salvos. No nos dejemos intimidar por el hecho de que no tenemos todas las respuestas, porque no existe un solo ser humano en el mundo que las tenga.

Otro peligro de la apologética es que puede distraernos de comunicar el mensaje que los pecadores necesitan escuchar. En ese sentido debemos estar alertas para no dejarnos arrastrar por la agenda de los incrédulos (cuando los pecadores se sienten entre la espada y la pared con respecto a su pecado, muchas veces tratan de desviar la atención como hizo la mujer samaritana con el Señor Jesucristo, y de repente comienzan a preguntar por la esposa de Caín, o qué pasó con los indios que nunca escucharon el evangelio, o si hay vida en otros planetas).

Cristo tiene Su propia agenda: que los hombres conozcan cuál es su verdadero problema y la solución que Dios ha provisto para resolverlo; esa es la agenda que debemos seguir a final de cuentas.

No debemos confundir el evangelismo en sí con los frutos del evangelismo:

Esa es una distinción muy sutil, pero sumamente importante. Nosotros tenemos la responsabilidad de predicar el evangelio, pero no tenemos ni la capacidad ni la responsabilidad de convertir a nadie.

Como veíamos hace un momento, eso es algo que no está en nuestro poder. Como dice John Stott: “Evangelizar no significa ganar convertidos… sino simplemente anunciar las buenas nuevas, independientemente de los resultados” (cit. por Dever, pg. 79).

Nosotros debemos ser fieles comunicando el mensaje, pero ese mensaje no tendrá siempre el mismo efecto en aquellos que escuchan (comp. 2Cor. 2:15-16 – el mismo mensaje puede tener resultados distintos; esa es, en parte, la enseñanza del Señor en la parábola del sembrador).

Si no distinguimos entre el evangelismo y sus frutos dos cosas pueden suceder: la primera es que nos sintamos tan frustrados por la falta de resultados visibles que entonces dejemos de evangelizar; la segunda, es que recurramos a técnicas humanas en busca de resultados.

Mark Dever dice al respecto: “¿Quién puede negar que mucho del evangelismo moderno ha venido a ser emocionalmente manipulador, procurando simplemente provocar una decisión momentánea de la voluntad del pecador, pero descuidando la idea bíblica de que la conversión es un acto sobrenatural y bondadoso de Dios a favor del pecador?” (pg. 80).

¿Qué es, entonces, evangelizar? John Cheeseman lo define de esta manera: “Es declarar, en base a la autoridad de Dios, lo que Él ha hecho para salvar a los pecadores, advirtiendo a los hombres de su condición perdida, guiándolos a arrepentirse, y a creer en el Señor Jesucristo” (cit. por Dever; pg. 80).

Como dice Pablo en 2Cor. 5:20, nosotros “somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”.

Evangelizar no es otra cosa que dar a conocer a los hombres ese mensaje de reconciliación: El hombre está en problemas con Dios por causa de sus pecados, porque Dios en Su justicia dará a cada uno lo que merece; pero Él mismo proveyó el medio a través del cual Su justicia quedó plenamente satisfecha y los pecadores pueden ser perdonados: la obra redentora de Su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo, de la cual nos apropiamos por medio del arrepentimiento y la fe.

Seamos fieles comunicando el mensaje, vivamos en consonancia con nuestra predicación, y dejemos los resultados en las manos de Dios, que son infinitamente mejores y más confiables que las nuestras.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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lunes, 23 de enero de 2023

¿CÓMO SABER SI HAS PERDONADO DE VERDAD?

 


Por: Gerson Morey

Cuando la Escritura aborda el asunto del perdón, lo hace desde muchos y distintos ángulos. Desde luego que el perdón más prominente y la base para todo perdón es el que Dios concede al pecador cuando éste se arrepiente. El perdón que el Señor concede, es lo único que restaura nuestra relación con el Creador. Los Evangelios lo enseñan y las epístolas lo enfatizan.

Por ejemplo, la necesidad de perdonar es presentada como un mandato para todo creyente, como una evidencia de la nueva naturaleza, y también como una práctica que conlleva muchos y eternos beneficios. Es decir, el perdón nos hace crecer en santidad, nos hace semejantes a Cristo, sana y repara relaciones, contribuye a la unidad, etc. Pero sobre todas las cosas, el perdón es un acto de obediencia que glorifica a Dios.

Ahora bien, a la luz de la importancia asignada al perdón, los creyentes reconocemos dos verdades. Primero que en ocasiones será un desafío perdonar, especialmente cuando se trata de ofensas y agravios que causaron gran daño. Segundo, también reconocemos que la gracia de Dios nos asiste para hacerlo, es decir, es el Espíritu Santo quien nos da el poder y capacita para dispensar el perdón.

Sin embargo, al entender la importancia, la prominencia, la seriedad del perdón, ¿Cómo sabemos los creyentes si hemos perdonado a una persona?  ¿Cómo saber si estamos todavía resentidos con alguien? o ¿Cuál es la evidencia que hemos perdonado de verdad?

Creo que las Biblia nos provee muchas evidencias para responder estas preguntas. Podemos tomar algunos ejemplos donde el perdón jugó un papel importante y a partir de ahí obtener luz para saber si hemos perdonado de verdad. Es decir, textos que nos ayudarán a reconocer cuales son las evidencias del verdadero perdón. La historia de José y sus hermanos, la relación entre David y Saúl, las palabras y las parábolas de Jesús son algunos de los textos que nos proveen bastante luz para este tema.

Entonces, ¿cuáles son las evidencias que hemos perdonado de verdad?

I. Si recordamos sin dolor ni tristeza

En el sentido estricto de la palabra, es imposible olvidar las ofensas que los hombres nos hacen. Sin embargo, cuando los creyentes perdonamos podemos recordar y referirnos a la ofensa sin evidencias de dolor, amargura y tristeza.

En Génesis 45 encontramos el conocido y dramático re-encuentro entre José y sus familiares. Debemos recordar el maltrato, el rechazo y el desprecio del qué Jose había sido víctima departe de sus propios hermanos. En ese pasaje se hace evidente, que a pesar de las lágrimas y de lo emotivo del encuentro, Jose pudo recordar el pasado sin dolor ni amargura. Sus palabras dan muestra de una consciencia de la soberanía de Dios y de un genuino perdón, pues le dijo a sus hermanos:

Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros…..Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos; y después sus hermanos hablaron con él. (Génesis 45:5, 15)

Cuando reconocemos, junto con José, que Dios obra y además usa las ofensas para sus propósitos eternos, seguramente podremos confiar y dispensar perdón a quien nos agravió. Solo así podremos recordar y referirnos a esa dolorosa experiencia con satisfacción, confianza y aun con gozo. Por eso, sabemos que hemos perdonado de verdad cuando podemos mirar al pasado sin temores, rencores ni dolor.

II. Si abandonamos todo deseo de venganza y de mal

Nuestra inclinación natural ante cualquier forma de agresión es la de resistir, defendernos y en muchos casos hasta vengarnos. Queremos que los hombres paguen lo que nos han hecho y en la mayoría de los casos, estas emociones las mantenemos ocultas. Las albergamos silenciosamente en nuestros corazones y se fortalecen con el tiempo. Cuando estos pecaminosos sentimientos están presentes, son una clara evidencia de que no hemos perdonado genuinamente.

En Mateo 13, encontramos un ejemplo de esto. A cierto hombre que se le había perdonado una deuda de diez mil talentos, lo vemos sin piedad exigiéndole a un consiervo que le pague una deuda de cien denarios [en términos modernos, la diferencia entre ambas deudas es de literalmente de miles de millones de dólares].  Este hombre no fue capaz de perdonar la ofensa sino al contrario, acosaba al consiervo “diciendo: Págame lo que me debes” (Mateo 13:25).

Esta es la actitud que caracteriza cuando no hemos perdonado. Queremos que nuestros ofensores paguen por lo que hicieron. Y este sentimiento muchas veces se incrementa y sino lo confrontamos ni lo traemos a la luz, se robustece y se convierte en un pecaminoso deseo de mal que nos gobierna.

Por el contrario, cuando somos conscientes de la gran deuda que teníamos ante Dios, y reconocemos la grandeza de Su perdón, seguramente estaremos en mejores condiciones para no aferrarnos a la ofensa. Cuando perdonamos sinceramente, estamos dejando, soltando y entregando esa ofensa en manos del Señor.

El rey David es un ejemplo de esto, por qué al escuchar las noticias del fallecimiento de Saúl, quien por aquel entonces era su enemigo, no celebró su muerte, sino que reaccionó con sincero lamento.

Esto es un acto de obediencia que solo lograremos con la ayuda del Espíritu Santo y con la firme determinación de glorificar al Señor. Al dispensar misericordia y perdonar, estaremos abandonando todo resentimiento, ira y deseo de venganza hacia la persona que nos ofendió. Por eso, sabemos que hemos perdonado cuando abandonamos todo deseo de mal.

III. Si podemos orar por el bien de esa persona

Esta tercera evidencia se deriva de la anterior. Cuando abandonamos todo deseo de mal y de venganza hacia otros podemos ir un paso más y procurar su bienestar. Cuando deseamos el bien de quien nos ofendió, cuando anhelamos su bienestar y oramos por ellos, podemos tener la certeza de haber otorgado el perdón.

Jesús enseñó a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.” Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen…” (Mateo 5:43-45 LBLA).

Orar por alguien es una actividad que envuelve nuestros corazones y por lo general una practica privada. Cuando Jesús manda a sus discípulos a amar a sus enemigos y a orar por ellos, los estaba llevando a una actitud más profunda. Los estaba animando a amar y a desear el bienestar de sus ofensores.

Al orar por el bienestar de los enemigos, estamos evidenciando un genuino perdón hacia esas personas. Cuando en nuestros corazones florece un genuino deseo por el bien del ofensor, solo estamos mostrando los frutos de una raíz llamada perdón. Por eso sabemos que hemos perdonado en verdad cuando podemos orar por el bien de lo que nos dañaron.

Mi oración es que el Señor pueda alumbrarnos y en su gracia ayudarnos a entender el estado de nuestras almas. Si hay resentimientos, odios y deseos de venganza, que Dios nos conceda su gracia para perdonar así como nos perdonó.

Que ofrezcamos misericordia, por el bien de nuestras almas, por el bien de nuestras relaciones y sobre todas las cosas por la gloria de Dios. Que confiemos en la soberanía divina para abrazar cada experiencia como un regalo de la gracia de nuestro Padre. Al final todo obra para bien.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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