“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

jueves, 30 de junio de 2022

¿ES LA ELECCIÓN DE DIOS CONDICIONAL O INCONDICIONAL?

 


Por Sugel Michelén

Cuando se menciona el término “calvinismo” muchas personas piensan de inmediato en la doctrina de la predestinación. Y ciertamente los calvinistas defienden firmemente esta doctrina bíblica. Sin embargo, es importante señalar que todas las confesiones cristianas enseñan la predestinación por la sencilla razón de que la Biblia la enseña:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor  nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad”, (Efesios 1:3-5)

también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Efesios 1:11)

(Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermano”  (Romanos 8:29).

La palabra predestinación significa trazar un destino de antemano. Se refiere al plan soberano de Dios para con los hombres, decretado por Él en la eternidad. Y aunque a menudo se usa como sinónimo de elección, esto no es técnicamente correcto. El término elección se usa en la Biblia para señalar específicamente a un aspecto de la predestinación: la elección soberana de Dios de ciertos individuos para que sean salvos. Este término posee una connotación positiva, mientras que “predestinación” también incluye a los que se pierden.

La pregunta controversial en lo tocante a esta doctrina es: ¿En base a qué Dios elige a algunos para salvación? En otras palabras ¿depende la elección de que nosotros cumplamos con ciertas condiciones, o depende enteramente de la soberana voluntad de Dios? Como nosotros respondamos esta pregunta revelará si nuestra perspectiva de la predestinación es reformada (o calvinista si se quiere) o arminiana.

Los reformados creemos que la elección de Dios es totalmente incondicional, es decir que no hay ninguna condición previa para que seamos elegidos por Dios para salvación; mientras que los arminianos enseñan que las personas son elegidas por Dios si cumplen ciertos requisitos. En la mayoría de los casos, los que enseñan una elección “condicional” afirman que Dios eligió en base al conocimiento previo que Él tiene del futuro, incluyendo las acciones y respuestas del hombre.

Según ellos, Dios vio de antemano quiénes responderían adecuadamente al evangelio y a esos eligió. De manera que de acuerdo a esta enseñanza la elección de Dios depende de la condición de que yo crea. Como Él sabe de antemano que voy a creer entonces me elige.

Unos de los textos favoritos de los que enseñan la “elección condicional” es Rom. 8:29-30:  “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”.

Según este texto Dios predestinó para salvación a aquellos que había conocido de antemano. Pero ¿significa esto acaso que Dios predestinó a aquellos que Él sabía de antemano que habrían de creer en Cristo? No realmente.

La palabra “conocer”, tanto en hebreo como en griego, no se refiere meramente a un conocimiento intelectual, sino que puede usarse para denotar un amor soberano. Por ejemplo, en Amos 3:2 Dios le dice a Israel: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”; obviamente este texto no quiere decir que Dios desconociera la existencia de los egipcios, o de los babilonios, sino mas bien que, de todas las familias de la tierra en el antiguo pacto Él escogió a Israel para que fuera Su especial tesoro.

De manera que el progreso de la cadena que Pablo plantea en Romanos 8 es el siguiente: a todos los que conoció (o amó soberanamente), predestinó; a todos los que predestinó, llamó; a todos los que llamó, justificó; y a todos los que justificó, a esos glorificó.

 

Noten que el llamamiento es colocado en esta cadena después de la predestinación. De acuerdo a los arminianos Dios predestina a los que Él sabe de antemano que responderán positivamente a Su llamado. De acuerdo a Pablo, Dios llama eficazmente a aquellos que Él predestinó para que sean salvos.

No todos los hombres son predestinados para recibir este llamado eficaz que precede a la justificación. Eso es evidente porque todos los llamados son justificados, dice Pablo; pero nosotros sabemos que no todos los que reciben el mensaje del evangelio y son llamados al arrepentimiento responden positivamente.

Y ¿cuál es el medio a través del cual los pecadores son justificados? La fe. La secuencia de Romanos 8:29 es entonces la siguiente: el primer eslabón es el amor soberano de Dios, el segundo es la predestinación, el tercero es el llamamiento eficaz, y el cuarto es la fe que justifica. No son predestinados los que creen, sino que creen los que son predestinados.

 

Eso lo vemos claramente en otro de los textos favoritos de los arminianos: 1Pedro 1:1-2: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas”.

La palabra “presciencia” significa “conocimiento previo”; de manera que Pedro está diciendo aquí algo similar a lo que Pablo dice en Romanos 8:29: “A los que antes conoció”. Es obvio que no se refiere al hecho de que Dios eligió a los que Él sabía de antemano que obedecerían al llamado del evangelio, porque Pedro enseña más bien que tales personas obedecen al llamado porque fueron elegidos: “elegidos según la presciencia de Dios Padre… para obedecer”, no porque Él sabía que iban a obedecer.

“La salvación es de Jehová”, dice en Jonás 2:9. Él la diseñó de principio a fin, Él la ejecutó en la historia de la redención, Él la aplica soberanamente en el corazón de cada pecador que se arrepiente y cree.

Fue precisamente considerando todos los aspectos envueltos en la historia de la redención que el apóstol Pablo exclamó en Romanos 11:36: “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas”. La única conclusión posible es: “A Él sea la gloria por los siglos. Amén”.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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martes, 28 de junio de 2022

MIS HIJOS SON PECADORES


 

Por: José (Joselo) Mercado

A mediados de Julio pude tomar unos días para estar a solas con mi esposa y disfrutar de la ciudad de Nueva York. Durante ese tiempo tuvimos la oportunidad de ver un nuevo musical de Broadway titulado “Amazing Grace”. El mismo se refiere a la historia de John Newton, el famoso compositor de este hermoso himno “Sublime Gracia”, que ha sido cantado una y otra vez. Muchos no conocen bien su historia, así como también  el hecho de que el himno en cierta forma es autobiográfico. Aunque la obra que vimos hace algunas modificaciones a su biografía, presenta claramente el mensaje principal de la vida de Newton: Dios salva a viles pecadores.

El musical comienza con Tomás, un esclavo del padre de Newton, diciendo, en referencia al himno y a la vida tan vil de Newton en su juventud: “es increíble que algo tan hermoso hubiera salido de alguien tan podrido”. Newton era un borracho y  rebelde, quien participó por muchos años en el tráfico legal de esclavos, y fue por un tiempo él mismo un esclavo. En medio de un viaje donde casi naufraga, él experimentó una radical conversión que lo llevó a un proceso de cambio, donde por muchos años terminó siendo el pastor de una congregación y apoyando la abolición de la esclavitud. En cierta forma, su conversión fue casi una experiencia como la de Pablo camino a Damasco, donde un hombre era claramente enemigo de Dios y, por la gracia del Señor, su vida cambia en un instante.

La historia de la conversión radical de Newton me hizo reflexionar acerca de que en ocasiones Dios salva radicalmente  a personas y luego vemos dos o tres generaciones posteriores a ellas que sus familias no sirven a Dios. ¿Por qué se ve muchas veces esta pérdida de pasión en las subsiguientes generaciones? No soy un experto en el tema de crianza: tengo un hijo de 8 años y una niña de 6 años que en muchas ocasiones me hacen recordar lo inadecuado que soy en esa área, y lo mucho que necesito la gracia de Dios. Pero pienso que la razón por la que muchas de las subsiguientes generaciones no tienen pasión por Dios es porque no les recordamos constantemente que son pecadores.

No hay una solución que garantiza la conversión de nuestros hijos. Siempre tenemos que depender de la gracia de Dios y reconocer que es Dios quien salva. De la misma forma, debemos de ser fieles a nuestro llamado como padres de instruirlos en el temor de Dios, y para lograrlo debemos de recordarles que son pecadores en necesidad de un salvador.

Desde ya puedo escuchar las críticas. “Le vas a bajar la autoestima, ellos lo que necesitan es nuestro ánimo y aprobación”, “Esos niños son criaturas de Dios”, “Es que no conoces a mi nena. ¡Ella es una adoradora! Si la vieras cómo levanta las manos durante la adoración”. Es cierto: tenemos que llenar a nuestros hijos de amor, apoyo y afirmación. A la vez, debemos enseñarles que hay una verdad que no cambia para ningún ser humano: somos pecadores con necesidad de un salvador.

Mira cómo Pablo se refiere a sí mismo casi al final de su ministerio:

“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). Pablo estaba consciente de la gracia de Dios en su vida,  de que Dios lo estaba usando como apóstol. Pero también estaba consciente de la realidad de que era salvo solo por gracia y que todavía estaba batallando con su pecado.

El evangelio para todos

Por la gracia de Dios, nuestra casa está llena de risas, besos, abrazos y muchas memorias que atesoraremos toda una vida. Pero constantemente nuestros hijos escuchan el evangelio aplicado a sus vidas; y a la mía. La semana pasada fui impaciente con ellos durante un paseo de familia. Podía justificar mi impaciencia aduciendo a que estábamos en un lugar con muchas personas y no quería que ellos se perdieran. Pero la siguiente mañana llamé a una reunión familiar y confesé mi pecado y les pedí perdón por mi impaciencia. Mi esposa me comentó que no lo había notado, pero yo sabía que mi corazón había estado impaciente. En ese momento les modelé el evangelio. Cuando corrijo a mis hijos no solamente les digo que ellos son pecadores para que corran a su único Salvador, además les estoy diciendo que papi también es un pecador que necesita de ese mismo Salvador. Estamos juntos en la  batalla contra nuestro enemigo, el pecado.

Los padres también necesitan atesorar esta verdad. Un problema común es el énfasis puesto en la santificación exterior. Queremos que nuestros hijos actúen de cierta forma sin ayudarles a que Dios les transforme el corazón. Al respecto, una de las actitudes que los padres toman es que al no tener una doctrina del pecado correcta,  ellos no se presentan como pecadores ante sus hijos y, aunque sea con sus acciones, se levantan como “santos” delante de ellos. Pero sus hijos ven la hipocresía en la vida de padres así: observan que son pecadores y que no reconocen ni aceptan su condición. Sepulcros blanqueados tratan de levantar otros sepulcros blanqueados. Padres e hijos necesitan del evangelio: ambos necesitan la misma verdad que nos da humildad y dependencia de Cristo. Soy un pecador y necesito un salvador.

Si queremos ver pasión por el evangelio en nuestros hijos, debemos modelarles, instruirles y exhibirles lo que bíblicamente es presentado como aquello que muestra la mayor belleza de Cristo: el evangelio. Allí vemos que somos pecadores, pero Él murió por pecadores. No importa que fueras en tu pasado un traficante de esclavos, una prostituta, un ladrón, o que nacieras en un hogar Cristiano.

Todos necesitamos en un momento dado responder al evangelio, a la realidad de nuestra pecaminosidad, y arrepentirnos de nuestra condición, y correr al Salvador. Este evangelio no es solo para adultos. Sí, nuestros hijos son pecadores, pero ahí hay también una bendición, porque Cristo vino a salvar pecadores.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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NO SIGAS TUS SENTIMIENTOS. SIGUE A CRISTO

 



Por: Joe Thorn

Los seres humanos somos criaturas emocionales. Amamos u odiamos, nos sentimos felices o tristes, enojados o alegres. Y sin embargo los cristianos a veces batallamos con integrar las emociones a nuestras vidas espirituales y terminamos siendo víctimas de tendencias peligrosas cuando se trata esas emociones. Estas tendencias ocupan dos polos opuestos que han guiado a muchos a un cristianismo superficial. Vemos esas tendencias a nivel personal y corporal.

Un peligro es el emocionalismo, en donde dejamos que nuestros sentimientos interpreten nuestras circunstancias y nuestros pensamientos acerca de Dios. Esto es poner los sentimientos por encima de la fe. Otro peligro es ser una especie de estoico, donde la fe está fundamentada en teología pero sin afectos. Esta tendencia quita los sentimientos de la fe por completo. Es verdad que nuestras emociones no deben guiar nuestra teología, pero aún así es vital para nuestra fe que la teología nos guíe a una experiencia profunda de nuestro Dios trino.

La buena doctrina es de importancia crítica a la salud del cristiano y de la Iglesia. Pero la Iglesia no necesita a hombres y mujeres que simplemente puedan definir el arrepentimiento. Más bien, la Iglesia necesita gente que odie el pecado y ame la justicia. Memorizar nuestros catecismos es importante, pero no sirve para nada si no produce asombro, humildad, amor, y adoración. La sustitución penal de Jesucristo no es solamente algo que debemos afirmar y defender, sino que debería ser algo en lo cual nos podamos regocijar. Sí, tener celo sin conocimiento es muerte, pero conocimiento sin afectos profundos carece de vida de la misma manera.

Debería ser obvio que la Escritura nos llama a ser gente que siente lo que cree, que no solamente sabe la verdad sino que también la experimenta. Hay un orden a esto. Nuestros sentimientos y emociones deben ser gobernados y guiados por la verdad. Debemos temer al Señor, odiar el mal, amar la verdad, llorar por el pecado y la injusticia, y regocijarnos en nuestros sufrimientos. Estos no son mandamientos al azar sino preceptos dados por Dios a la luz de lo que es y lo que ha hecho. Debemos sentir el peso y el poder de la verdad revelada en las Escrituras. La teología debe hacer más que solo informarnos; debe calentar y conmover nuestros corazones. Y si no lo hace, entonces hemos perdido la conexión que la revelación de Dios quiere hacer en nuestra mente y corazón.

La clave está en no perseguir los sentimientos en sí, sino seguir a el Señor Jesucristo al mirarlo a Él, conocer sus caminos, meditar en sus promesas, y obedecer sus mandamientos. De la fe nacen los sentimientos. El componente emocional de la vida cristiana no siempre está tan presente como nos gustaría. Muchas veces se queda atrás. Como dijo el reformador inglés Juan Bradford: “La fe debe ir primero, y los sentimientos la seguirán”.

Considera con cuánta frecuencia nos encontramos atemorizados cuando estamos frente a lo desconocido o peligroso. Cuando estamos frente a la fragilidad de la vida o alguna pérdida, la ansiedad y el miedo llegan, y se infiltran en nuestro corazón. Aquí es donde, precisamente, Dios nos llama a no tener temor. Pero la esperanza de tener alivio del temor no se encuentra en ignorar lo que está delante, sino en ver al Dios cuya soberanía y promesas son seguras. Es cuando buscamos al Señor y fundamentamos nuestra fe en Él que logramos conquistar nuestros miedos (Sal. 34:4). El problema en sí quizá no desaparezca, pero el conocimiento de Dios conquista lo que nos atemoriza. Su amor por nosotros, demostrado en nuestra adopción en Jesucristo, es solo una de las verdades que reemplaza el miedo con consuelo y confianza (Rom. 8:15).

El dolor y el sufrimiento son comunes a todos, y para el cristiano, son cosas que deben esperarse como consecuencia de seguir a Jesús. Hemos experimentado el temor que viene con las pruebas severas. Pero el carácter de Dios y sus promesas levantan nuestra cabeza y nos dan valor en la fe. Sabemos que “cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu” (Sal. 34:18). Podemos echar nuestras ansiedades en Él porque tenemos la seguridad de que cuida de nosotros (1 Ped. 5:7).

Cuando batallamos con tener seguridad y ansiamos tener una esperanza confiada en Jesús, debemos aprender a confiar más en Él. La seguridad de nuestra salvación se basa primordialmente en la misericordia y méritos de Jesucristo. Fijamos nuestros ojos en Él por la fe y encontramos en su vida, muerte, y resurrección toda la esperanza necesaria para estar frente a Dios sin temer el juicio. Solo Cristo es nuestra seguridad. Eso nos transforma de ser personas desesperanzadas sobre nuestro pecado a ser un pueblo que canta las alabanzas del Salvador que nos ha librado de nuestras transgresiones.

Dios nos ha creado con emociones. Hay tiempo para llorar y reír, para lamentar y danzar, para odiar y amar (Ecl. 3:1-8). Ser estoico o emocionalista no son marcas de una fe saludable. Lo que se necesita es una teología bíblica robusta que informa y transforma nuestras emociones.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightsock

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lunes, 27 de junio de 2022

SOLA GRATIA: LA SALVACIÓN ES POR GRACIA SOLA

 


Por: Leo Meyer

Nunca olvidaré ese domingo de abril del año 1999. No por la expectativa del temido Y2K o porque en el siguiente año se estrenaba un nuevo siglo, sino por la trascendencia de lo que ocurrió en mi vida.

En mi adolescencia estaba sumergido en una combinación de desastre emocional e insatisfacción existencial. A pesar de que había sido criado con temor al Señor, mis anhelos y sentimientos más profundos no tenían nada que ver con Dios. Sin embargo, mi corazón fue transformado de repente cuando escuché el evangelio y creí en Jesús como mi Señor y Salvador. Lo que sucedió fue que experimenté la salvación de Dios. Me causó una profunda impresión el darme cuenta de que iba rumbo al infierno, pero me maravillé al ver la mano de Dios rescatándome y convirtiéndome en un heredero del cielo junto a su Hijo por toda la eternidad.

Esta experiencia de conversión no es otra cosa que la experiencia de la gracia de Dios que prueba todo aquel que ha nacido de nuevo. Es como pasar de forma súbita de la pobreza extrema a un estado de riqueza incalculable con trascendencia eterna.

¿A qué se debe esta salvación tan asombrosa? La Biblia tiene sus paréntesis interesantes y uno de ellos nos ayuda a responder esta pregunta. Se encuentra en la carta de Pablo a los efesios: «aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)» (2:5). ¿Puedes ver de qué se trata? El apóstol Pablo está explicando la decisión gloriosa de Dios de darnos vida espiritual, indicando que todo esto es por «gracia».

Dios es el autor de la salvación, un acto que abarca varias realidades: predestinación, regeneración, justificación, adopción, santificación y glorificación. Es un evento pasado que se desarrolla en el presente y tiene una parte que se ejecutará en el futuro. Todo esto no se debe a nuestros méritos, sino únicamente a la gracia de Dios.

Definiendo la gracia

La gracia de Dios se ha definido con frecuencia como un favor que se recibe pero que no se merece. No es el resultado de algún trabajo realizado, sino que es un favor realizado por el que entrega el obsequio. Piensa, por ejemplo, en un regalo que recibes pero por el cual no trabajaste o que no buscaste. Hace poco, unos amigos nos regalaron una tostadora. Cuando les agradecimos el gesto y preguntamos por qué lo hicieron, la respuesta de ellos fue concisa: «Porque quisimos». No fue porque lo pedimos o porque seamos buenas personas. Su regalo fue movido por gracia y eso nos llenó de gratitud hacia ellos.

“Merecemos condenación pero recibimos salvación. Ese es el mensaje de Sola Gratia”

La gracia de Dios es infinitamente mayor, pues merecemos todo lo opuesto a lo que Él nos entrega. ¡Ciertamente no una tostadora! Merecemos condenación pero recibimos salvación. Ese es el mensaje de Sola Gratia y la respuesta a este favor en el cristiano es un sometimiento incondicional a la Palabra de Dios. Ya no vive para revolcarse esclavizado en el pecado, sino solo para la gloria de Dios en gratitud.

Hubo una época en la que esta verdad había quedado en el olvido, hasta que la Reforma protestante irrumpió para recuperarla y proclamarla. La batalla de los reformadores en el siglo XVI fue contra la élite de la Iglesia católica y la corrupción que emanaba de su sistema que distorsionaba el evangelio. Al día de hoy, todavía promueven que los méritos de los creyentes contribuyen en su salvación.

Los protestantes rechazaron esa enseñanza porque es contraria a las Escrituras y afirmaron que la Biblia enseña que la salvación es por gracia sola, sin que ella tenga que estar acompañada de méritos que fueran suficientes para alcanzarla por nosotros mismos. Como dijo Juan Calvino: «Los más santos entre nosotros saben que se mantienen firmes por la gracia de Dios y no por sus propias virtudes».  A medida que hombres y mujeres se apegaban a la Escritura, Dios los guió en la Reforma hacia un entendimiento más bíblico del evangelio y la necesidad de volver a colocar a Dios en el centro de todo y al ser humano en el lugar secundario y digno que le corresponde.

Desafortunadamente, en nuestros días escuchamos de falsos evangelios que demandan esfuerzo y buenas obras para ganar acceso al cielo. El evangelio de la prosperidad es uno de ellos, porque afirma que las personas son llamadas a dar dinero a cambio de recibir milagros y experimentar el favor de Dios. Pero no debemos dejarnos engañar por falsedades como estas. ¡Vayamos a la Escritura!

A continuación veremos con más detalle qué dice la Biblia sobre nuestra necesidad de gracia para ser salvos, cuál fue el costo de esa gracia y cuál es nuestro futuro como creyentes en esta gracia.

La necesidad de la gracia

En el primer capítulo de su carta a los creyentes en la ciudad de Éfeso, Pablo enseña sobre los beneficios espirituales que poseen todos los cristianos y que constituyen parte de su identidad (Ef 1:3-14). Él agrega que el Padre nos da esas bendiciones y ha hecho a Jesucristo cabeza de la Iglesia, quien tiene la preeminencia y autoridad sobre su pueblo unido a Él producto de su obra salvífica (vv. 15-23).

El apóstol quiere que los cristianos conozcan la razón para el recibimiento de los beneficios que les ha detallado. Entonces avanza en su argumento y proclama: ¡Somos salvos por gracia! «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef 2:8-9). Muchos creyentes conocemos bien ese pasaje, pero para llegar a esta declaración, Pablo habla antes de la evidencia de la necesidad de la gracia. Les recuerda a sus lectores que ellos estaban «muertos en sus delitos y pecados», espiritualmente sin vida (Ef 2:1).

“La verdad de nuestra salvación por gracia nos debe conducir a una adoración humilde a Dios en cada área de la vida”

Una persona muerta no tiene ningún tipo de reacción, como bien sabemos. Debido a que ya partió de este mundo, su espíritu le ha dejado y lo que queda se convertirá en polvo que permanecerá en la tierra hasta el momento de la resurrección (Jn 5:25-29). De igual forma, la mortandad espiritual de los cristianos efesios, antes de que fuesen creyentes, se evidenciaba porque ellos no podían reaccionar ante Dios; al menos no de manera correcta. Ellos tenían una conducta según la corriente de este mundo, conforme a Satanás. Vivían en las pasiones de su carne. Estaban destinados al infierno porque habían merecido la ira de Dios sobre ellos (Ef. 2:2-3).

Lamentablemente, el estado espiritual previo de los lectores originales de esta carta no es una característica exclusiva de ellos. Todo el que está sin Cristo está muerto espiritualmente. El origen de esta realidad oscura la hallamos en el Edén, con el pecado de Adan y Eva (Ro 5:12). Desde entonces, ningún hombre o mujer, vivo o muerto, tiene ni puede tener por sí mismo cualquier tipo de relación o respuesta buena hacia Dios. Las emociones y deseos del alma no pueden tornarse hacia el Señor solamente por la voluntad de un individuo porque ¡estamos muertos! No es que simplemente sea difícil buscar o aceptar a Dios, sino que es imposible debido a nuestra muerte espiritual.

Sin Cristo, el corazón está atado por el lazo del diablo (2 Ti 2:26). El ser humano no es en esencia bueno a nivel moral, como el humanismo sostiene. Al contrario, es inherentemente pecaminoso por naturaleza a causa de la caída y todo lo que es y hace está manchado por el pecado (Ro 3:10-18). «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno» (v. 10). Además, la raza humana decidió esconder y obstruir la verdad de Dios y la moral resultante. El resultado es catastrófico: un mundo que llama malo a lo bueno y bueno a lo malo (1:18-32). Por lo tanto, todos necesitamos la gracia de Dios.

Sin embargo, como ya leímos, Pablo añade: «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes» (Ef 2:8). ¡El favor de Dios es lo que marca la diferencia! Por eso nos preguntamos: «¿En la salvación todo lo hace Dios? ¿Qué hay de mi voluntad? ¿No soy yo quien decide seguir a Cristo o no?».

Algunos consideran que el factor determinante en la salvación es la voluntad humana y no la gracia divina. Sin embargo, el árbitro final en el tema de la salvación debe ser la propia Escritura y ella enseña lo opuesto. Aunque el ser humano es responsable de creer el evangelio, el milagro del nuevo nacimiento es realizado soberanamente por el Espíritu, en el tiempo de Dios y conforme a Su voluntad, cuando alguien ha sido expuesto en el evangelio (Jn 3:3-8). Dios obra en el corazón del pecador, regenerándolo, lo cual lo habilita para expresar con su boca que Jesús es el Señor (Ro 10:9). Es debido a esa obra que el pecador, ahora arrepentido, puede tomar una decisión consciente y se entrega a Cristo al verlo tan glorioso, lleno de amor y digno de adoración (Jn 6:65; 2 Co 4:3-6; cp. 1 Co 1:22-24).

“La gracia de Dios no es un regalo adquirido a bajo precio en algún establecimiento comercial celestial”

Somos salvos por gracia, no producto del «libre albedrío» humano. Algunos pueden sentirse rígidos o fruncir el ceño con esta última afirmación. Puedo entender la resistencia porque pasé por esa misma experiencia. Uno siempre busca algún mérito en uno mismo, pero al entender los pasajes de la Palabra que hablan de la gracia soberana de Dios en la salvación, no nos queda más remedio que rendirnos en gratitud ante la revelación divina. Ella nos dice que no merecíamos nada, que nada podríamos alcanzar por nuestros medios, que ni siquiera teníamos la disposición y menos la capacidad de buscar a Dios. Todo ha sido por su gracia sola. Esta verdad nos debe conducir a una adoración humilde a Dios.

Cuando un ciego ve por primera vez gracias a un milagro hecho por Dios, es imposible que retenga sus emociones y no declare lo maravilloso de su nueva experiencia mientras adora y exalta al Señor. Lo mismo sucede con el pecador que es alcanzado por Dios para salvación. La gracia embarga el alma del creyente con un sentido de reverencia e indignidad santa que resulta en una actitud de rendición y sumisión a su Palabra. Somos la evidencia concreta del favor de Dios. Adoración y gratitud son el resultado de haber experimentado su gracia poderosa. Sin embargo, no debemos ignorar esto: la gracia de Dios tiene un costo.

El costo de la gracia

Algunos cristianos limitan la gracia a una simple emoción divina. Eso no debe sorprendernos, pues vivimos en una generación caracterizada por el emocionalismo. Se tiene la idea de que la gracia es un sentimiento de bondad que Dios posee y por el cual se ve obligado a compartir con sus criaturas. Pero esa forma de pensar conduce al abuso de la gracia porque nos lleva a menospreciar el costo de nuestra redención, un costo que nos mueve a vivir en santidad y entrega a Dios (Lc 7:36-48; 1 P 1:13-21).

Es importante destacar que la gracia no es un regalo adquirido a bajo precio en algún establecimiento comercial celestial en época de liquidación o viernes negro. La palabra «gracia» siempre debe llevarnos a pensar que implica algo que recibimos sin merecerlo, pero por el cual hubo un precio previamente pagado. Por definición, la gracia de Dios hacia los pecadores presupone una tragedia de trascendencia cósmica producto de que el Hijo de Dios asumió el costo de la reconciliación.

Piensa en lo que dice Pablo cuando afirma que el Padre «nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)» (Ef 2:5). No es posible despegar o divorciar la gracia de la persona misma de Cristo, debido a que es precisamente por medio de su sacrificio que obtenemos la salvación. El profeta Isaías testificó del sufrimiento de Cristo, diciendo:

“Fue despreciado y desechado de los hombres, Varón de dolores y experimentado en aflicción; Y como uno de quien los hombres esconden el rostro, Fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, Por herido de Dios y afligido”  (Isaías 53:3-4).

El pecado provocó un problema cósmico que rompió nuestra relación con Dios. Sin embargo, en vez de ignorarlo o simplemente destruir la raza humana, Dios lo enfrentó para solucionarlo. Isaías describe magistralmente lo que Cristo padeció por su pueblo. Por lo tanto, no se trató solo de una reacción emocional visible de la divinidad. La gracia no tiene costo para nosotros, pero tuvo un precio altísimo para Dios.

“La gracia de Dios nos exhorta a vivir en función de la eternidad, al mirar hacia el trono de Cristo y su gobierno en su segunda venida”

Esta verdad nos llena de asombro y nos empuja a vivir para Dios. Si Cristo sufrió hasta derramar su sangre en la cruz, ¿no deberíamos caminar en santidad en gratitud a su amor? ¿No deberíamos también estar dispuestos a darlo todo por causa de su reino? No importa el área en que te desenvuelvas, como cristiano se espera que puedas esforzarte por llevar gloria a su nombre mediante la realización de un trabajo digno y con excelencia. Estas son solo algunas de las muchas implicaciones de la verdad del costo de la gracia.

El futuro en la gracia

Por último, sabemos que la salvación tiene un alcance eterno. La Biblia muestra que la gracia tiene alcance en el pasado, presente y futuro. Entonces, ¿cómo se ve el futuro en la gracia? ¿Qué es lo que nos aguarda?

De acuerdo con lo que Pablo le escribió a Tito, la transformación de vida que experimenta el cristiano va de la mano con su expectativa en el inminente retorno de Cristo. Pablo dice que la gracia de Dios se ha manifestado y nos enseña a vivir de forma piadosa, pero a la vez hace que el cristiano esté «aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús» (Tit 2:13). Esperar con ansias el regreso de Cristo es la forma en que la gracia entrena a los cristianos para rechazar la vida pecaminosa y vivir en piedad.

La gracia nos anima a clamar que Cristo regrese. Nos exhorta a vivir en función de la eternidad porque nuestra mirada está orientada hacia el trono de Cristo y su gobierno en su segunda venida. Esa es la esperanza de todo cristiano, porque en ese día el sufrimiento se acabará y seremos completamente libres de la presencia de pecado en nuestras vidas. La gracia de Dios terminará lo que empezó en nosotros y por fin seremos tan puros y santos como Jesús (1 Jn 3:2; Ro 8:29-30).

 ¡Qué grandioso es saber que esa gracia nos permitirá disfrutar del gozo de conocer a Cristo al verlo en persona! (Ap 22:3-4). Cuando llegue ese día, no habrá más llanto ni clamor ni dolor. Cristo será nuestra luz y estaremos con Él por siempre (21:4, 23-24). Por lo tanto, ante las tragedias y desaciertos que vivimos hoy, podemos descansar en la promesa de Su regreso y nuestra glorificación, y encontrar aliento y esperanza en medio del caos. El Dios que mostró Su gracia al rescatarnos es el Dios que promete seguir mostrándola por la eternidad.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: ebglobal.org

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sábado, 25 de junio de 2022

¿PUEDO TRABAJAR LOS DOMINGOS?

 


Por: Michel Galeano

Esta pregunta me anima mucho porque es una oportunidad para evaluar juntos dos verdades importantes, en donde una sobrepasa a la otra. La primera, es que el trabajo es bueno. Y he decidido resaltarlo al inicio, porque usualmente la respuesta a la pregunta de si debemos o no trabajar los domingos es contestada con una negación rápida y absoluta. Sin embargo, hay personas que encuentran difícil este razonamiento, ya que perciben el trabajo como algo bueno y necesario.

Así que la respuesta no es tan fácil como parece. Para algunos es un “sí” inmediato, porque entienden que Dios nos llama a trabajar. Pero para otros es un “no” inmediato, porque entienden que Dios nos ha llamado a guardar el día de descanso. Y es aquí donde estas dos verdades son confrontadas y revisadas, para que la segunda tenga más autoridad y peso sobre la primera.

Escoger lo mejor

Ciertamente el trabajo es algo bueno, pero alabar a Dios junto con la iglesia es mucho mejor. Es decir, como cristianos debemos entender que aunque el trabajo es algo bueno que Dios espera de todos nosotros, Él también espera que nos reunamos como iglesia para conocerlo, adorarlo, y glorificarlo. ¡Y el domingo es el día que hemos apartado para ello!

“El trabajo es algo bueno, pero alabar a Dios con la iglesia es mucho mejor”. 

Pero ¿por qué el domingo es un día más especial que cualquier otro de la semana? Históricamente la iglesia se ha reunido los domingos porque creemos que es el día en que nuestro Señor Jesucristo resucitó. Y por esto la iglesia primitiva separó este día como santo, tal como el pueblo de Israel había hecho con el sábado:

“Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó”. (Ex. 20:11). 

El sábado fue una ordenanza de Dios para descansar, así como Él también lo hizo cuando terminó su obra creadora:

“Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la[c] obra que Él había creado y hecho”. (Gn. 2:2–3).

Pero para la primera iglesia, el sábado se convirtió en el día donde celebraron la consumación de la obra de Cristo, y el domingo vino a ser el primer día de descanso y celebración por la victoria de Cristo sobre la muerte (Jn. 20:1; Hch. 20:7; 1 Co. 16:2).

Por eso debemos entender que, aun cuando el trabajo es algo bueno, tenemos la gran bendición de escoger lo mejor: adorar a Dios junto a nuestros hermanos, los domingos. Y al mismo tiempo, al vivir en una cultura que proclama el consumismo y el materialismo, debemos entender la importancia del descanso.

Descansar en Dios

En su soberanía, Dios nos ha dado un día para glorificarlo junto a su iglesia, y para reconocer que somos frágiles y necesitamos un descanso. De esta manera, el creyente no debe ver el domingo simplemente como el mejor día para reunirse con otros creyentes para glorificar a Dios alrededor de su Palabra y con cánticos espirituales, sino también como un día para dar gracias por la gran bendición de tomar un día para descansar y prepararse para llevar a cabo todo lo bueno y provechoso que hemos sido llamados a hacer: nuestro trabajo durante la semana.

Así que no veas la reunión de la iglesia los domingos como un impedimento para la productividad en tu trabajo. Más bien, mira el domingo como una oportunidad para glorificar y descansar en el Dios que te ha llamado a trabajar, y quien puede fructificar tu trabajo para la bendición de la comunidad a la cual sirves.

“Mira el domingo como una oportunidad para glorificar y descansar en el Dios que te ha llamado a trabajar”. 

Decidir sabiamente

Pero ¿qué de aquellos que deben trabajar los domingos? Hasta ahora hemos hablado a aquellos que tienen la posibilidad de elegir entre trabajar o no los fines de semana, exhortándoles a escoger lo mejor. Pero sabemos que hay muchas personas que no disfrutan de esta misma libertad.

Es imposible determinar una respuesta generalizada para una pregunta tan importante. Cada caso deberá tratarse sabiamente, de acuerdo a las circunstancias particulares. Sin embargo, existen algunos principios y consejos que quisiera compartirte si estás enfrentando este dilema.

1. Establece tus prioridades a la luz de la Biblia. Recuerda que aunque podemos reunirnos como iglesia durante otros días entre semana, el domingo sigue representando un día especial para la iglesia. Así que te animo, junto al autor de Hebreos, a que no dejes de congregarte y dediques este día a Dios, junto a tu familia biológica y espiritual (Heb. 10:25).

2. Considera tus circunstancias, y da pasos de obediencia y fe. Hace poco escuché el testimonio de un hermano que debido a su profesión como doctor debía trabajar algunos domingos del mes. Pero después de meditar sobre este tema, decidió dejar su lugar de trabajo donde le pagaban muy bien, para manejar un hospital a mayor distancia de casa, pero con la libertad de descansar los domingos y reunirse con su familia y la iglesia para adorar a Dios.

¡Pero, cuidado! Recuerda que esta es una decisión importante que involucra sabiduría espiritual y consejo de otras personas maduras en la fe, que amen a Cristo, que conocen su Palabra, y que te conocen muy bien a ti.

3. Ora y descansa en el Señor. Así como el ejemplo anterior, también conozco personas que por razones económicas deben aceptar un trabajo que implica ausentarse uno o varios domingos al mes. Eso no quiere decir que ignoren la seriedad o la belleza de reunirnos los domingos, sino que más bien han entendido sus circunstancias actuales y han actuado conforme a la libertad que tenemos en Cristo:

“Por tanto, que nadie se constituya en vuestro juez con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo; cosas que solo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo”. (Col. 2:16-17).

En conclusión, la pregunta sobre si debes o no trabajar los domingos necesita ser contestada desde un amplio entendimiento bíblico de lo que es la iglesia de Dios, y de la importancia de congregarnos como creyentes que desean probar el descanso ya comprado por Cristo, pero con miras al disfrute total de ese reposo por la eternidad.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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3 COSAS QUE LOS PADRES SOLTEROS DESEARÍAN QUE SUPIERAS

 


Por: Tessa Reed

Hace un par de años, alguien me preguntó: “¿Cómo ha sido para ti ser madre soltera?” Lloré al instante. En ese momento volvieron a inundarme los sentimientos de estar sin rumbo después del naufragio de mi matrimonio y las luchas de criar a mi hija sola durante la última década. Me sentí amada y considerada en ese momento, la primera y única vez en los últimos diez años que alguien me ha hecho esa pregunta de manera espontánea. 

Mis amigos que son padres solteros y yo a veces hablamos de nuestras experiencias en nuestras iglesias. Aunque nuestras historias son únicas, surgen temas comunes. Aquí hay tres cosas que los padres solteros desearíamos que nuestros hermanos y hermanas en Cristo supieran.

Necesitamos un descanso 

Los padres casados ​​saben lo agotador que es el rol privilegiado de criar a los hijos: el complicado acto de equilibrio de discipular a tus hijos mientras mantienes el control de tu trabajo, vida de iglesia y las tareas del hogar. Sin embargo, imagina quitar las habilidades, el apoyo y la perspectiva de un adulto competente de las responsabilidades que son generalmente compartidas. Además, para muchos padres solteros, a menudo hay un trasfondo poderoso: lidiar con nuestros propios corazones rotos, negociaciones desagradables con el otro padre, batallas legales en curso, trauma, abuso y más.

La paternidad solitaria se siente más como una doble paternidad bajo condiciones desafiantes.

¡Así que, por favor, pasa tiempo con nuestros hijos! ¿Qué tal escalar o ir al cine? ¿Podrías llevarlos a la iglesia y detenerte a desayunar en el camino? ¿O enseñarles una habilidad básica para la vida como cambiar un neumático o cortar el césped? Como madre soltera, siento como si un peso físico se quitara de mis hombros cuando mi hija pasa tiempo con cristianos en quienes confío.

Mientras haces eso, nos encantaría que ores con ellos y les cuentes cómo llegaste a conocer a Cristo. Nos encantaría que les preguntes sobre su relación con Jesús. Nos encanta tenerte en sus vidas. Nuestros hijos te necesitan.

Necesitamos una familia 

Nuestro mundo como padres solteros a menudo es tormentoso: estamos sanando y ayudando a nuestros hijos a hacer lo mismo. Es tentador buscar apoyo en nuestros hijos de formas poco saludables, como un hombro sobre el cual llorar, un lugar para desahogarnos sobre su otro padre o para que nos ayuden a tomar decisiones más allá de su nivel de madurez, arriesgando una mayor disfunción en sus corazones y mentes jóvenes. La distancia o las relaciones complicadas con exparientes políticos y nuestras propias familias biológicas significa que depender de ellos para tener compañía adulta no siempre es una opción. Aunque otros padres solteros se relacionan entre sí, a menudo solo logran mantener la cabeza fuera del agua. 

Necesitamos que los cristianos en diferentes situaciones y etapas de la vida estén a nuestro alrededor. Necesitamos que nuestra iglesia sea nuestra familia. Necesitamos que nos hables, que nos ayudes a ver nuestros puntos ciegos, que nos proporciones una perspectiva nueva.

Nueve de cada diez padres solteros son madres solteras, y nos beneficiamos de tener hombres, solteros y casados, jóvenes y mayores, para ayudarnos a comprender el punto de vista masculino y mostrar una masculinidad piadosa. Ayúdanos a no ser presa de hombres que nos maltraten. Ayúdanos a aprender cómo criar mejor a nuestros hijos. ¡También aprendemos mucho de parejas y solteros que modelan un matrimonio y una soltería saludables! Por favor, no creas que porque te encuentras en una etapa de vida diferente a la nuestra, no tienes nada que ofrecer. Necesitamos tu amistad.

Entonces, ¡pasemos tiempo juntos! No tiene por qué ser elaborado. Algunos de nosotros todavía estamos lidiando con el dolor del rechazo y ser el único adulto responsable en una familia es agotador, por lo que es de ayuda cuando tomas la iniciativa de reunirnos. 

Aunque estamos necesitados, también tú necesitas lo que Cristo nos ha dado: nuestra perspectiva, nuestra experiencia, nuestro servicio. Tenemos dones para compartir y también podemos ayudarte a llevar tus cargas. 

Necesitamos liderazgo y ser aconsejados

El enemigo quiere que nos aislemos, que nos ahoguemos en la amargura y en una mentalidad de víctima, culpando a otros por nuestra situación. Él quiere que estemos sin rumbo alguno, lejos de la seguridad de la iglesia, buscando satisfacción en algún romance en lugar de buscarla en Cristo. Quiere que veamos a nuestros hijos como angelitos a los que adorar o como una carga inconveniente que hay que arrojar. Él quiere que pensemos que somos sabios a nuestros propios ojos, nos quiere siguiendo nuestros corazones y que llevemos nuestros hogares a las aguas profundas del pecado y la necedad. 

Sin la responsabilidad y la perspectiva de un cónyuge, los padres solteros especialmente necesitan a sus líderes de la iglesia y a sus hermanos y hermanas maduros. Su consejo es vital para ayudarnos a mantener el rumbo. A veces, sin embargo, nos sentimos como una carga. El orgullo o la vergüenza a menudo nos frenan de buscar ayuda para saber cómo manejar nuestras vidas. ¿Quién quiere ser la pobre mamá soltera (¡o papá!) que siempre pide ayuda?

“Pide que rindamos cuenta, pero por favor sé amable. Hemos atravesado mares agitados”

Así que, por favor, ¡danos seguimiento! Necesitamos tu liderazgo. Necesitamos tu consejo. Pregúntanos si tenemos alguna decisión importante sobre la que nos gustaría hablar con alguien. Organiza una reunión regular para hablar y orar por los niños. Ofrece hacer un estudio bíblico individualizado relacionado con la soltería. Pide que rindamos cuenta, pero por favor sé amable. Hemos atravesado mares agitados.

 Preguntarle a alguien en tu iglesia, “¿Cómo ha sido para ti ser padre soltero?” podría ser el primer paso para reemplazar sus sentimientos de que están a la deriva y solos, por sentimientos de que son amados y son visibles. Podrías ser la persona que Dios use para guiarlos, por primera o milésima vez, hacia el amor salvador de Jesús.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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viernes, 24 de junio de 2022

10 CONEXIONES ENTRE JESÚS Y EL REINO DE DIOS

 


Por: Phillip Bethancourt

El reino de Dios es, en esencia, el reino redentor de Dios. Sin embargo, puede ser fácil pasar por alto este prominente tema en la vida de Jesús, y la tentación de asumir en lugar de investigar la importancia del reino de Jesús.  Cuando pasamos por alto la importancia del reino de Jesús, podemos perder lo que significa el reino para la teología bíblica y la ética.

Así que ¿cuán importante era el reino de Dios para Jesús? ¿Cuál era su relación con la irrupción del reino escatológico? Vamos a examinar diez maneras en las que Jesús se relacionaba con el reino.

1. Jesús inaugura el reino. Con la venida de Cristo, no se inicia el reino con la coronación de un rey poderoso, sino con el nacimiento de un bebé que llora. Y sin embargo, al comenzar el ministerio de Jesús en el Evangelio según Marcos, Él anuncia: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Lo que Israel había esperado durante tanto tiempo, Cristo lo estaba inaugurando.

2. Jesús es el reino. Donde está el rey, allí está el reino. Precisamente por esta razón Jesús le dice a los fariseos: “El reino de Dios está en medio de vosotros” (Lucas 17:21). Como enseña Graeme Goldsworthy, Jesús encarna el tema del reino del pueblo de Dios en el lugar de Dios bajo el gobierno de Dios. Jesús es a la vez el gobernante fiel y un ciudadano justo del reino.

3. Jesús le da propósito al reino. Jesús revela que su propósito es proclamar el reino. Cristo describió su misión diciendo que Él “tiene que predicar las buenas nuevas del reino de Dios” (Lucas 4:43).

4. Jesús declara el reino. A través de sus palabras, Jesús explica el reino e invita a la gente a entrar en él. Lucas resume el ministerio de Jesús así: “predicando y anunciando la buena noticia del reino de Dios” (Lucas 8:1). La declaración del reino se dio a menudo a través de las parábolas de Jesús que ilustraron lo que era y cómo funcionaba.

5. Jesús demuestra el reino. A través de sus obras, Jesús muestra el poder del reino y su autoridad sobre el príncipe de las tinieblas. Como explica Jesús, “Si es por el dedo de Dios que expulso los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 11:20). Jesús no sólo declara el reino en sus palabras, sino que también demuestra el reino por sus obras.

6. Jesús expande el reino. Jesús envía a sus seguidores como embajadores del reino para anunciar su llegada. Esta expansión ocurre en Lucas 10 cuando Jesús envía a los 72, dándoles instrucciones de decir: “El reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 10:9). En la gran comisión, el rey Jesús emite a sus discípulos el plan de batalla para la iglesia porque posee “toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Jesús envía a sus soldados a la línea del frente para capturar el reino de las tinieblas.

7. Jesús transforma el reino. Las esperanzas mesiánicas de Israel se centraron en la venida de un conquistador militar que les rescataría de sus enemigos geopolíticos. Es por eso que trataron de hacer rey a Jesús (Juan 6:15). Pero Jesús reorienta su visión al declarar: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Jesús transforma el reino, demostrando que este es integral en su naturaleza, redentor en su misión, y cósmico en su alcance.

8. Jesús compró el reino. A través de su muerte y resurrección victoriosa, Jesús redimió el reino. A medida que satisface la ira de Dios derramada por los que se rebelan contra su gobierno, Jesús venció a Satanás, al pecado y a la muerte (Col. 2:14-15). Él ha vencido al mundo, a la carne y al diablo al destruir el poder del reino de las tinieblas. Al comprar un pueblo del reino en la cruz, Jesús se prueba a sí mismo como el legítimo gobernante del reino restaurado.

9. Jesús concluye con el reino.  En sus últimas palabras a su pueblo, Jesús concluye su ministerio terrenal, aclarando el reino. Justo antes de su ascensión, los discípulos de Jesús le preguntaron: «Señor, ¿vas a restaurar el reino de Israel en este tiempo?” (Hechos 1:06). Incluso al final de su ministerio terrenal, Jesús aclaró la confusión que existía sobre el reino. Así que el reino era la clave para el inicio del ministerio terrenal de Jesús y de su culminación.

10. Jesús vuelve al reino. En la segunda venida de Cristo, Jesús regresa como un triunfante rey guerrero. Al volver para lograr la victoria final, el nombre tatuado en su cuerpo es “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16). Al final, Él coloca a todos sus enemigos debajo de sus pies mientras realiza la creación de un nuevo reino que refleja plenamente su reinado de justicia. Así él culmina la conquista que comenzó con su nacimiento.

Si el reino de Dios fue central en la vida y ministerio de Jesús, entonces sigue siendo crucial para nuestra teología y ética en la actualidad.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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