“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

martes, 28 de febrero de 2023

¿PUEDE UN FALSO MAESTRO PREDICAR EL EVANGELIO?

 


Por: Alejandro Peluffo 

Pregunta: ¿Es posible que un falso maestro predique el evangelio verdadero y que personas sean salvas?

Primero se debe decir que no es lo mismo un inconverso que un falso maestro. Aunque un falso maestro es sin lugar a dudas un inconverso (Mt. 7:15-23), lo contrario no necesariamente es cierto.

Segundo, es necesario definir con precisión que es “predicar el evangelio verdadero”. Si el lector entiende por predicar el evangelio a presentar “cuatro verdades espirituales,” entonces la respuesta es que sí, tanto un inconverso como un falso maestro pueden proclamar ese mensaje, que hoy se ha reempaquetado en el tan popular “Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida”.

Los falsos maestros o falsos profetas se caracterizan en la Biblia por el deseo de agradar a los hombres en lugar de a Dios. Esa motivación egoísta por la popularidad les induce a hablar la mentira. Tanto Pedro como Judas describen de manera muy severa la maldad del corazón de estos impostores que convierten el ministerio en una fuente de ganancia y “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 P. 2:3).

El Nuevo Testamento insiste en que la “concupiscencia” es el elemento común en las enseñanzas de estos maestros que aman el dinero, el placer y la comodidad personal:

“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias epithumías, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”, 2 Timoteo 4:3-4.

“Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado… Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error… sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias”, 2 Pedro 2: 2, 18; 3:3.

“Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho”, Judas 16.

“Concupiscencia” no se refiere solamente a inmoralidad, aunque la incluye. La palabra se refiere a un deseo intenso por algo no necesariamente malo. La idea es la de un deseo desordenado: un deseo elevado al lugar de señorío en la vida de una persona.

Los falsos maestros promueven lo que ya de por sí es una inclinación carnal en cada persona, que es colocar deseos que parecen normales —la salud, la riqueza, tener un buen matrimonio, ser alguien en la vida, disfrutar de las cosas, y una multitud de otros anhelos similares— como el foco central de la vida.

Todos estos deseos son legítimos en el lugar apropiado (1 Tim. 4:4-5), pero en la falsa enseñanza se convierten en los “señores de la vida”. Este enfoque en vivir la “buena vida” aquí y ahora es la razón de la inmensa popularidad de los falsos maestros. Apelan a los deseos naturales del ser humano y los legitiman, asegurando que Dios es complacido cuando se persiguen estas cosas terrenales.

En este escenario el mensaje del evangelio se adapta, presentando a Dios como quien quiere satisfacer todos los sueños del pecador pues lo ama con locura. Se conservan por supuesto elementos de verdad para enmascarar “encubiertamente” la falsedad (2 P. 2:1), con el fin intencional de engañar (Mt. 24:11; Ef. 4:14).

Así, el Dios que “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30) se transforma fácilmente en el Dios que “te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida”.  Lo cual tiene una dosis homeopática de verdad, pero es insuficiente para salvar, para llevar al oyente a la conversión.

La persona promedio pensará al oír tal “evangelio”, “¡Qué bueno, yo también me amo y tengo un plan maravilloso para mi vida! Me gustaría hacer esa oración así Dios me ayuda con mis planes”. Resolución que de ninguna manera salvará a nadie.

La salvación bíblica no viene al hacer una oración a Dios pidiendo su ayuda o su perdón por algún asunto particular, mientras uno sigue enfocado en satisfacer sus concupiscencias.

Salvación viene cuando el pecador comprende el evangelio y, por obra y gracia del Espíritu Santo, se arrepiente de enfocar su vida en sí mismo o en cualquier otro lugar en lugar de en Dios, y clama a Dios para recibir perdón inmerecido, basado en lo que Cristo ha hecho en la cruz, muriendo como un sustituto, por la maldad de ese pecador penitente.

¿Puede un falso maestro predicar el verdadero evangelio? No. ¿Puede alguien ser salvo bajo el ministerio de un falso maestro? Sí. Dios puede usar esas pequeña dosis de verdad que todo sistema falso aún conserva  y, a pesar de las intenciones del falso maestro, traer luz al corazón del perdido, usando muchas veces la lectura privada de las Escrituras, y hoy más que nunca, los medios de comunicación.

La historia nos muestra muchos de esos casos: Lutero, Francisco Lacueva, Raymond Franz, por citar a algunos. Lamentablemente esto es la excepción, no la regla, pues por cada uno que se salva bajo un sistema falso, miles se pierden sin saberlo.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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lunes, 27 de febrero de 2023

ODIANDO A DIOS

 


Por: Gerson Morey

Nuestra escasa o errónea compresión de la naturaleza caída del hombre, es otro de los terribles resultados de ignorar las verdades del Evangelio. Las Sagradas Escrituras, son claras y enfáticas cuando se trata de describir la condición del hombre no regenerado. Ignorar esta realidad, sería trágico para la comprensión de varias otras verdades. Muchos conceptos bíblicos perderían su fuerza, sino entendemos el estado caído de la humanidad.

Dentro del pueblo evangélico, todos o casi todos coincidimos en interpretar (basados en Efesios 2:1), que el hombre sin Cristo está muerto en sus “delitos y pecados”. En otras palabras, el hombre está muerto espiritualmente.

Pero es de crucial importancia comprender que ese estado, no representa una actitud pasiva con respecto a Dios. Afirmar que el hombre está muerto, no quiere decir necesariamente que está neutral con relación al Señor.

Mejor dicho, el ser humano no regenerado no es solo indiferente a Dios, sino todo lo contrario, es antagonista a Él. La humanidad sin Cristo, está en una abierta y desafiante hostilidad hacía Dios. El hombre, en su estado caído, aborrece, detesta y odia a su Creador.

El apóstol Pablo, cuando está describiendo al hombre incrédulo dice que todos son “murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios” (Romanos 1:30). Quiere decir, que los hombres, en nuestro estado caído, aborrecemos a Dios.

Más adelante en la misma epístola dice “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios”(Romanos 5:10), enfatizando una vez más, nuestra verdadera actitud cuando estábamos sin Cristo. Lo que Pablo quería comunicar, es que éramos enemigos de Dios.

A partir de aquí la inevitable conclusión a la que arribamos, es que los creyentes, antes de nacer de nuevo, estábamos en una batalla campal y en una guerra abierta contra Dios. El odio era mutuo, porque Dios tiene una paradójica relación con el mundo. Lo ama (Juan 3:16), pero también lo aborrece (Salmos 5:5).

Y en la consideración de este conflicto, no debemos olvidar que antes de nuestra conversión todas nuestras derrotas, nuestros fracasos, angustias, dolores y miserias eran resultado directo de esta hostilidad hacía Dios. En este conflicto éramos enemigos, pero estábamos perdiendo la batalla. Estábamos odiando a Dios, pero como Adán, escondiéndonos de Él.

Aunque era una guerra, la derrota estaba de nuestro lado. No había ni la más mínima probabilidad de resistirle, ni mucho menos de vencerle. Estábamos condenados a permanecer derrotados y a seguir perdiendo. Nos estábamos enfrentando no solo a un Dios grande, fuerte y poderoso, sino a un Dios justo y santo que expresa su ira para consumir a sus enemigos (Isaías 26:11). Ese era el oscuro panorama que nos esperaba. Un futuro terrible. Sin esperanza. Perdida total. Derrota asegurada. Lloro y crujir de dientes.

Con eso en mente, es que el apóstol Pablo nos presenta el primer resultado de la justificación que Dios hace cuando el creyente se convierte. Cuando el hombre responde en fe y arrepentimiento, Él nos declara justos y por eso estamos “Justificados” y por esa razón “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). ¡Paz para con Dios! decía Pablo. En otras palabras, se acabó la guerra. Terminó la lucha. La bandera blanca, se ondeó a nuestro favor.

El primer y más grande de los beneficios de nuestra justificación es que ya no somos enemigos de Dios. Ahora somos hijos. Aceptos y adoptados. El único que podía matar nuestra alma, ahora nos ha dado vida (Mateo 10:28).

Terminaron las enemistades. Se acabó la persecución. Se acabó el odio. Se resolvió el mas grande de nuestros problemas: ¡Tenemos paz para con Dios! La persecución implacable de la justicia divina ha terminado para los creyentes. ¡Aleluya!

Por iniciativa de Dios Padre y a través de los méritos de Cristo hemos sido reconciliados con Dios. Ese debe ser el motivo de mayor celebración en cuanto a nuestra salvación. ¡Tenemos paz para con Dios!. Ese debe ser el consuelo en medio del dolor, la firmeza en la adversidad y el motivo de nuestra esperanza.

No hay más odios. ¡Tenemos paz para con Dios!

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: pixabay.com

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sábado, 25 de febrero de 2023

¿ES TOTALMENTE NEGATIVO QUE LAS IGLESIAS CRISTIANAS ESTÉN DIVIDIDAS EN DENOMINACIONES Y CONGREGACIONES INDEPENDIENTES?

 


Por Sugel Michelén

Una de las críticas que muchos hacen a las iglesias evangélicas es el hecho de que están divididas en denominaciones o congregaciones independientes. Por lo que muchos opinan que los creyentes debemos hacer un esfuerzo por echar a un lado las doctrinas que nos dividen y enfatizar lo que nos une. Y aún contemplan con agrado la posibilidad de crear una gran organización eclesiástica que agrupe a todos los creyentes en Cristo.

Pero esta “solución” al problema de las divisiones es en realidad mucho peor que la “enfermedad” que intenta curar, y pierde de vista algunos aspectos cruciales de la realidad de la iglesia de Cristo de este lado de la eternidad.

En primer lugar, pasa por alto el hecho de que la unidad del pueblo de Dios es una realidad espiritual que depende enteramente de la obra redentora de Cristo y no de asociaciones humanas (compare 1Cor. 12:12-13; Rom. 8:9). Nosotros no somos llamados a crear la unidad de la iglesia, sino más bien a preservarla y manifestarla en una medida cada vez más creciente (Ef. 4:1-6).

En segundo lugar, esta supuesta solución también pasa por alto la enseñanza bíblica sobre el gobierno y autonomía de cada iglesia local. El NT enseña claramente que cada iglesia local debe tener su propia membrecía y su propio gobierno (Hch. 14:23; Fil. 1:1-2; 1Tim. 3:1-13). Aún en la era apostólica se hablaba de “iglesias” en plural cuando se refiere a las congregaciones locales.

Como bien señala Robert Dabney: “Nosotros leemos [en el NT] acerca de las siete iglesias de Asia, no de la iglesia de Asia; de las iglesias de Galacia, las iglesias de Macedonia, las iglesias de Judea; pero el NT no dice nada acerca de una iglesia nacional visible” (Discussions; Vol., 2; pg. 438).

La Biblia no contempla que todas las iglesias de Cristo se sometan a un gobierno central, como sucede con la Iglesia Católica Romana, sino que cada congregación local de creyentes sea gobernada por su propio cuerpo de pastores y asistidas por su propio cuerpo diaconal, que son los únicos líderes que el NT reconoce (1Tim. 3:1-13; Fil. 1:1-2; He. 13:7, 17).

En tercer lugar, la idea de una gran organización eclesiástica tiende a menoscabar la importancia de la doctrina. Suena bien decir: “Olvidemos lo que nos separa y enfaticemos lo que nos une”. Pero ¿qué sucede cuando las doctrinas que nos separan son esenciales para la correcta comprensión del evangelio? En tal caso debemos marcar una clara línea de separación.

Esa es la enseñanza de Pablo en 2Cor. 6:14ss. Aunque algunos aplican este pasaje a las relación de noviazgo entre creyentes e incrédulos (que es una aplicación apropiada del pasaje), el tema que Pablo está tocando en realidad es el de los falsos maestros. Hay ocasiones en que la separación no es sinónimo de cisma, sino más bien un deber bíblico.

Si hay una enseñanza clara en el NT es que la verdadera unidad cristiana descansa sobre dos pilares: la regeneración y la doctrina. En otras palabras, solo pueden experimentar verdadera unidad cristiana aquellos que han sido regenerados por el poder del Espíritu Santo a través del mensaje del evangelio revelado en las Escrituras (comp. Rom. 6:17-18).

Cualquier otra cosa que sirva de base para construir una especie de sociedad religiosa no es más que una falsificación de la verdadera unidad cristiana.

Como dice Martyn Lloyd-Jones, algunos suponen que si nos tratamos amistosamente, y trabajamos juntos en el evangelismo, o tenemos reuniones conjuntas de oración, eventualmente eso puede que produzca un acuerdo doctrinal. Pero eso es comenzar a construir la casa desde el techo.

Noten Pablo cómo plantea este asunto de la unidad cristiana en su carta a los Efesios (comp. Ef. 1:1-5, 13-14; 2:1, 4-6, 19-22); es a creyentes que Pablo exhorta en el capítulo 4 a preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, una unidad que crece y se fortalece en la misma medida en que crece el acuerdo doctrinal, como vemos claramente en 4:11-16. De manera que la doctrina viene primero, la comunión después.

En cuarto lugar, el intento de crear una gran organización eclesiástica que agrupe a todos los creyentes no toma en cuenta algunos factores humanos que habrán de prevalecer en la iglesia de Cristo hasta que nuestro Señor regrese en gloria y que hace inevitable que exista una diversidad de iglesias y denominaciones.

Como dice Robert Dabney, esto se debe en parte a la excusable limitación del entendimiento humano que impide que todos lleguen a un entendimiento perfecto de todas las doctrinas bíblicas; y en parte a los prejuicios pecaminosos del corazón humano. “Prejuicio – dice él – que, aunque no es justificable, seguramente continuará operando mientras la naturaleza del hombre sea parcialmente santificada”.

Es irrealista pensar que de este lado de la eternidad todos y cada uno de los creyentes lleguen a adquirir una comprensión perfecta en todos los detalles doctrinales.

Como dijo en cierta ocasión Blaise Pascal: “Hay suficiente luz para iluminar a los elegidos, y suficiente oscuridad para humillarlos”. No porque la Biblia tenga algún defecto, sino porque nuestro entendimiento será defectuoso de este lado de la eternidad.

¿Cómo resolvemos ese inconveniente? ¿Desestimando las diferencias como algo sin importancia? O lo que es peor todavía, ¿imponiendo sobre otros nuestros propios criterios, independientemente del entendimiento que ellos tengan de las Escrituras?

Creo que Ian Murray dio en el clavo cuando hizo la siguiente observación: “Lo que podríamos llamar diferencias secundarias entre cristianos no son sin consecuencias y pueden ser lo suficientemente importantes como para prevenir la unidad formal de cristianos en la misma denominación. La libertad de consciencia para interpretar las Escrituras es mucho mejor que una unidad externa impuesta sobre todos”.

En otras palabras, es preferible preservar la libertad que cada creyente tiene de vivir su vida cristiana conforme a lo que él entienda de las Escrituras, a que les impongamos un sistema de creencias en aras de la unidad cristiana.

Y luego añadió: “[Pero] al mismo tiempo es esencial reconocer… que no debe ser permitido que esas diferencias de entendimiento entre cristianos [en tales cosas secundarias] trascienda la verdad que nos hace uno en Cristo” (Ibíd; pg. 309).

Desde esa perspectiva, el hecho de que haya diversidad de iglesias y denominaciones cristianas no debe ser visto necesariamente como un problema, sino también como una bendición, porque permite que un grupo de creyentes con convicciones similares puedan conformar una iglesia o una denominación, sin tener que traicionar su propio entendimiento de las Escrituras.

Joshua Harris dice lo siguiente al respecto: “No hay que pensar en las diferencias de las denominaciones como enemigas de la unidad, sino como algo que hace que la verdadera unidad sea todavía más asequible. Coincidimos en estar de acuerdo en las cosas de primera importancia; y convenimos en respetar los desacuerdos sobre las cosas de menos importancia”.

Y entonces cita a Richar Philips que dice: “Las denominaciones nos permiten tener una unidad de organizaciones en las que tenemos pleno acuerdo… y nos permiten tener unidad espiritual con otras denominaciones, porque no estamos obligados a discutir para perfeccionar el acuerdo, sino que podemos aceptar nuestras diferencias de opinión sobre temas secundarios” (J. Harris; Deje de Coquetear con la Iglesia; pg. 38-39).

Es lamentable que muchos se vuelvan tan celosos de sus distintivos que pierdan de vista el amor cristiano. Pero, gracias al Señor, eso no siempre será así. Cuando seamos perfectamente santificados en el cielo, entonces nuestra comunión será perfecta porque no tendremos ningún prejuicio, ni seremos afectados por ninguna mala interpretación de las Escrituras. Pero eso será en el cielo. Pretender vivir esa realidad ahora, es intentar construir “un hermoso castillo en el aire”, como dijo una vez J. C. Ryle (Murray; op. cit.; pg. 310).

La solución no es echar a un lado las doctrinas que nos separan y enfatizar las que nos unen, como si la doctrina fuera algo sin importancia. La solución está en aprender a manejar esas diferencias con madurez y amor cristiano.

En otra entrada veremos algunos principios que deben gobernarnos en nuestras relaciones intereclesiásticas.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen:  Roy Harryman

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EN EL SUFRIMIENTO, DIOS NO ESTÁ (SIMPLEMENTE) ENSEÑÁNDOTE UNA LECCIÓN

 


Por: Blake Glosson

Los que sufren a menudo se preguntan: «¿Qué lección está tratando de enseñarme Dios a través de esta adversidad?». Sus amigos les preguntan: «¿Qué está intentando enseñarte Dios?».

Por lo general, son preguntas útiles. El sufrimiento es difícil y confuso, y a veces parece no tener sentido, así que es natural y saludable buscar lecciones que aprender. También es cierto que Dios se sirve de las pruebas para producir fruto dulce en nuestras vidas (Stg 1:2-4), usando a menudo las circunstancias difíciles para enseñarnos algunas de las lecciones más valiosas de la vida. Orar: «Señor, enséñame y hazme crecer a través de esta prueba», siempre es útil para nosotros y precioso para Dios.

Sin embargo, existe el peligro de reducir el sufrimiento a «una lección que hay que aprender». Es el peligro de creer, o comunicar a los demás, que Dios permitió nuestro sufrimiento simplemente para enviarnos un mensaje correctivo. Estos son cinco problemas potenciales con esta manera de pensar.

1. No es bíblico.

Consideremos dos ejemplos famosos de sufrimiento en la Biblia: Job y Jesús. El capítulo inicial de Job no dice: «Job caminaba en desobediencia a Dios, así que Dios le trajo sufrimiento para enseñarle una lección». Más bien dice que Job era «intachable y recto» (1:1), y Dios permitió el sufrimiento (en parte) para probar su autenticidad (1:8-12). Si el sufrimiento de Job fue provocado inicialmente para dar una lección a alguien, el alumno a corregir no era Job, sino Satanás (1:6-12).

Jesús, por Su parte, experimentó el mayor sufrimiento en la historia de la humanidad. Sin embargo, el propósito del sufrimiento de Cristo no era darle una lección, sino llevar a los pecadores a Dios (1 P 3:18).

“La Biblia enseña que todo sufrimiento es consecuencia del pecado, pero no todo sufrimiento es consecuencia del pecado personal”

En la bondad de Dios, tanto Job como Jesús aprendieron a través de su sufrimiento (Job 42:1-6; Heb 5:8), pero en ninguno de los dos casos la Biblia reduce el propósito del sufrimiento a una lección para el que sufre.

2. Puede condenar injustamente a los que sufren.

Si nos apresuramos a preguntar: «¿Qué está tratando de enseñarte Dios a través de este sufrimiento?», podemos (a veces) colocar un yugo innecesario sobre la espalda de la persona que sufre. Si aún no ha «descubierto la lección de Dios», eso le añade culpabilidad, y puede implicar que esa persona es culpable de su sufrimiento:

* «Quizá si no idolatraras ser madre, Dios no habría permitido que tuvieras esa pérdida».

* «Quizá si no idolatraras tu carrera, Dios no habría permitido que perdieras tu trabajo».

* «Quizá si fueras mejor cristiano, Dios no tendría que darte lecciones como estas».

La Biblia enseña que todo sufrimiento es consecuencia del pecado (Ro 5:12), pero no todo sufrimiento es consecuencia del pecado personal (Jn 9:2-3). Señalar el pecado personal como la causa del sufrimiento de alguien es a menudo presuntuoso, generalmente inútil y casi siempre simplista.

Preguntar a seres queridos qué les está enseñando Dios a través de su sufrimiento puede ser provechoso y alentador. Pero tengamos cuidado de no caer en la trampa de los amigos de Job, comunicándoles que la única razón por la que están sufriendo es que Dios quiere corregirles por algún pecado. 

3. Se inclina hacia el evangelio de la prosperidad.

Seguro que has oído historias como estas:

* «Estaba luchando como cristiana soltera. Pero entonces me di cuenta de que Dios estaba tratando de enseñarme a estar contenta en mi soltería. Una vez que aprendí la lección, ¡Dios trajo a Carlos a mi vida! #amorverdadero».

* «Siempre vivía de sueldo en sueldo. Pero entonces me di cuenta de que Dios estaba intentando enseñarme a diezmar más y a no idolatrar el dinero. Una vez que aprendí la lección, ¡Dios me bendijo con el trabajo de mis sueños y más dinero del que jamás imaginé! #Efesios3:20».

Alabo a Dios por las lecciones que estas personas aprendieron. Pero «aprendí mi lección y luego fui bendecido con cosas» no es como funciona para todas las personas y ciertamente nunca se promete en las Escrituras.

Tanto si lo hacen con intención o no, estas historias pueden transmitir un mensaje dañino a quienes las escuchan: «¿Has pensado que quizá la razón por la que sigues sufriendo es que aún no has aprendido tu lección?».

Entrenados por este sutil evangelio de la prosperidad, podemos empezar a poner nuestra esperanza en aprender nuestra lección en lugar de mirar a Jesús. Nos arrojamos sobre nuestro propio comportamiento para sanarnos en lugar de arrojarnos sobre la gracia de Dios. Es la lección, en vez del Señor, la que se convierte en nuestro salvador.

4. Atenta contra nuestra humanidad.

Al abordar el tema del sufrimiento, debemos recordar que somos débiles y limitados por naturaleza, mientras que solo Dios es infinito en sabiduría y entendimiento (Is 55:8-9).

En esta vida, sencillamente no lograremos entender del todo por qué Dios permite las adversidades que permite. El sufrimiento no se puede explicar del todo, ni se puede resumir en una pequeña lección.

Cuando sufrimos, nuestro trabajo no es descubrirlo todo, pues eso siempre será un ejercicio inútil. El hecho de que no sepas por qué Dios permitió cierta dificultad no significa que estés haciendo algo mal; significa que no eres Dios.

Cuando caminamos junto a alguien que está sufriendo, nuestro trabajo no es ayudarle a entenderlo todo. Nuestro trabajo es estar presentes con ellos, animarles y recordarles la presencia y las promesas de Dios.

5. Puede dar una imagen falsa de Dios.

Si nos apartamos de los medios de gracia de Dios en nuestro sufrimiento, podemos empezar a ver a Dios como un padre cruel que abandona a Su hijo y le dice: «Volveré cuando aprendas la lección». Nada más lejos del testimonio de las Escrituras.

Dios no está jugando contigo, metiéndote en un calabozo y viendo si puedes descifrar el código para desbloquear la lección oculta. No está reteniendo Su presencia y Su bondad como rehenes hasta que aprendas la lección.

“Cuando caminamos junto a alguien que sufre, nuestro trabajo no es ayudarle a entenderlo todo, sino animarles y recordarles la presencia de Dios”

Jesús no se burla de los que sufren mientras se agitan indefensos en una corriente de dolor, diciendo: «¡Contrólense!». Él, más bien, entra en la corriente de nuestro sufrimiento y dice: «Déjame ser un refugio para ti».

Como dice Dane Ortlund: «No hay que superar una barrera mínima [o aprender una lección] para llegar a Él. Todo lo que tienes que hacer, en realidad, es desplomarte para llegar al corazón de Cristo».

Cristo no mira por encima del hombro tu sufrimiento. No está decepcionado porque no lo hayas entendido todo. No está esperando a que presentes un informe sobre las lecciones que has aprendido de tu dolor para concederte Su presencia. Simplemente, quiere que te arrojes en Sus brazos amorosos.

Tenemos un Salvador compasivo que camina con nosotros, se aflige con nosotros y redime nuestro sufrimiento para bien, a menudo enseñándonos preciosas lecciones a través de las dificultades. Alegrémonos de estas lecciones y al mismo tiempo recordemos que los propósitos de Dios en nuestro sufrimiento son mucho mayores que una lección, y que un día Cristo volverá para salvarnos, sanarnos y aliviar nuestro sufrimiento por completo y para siempre.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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viernes, 24 de febrero de 2023

CUANDO ES MOMENTO DE DEJAR UNA IGLESIA

 


Por: H.B. Charles, Jr

Detesto el ir de iglesia a iglesia. Sin embargo, acepto el hecho de que hay momentos en que los cristianos deben transferirse de una iglesia a otra. Pero hay un momento adecuado y una manera correcta de salir de una iglesia.

¿Cuáles son las razones legítimas para salir de una iglesia?  ¿Cuándo es el momento adecuado para salir de una iglesia? ¿Cómo se debe salir de una iglesia para unirse a otra?

Luz roja: razones equivocadas para dejar una iglesia

Aquí hay siete razones equivocadas para abandonar la iglesia. 

1. Pecado

Alguien ha pecado. Tal vez fue un líder. ¿Es esta una buena razón para salir? Irse a causa del pecado no promueve la santidad. Hubo un grave pecado en la iglesia de Corinto. Pero Pablo mandó a la iglesia a tratar con el miembro que había pecado, no a salir de la iglesia (1 Corintios 5:9-13). Cuando Pablo mandó a los santos a “salir de en medio de ellos”, él se estaba refiriendo al mundo, no a la iglesia (2 Corintios 6:14-18). Debemos responder a los hermanos que pecan con restauración, no con amputación (Gálatas 6:1-5).

2. Desacuerdos sobre asuntos doctrinales secundarios

Las convicciones bíblicas son importantes. Pero no debemos estar dispuestos a morir en cada colina. Contiende ardientemente por la fe. Pero no se debe romper la comunión por cualquier desacuerdo sobre las Escrituras. Pablo aconsejó a Timoteo:

“No dejes que nadie olvide estas cosas. Pon a Dios como testigo, y advierte a los miembros de la iglesia que no deben seguir discutiendo. Esas discusiones no ayudan a nadie, y dañan a quienes las oyen. Haz todo lo posible por ganarte la aprobación de Dios. Así, Dios te aprobará como un trabajador que no tiene de qué avergonzarse, y que enseña correctamente el mensaje verdadero. No prestes atención a las discusiones de los que no creen en Dios, pues eso no sirve de nada. Los que así discuten, van de mal en peor “(2 Timoteo 2:14-16 Versión Lenguaje Actual).

3. La falta de unión

Dios odia a los que siembran la discordia entre los hermanos (Proverbios 6:16-19).  Pero la evidencia de la salvación es el amor por sus hermanos y hermanas en Cristo (1 Juan 3:14). Y este amor se demuestra por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:1-3). No abandones el barco porque no puedes llevarte bien con los demás. Lo único que lograrás es tener el mismo problema en la próxima iglesia. “No hagan nada por rivalidad o vanagloria, sino con humildad cuenten a los demás como superiores a sí mismo”, Filipenses 2:3.

4. Ofensas personales

Habrán momentos en que los cristianos pequen unos contra otros. ¿Entonces qué? Irte no es la respuesta. Desplazarse cada vez que seas (o te sientas) agraviado solo conducirá a múltiples transiciones de iglesia a iglesia. O te mantendrás en los márgenes de la iglesia, que es igual de malo. Jesús da la respuesta:

“Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele, entre tú y él a solas. Si te hace caso, has ganado a tu hermano”Mateo 18:15. Estas simples instrucciones podrían impulsar el reavivamiento en muchas iglesias. Pero, ¿y si no hace caso? Presiona (Mateo 18:16-20).

5. Falta de voluntad para someterse a la autoridad

Aarón tal vez era más espiritual que Moisés. Josué puede que fuera un mejor líder. Pero la vara estaba en las manos de Moisés. No luches contra los que el Señor pone en el liderazgo sobre ti. Por supuesto, no debes sentarte bajo un liderazgo no bíblico, inmoral, o abusivo. Pero hay una manera de lidiar con los líderes descalificados (1 Timoteo 5:19-20). Sin duda, tus pastores deben rendir cuenta. Pero no ates a los líderes espirituales de la iglesia a tus preferencias personales, tradiciones vacías, o prioridades que no son bíblicas. Deja que los líderes guíen. Y sé dispuesto a seguirlos (Hebreos 13:07, 17).

6. Una baja visión de la iglesia

No hay ningún capítulo y versículo bíblico que te ordene ser miembro de una iglesia. Pero la Escritura enseña tanto por lo que se asume como por lo que manda. No existe una categoría bíblica de un “cristiano sin iglesia”. Los apóstoles se preguntarían: “¿Por qué lo llaman cristiano si no es parte de la iglesia?”. Cristo es la cabeza de la iglesia, y él no tiene experiencias fuera del cuerpo. No se puede estar conectado a la cabeza y desconectado del cuerpo. Cristo ama a la iglesia (Efesios 5:25-27), y amar a Cristo es amar lo que él ama.

7. Desobediencia a la verdad

Pablo le encargó a Timoteo a predicar la palabra (2 Timoteo 4:2). Luego advirtió que la fidelidad a esta carga podría causar que algunos huyeran: “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos”, Timoteo 4:3-4. La predicación fiel impulsará a algunos a irse de la iglesia. Pero no se irán a casa. Van a encontrar una iglesia donde el predicador haga cosquillas a sus oídos. No permitas que te ocurra a ti. Si estás siendo enseñado en la sana doctrina y la predicación fiel, por el amor de Dios, ¡quédate!

Luz Verde: cuando es tiempo de dejar una iglesia

Aquí hay tres razones básicas y aceptables para salir de una iglesia.

1. Una razón del evangelio

Si la iglesia a la que vas no cree o enseña el evangelio bíblico, tienes que irte. Y ya. Los pecadores son salvos por la gracia mediante la fe en Cristo, sin añadir ni restar nada. Nada de lo que hacemos nos salva. La salvación es un don gratuito de Dios a aquellos que confían en la justicia de Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos para nuestra justificación. Cualquiera que enseñe cualquier otro “evangelio” es anatema (Gálatas 1:6-9). Y cualquier iglesia que abraza un falso evangelio no es una iglesia cristiana. ¡Corre por tu vida!

2. Una razón doctrinal

Aquí esta el asunto: debes salir de una iglesia cuando te exija negar en lo que crees o creer aquello a lo que te niegas. Uno tiene tres responsabilidades cuando se trata de la fe: (1) El derecho a vivir por fe (Romanos 14:23); (2) la vigilancia de la conciencia contra el pecado (Santiago 4:17); y (3) el mandamiento de poner a prueba todas las cosas (1 Tesalonicenses 5:21-21). No trates los asuntos doctrinales a la ligera. La verdad y la paz deben ser protegidas. Pero pasar por alto la verdad por causa de la gente solo produce una “paz” aparente.

3. Una razón personal

Hay muchas razones personales para dejar una iglesia. La más común es la reubicación. Si te has mudado a una ciudad diferente, es necesario ponerse bajo la autoridad de una iglesia local en el sitio donde vives. Esa fue la situación de Febe (Romanos 16:1-2). O tal vez tu iglesia está tan lejos de donde vives en la ciudad que salir de tal iglesia se es conveniente. Estas y otras razones personales similares son aceptables, son a veces razones necesarias para dejar una iglesia.

Luz amarilla: cómo salir de una iglesia

¿Cómo se puede salir de una iglesia local de una manera que honre a Cristo?

1. Ora

Las decisiones importantes deben realizarse únicamente después de la oración diligente. Dejar una iglesia es una de esas decisiones. Ora sobre tus motivos, tu ministerio y tus relaciones. Ora porque tu corazón sea guardado (Proverbios 4:23). Ora por sabiduría (Santiago 1:5). Ora por la sumisión a la voluntad de Dios (Colosenses 1:09). Ora en voz baja.  Es decir, ora, no hables. Hablar por hablar acerca de tus pensamientos y sentimientos –que ni están procesados– puede sembrar discordia.

2. Examina tus motivos

¿Por qué quieres irte? No estoy hablando de las razones políticamente correctas que les dices a los demás. Estoy hablando de las verdaderas motivaciones de tu corazón. ¿Las sabes? Pídele a Dios que te examine (Salmos 139:23-24). Entonces, sé honesto contigo mismo. Y sé honesto con Dios. Ten cuidado de no moverte por las razones equivocadas.

3. Revisa los compromisos que has hecho para servir

¿Prestas algún servicio en la iglesia? ¿Eres un líder? ¿Tu salida interrumpiría el ministerio? Responde a estas preguntas en oración antes de irte. Si has hecho compromisos, haz cuanto esté a su alcance para cumplir con ellos. Pon el honor de Cristo antes que el tuyo. Deja en el pasado los asuntos indignos (1 Corintios 15:58). No quieres encontrarte “ausente sin permiso” fuera de una misión que Dios te haya encomendado.

4. Asegúrate de que no tienes conflictos interpersonales no resueltos

No dejes una iglesia porque estás enojado por algo. No la dejes porque alguien te ha ofendido. Debes estar preparado para perdonar y buscar reconciliación. Jesús dijo:

“Si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y vete. Reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”, Mateo 5:23-24. La comunión rota interfiere en la verdadera adoración.

5. Piensa en cómo tu traslado afecta a los demás

El cristianismo no se trata de ti. Se trata de Cristo y de los demás. Si tu corazón está bien, sentirás el peso de la forma en que tu potencial salida herirá o influirá en los demás. Si te puedes ir sin afectar a nadie, no eres un buen miembro. Si tu presencia importa, considera cómo tu ausencia conmoverá a otros. “Que cada uno de ustedes vele no solo por sus propios intereses”, indica Pablo, “sino también a los intereses de los demás”, Filipenses 2:4.

6. Determina dónde transferirás tu membresía antes de ir

No es la voluntad del Padre que sus hijos estén espiritualmente sin hogar. Pablo dice: “Así pues, ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).  

El Señor generalmente conduce hacia un lugar, no nos saca de un lugar. Debemos ser capaces de dejar una “dirección del destinatario” espiritual cuando salgamos de una iglesia. Y uno debería estar en la capacidad de ir a una nueva iglesia con la recomendación de su antigua iglesia.

7. Ten una reunión acerca de tu salida con tu pastor

Es justo que hables con tu pastor antes de salir de una iglesia. ¿Es él la razón por la que te quieres ir? Esa es otra razón por la qué uno debería programar una reunión. Hebreos 13:17 dice: “Obedecezcan a sus pastores, y sujéntese a ellos, porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta. Para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso para ustedes”.

Luz Verde: cuando es tiempo de dejar una iglesia

Aquí hay tres razones básicas y aceptables para salir de una iglesia.

1. Una razón del evangelio

Si la iglesia a la que vas no cree o enseña el evangelio bíblico, tienes que irte. Y ya. Los pecadores son salvos por la gracia mediante la fe en Cristo, sin añadir ni restar nada. Nada de lo que hacemos nos salva. La salvación es un don gratuito de Dios a aquellos que confían en la justicia de Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos para nuestra justificación. Cualquiera que enseñe cualquier otro “evangelio” es anatema (Gálatas 1:6-9). Y cualquier iglesia que abraza un falso evangelio no es una iglesia cristiana. ¡Corre por tu vida!

2. Una razón doctrinal

Aquí esta el asunto: debes salir de una iglesia cuando te exija negar en lo que crees o creer aquello a lo que te niegas. Uno tiene tres responsabilidades cuando se trata de la fe: (1) El derecho a vivir por fe (Romanos 14:23); (2) la vigilancia de la conciencia contra el pecado (Santiago 4:17); y (3) el mandamiento de poner a prueba todas las cosas (1 Tesalonicenses 5:21-21). No trates los asuntos doctrinales a la ligera. La verdad y la paz deben ser protegidas. Pero pasar por alto la verdad por causa de la gente solo produce una “paz” aparente.

3. Una razón personal

Hay muchas razones personales para dejar una iglesia. La más común es la reubicación. Si te has mudado a una ciudad diferente, es necesario ponerse bajo la autoridad de una iglesia local en el sitio donde vives. Esa fue la situación de Febe (Romanos 16:1-2). O tal vez tu iglesia está tan lejos de donde vives en la ciudad que salir de tal iglesia se es conveniente. Estas y otras razones personales similares son aceptables, son a veces razones necesarias para dejar una iglesia.

Luz amarilla: cómo salir de una iglesia

¿Cómo se puede salir de una iglesia local de una manera que honre a Cristo?

1. Ora

Las decisiones importantes deben realizarse únicamente después de la oración diligente. Dejar una iglesia es una de esas decisiones. Ora sobre tus motivos, tu ministerio y tus relaciones. Ora porque tu corazón sea guardado (Proverbios 4:23). Ora por sabiduría (Santiago 1:5). Ora por la sumisión a la voluntad de Dios (Colosenses 1:09). Ora en voz baja.  Es decir, ora, no hables. Hablar por hablar acerca de tus pensamientos y sentimientos –que ni están procesados– puede sembrar discordia.

2. Examina tus motivos

¿Por qué quieres irte? No estoy hablando de las razones políticamente correctas que les dices a los demás. Estoy hablando de las verdaderas motivaciones de tu corazón. ¿Las sabes? Pídele a Dios que te examine (Salmos 139:23-24). Entonces, sé honesto contigo mismo. Y sé honesto con Dios. Ten cuidado de no moverte por las razones equivocadas.

3. Revisa los compromisos que has hecho para servir

¿Prestas algún servicio en la iglesia? ¿Eres un líder? ¿Tu salida interrumpiría el ministerio? Responde a estas preguntas en oración antes de irte. Si has hecho compromisos, haz cuanto esté a su alcance para cumplir con ellos. Pon el honor de Cristo antes que el tuyo. Deja en el pasado los asuntos indignos (1 Corintios 15:58). No quieres encontrarte “ausente sin permiso” fuera de una misión que Dios te haya encomendado.

4. Asegúrate de que no tienes conflictos interpersonales no resueltos

No dejes una iglesia porque estás enojado por algo. No la dejes porque alguien te ha ofendido. Debes estar preparado para perdonar y buscar reconciliación. Jesús dijo: “Si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y vete. Reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”, Mateo 5:23-24. La comunión rota interfiere en la verdadera adoración.

5. Piensa en cómo tu traslado afecta a los demás

El cristianismo no se trata de ti. Se trata de Cristo y de los demás. Si tu corazón está bien, sentirás el peso de la forma en que tu potencial salida herirá o influirá en los demás. Si te puedes ir sin afectar a nadie, no eres un buen miembro. Si tu presencia importa, considera cómo tu ausencia conmoverá a otros. “Que cada uno de ustedes vele no solo por sus propios intereses”, indica Pablo, “sino también a los intereses de los demás”, Filipenses 2:4.

6. Determina dónde transferirás tu membresía antes de ir

No es la voluntad del Padre que sus hijos estén espiritualmente sin hogar. Pablo dice: “Así pues, ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).  El Señor generalmente conduce hacia un lugar, no nos saca de un lugar. Debemos ser capaces de dejar una “dirección del destinatario” espiritual cuando salgamos de una iglesia. Y uno debería estar en la capacidad de ir a una nueva iglesia con la recomendación de su antigua iglesia.

7. Ten una reunión acerca de tu salida con tu pastor

Es justo que hables con tu pastor antes de salir de una iglesia. ¿Es él la razón por la que te quieres ir? Esa es otra razón por la qué uno debería programar una reunión. Hebreos 13:17 dice: “Obedecezcan a sus pastores, y sujéntese a ellos, porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta. Para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso para ustedes”.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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lunes, 20 de febrero de 2023

CONSEJOS PARA PREDICAR

 

Por: Sugel Michelén

Con respecto a la preparación de mensajes, yo diría que la preparación del hombre para predicar viene mucho antes de la preparación semanal para predicar el domingo.

Yo creo que una persona que ha sido llamada por el Señor a predicar, en primer lugar, debe tener un buen armazón de teología sistemática, debe conocer la teología sistemática de las Escrituras, porque eso lo va a ayudar definitivamente a tener una mejor interpretación del texto bíblico. Pero en segundo lugar, yo creo que, se ha hecho un énfasis muy marcado de la teología sistemática en ocasiones en desmedro de la teología bíblica.

Yo creo que algo que todo predicador debe tener y debe procurar, es un mejor entendimiento de la teología bíblica, es decir, cómo se conectan los puntos de la Palabra de Dios en el gran tema de las Escrituras, que es la historia de la redención. Eso nos cuida de no predicar los textos bíblicos, sobre todo del Antiguo Testamento, de una forma moralizante.

“La preparación del hombre para predicar viene mucho antes de la preparación semanal para predicar el domingo”

Ahora bien, una vez el pastor tiene esta preparación, y uno nunca termina de prepararse en lo que respecta a la teología sistemática y la teología bíblica, ya en el trabajo semanal, lo primero que todo predicador debe hacer es tratar de entender el significado del texto bíblico. Responder ¿qué es lo que realmente el texto bíblico enseña?

Es muy común escuchar, sobre todo en los estudios bíblicos en los hogares, que hagan este tipo de preguntas: “¿qué significa este texto para ti?”. Yo creo que esa es una pregunta que está mal formulada. La pregunta es: “¿qué significa este texto?”, y el predicador tiene que tratar de desentrañar, con los recursos que tiene a la mano, el significado de la Palabra de Dios.

Una de las cosas que yo recomiendo, a sabiendas de que América Latina no siempre se tiene a la mano una gran biblioteca, es que un pastor tenga varias versiones de la Biblia. Es bueno que pueda leer el texto en varias versiones, buenas versiones como la Reina Valera, la Biblia de las Américas, la Reina Valera Actualizada, e incluso aun una traducción como la Nueva Versión Internacional, porque puede ayudarlo a ver el flujo de pensamiento del texto.

Ahora bien, una vez el predicador ha podido desentrañar el significado del texto bíblico a la luz del contexto más inmediato del pasaje, a la luz del contexto más amplio del gran mensaje de toda la Biblia, ahora comienza la parte más dura, que es la de preparar el sermón.

Alguien decía acerca de la predicación que los primeros cincuenta años del predicador son los más difíciles. Y lo que él estaba tratando de demostrar es el hecho de que la predicación es un trabajo difícil, es un trabajo arduo, en el que uno nunca termina de prepararse adecuadamente.

Una vez el predicador ha podido desentrañar el significado del texto bíblico, ahora viene la confección del sermón en sí. Un conjunto de verdades no hace un sermón. Lo primero que el predicador debe tratar de entender es la unidad del mensaje que él quiere presentar en las Escrituras.

Y en ese sentido hay un buen consejo que se llama “La pregunta de las tres de la mañana”: si tu esposa se levantara a las tres de la mañana y te preguntara -bien adormilada-: “¿De qué vas a predicar mañana?”, el predicador debe poder responder a esa pregunta en una oración concisa, breve. Si si él no puede hacer eso, probablemente todavía no está preparado para predicar.

El mensaje es una idea que el predicador quiere transmitir, no es un conjunto de ideas desconectadas. Es más fácil atrapar una pelota, que atrapar un puñado de arena.

“El mensaje es una idea que el predicador quiere transmitir, no es un conjunto de ideas desconectadas”

Además, debe tener propósito. ¿Para qué tú quieres predicar ese mensaje a la iglesia? ¿Por qué es relevante para el público al cual tú te vas a dirigir? Y finalmente debe ser un mensaje aplicativo, ¿cuál es la aplicación adonde tú quieres llevar a tu auditorio?.

Interesantemente, yo no puedo seleccionar la aplicación de mi mensaje hasta que no haya estudiado el texto, hasta que no tenga la idea que yo quiero comunicar, esa idea única que yo quiero comunicar a través de mi mensaje.

Sin embargo, la aplicación debe dominar toda la confección del sermón, o sea, yo debo tener esa aplicación en mi mente desde que comienzo a trabajar con la introducción, de manera que yo voy a llevar ese mensaje, yo voy a llevar a mi auditorio a esa aplicación que yo quiero traer al corazón de mi auditorio.

Un sermón sin aplicación es como una carta sin dirección, puede ser que tenga muy buen contenido, pero no va a llegar a ningún lado.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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