“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

viernes, 29 de julio de 2022

SOLA SCRIPTURA: LA ESCRITURA SOLA COMO MÁXIMA AUTORIDAD

 

Por: Jonathan Boyd

El fallecimiento de una vecina hizo que escuchara varias creencias relacionadas con el tema de la muerte y la ultratumba. Algunos dijeron que ella estaba con el Señor; otros expresaron que estaba en un mejor lugar, pero que debíamos rezar por su alma. Otros quizás pensaban que estaba en el purgatorio. Un suceso tan lamentable sirvió para que expresáramos lo que creemos y evaluáramos la base de las creencias personales.

¿Por qué creemos lo que creemos? Cada uno tiene miles de creencias sobre muchos temas y nos basamos en varias fuentes de autoridad para sostener dichas creencias. Desde la perspectiva cristiana, las creencias de mayor trascendencia tienen que ver con Dios y nuestra salvación. Según la enseñanza bíblica de Sola Scriptura, la única fuente inerrante e infalible para encontrar respuestas a estas preguntas es la Escritura.

Esta enseñanza no es popular. Hoy en día sigue levantándose oposición a la autoridad de las Escrituras. El posmodernismo quiere relativizar toda creencia: «No hay una verdad absoluta», afirman sin notar la ironía. Otros creen que la ciencia prueba que la Biblia está equivocada y hay algunos que afirman que una tradición oriental nos puede orientar mejor que una colección de sesenta y seis libros «anticuados». También están los que argumentan que las Escrituras no valen la pena porque no ven una relevancia inmediata o práctica para sus vidas en las enseñanzas de la Biblia.

La doctrina de Sola Scriptura está siendo más atacada que nunca en el siglo XXI. Por lo tanto, necesitamos recuperarla y afirmarla una vez más. Un entendimiento sólido de esta doctrina nos dará firmeza en medio de las tormentas y nos ayudará a decidir sobre asuntos doctrinales y éticos. Nos guardará también de un individualismo malsano y, por encima de todo, nos llevará a entender la salvación.

En este capítulo exploraremos qué es la doctrina de Sola Scriptura, cómo la sostenemos bíblicamente y cómo podemos responder ante algunos ataques en su contra.

Sola Scriptura definida

La Reforma protestante tuvo que ver con dos asuntos primordiales que llevaron a la ruptura entre la Iglesia católica romana y las iglesias protestantes: la justificación por la fe sola (Sola Fide, lo cual supone las doctrinas de Sola Gratia y Solus Christus) y las Escrituras como la autoridad final para nuestra fe y vida (Sola Scriptura).

“Un entendimiento sólido de Sola Scriptura nos dará firmeza en medio de las tormentas”

En términos técnicos, hablamos de la justificación por la fe sola como el «principio material» y Sola Scriptura como el «principio formal» de la Reforma. ¿Qué significan esos términos? El principio material es el que tiene que ver con el material del cual está hecho algo, mientras que el principio formal es la estructura que le da forma a un asunto, como el cauce de un río que lleva las aguas por un camino.

En el caso de la Reforma, el principio material sobre el cual se dividieron la Iglesia católica romana y la Iglesia protestante fue la doctrina de la justificación. La Iglesia católica definió finalmente su postura en el Concilio de Trento (1547) al explicar que la justificación «no solo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la voluntaria admisión de la gracia y dones que la siguen». Por su parte, los reformadores la entendían solo como la imputación de la justicia de Cristo al creyente por la fe en Él.

Lutero llegó a entender la justificación por la sola fe a través de su estudio de las Escrituras, específicamente los Salmos, Romanos y Gálatas.[3] Él pensó por un tiempo que la Iglesia católica escucharía sus ideas, pero una disputa en 1519 con el defensor del catolicismo Johann Eck, lo llevó a comprobar que eso era imposible. Es más, los argumentos de Eck lo impulsaron a examinar el fondo de su fe. La pregunta que se hacía era: ¿cuál sería su autoridad final: el papa o las Escrituras?

La expresión de su nuevo principio formal se hizo pública en la Dieta de Worms (1521), una reunión imperial en la que Lutero estaba siendo juzgado:

“A menos que se me convenza por testimonio de la Escritura o por razones evidentes, puesto que no creo en el papa ni en los concilios [de la Iglesia católica romana]… estoy encadenado por los textos de la Escritura que he citado y mi conciencia es una cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada”.

“Toda enseñanza y práctica debe ser evaluada a la luz de la Palabra de Dios”

Otra expresión temprana de la enseñanza Sola Scriptura son las Diez conclusiones de Berna (1528), el resultado de una disputa entre los católicos y los protestantes en Suiza. La segunda conclusión sintetiza bien esta doctrina:

La Iglesia de Cristo no formula ninguna ley ni mandamiento aparte de la Palabra de Dios; por tanto, las tradiciones humanas no son obligatorias para nosotros excepto en la medida en que estén fundamentadas en la Palabra de Dios o prescritas en ella.

De esa manera, podemos concluir que Sola Scriptura enseña que la única autoridad infalible hoy en día es la Escritura. Por tanto, toda enseñanza y práctica debe ser evaluada a la luz de la Palabra de Dios y, si en algo se desvía de esa autoridad, se debe rechazar

Una autoridad final es inevitable

Quinientos años después, este principio formal sigue definiendo las diferencias entre los cristianos evangélicos y los católicos romanos. El Catecismo de la Iglesia Católica resalta que los términos del debate no han cambiado, pues afirma:

81. «La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo».

«La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación».

82. De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación «no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción».

Al leer estas afirmaciones, la pregunta que surge es: ¿Qué pasa si la Iglesia se desvía de la enseñanza correcta de la Escritura? Si hay un conflicto entre lo que la Iglesia enseña y la Escritura, ¿qué se podría hacer?

La respuesta es que, aunque en teoría la Escritura y la interpretación de la Iglesia católica tienen la misma autoridad, en la práctica una de las dos fuentes tiene que predominar. Como explica el teólogo Herman Bavinck: «La iglesia, según lo que hoy día es la doctrina católica universalmente aceptada, es temporal y lógicamente anterior a la Escritura». De esa manera, en el catolicismo romano, la tradición y los dogmas humanos terminan imponiéndose sobre la Biblia.

Solo una autoridad puede ser final para determinar una cuestión de fe. De manera amplia, podríamos hablar de varios candidatos que podrían servir como esta autoridad final: los textos sagrados, la tradición, la razón o la experiencia. En el momento de decidir un asunto sobre las creencias, queda patente cuál es nuestra máxima autoridad.

Si un católico dice: «Yo sé que la Iglesia católica romana enseña la doctrina X, pero yo no estoy de acuerdo porque me parece que tiene más sentido la doctrina Y», se ve claramente que la razón es su máxima autoridad. De igual manera, si un cristiano evangélico dice: «La Biblia enseña que habrá un castigo eterno para los no creyentes, pero yo tuve un sueño en donde Dios me indicó que eso no es así», revela con su comentario que su máxima autoridad es su experiencia en vez de la Escritura.

“La pregunta que debemos hacernos no es si tenemos una autoridad final o no, sino si ella es la Escritura o no”

Estos ejemplos nos muestran que nuestras creencias dependen inevitablemente de una autoridad final. En otras palabras, la pregunta que debemos hacernos no es si tenemos una autoridad final o no, sino si ella es la Escritura o no.

El fundamento bíblico

Desde la Reforma protestante, una pregunta debatida entre católicos y protestantes ha sido si las Escrituras enseñan la doctrina de Sola Scriptura. La respuesta es un rotundo sí. Esta enseñanza es constante a lo largo de la Escritura y quiero mostrarte algunos pasajes que lo demuestran. Para empezar, considera las palabras del salmista:

“¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando Tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; No dejes que me desvíe de Tus mandamientos. En mi corazón he atesorado Tu palabra, Para no pecar contra Ti (Sal 119:9-11).

Todo el salmo 119 resalta la importancia central de las Escrituras y el salmista toma la Palabra de Dios como su máxima autoridad para vivir de una manera que agrada a Dios. A lo largo del salmo, su autor anhela conocer los estatutos del Señor y así andar en la verdad. Él considera las palabras de Dios como el estándar para entender toda la vida. «Tú estás cerca, SEÑOR, y todos tus mandamientos son verdad» (v. 151). Luego, en Isaías, vemos cómo toda palabra debe ser evaluada a la luz de la ley y el testimonio escrito de Dios:

“Y cuando les digan: «Consulten a los adivinos y a los espiritistas que susurran y murmuran», digan: «¿No debe un pueblo consultar a su Dios ? ¿Acaso consultará a los muertos por los vivos?». ¡A la ley y al testimonio! Si ellos no hablan conforme a esta palabra, es porque no hay para ellos amanecer”  (Is 8:19-20).

Esto significa que cualquier afirmación o experiencia, incluso las que parecen ser sobrenaturales, deben ser filtradas por la ley y el testimonio escrito de Dios.

Al mismo tiempo, en la Biblia también leemos cómo el mismo Señor Jesucristo afirmó la autoridad final de la Palabra. En el relato de la tentación en el desierto, Jesús refutó a Satanás tres veces de la misma forma: «escrito está», seguido de una cita del Antiguo Testamento (Mt 4:4, 7, 9). Para nuestro Señor, las Escrituras tenían autoridad para entender su realidad y para confrontar al enemigo. También tenían autoridad sobre cualquier tradición humana, un hecho que dejó en claro al exhortar a los líderes religiosos de su época (Mr 7:8). Si nuestro Señor apeló a las Escrituras como autoridad final, ¿no debemos hacer lo mismo?

“Si nuestro Señor apeló a las Escrituras como autoridad final, ¿no debemos hacer lo mismo?”

El apóstol Pablo indica lo mismo sobre la autoridad final de la Escritura. En su última carta dirigida a su discípulo Timoteo, escribió:

“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Ti 3:15-17).

La palabra traducida como «inspirada por Dios» indica el origen divino de la Escritura y, dado que Dios «no miente» (Tit 1:2), su Palabra inspirada tiene que ser verdadera y, por lo tanto, nuestra autoridad final. Juan Calvino lo expresa bien al decir que «le debemos a la Escritura la misma reverencia que le debemos a Dios; porque ha procedido solo de Él».

Este pasaje también enseña que la Escritura es suficiente para llevarnos a la salvación y equipar al creyente para la vida cristiana. La Escritura mencionada por Pablo sería el Antiguo Testamento, pero la verdad sobre la inspiración aplica también al Nuevo Testamento, ya que se considera Escritura (2 P 3:16) y contiene el evangelio de salvación que Pablo menciona en su carta a Timoteo (2 Ti 3:15). Para entenderlo mejor, considera lo que Pablo enseña en sus cartas a los tesalonicenses:

“Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibieron la palabra de Dios que oyeron de nosotros, la aceptaron no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en ustedes los que creen” (1 Ts 2:13).

“Así que, hermanos, estén firmes y conserven las doctrinas que les fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2 Ts 2:15).

Estos versículos enseñan que la Palabra de Dios, comunicada por los apóstoles, tiene la autoridad de Dios. Vemos que la doctrina cristiana llegó a los tesalonicenses a través de las palabras orales de los apóstoles y sus cartas. Pero ¿en dónde encontramos estas palabras hoy día? ¡En las Escrituras! (2 Ts 2:15). Ellas mismas obran para brindar convicción sobre su autoridad y podemos concluir que lo hacen mediante la obra del Espíritu Santo quien las inspiró (1 Co 2:12-14;  2 P 1:20-21). Pablo confió en la autoridad máxima de la Escritura que él producía porque sabía que era inspirada por Dios. ¿Puedes empezar a ver cómo Sola Scriptura se enseña a lo largo de toda la Biblia?

Respuestas a objeciones

Por supuesto, son muchas las personas que no creen en lo que Sola Scriptura afirma. Así que, para finalizar, evaluemos tres objeciones comunes a esta enseñanza y cómo podemos responder a ellas.

“La máxima autoridad de la Escritura no invalida otras autoridades importantes para el cristiano”

La primera de ellas afirma que «Sola Scriptura es un argumento circular». Algunas personas dicen que el argumento de que «la Escritura es la máxima autoridad porque la Escritura lo enseña así» no tiene validez. Pero por definición, la autoridad final no puede descansar sobre otra autoridad. Como dice Bavinck: «La verdad de un principio fundamental (principium) no se puede probar; solo se puede reconocer». De hecho ¡la Iglesia católica hace lo mismo al afirmar que la tradición debe tener la misma autoridad que la Escritura porque la tradición así lo estipula!

Una segunda objeción común a Sola Scriptura es que esta enseñanza promueve un caos de interpretaciones. «Cada loco con su tema y cada evangélico con su interpretación», podrían decir algunos. Pero esta idea desconoce la doctrina histórica de Sola Scriptura. Esta enseñanza no significa «tú solo, con tu Biblia»; no es una doctrina individualista. La Iglesia nació como resultado de escuchar la Palabra de Dios y las Escrituras fueron recibidas por la Iglesia de Cristo. Por lo tanto, se deben leer en comunidad.

La máxima autoridad de la Escritura no invalida otras autoridades importantes para el cristiano, como la autoridad de la iglesia local o la autoridad de las doctrinas históricas de la Iglesia, pues ambas encuentran su sustento en la Biblia. ¡Las herejías a menudo han surgido precisamente por no tomar estas autoridades en cuenta! Por supuesto, estas otras autoridades son derivadas y no absolutas. El segundo capítulo de la Segunda Confesión Helvética (1561), una de las primeras confesiones protestantes, representa una posición equilibrada sobre este asunto.

Por un lado, la confesión afirma que «no despreciamos las interpretaciones de los padres griegos y latinos, ni rechazamos sus disputas y tratados sobre asuntos sagrados en tanto concuerdan con las Escrituras», mientras que por otro lado dice que «no admitimos ningún otro juez que Dios mismo, quien mediante las Santas Escrituras proclama lo que es verdad, lo que es falso, qué ha de seguirse o qué ha de evitarse».

Además, a pesar de diferencias en esquemas teológicos o interpretaciones de pasajes individuales, existe un consenso sobre las doctrinas fundamentales entre los cristianos que sostienen la enseñanza de Sola Scriptura. Dios es trino; el Hijo de Dios vino al mundo para salvarnos por gracia, solo por medio de la fe, solo en Él, y todo esto es solo para la gloria de Dios. ¿De dónde vienen estas enseñanzas? Salen clara y naturalmente de las Escrituras cuando las tomamos como nuestra máxima autoridad.

“En ninguna parte de las Escrituras vemos que la tradición apostólica oral fuera a ser guardada en algún lado diferente de las Escrituras”

Para finalizar, tenemos la objeción que afirma que las Escrituras enseñan que la tradición es necesaria. Esta objeción usa varios pasajes bíblicos que hablan de la tradición como autoritativa. Por ejemplo, Pablo dice: «Ahora bien, hermanos, les mandamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la doctrina [tradición, según varias traducciones católicas] que ustedes recibieron de nosotros» (2 Ts 3:6).

Pero esta objeción en realidad no va en contra de Sola Scriptura ya que, como mencionamos arriba, reconocemos la autoridad apostólica. La pregunta es: ¿en dónde encontramos esta tradición? En ninguna parte de las Escrituras vemos que la tradición apostólica oral es guardada en algún lado diferente de las Escrituras; no hay una sucesión apostólica según la Escritura. Por tanto, después de la muerte de los apóstoles, las Escrituras son la única fuente infalible e inerrante de esta tradición.

Vayamos a la Escritura

Muchas personas hoy dicen creer en lo que significa Sola Scriptura, pero no entienden qué significa esta enseñanza fundamental. Determinan qué creer según otras autoridades: lo que les parece, lo que experimentan o lo que otra persona dice. Otras quieren obviar dos mil años de historia de la Iglesia. Claramente, ¡es tiempo de recuperar la doctrina de Sola Scriptura!

Para hacerlo, podemos someternos conscientemente a las Escrituras en cada área de nuestra vida y ministerio, podemos estudiar las confesiones históricas y leer más sobre la historia y la teología de la Reforma. ¿Por qué creemos lo que creemos? Que a la hora de responder esta pregunta, cuando se trate de las verdades más importantes en el mundo, podamos ir a la Biblia para justificar nuestra respuesta.

«¡A la ley y al testimonio!».

 Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: cristianismoactivo.org

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jueves, 28 de julio de 2022

EL MITO DE LAS ENFERMEDADES MENTALES

 


Por Sugel Michelén. 

Uno de los problemas con las etiquetas que usan los psiquiatras y psicólogos para las “enfermedades mentales” es que no describen una enfermedad específica o una causa médica que explique el comportamiento anormal del individuo, sino más bien un conjunto de síntomas que la persona presenta. En ese sentido, el término “enfermedad mental” es engañoso, porque puede dar la impresión de que se ha diagnosticado una “enfermedad” real, cuando lo que se está describiendo es una sintomatología.

En el 1952 en el Manual de Diagnóstica y Estadística de Desórdenes Mentales se señalaban 60 tipos y subtipos de enfermedades mentales. Dieciséis años más tarde el número había crecido a 145, actualmente esta cifra a aumentado. El problema con esto es que no estamos lidiando con algo en lo que se puede hacer un diagnóstico preciso.

El psiquiatra Thomas Szasz dice al respecto: “No hay conducta o persona a la que un psiquiatra moderno no pueda plausiblemente diagnosticar como anormal o enferma” (cit. por Martin y Deidre Bobgan, Psico-Herejía, la Seducción Psicológica de la Cristiandad; pg. 196).

Después de la caída todos los seres humanos tenemos desbalances en algunas áreas. Con esto no estoy diciendo que no existan comportamientos anormales, o si prefiere llamarlo de otro modo, problemas psiquiátricos; pero tales problemas no deben ser rotulados como “enfermedades mentales” si se está usando el término “enfermedad” en un sentido literal, no metafórico.

¿Qué son, entonces, estos problemas? Algunos problemas de comportamiento anormal tienen una causa física y, por lo tanto, deben ser tratados por un médico. Puede tratarse de una disfunción orgánica que esté afectando el cerebro, tumores, desórdenes glandulares, desórdenes químicos. En cada uno de estos casos estamos ante un problema orgánico que debe ser tratado por un neurólogo, un endocrinólogo, o incluso por un psiquiatra si éste se mantiene dentro del campo médico.

Robert Smith, doctor en medicina, dice lo siguiente al respecto: “Tumores, heridas serias, derrames cerebrales, etc., pueden dañar parte del cerebro y afectar el modo de pensar y actuar de la persona, pero estas no son enfermedades mentales, sino enfermedades orgánicas que pueden ser probadas en laboratorios. Ellas pueden ser causa de que el cerebro esté enfermo pero no la mente. Si bien las partes dañadas del cerebro no están disponibles para la mente, la mente no está enferma. En este caso hay un daño cerebral pero no una enfermedad mental. El concepto de mente enferma es una teoría no probada científicamente” (cit. por MacArthur; Consejería Bíblica; pg. 367; el énfasis es mío).

También puede darse el caso de un mal funcionamiento químico como resultado del abuso de drogas, o incluso por la falta de sueño. Jay Adams dice al respecto: “Los problemas perceptivos pueden resultar de una acumulación de sustancias tóxicas del metabolismo del cuerpo, causadas por un déficit agudo de sueño” (Manual del Consejero Cristiano; pg. 383).

Algunos de los llamados problemas psiquiátricos o enfermedades mentales, pueden tener un origen netamente espiritual. Un ejemplo de este tipo de casos lo encontramos en la Biblia, en la historia de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, y Caín le tenía envidia a Abel porque veía que Dios estaba agradado con él.

El corazón de Caín se había llenado de envidia y de amargura, y finalmente se deprimió. Dice en Gn. 4:5 que se ensañó contra su hermano en gran manera, y decayó su semblante. Noten cómo Dios trató con el problema:

“Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:6-7).

Caín ofreció a Dios una ofrenda que Dios rechazó por su actitud pecaminosa; pero en vez de arrepentirse Caín complicó aún más las cosas al responder mal al rechazo de Dios. Se enojó y se deprimió; llenó su corazón de amargura y resentimiento; probablemente comenzó a sentir auto-compasión, y quién sabe cuántas cosas más.

Pero entonces Dios viene a él y le da una solución: “Si haces el bien, serás enaltecido”. En otras palabras: “Dejarás de estar deprimido. Pero si continúas reaccionando pecaminosamente, caerás más profundamente en las garras del pecado, que como un animal salvaje está acechando a la puerta, ansioso por devorarte”.

Caín no hizo caso a la advertencia divina, y el pecado lo devoró; finalmente mató a su hermano. Siguió alimentando su ira, su resentimiento, su auto-compasión, y ahí tienen el resultado.

El principio encerrado en esta historia es que el comportamiento determina los sentimientos. Si actúas mal, te sentirás mal. Por eso Pedro dice en su primera carta: “El que quiera amar la vida y ver días buenos (lo contrario a estar deprimido), refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala” (1P. 3:10-11).

Si Caín hubiese hecho esto hubiese resuelto su estado depresivo y nunca hubiese llegado a hacer lo que hizo. Las circunstancias del hombre han cambiado inmensamente de la época de Caín para acá; los problemas que tenemos que enfrentar a diario son muy distintos, pero el principio sigue vigente: Una de las razones por la que las personas se deprimen es porque responden equivocada y pecaminosamente a los problemas de la vida.

También es probable que el problema tenga una causa física y una causa espiritual al mismo tiempo, y en tal caso debe tratarlo un médico conjuntamente con alguien que aconseje bíblicamente al individuo.

Debido a la unidad orgánica que existe entre el alma y el cuerpo, muchas veces nuestros problemas se mezclan y nosotros debemos tener discernimiento para detectar cuándo el comportamiento se debe al problema físico, y cuándo se trata de un asunto espiritual.

Por ejemplo, un niño al que se le ha diagnosticado ADD (Trastorno por Déficit de Atención), puede ser que tenga un problema en la tiroides que esté afectando su nivel de energía. Pero eso no lo excusa para que golpee a sus amigos o a sus hermanos cuando quiere un juguete que ellos tienen.

Nunca debemos excusar el pecado por un problema físico, aunque podemos ser comprensivos al tratar con un niño, o aun con un adulto, cuya condición física le haga más difícil seguir instrucciones u obedecer.

Una persona puede estar deprimida por una causa física, pero si tal persona se ampara en su tristeza para pecar y dejar de hacer lo que sabe que debe hacer, es muy probable que agrave su problema, porque añadirá la culpa a su condición. ¿Cómo se deben tratar este tipo de casos?

En primer lugar, debemos buscar información de modo que podamos comprender a la persona que está atravesando por esa dificultad.

En segundo lugar, debemos tratar de distinguir, en la medida de lo posible, las causas físicas del problema, si las hay, de las causas espirituales. Si existe algún problema orgánico, el médico debe tratar con él, mientras nosotros trabajamos con las Escrituras los asuntos del corazón con amor y compasión.

Si no hay problema orgánico, o no se ha podido detectar ninguno, pero aun los síntomas físicos son severos, dolor, falta de sueño, ansiedad, hiperactividad, etc., entonces debemos considerar el uso de medicamentos para aliviar los síntomas. El uso de medicamentos en tales casos no debe hacerse a la ligera, pero no debe ser descartado. Este es un asunto de libertad cristiana.

De paso, si alguien lee este artículo y en estos momentos está bajo medicación por orden de un médico, no le aconsejo que decida por Ud. mismo descontinuar sus medicamentos. Lo más sabio es que busque consejo de su médico y de sus pastores.

Para concluir solo quiero añadir dos pensamientos adicionales. En primer lugar, que debemos poner la autoridad de Dios y de Su Palabra por encima de cualquier teoría o razonamiento humano. No sabemos cuántas otras teorías el hombre seguirá urdiendo con el paso de los años que contradicen las Escrituras, pero nosotros debemos permanecer firmes en nuestra convicción de que Dios es Dios y la Biblia Su Palabra (comp. Is. 8:20; Rom. 3:4).

En segundo lugar, que debemos profundizar cada vez más en el conocimiento de la teología bíblica, o no seremos capaces de filtrar las mentiras y errores del mundo. Muchos buenos cristianos son seducidos por estas teorías psicológicas, no porque desprecien la Biblia, sino porque son incapaces de discernir que tales teorías se oponen a las Escrituras.

Que Dios nos conceda un conocimiento cada vez más amplio de Su Palabra para que podamos tener discernimiento, y un corazón para obedecerle a Él antes que a los hombres.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: wallpaperbetter.com

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miércoles, 27 de julio de 2022

ESFORZÁNDONOS POR LA SANTIDAD

 


Por: José Mercado

El 22 de noviembre del 2014 completé mi primer maratón. Para poder completar esta distancia en el tiempo que me había propuesto, tuve que entrenar por 16 semanas, corriendo un promedio de más de 60 millas por semana. No bastaba llegar al día del maratón con pensamiento positivo. Tenía que intencionalmente prepararme para  completar el recorrido de 26.2 millas. La satisfacción que experimenté al poder completar solo fue posible por muchos días de intenso entrenamiento. Había días en que no deseaba salir a correr. Sin embargo sabía que para poder completar mi meta tenía que hacerlo.

Muchos creyentes no son intencionales en cultivar la piedad en su vida. Aunque no lo digan, sus vidas de piedad demuestran una marcada marca falta de esfuerzo. Por su parte, el apóstol Pablo presenta la vida del creyente como una carrera que debemos correr. Y al igual que un entrenamiento para un maratón, diariamente debemos tener la intención de vivir para crecer en piedad:

“Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad; porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura”, 1 Timoteo 4:7-8.

Pablo en este pasaje invita a los creyentes a no pasar por la vida faltos de conocimiento bíblico. Nos incita a disciplinarnos para crecer en santidad por medio de conocimiento sano. Disciplina es una palabra que representa esfuerzo, intencionalidad. Pablo nos está diciendo que crecer en piedad no sucede en un vacío. Al contrario, es algo que Dios transforma en nosotros por Su gracia mientras nos esforzamos en disciplina. Así como el ejercicio físico permite que terminemos un maratón, debemos disciplinamos en la piedad para tener beneficios en esta vida y la eterna. 

Motivados por la gloria de Dios

“Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, 1 Corintios 10:31

Como creyentes, todo lo que hacemos debe tener un denominador en común: la gloria de Dios. Este debe ser el catalítico para nuestra vida de piedad. En las iglesias hay muchas motivaciones incorrectas para aparentar piedad: reconocimiento, halagos, legalismo, pensar que Dios nos va a bendecir, etc. Pero la motivación nuestra es diferente: Dios es un Dios santo y glorioso, que merece toda la gloria. Él también nos ha salvado para Él, y ahora en agradecimiento vivimos para su gloria.

Cuando tenemos la motivación correcta, necesitamos la metodología correcta. Informados por la Palabra de Dios, debemos usar los medios de gracia que Dios nos da para crecer en piedad y ser más como Cristo para Su gloria.

Formas incorrectas

Una de las influencias más predominantes en el mundo evangélico viene de la Teología Keswick. Esta doctrina enseña que la forma de llegar a una vida más alta en el Señor es por medio de entregarnos a Dios y dejar que Él actúe en nosotros. Si bien es cierto que debemos entregarnos a Dios y permitir su trabajo en nosotros, también debemos tener presente que la Biblia nos enseña que hacemos eso por medio de disciplina y usando los medios de gracia prescritos en su palabra. Muchos de nosotros aplicamos la filosofía de dejar que Jesús tome el volante y no hacemos nada para crecer.

En muchas ocasiones me encuentro con creyentes que desean cambiar o crecer en aspectos de su vida y cuando les preguntas que están haciendo para crecer, me  responden “estoy orando”. Eso es una mentalidad Keswick, dejar la responsabilidad a Dios sin nosotros involucrarnos. Claro que debemos orar, pero una simple oración que dice “Dios cámbiame” no es lo que la Biblia nos muestra como la forma de crecer. Esa oración debe estar acompañada de arrepentimiento, meditación y conductas piadosas.

“Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito”, Filipenses 2:12-13

La vida de piedad del creyente incluye el nosotros ocuparnos, pero ese deseo de trabajar en nuestra piedad solo viene de Dios. Al final lo que hacemos es porque Él nos ha dado el deseo y es para su beneplácito o gloria.

Cambio bíblico

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús”, Tito 2:11-13

Este pasaje nos muestra que la gracia de Dios es la que nos enseña diariamente a morir a nosotros mismos y así  poder vivir para Dios.  Si puedes ver en este pasaje, la vida del creyente consiste en dos aspectos: negar la impiedad y vivir piadosamente. Es decir, que no tan solo debemos parar las conductas contrarias a la palabra de Dios, sino que también tenemos que aplicar las conductas acordes al carácter de Dios.  Así por ejemplo: El que esta airado contra alguien debe arrepentirse y no tan solo dejar de sentir ira, sino que debe amar a su enemigo. El que tiene pensamientos lujuriosos, no tan solo debe parar de tenerlos, sino también pensar en todo lo amable, todo lo bueno.

¿Cómo hacemos esto? Tito 2 nos dice que es por medio de la gracia de Dios que se ha manifestado. ¿Qué quiere decir Pablo con esto? La gracia de Dios que se ha manifestado es Cristo por medio de su evangelio. Esta gracia es la que nos enseña a poder renunciar al mundo y vivir para Dios. La gracia hace su efecto cuando nos exponemos constantemente a la misma a través de los medios que Dios nos ha dado para recibirla: la oración, la meditación en las Escrituras, la comunión con los creyentes, los sacramentos, y el congregarnos para adorar y escuchar el evangelio proclamado. No hay ninguna fórmula mágica para aplicarla. Mediante estos medios de gracia, Dios usa su Espíritu para darnos convicción de pecado,  arrepentirnos y en su gracia poner conductas que le den gloria a Él.

Todos estos medios de gracia deben llevarnos a Cristo. El motivador para vivir para la gloria de Dios diariamente es recordar que Él ha tenido gracia para con nosotros y por ende nuestros pecados han sido perdonados. Mira como Pedro lo detalla:

“Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad, a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor. Pues estas virtudes, al estar en vosotros y al abundar, no os dejarán ociosos ni estériles en el verdadero conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Porque el que carece de estas virtudes es ciego o corto de vista, habiendo olvidado la purificación de sus pecados pasados”, 2 Pedro 1:5-9

Pedro nos dice que apliquemos con diligencia todas estas virtudes. Al ponerlas en práctica diligentemente, podemos dar fruto en el conocimiento de Cristo. El verso 9 nos da una pieza clave en nuestra santificación: cuando dejamos de crecer, cuando dejamos de tener virtudes, cuando no obramos diligentemente en crecer en piedad, es porque hemos olvidado el perdón de nuestros pecados y el evangelio. Por consiguiente, diariamente debemos meditar en la gracia de Dios revelada en su hijo para motivarnos a vivir para su gloria.

Intencionalidad diaria

Muchas veces perdemos la perspectiva de que el trabajo de santificación necesita una intencionalidad diaria. Todos los días batallamos contra nuestro pecado y con aplicar por la gracia de Dios un comportamiento piadoso. Diariamente tenemos que examinar nuestro corazón y a través del Espíritu Santo identificar tendencias pecaminosas en el mismo. Una vez que identificamos tendencias pecaminosas, el llamado bíblico es venir en arrepentimiento ante Dios y confesar nuestro pecado. En ese proceso le pedimos a Dios la gracia para renunciar a esta manera de vivir y caminar en obediencia. No es suficiente dejar de hacer lo que estábamos haciendo, sino que aplicamos los frutos del Espíritu contrarios a nuestra conducta pecaminosa. Esta lucha contra nuestra carne es diaria y permanente pues la carne nunca nos da tregua.

Uno de los errores más comunes que veo en creyentes es que trabajan creciendo en piedad en un área. Luego de varios meses, ven frutos, se confían, dejan de orar y meditar sobre esta área. Consecuentemente, desisten de ser intencionales en la lucha contra su pecado. Sin darse cuenta comienzan a moverse en dirección al pecado y vuelven a los hábitos de la carne. Tenemos que entender que hay áreas de debilidad las cuales vamos a tener que batallar hasta que Cristo venga. Para algunos será la lujuria; para otros, la ira; quizás sea la envidia. Es importante para cada creyente identificar cuál es esta área de debilidad y constantemente incluir en sus meditaciones bíblicas aspectos que le ayuden a cultivar piedad en estas áreas de lucha.

La voluntad de Dios es que crezcamos en Santidad (1 Tes. 4:3-8). Cuando negamos crecer en santidad, estamos rechazando a Dios y dando mal honor al evangelio. Por eso, por Su gracia nos esforzamos a crecer en santidad para que Dios sea glorificado.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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ABUELA ALCAHUETA: ¿UN DEBER O UN CAPRICHO?

 


Por: Liliana Llambés

«Abuela» es una palabra que te llena de emociones desde el mismo momento en que te enteras de que pronto llegará a tu vida un nieto. El corazón se embarga de una alegría particular, mucha gratitud y ansias de tener ya entre tus brazos al nuevo receptor de todo tu cariño. Sin embargo, con frecuencia escuchamos que las abuelas están para consentir y que la labor de criar queda en los padres. Pocas veces relacionamos a los abuelos con la palabra «responsabilidad». La Biblia nos muestra algo diferente.

Cuando mis hijos eran pequeños, constantemente me encontraba imaginando el día en el que ellos crecieran, se casaran y finalmente yo me encontrara arrullando entre mis brazos a mis nietos. Siempre pensé que, si El Señor lo permitía, yo me gozaría con tal bendición. Los años pasaron y llegó el día en el que por primera vez colocaron a mis pequeños nietos en mis brazos. ¡Me convertí en abuela! Aún no encuentro las palabras para expresar lo que mi corazón sintió en ese momento. Fue algo indescriptible.

Algo sí puedo decir: la realidad de tener un hijo y tener nietos es abismalmente diferente. El mundo quiere enseñarnos a ser abuelos, y sin darnos cuenta podemos caer fácilmente bajo su adoctrinamiento, e incluso portar con orgullo el título de «abuela alcahueta». Pero ¿qué significa ese título en realidad? La palabra «alcahueta» define a una persona que encubre u oculta algo. Quizá ahora no suene tan bonito: «abuela que encubre u oculta la conducta de su nieto».

Antes de continuar, vale la pena detenernos y responder las siguientes preguntas con toda sinceridad: ¿Busco agradar al Señor por encima de mis nietos? O quizás ¿busco agradar a mis nietos por encima del Señor? Esto nos dará un buen punto de partida.

Como abuelas que conocemos al Señor, debemos buscar fervientemente Su voluntad para nuestras vidas y seguir las enseñanzas de nuestro Padre, con el fin de ponerlas en práctica también desde nuestro rol de abuelas. Pensando en esto, quisiera compartir contigo los siguientes consejos que nacen de un corazón que: (1) anhela agradar a Dios en este caminar de abuela, (2) anhela bendecir y no desautorizar a sus hijos, y (3) anhela edificar a sus nietos.

1) Sé una abuela que ora

En Proverbios 17:6 leemos: «Corona de ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son sus padres».

Cierro los ojos y recuerdo el momento cuando mis brazos sostuvieron por primera vez a mis nietos. Dios me estaba coronando con una gran bendición, pero también con una gran responsabilidad. Lo primero que hice fue orar para dar gracias por su vida, pero también para rogarle al Señor que mis nietos algún día creyeran en Cristo como Salvador y Señor de su vida.

En su carta a los efesios, Pablo anima a la iglesia a perseverar en todo tiempo en oración por todos los santos (Ef 6:18). ¿Has pensado que esto incluye a tus hijos, si son creyentes, y a quienes les rodean? Seamos abuelas que oran también por sus hijos que ahora aprenden a ser padres; que puedan depender de la sabiduría del Señor para encaminar a sus hijos. Ora también por tus nietos para que crezcan en sabiduría y entendimiento.

2) Sé una abuela que enseña la Palabra

«Porque tengo presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2 Ti 1:5).

«Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3:15).

Que el Señor nos ayude a ser abuelas que instruyen a sus nietos en la Palabra de Dios. Pablo nos deja ver destellos de una abuela que edificó a su hija, y cómo esa bendición alcanzó incluso a su propio nieto. No tengamos en poco nuestra edad ni nuestra capacidad. Recordemos que la obra es del Señor, así que aprovechemos cada oportunidad para sembrar el evangelio y confiemos en la obra que puede hacer nuestro Padre.

3) Sé una abuela firme en Cristo

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará tu corazón» (Lc 12:34).

Abuela, tu identidad está en Cristo, no en tu nieto. Como madres, tendemos a luchar con la tentación de enfocar nuestras vidas hacia nuestros hijos, y cuando llegan los nietos esto puede aumentar desmedidamente. Recordemos que nuestro gozo y deleite se encuentran únicamente en Cristo y no en nuestros nietos. Nuestra prioridad sigue siendo Cristo y su reino, así que permanezcamos firmes en Él. Cuando te sientas tentada a quejarte porque no puedes verlos tan seguido como quisieras, recuerda que solamente en Cristo estamos completas (Col 2:10) y quita ese peso de culpa de tus hijos o nietos.

Recordemos que nuestro gozo y deleite se encuentran únicamente en Cristo y no en nuestros nietos

4) Sé una abuela que permite a sus hijos criar a tus nietos

«Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef 5:31).

Nuestros hijos salen de casa, forman sus hogares y son los responsables de la crianza de sus hijos. Como abuelas, esa crianza no forma parte de nuestras responsabilidades. Busquemos conducirnos en sabiduría, respetando ese rol que les ha sido encomendado a nuestros hijos.

Ya sea que te encuentres cuidando a tus nietos una buena parte del día, que exista la ausencia parcial o completa de los padres, o que tus hijos no estén disciplinando a tus nietos en la amonestación del Señor, vuelve a leer los puntos anteriores: ora a Dios, comparte el evangelio cada vez que puedas y permanece firme en Él. Habrá momentos en los que debas hablar, pero también en otros será mejor callar.

«Y si alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Stg 1:5).

Libérate del capricho de ser una abuela alcahueta

Si te has enorgullecido vanamente por ser una abuela alcahueta o consentidora, te animo a que juntas pidamos al Señor que examine nuestro corazón y nos muestre aquello de lo que necesitamos arrepentirnos, teniendo la plena certeza del perdón y la libertad que tenemos en Cristo.

Que el Señor nos ayude a ser abuelas que honran a Dios mientras instruyen a sus nietos en sus caminos. Que nos dé oportunidades de compartirles el evangelio en medio de la cotidianidad de la vida, que podamos ser portadoras de consejos sabios y fundamentados en su Palabra. Que Dios haga arder nuestros corazones ante el hermoso privilegio que tenemos como abuelas para hablar la Verdad a una próxima generación, y que conozcan las maravillas del Señor.

Que esta sea nuestra oración siempre:

«Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos» (Dt 4:9).

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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lunes, 25 de julio de 2022

¿PUEDE UN CRISTIANO SER POSEÍDO POR UN DEMONIO?

 

Por: Rafael Alcántara

Pregunta: ¿Puede un cristiano genuino ser poseído por un demonio?

Antes de responder esta pregunta, es importante aclarar a qué nos referimos con una posesión demoníaca. Estar poseído no es lo mismo que ser tentado. Es evidente en la Escritura que Satanás y los demonios tientan a los creyentes, e incluso pueden poner pensamientos pecaminosos en ellos, tal como sucedió en el caso de David con el censo: “Y se levantó Satanás contra Israel e incitó
a David a hacer un censo de Israel”.
(1 Cr. 21:1), y Pedro, cuando le insistió a Cristo que no fuera a Jerusalén: “Pero volviéndose Él, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”
. (Mt. 16:23).

Sabemos que los demonios pueden producir enfermedades y desgracias, siempre bajo el permiso divino. Tal fue el caso de Job, y también ocurrió con Pablo con el aguijón en su carne, a quien identificó como “un mensajero de Satanás” (2 Co. 12:7b). En Lucas 13:11 se nos habla de una mujer que: “durante dieciocho años había tenido una enfermedad causada por un espíritu; estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar”. Y el mismo Cristo dice en Lucas 13:16 que esta mujer era una: “hija de Abraham, a la que Satanás ha tenido atada durante dieciocho largos años”.

Podemos concluir, entonces que los demonios pueden afectar a los cristianos, ya sea produciendo enfermedades o desgracias, o produciendo tentaciones y pensamientos pecaminosos. Ahora bien, esto es diferente a una posesión demoníaca. Como bien señala el teólogo Wayne Grudem

“Si con poseído por un demonio se quiere decir que la voluntad de la persona está completamente dominada por un demonio, al punto que la persona no tiene poder para escoger el bien y obedecer a Dios, la respuesta… sería con certeza que no, porque la Biblia garantiza que el pecado no tendrá dominio sobre nosotros puesto que hemos sido resucitados con Cristo”  (Ver Ro. 6:4-11, 14, 18, 22).

De igual manera Frederick Leahy en su libro “Satanás Echado Fuera”, responde: “Las doctrinas bíblicas de la regeneración y de la presencia permanente del Espíritu Santo en la vida del creyente imposibilitan por completo la posesión demoníaca de un creyente” (Pág., 85)  (Ver 1 P. 1:22; 1 Co. 3:16).

Por eso es que este ultimo autor hace dos preguntas cuando le mencionan supuestos casos de creyentes que se dicen están poseídos: “¿Estaban regeneradas las victimas?” y “¿Estaban realmente poseídas?”. Puede ser que se trate de personas que realmente no han sido regeneradas, aunque tal vez hayan asistido a la iglesia por años; o de cristianos verdaderos que estén sufriendo algún tipo de dolencia que le llevara a algún comportamiento extraño.

En conclusión, aunque la Escritura no responde esta pregunta explícitamente, podemos asegurar, por la evidencia revelada, que un verdadero cristiano no puede ser poseído por los demonios, aunque sí puede ser tentado y atacado por los mismos, siempre bajo el permiso de Dios.

Es incompatible que un cristiano esté habitado por el Espíritu Santo y a la vez esté habitado por Satanás. Ahora bien, debido a que sí seremos atacados, la Escritura claramente revela la forma de lidiar con dichos ataques: resistir con firmeza:

“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo.  Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.  Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes.  Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia,  y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz;  en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno.  Tomad también el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.  Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda perseverancia y súplica por todos los santos; (Ef. 6:10-18).

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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