“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

viernes, 30 de septiembre de 2022

«SEÑOR, DÉJAME MORIR»: Misericordia para los que están cansados de vivir

 



Por: Greg Morse

A lo largo de los años, he hablado con varios cristianos que me han dicho que querían morir. Eran de diferentes edades y grupos étnicos; tenían diferentes personalidades y diferentes razones. Pero cada uno de ellos llegó a la conclusión de que la muerte era para ellos mejor que la vida.

Se necesita valor para sacar a la luz esos pensamientos secretos de muerte. Muchos otros no podrían identificarse. La mayor parte de la humanidad solo había huido del miedo que les ganaba momento a momento. Pocos habían sentido el impulso de detenerse, girar y recibir a la bestia como un amigo.

Ahora bien, estos eran hombres y mujeres cristianos. Conocían el horror del asesinato propio. Sabían que tal crimen no era un gesto romántico entre jóvenes amantes, sino un pecado atroz contra el Autor de la vida.

Cuando los pensamientos suicidas trataban de guiarlos hacia otra salida, incluso en medio de circunstancias debilitantes y crueles, sabían que debían resistir las sugerencias de Satanás. Por fe, continuarían, poniendo un pie delante del otro, hasta que el Padre absolutamente sabio los llevara a casa. Algunos oraban precisamente por eso.

“Si has pedido a Dios que te quite la vida, una de las primeras verdades que debes comprender es que no estás solo”.

Dios ha escuchado tales peticiones antes. Por diferentes razones, en diferentes momentos, desde diferentes fosas, hombres y mujeres de Dios han orado para ser llevados. Las oraciones que encontramos en las Escrituras no solo provienen de santos normales como nosotros, sino de los que menos esperaríamos que lucharan en esta vida: los líderes y héroes del pueblo de Dios.

Consideremos a continuación algunos hombres de Dios, cuyas oraciones plasmó el Espíritu Santo para recordarnos que no estamos solos y, más importante aún, para dar testimonio de cómo nuestro bondadoso y misericordioso Dios trata con los Suyos en sus momentos más bajos.

Job: El padre desesperado

¡Quién me diera que mi petición se cumpliera,
Que Dios me concediera mi anhelo,
Que Dios consintiera en aplastarme,
Que soltara Su mano y acabara conmigo! (Job 6:8-9)

Apuesto a que las oraciones angustiosas por la muerte son las más comunes. Llegan en el invierno de la vida, cuando incluso los pájaros cantores tienen demasiado frío para cantar.

Job, un hombre justo sin rival en la tierra (1:8), ahora está sentado sobre cenizas, con la piel llena de llagas, rodeado de amigos que lo acusan y con un corazón demasiado pesado para sostenerlo.

De las ruinas de una vida anterior surgen los fragmentos de una oración: toda su riqueza ha desaparecido, muchos de sus sirvientes han sido asesinados, es más, sus diez hijos quedaron enterrados bajo una casa, derrumbada por un gran viento.

Job, tambaleándose de dolor, maldice el día de su nacimiento: «Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo “Un varón ha sido concebido”» (3:3).

Él reflexiona en voz alta: «¿Por qué se da luz al que sufre, y vida al amargado de alma; a los que ansían la muerte, pero no llega, y cavan por ella más que por tesoros; que se alegran sobremanera, y se regocijan cuando encuentran el sepulcro?» (vv. 20-22). Ahora la muerte brilla como un tesoro, se difunde como una dulzura. No ve motivos para esperar.

Quizás tú, como Job, has sufrido una gran pérdida. Tal vez te sientas entre los escombros, despreciado por los días pasados y los amores perdidos. No puedes soportar más; miras hacia adelante en una noche interminable. La esperanza te ha dado la espalda. Pero considera nuevamente que Dios no lo ha hecho.

El Señor negó la petición de Job. Tenía más compasión para dar, más misericordia, más comunión, más arrepentimiento, incluso más hijos esperando al otro lado. Job era incapaz de imaginar cómo su vida podría llegar a glorificar la gracia de Dios, como resume Santiago: «Han oído de la paciencia de Job, y han visto el resultado del proceder del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso» (Stg 5:11).

“Sigue creyendo. Sigue confiando. Esta noche oscura te está preparando un eterno peso de gloria”

Puede que algunos sufrientes no encuentren consuelo en el final de cuento de hadas de Job, pero su fortuna renovada no anticipa ni la mitad de la tuya en Cristo. Sigue creyendo. Sigue confiando. Esta noche oscura te está preparando un eterno peso de gloria (2 Co 4:17). Las cicatrices allí harán más que sanar.

Moisés: El líder cansado

Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates si he hallado gracia ante tus ojos, y no me permitas ver mi desventura”. (Nm 11:15).

Esta es la segunda oración por muerte que escuchamos de Moisés en su largo viaje con el pueblo. La primera viene en su intercesión por ellos después de la rebelión del becerro de oro (Éx 32:32). Ahora ora por la muerte al verse como un líder agobiado y hastiado.

El rescatado pueblo de Israel, con las llagas aún curándose y Egipto todavía a la vista, se queja «de sus desgracias».

¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná (vv. 4-6).

La ingratitud ha deformado sus mentes. Sus recuerdos sugieren que la esclavitud incluía un buffet de mariscos; mientras tanto, el milagroso pan gratuito se había vuelto amargo e insípido. ¿Realmente esperaba Moisés que se conformaran con un chef de segunda?

Los ingratos fijan sus ojos en Moisés, murmurando mientras se amotinan por lo mucho que echaban de menos Egipto. Moisés mira a Dios y exclama:

“Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es mucha carga para mí. Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates si he hallado gracia ante Tus ojos, y no me permitas ver mi desventura”(vv. 14-15).

Nota de nuevo la respuesta bondadosa de Dios. No mata a Moisés, sino que le proporciona setenta ancianos para que le ayuden en su labor, dándoles a estos hombres una medida de Su Espíritu. Como medida adicional, Dios promete alimentar a Israel con carne, tanta carne que les saldrá por las narices y empezarán a aborrecerla (v. 20).

Si estás cansado bajo cargas demasiado pesadas para que tus débiles brazos las lleven, e incluso a veces desearías morir, ve al Dios de Moisés. Apóyate en Él en oración. Tu Padre compasivo te proporcionará ayuda para aliviar tu carga y levantará tus brazos para darte la victoria.

Jonás: El mensajero enojado

“Te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida” (Jon 4:3).

Jonás, el profeta inmisericorde, desconcierta a muchos cuando leen el libro que lleva su nombre. Muestra una determinación insensible de que Nínive, capital de los enemigos de Israel, los asirios, no reciba la misericordia de Dios, sino la destrucción. Se niega a ser un instrumento para su salvación.

“Si estás cansado bajo cargas demasiado pesadas para que tus débiles brazos las lleven, e incluso a veces desearías morir, ve al Dios de Moisés”

Dios le había renovado después de navegar lejos de su llamado. Dios lo había rescatado de ahogarse en el mar. Dios le había dado una sombra refrescante mientras esperaba fuera de la ciudad para verla arder. Sin embargo, Jonás seguía sin dejar de lado su odio. Cuando se dio cuenta de que ninguna condenación descendería,

…esto desagradó a Jonás en gran manera, y se enojó. Y oró al Señor: «¡Ah Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis. Porque yo sabía que Tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia, y que te arrepientes del mal anunciado. Y ahora, oh Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida» (Jon 4:1-3).

Pocos en Occidente se enfrentan hoy a la tentación de querer destruir a todo un pueblo. Los asirios eran un pueblo brutal, brutal con el pueblo de Jonás. Pero quizás a menudo asesinamos en nuestros corazones a aquellos que nos han hecho daño. Mientras ellos viven, nuestra vida se pudre.

A esto, el Señor responde, de nuevo, con paciencia y compasión, dándonos sombra mientras el calor nos rodea, preguntándonos como un Padre paciente: «¿Tienes acaso razón para enojarte?» (v. 4).

La mayoría de las veces, no lo hacemos bien. Esta oración por muerte es insensata. Es necesario el arrepentimiento. Acude a tu Padre para que te ayude a extender ese perdón imposible que tan gratuitamente recibiste de Él, para que seas capaz de orar: «perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6:12).

Elías: El profeta temeroso

Elías tuvo miedo, y se levantó y se fue para salvar su vida… pidió morirse y dijo: «Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres» (1 R 19:3-4).

Podemos dar testimonio de que aquí se encuentra uno con una naturaleza similar a la nuestra (Stg 5:17). Notemos que este momento llega después del mejor momento de Elías.

El profeta de Dios ganó el enfrentamiento con Acab y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Dios hace llover fuego delante de todo Israel para mostrar que un verdadero profeta camina entre ellos.

O corre entre ellos. Después de que Jezabel se entera de que mandó matar a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, jura añadir a Elías a ese número. «Elías tuvo miedo, y se levantó y se fue para salvar su vida» (1 R 19:3). El profeta perseguido se esconde en el desierto, se sienta bajo un árbol, intenta dormir y ora para no despertar: «Señor, toma mi vida».

¿Oras para que la muerte se acerque porque temes a los vivos? Jesús nos dice: «Así que Yo les digo, amigos Míos: no teman a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen nada más que puedan hacer» (Lc 12:4).

Más allá de esto, la historia de Elías nos invita a examinar nuestro último año o nuestra última semana o nuestro ayer en busca de razones, a menudo claras, para seguir confiando en un Creador fiel mientras hacemos el bien.

Nuevamente, Dios trata con compasión a Elías. Lo llama para que se levante y coma, le proporciona una comida fresca en el desierto y le da provisiones para el viaje que tiene por delante (1 R 19:5-8). Observa también la bondad sonriente de Dios con Elías, ya que el profeta, aunque amenazado de muerte y orando por ella, nunca muere (2 R 2:11-12).

Pablo: El apóstol deseoso

Teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor” (Fil 1:23).

“La respuesta principal de Dios a aquellos hombres de Dios que oraron por la muerte es compasión paternal”.

Tanto si eres como Jonás y estás tentado a despreciar la misericordia de Dios hacia los demás, clamas bajo tus cargas como Moisés, corres por tu vida como Elías o anhelas alivio como Job, considera a tu Dios misericordioso.

Él sale al encuentro de Job trayendo consigo un nuevo comienzo, de Moisés trayendo setenta hombres para ayudarle, de Jonás trayendo una planta para darle sombra, de Elías trayendo comida y bebida para el viaje que le espera.

El mismo Dios, a través de la obra completa de Su Hijo y de la obra regeneradora de Su Espíritu, convierte la muerte en una expectativa para nosotros, ¿no es así? Esa muerte enemiga debe transportarnos a ese mundo para el que fuimos hecho de nuevo.

El apóstol Pablo, aunque no ora por la muerte, nos muestra una perspectiva redimida de nuestro último enemigo.

Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger. Porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor (Fil 1:21-23).

También nosotros podemos volvernos, enfrentarnos al monstruo en el momento perfecto de Dios y abrazarlo con una paz que el mundo no conoce. Nosotros también tenemos un anhelo saludable de partir de esta tierra y estar con Cristo.

Nosotros también tenemos el Espíritu, quien gime interiormente mientras aguardamos la consumación de nuestra esperanza (Ro 8:23). Nosotros también oramos «¡Maranatha!» y anhelamos la última noche de este mundo, porque anhelamos el nuevo comienzo de este mundo.

No anhelamos morir por morir o simplemente para escapar de nuestros problemas, pero sí anhelamos una vida interminable con Cristo que se encuentra al otro lado del dormir y que podemos saborear más y más, incluso ahora, a través de Su palabra y Su Espíritu.


 Fuente: coalicionporelevangelio.org

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jueves, 29 de septiembre de 2022

ESTOY MEJOR DE LO QUE MEREZCO

 


Por: Carlos Llambés 

“Mejor de lo que merezco”. Hace unos años escuché al pastor C. J. Mahaney responder de esa manera cuando le preguntaron cómo estaba. Sus palabras me impactaron y las adopté. Aunque incluso las personas cristianas se sorprenden cuando respondo así, cuando caen en cuenta de lo que quiero decir, a muchos les gusta y terminan adoptando estas palabras también.

Una vez alguien me preguntó: “¿Por qué dices que estás mejor de lo que mereces?”. Traté de buscar algunos versículos que me recuerdan el porqué de esta afirmación. Con fines prácticos, los he organizado en ocho pilares, aunque pudiéramos tener muchos más.

La Palabra nos da razones para decir que estamos mejor de lo que merecemos. Aunque la vida en este mundo caído presenta muchos retos, pruebas, y sufrimientos, es bueno recordar que, en medio de todo eso, estamos mejor de lo que merecemos.

1. Dios nos hizo nacer de nuevo.

“En el ejercicio de Su voluntad, El nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos las primicias de sus criaturas”, Santiago 1:18.

“Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El”, Efesios 1:4.

Dios, por su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad. ¡Cuánto amor, cuánta gracia, cuánta misericordia que Dios nos haga nacer para una nueva vida en Él!

¿Te das cuenta de que Dios ya te tenía en la mente aun antes de la creación del mundo? Ya te amaba y tenía en su mente tu salvación. Eso nos debe hacer saltar de gozo. Dios nos tenía en su mente antes de todo lo creado. Por eso que podemos decir que estamos mejor de lo que merecemos.

2. Cristo vino a salvarnos.

“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero”, 1 Timoteo 1:15.

Tú y yo nos conocemos. Estamos conscientes de las más profundas intimidades de nuestra conducta, nuestros pecados. Es bueno recordar eso, pero es aún mejor recordar que Cristo vino a salvar pecadores como tú y como yo. Nosotros, merecedores de la condenación eterna, ahora tenemos vida en Él.

Pablo se consideraba el primero de los pecadores. Nosotros también ocupamos ese lugar, pero por la gracia de Dios somos lo que somos. 

3. Somos nuevas criaturas.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas”, 2 Corintios 5:17.

Somos una nueva criatura en Cristo, el Creador del universo. Esto no significa que seamos perfectos como Él, pero sí que vamos por el camino de una santificación progresiva y ascendente que nos llevará a la gloria eterna.

4. El Espíritu Santo mora en nosotros.

“¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”, 1 Corintios 3:16.

Esto es algo que no alcanzo a entender; ¡el Dios Santo nos da a la tercera persona de la Trinidad para que more en nosotros! Piensa por un momento en quiénes tienen ese gran privilegio: solo los que están en Cristo, se han arrepentido de sus pecados, y han creído que Cristo es el Señor y Salvador de sus vidas.

5. Tenemos la Palabra de Dios.

“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra”, 2 Timoteo 3:16-17.

Tenemos el gran tesoro que no tiene ninguna otra religión: la Palabra de Dios. Las demás religiones tienen palabras de los hombres, pero nosotros tenemos la Escritura, útil para perfeccionarnos y prepararnos para toda buena obra. ¿No te parece que estamos mejor de lo que merecemos?

6. Jesús ha prometido estar con nosotros.

“… ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, Mateo 28:20.

“El Señor es mi pastor, nada me faltará”, Salmo 23:1.

Otra maravilla de nuestro nuevo nacimiento es que Cristo no nos deja solos. Él promete estar con nosotros siempre. Además, aunque tenemos pastores en nuestra iglesia, a nuestro alcance siempre está el Pastor de pastores.

7. Dios nos lleva de gloria en gloria cada día.

“Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”, 2 Corintios 3:18.

Dios nos está transformando para parecernos más a Cristo. Ser transformados a Su gloriosa imagen no es poca cosa. ¿Comprendes el privilegio tan grande que Dios nos ha concedido por su sublime gracia?

8. Dios nos ha dado vida eterna.

“Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo”, 1 Juan 5:11.

“Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 6:23.

“En la casa de Mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes”, Juan 14:2.

¿Sabes lo que significa “vida eterna”? ¿Comprendes el horror que te esperaba por tu pecado? Pero la culpa por nuestra maldad fue pagada por Cristo. No tuvimos que pagarla nosotros, Él pagó el precio que ni tú ni yo podíamos saldar.

Y no solo fuimos librados de la muerte, sino que además el Dios del universo está preparando un lugar para nosotros, indignos pecadores. ¡El Dios santo, santo, santo, quiere tenernos en su presencia por toda la eternidad!

Lo que hemos recibido en Jesucristo no se puede medir. Sin minimizar para nada la realidad de las dificultades en este mundo, cuando vemos las cosas desde la perspectiva externa, llegamos a una conclusión inevitable: ¡estamos mejor de lo que merecemos!


Fuente: coalicionporelevangelio.org

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miércoles, 28 de septiembre de 2022

¿CÓMO SON LAS EMOCIONES PIADOSAS?

 


Por: Gerson Morey 

En estos días mirábamos en casa una antigua foto de Johanan, el menor de mis hijos. La ocasión fue la celebración de su primer cumpleaños. Para retratarlo, lo pusimos en la mesa y Johanan se puso a llorar sin consuelo. La foto recoge el llanto. Él lloraba porque no quería despegarse de mi esposa. Fue de la celebración a las lágrimas en un instante.

El retrato es una imagen que refleja bien una parte de la experiencia humana: nuestras emociones son muy cambiantes y muchas veces no se corresponden con la realidad.

La Real Academia de España define la palabra emoción como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción”. Para los cristianos, esta alteración de ánimo debe ser una clase alteración que honre a Dios, como todo lo que hacemos.

Las emociones de un creyente también deben estar centradas en el evangelio. Los afectos, como decían los antiguos, deben glorificar al Señor. La santidad de vida también supone santidad de emociones. Jonathan Edwards decía que “la verdadera religión consiste principalmente de emociones santas”.

Pero ¿cómo son las emociones las piadosas? Dejemos que Pablo sea quién nos instruya al respecto. El apóstol era un hombre con temple de acero, pero también abierto, sensible, vulnerable, y no tenía problemas en ventilar sus emociones.

En sus cartas a los corintios, nos ofrece luz respecto a las emociones piadosas de los creyentes. Tomando en cuenta sus palabras, podemos ofrecer cuatro cualidades de una emoción piadosa:

1) Es una emoción coherente

Una emoción es piadosa cuando se corresponde a la verdad, a la realidad, o a las circunstancias a las que está respondiendo. Otra manera de decirlo es que es una emoción que se justifica.

Pablo confesó que inicialmente lamentó la dureza con la que escribió a los corintios por la falta de piedad en ellos: “Porque si bien os causé tristeza con mi carta, no me pesa; aun cuando me pesó, pues veo que esa carta os causó tristeza, aunque solo por poco tiempo” (2 Co. 7:8, énfasis añadido).

Sin embargo, él continúa diciendo que luego se llenó de gozo porque, por medio de esa reprensión, los corintios se arrepintieron y cambiaron su actitud: “pero ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento” (2 Co. 7:9).

El apóstol confiesa que experimentó tristeza y luego gozo, ya que las circunstancias requerían esa clase de respuesta. Su lamento inicial y su gozo posterior estaban justificados por lo que estaba sucediendo. Sus emociones eran legítimas y coherentes.

Aquí hay una gran lección. Nuestras emociones también deben corresponder a la verdad, la realidad, o el evento que se considera. Hay situaciones en las que el gozo es la reacción correcta, y otras en las que debemos lamentar. Pablo se llenó de gozo y se entristeció, se lamentó, se indignó, sintió alivio y consuelo, y todo esto según las circunstancias.

Las palabras de Calvino al respecto nos recuerdan lo mismo. Él decía que las maldiciones de las que Dios nos advierte en la Escritura deberían producir en nosotros “temor y profundo terror… Está claro que Dios las puso así para despertarnos.

Entre otras, la siguiente regla deberían hacernos temblar: Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerla”. Para Calvino, la consideración de las realidades espirituales debe producir las emociones adecuadas.

Lo mismo debe decirse de las riquezas espirituales para los creyentes. El gozo, la paz, y el deleite también son emociones que se corresponden al perdón de pecados, la justicia de Cristo, nuestra adopción, y el cielo.

El mismo Edwards preguntaba: “¿Puede algún cristiano concebir la idea de que el glorioso evangelio de Jesucristo no despierte y excite las emociones humanas?”.

Ahora bien, esto también es cierto con las realidades de este mundo caído. Los piadosos lamentan la corrupción y la maldad que los noticieros nos recuerdan, pero también celebran y se gozan con la verdad, la belleza, y la justicia cuando vemos expresiones de ellas.

2) Es una emoción bajo el control del Espíritu

Es decir, es una emoción que no nos gobierna sino que está bajo el señorío de Cristo. No es un gozo descontrolado, ni una indignación implacable, ni tampoco una tristeza pesimista. Una emoción piadosa está definida, producida, y controlada por el Espíritu Santo. Es un gozo espiritual, o una tristeza, indignación, y lamento espiritual.

En un sentido, esto es la aplicación del pasaje que dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). Nuestra vida entera debe estar gobernada y tomada por la influencia del Espíritu, incluso nuestras emociones.

El mismo Pablo le recordó a un intimidado y desanimado Timoteo que tenemos un espíritu “de poder, de amor y dominio propio” (2 Ti. 1:7). No es difícil discernir lo que Pablo dice entre líneas: “Timoteo, tus emociones no te gobiernan. Ejerce el poder y el dominio propio que el Espíritu te ha dado”.

Además, Pablo exhortó a los creyentes a vivir tomando en cuenta la brevedad del tiempo: “los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen” (1 Co. 7:30). Estas palabras suponen una clase de control sobre las emociones.

Por lo tanto, una emoción piadosa es aquella bajo el dominio del Espíritu. No es una que toma al creyente y lo gobierna. Es decir, es sobria y no manipuladora.

3) Es una emoción que da fruto

Es decir, no es una emoción estéril, sino fecunda. Produce actitudes y actos que honran a Dios y sirven al prójimo. Por ejemplo, Pablo recuerda que la tristeza de los corintios los llevó al arrepentimiento: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación” (2 Co. 7:10). Es decir, no fue una tristeza sin fruto.

Si la emoción que experimentamos es tristeza por el pecado, entonces esa tristeza se convierte en arrepentimiento. Si la emoción es compasión, nos debe llevar a la acción según las circunstancias.

Si es consuelo lo que recibimos, entonces debemos ofrecerlo a otros, como Pablo consoló a los corintios con la consolación con la que Dios lo había consolado (2 Cor. 1:4). Las emociones espirituales no permanecen como estériles estados de ánimo, sino que se convierten en árboles fructíferos.

El mismo Pablo alabó el resultado producido en los corintios porque, dice él, la tristeza que lo llevó al arrepentimiento también produjo un ánimo diferente, un ardiente afecto y un nuevo celo (2 Co. 7:11). La emoción piadosa dio frutos y no fue solo un cambio de ánimo.

4) Es una emoción que nos lleva a Dios

Toda emoción piadosa nos dirige hacia Dios. Primeramente, porque reconocemos que la sabia mano de Dios dirige los eventos que producen estas emociones. Pero en segundo lugar, porque en cada circunstancia hay algo que agradecer al Señor, algo que pedir, o algo que ofrecerle.

Pablo dice en 2 Corintios 1:8-9 que él fue abrumado hasta la muerte en la tribulación, pero que fue precisamente la angustia, la desesperanza, y el temor lo que debían llevarlo al Señor para así confiar en Él.

Por ejemplo, en la tristeza debo acudir a Dios para obtener consuelo. En la alegría, acudo a Dios para darle gracias y celebrar. Y el temor ante el peligro me debe llevar a mis rodillas delante del Señor para ser guardado por Él. Una emoción piadosa me lleva hacia Dios ya sea para depender de Él, darle gracias, celebrar, o refugiarme y encontrar consuelo en Él.

Un pasaje en Santiago es claro en este sentido: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas” (Stg. 5:13). Esto quiere decir que la aflicción y la alegría son emociones que deben conducirnos hacia Dios.

Toda emoción debe empujarnos hacia el Creador y Redentor. Por ejemplo, digamos que al mirar una maravilla de la naturaleza somos abrumados por ella con una sensación de asombro. El creyente piadoso dirige sus pensamientos al Creador de esa maravill, porque eso es lo correcto.

Ya sea que seamos cautivados al contemplar el vasto mar, las cataratas del Niágara, el cielo, las aves, los árboles, una noche de luna llena, o sea que sintamos la fuerza de los vientos o el impacto de los truenos, podemos hacer de esa experiencia un momento santo, agradeciendo y alabando al Señor.

Ya sea que seamos conmovidos por la melodía y letra de una canción, por el final de una película, o por el argumento de una novela, en nuestro interior nos quitamos nuestro calzado en ese lugar santo dando gloria a Dios por ello.

Oremos que Dios santifique nuestras emociones para que podamos amarlo con todo el corazón.


Fuente: coalicionporelevangelio.org

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domingo, 25 de septiembre de 2022

ALIENTO BÍBLICO PARA CREYENTES DEPRIMIDOS

 



Por: Blake Boylston

Experimentar una depresión puede devastarte y desorientarte. Te sientes terrible y no sabes por qué. O tal vez sabes por qué, pero no importa lo que hagas o lo mucho que lo intentes, no puedes superar tu dolor y desesperación.

En estas situaciones es bueno comunicarse con un pastor, médico, o consejero. Y aunque la Biblia no sustituye la ayuda médica, sí habla sobre estos problemas, y las personas que sufren pueden beneficiarse de su sabiduría.

Aquí hay cinco verdades Bíblicas en las que puedes enfocarte en tiempos difíciles

1) Mira

Presta atención a las personas a tu alrededor que intentan ayudarte. No subestimes la providencia del Señor a través de aquellos que Él pone en tu vida en el momento de tu depresión. Considera los siguientes proverbios:

“En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia”, (Proverbios 17:17).

(“No abandones a tu amigo ni al amigo de tu padre, ni vayas a la casa de tu hermano el día de tu infortunio. Mejor es un vecino cerca que un hermano lejos” ( Proverbios 27:10)

Aquí vemos el valor de tener familiares y amigos que sean leales y cercanos. Entonces pregúntate a ti mismo:

* ¿Quién me vigila constantemente?

* ¿Quién parece estar disponible para hablar y pasar tiempo conmigo?

* ¿Quién sigue haciendo todo lo posible para hacerme sentir importante y amado?

Quienquiera que sea, no pases por alto ni subestimes la provisión de Dios para ti a través de ellos.

2) Limita

Descubre tus limitaciones físicas, sociales, y emocionales, y acéptelas humildemente bajo el control soberano de Dios.

No es raro que las tareas que alguna vez parecían simples se vuelvan difíciles cuando se está deprimido. Puede ser difícil comer bien, hacer ejercicio, o dormir bien. Puede ser útil, entonces, hacer algunos ajustes en tu estilo de vida para enfrentar cada día.

Podrías reducir las responsabilidades adicionales en el trabajo, o decir “no por ahora” a nuevos compromisos. Incluso uno de los compañeros de viaje y ministerio de Pablo, Trófimo, enfrentó una enfermedad que le obligó a dejar de lado los viajes ministeriales durante una temporada (2 Ti. 4:20). Ir a tiempo parcial, cambiar de carrera, tomar vacaciones o un sabático pueden ser pasos razonables hacia la recuperación.

3) Lamenta

Está bien llorar, llorar, y llorar. Algunos se sienten culpables por sentirse tristes. Sin embargo, la tristeza o el dolor no son sentimientos que debamos reprimir. La tristeza es una de las expresiones más claras de nuestra humanidad. De hecho, muchos de nosotros no nos lamentamos lo suficiente por las cosas que Dios espera que nos lamentemos. Cosas como:

* Nuestro propio pecado contra Dios y otros (Sal. 31:9–10; Lam. 1; Esd. 10:1; Mt. 26:75; 2 Co. 2:5–7; 7:10–11; Ef. 4:30; Stg. 4:9).

* Ver personas rebelarse contra la Palabra de Dios (Sal. 119:136).

Anhelar que los pecadores se vuelvan a Cristo para salvación (Lc. 19:41–42; Ro. 9:1–3).

* Separarse de amigos cercanos (Hch. 20:36–38; Fil. 2:26; 2 Tim. 1:4).

* Experimentar la muerte de seres queridos (Nm. 20:29; Dt. 34:8; Jn. 11; 1 Ts. 4:13).

* Anhelar que los creyentes más jóvenes sean hechos como Cristo (Gál. 4:19).

Y a veces nos sentimos deprimidos por razones que no podemos entender, lo que puede ser extremadamente frustrante. No importa cuál sea la razón, cuando experimentes una nube de depresión, trae tu dolor y gritos de ayuda a Dios en oración (Sal. 42; 88). Él ve todo lo que estás pasando (Sal. 139) y conoce tu débil ser (Sal. 103:14). Cualquiera sea la causa de tu melancolía, debes saber que el Señor es compasivo al oír tu clamor. Él está “cerca de los quebrantados de corazón” (Sal. 34:18).

4) Ríe

“La depresión no es nada de qué reírse, y aquellos que ministran a los espíritus abatidos nunca deberían burlarse de ello”.

Toma nota de todo lo que te brinde alegría y aligere tu estado de ánimo.

La depresión no es nada de qué reírse, y aquellos que ministran a los espíritus abatidos nunca deberían burlarse de ello. Incluso cantar cantos alegres en el momento equivocado puede empeorar un alma desanimada (Pr. 25:20).

Y sin embargo, una de las formas más prácticas y beneficiosas en que Dios puede levantar un alma cansada es al comunicarte con personas con las que disfrutas estar. Como dice Proverbios 17:22: “El corazón alegre es buena medicina”.

Siempre que sea posible, disfrutar de los buenos regalos de la mano de Dios en compañía de amigos queridos puede alegrar nuestros espíritus y traer gloria a Dios (Ecl. 2:24–26; Stg. 1:17; 1 Ti. 4:4–5; 6:17).

5) Ama

El amor de Dios llega a tu oscuridad y te encuentra donde estás.

Una de las frases más difíciles de aceptar y creer en una temporada de depresión es:.

 “Dios te ama”. Tus pensamientos parecen decirte lo contrario. Pensamientos como:

“Dios me ha abandonado”.

“Dios me ama pero probablemente no le caigo bien”.

“Dios no puede usarme ahora para el avance del evangelio y el reino”.

Amado, si ese eres tú, ¡no hay otro lugar al que puedas ir para recibir verdadera y duradera alegría y esperanza fuera del evangelio de Jesucristo! El evangelio es la buena noticia de que Dios entra en nuestra oscuridad al tomar forma humana y habitar entre nosotros.

Se trata de cómo el eterno Hijo de Dios vino a revelarse como la vida y la luz del mundo (Jn. 1:4–5, 9; 8:12; 9:5; 14:6). Jesús es el gran médico en el cual los pecadores pueden encontrar sanidad y descanso, principalmente para sus almas (Mt. 9:12; 11:28-30; 1 Pe. 2:24-25).

Así que estudia el evangelio. Medita en ello. Predícaselo a tu alma. Y entiende que incluso en las profundidades de tu depresión, el amor de Dios permanece.

Un apretón útil

“La depresión nos hace sentir la debilidad de nuestra humanidad, pero no disminuye el poder de Dios”.

Charles Spurgeon reflexionó una vez: “Cientos de veces he podido dar un apretón útil a los hermanos y hermanas que se han encontrado en esa misma condición, un apretón que nunca podría haber dado si no hubiera experimentado ese profundo desaliento”.

Spurgeon e innumerables creyentes a lo largo de la historia han visto cómo Dios usa sus luchas viciosas con la depresión para ministrar a otros que están bajo esa misma nube oscura.

La depresión tiene una forma peculiar de hacer que las personas se sientan solas, temerosas, inútiles y, muchas veces, sin esperanza. Pero si miras a Cristo y escuchas las promesas de Dios, tu fe y esperanza se fortalecerán mientras esperas en Él.

Y si te apoyas en el amor y el cuidado de otros que están tratando de ayudarte, el Señor hará su plan soberano para Su gloria y tu bien, incluso a través de la desconcertante prueba de la depresión.

La depresión nos hace sentir la debilidad de nuestra humanidad, pero no disminuye el poder de Dios. Y como compañero de lucha, tú puedes ser un canal de bendición único para aquellos en el mismo peregrinaje. 

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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sábado, 24 de septiembre de 2022

¿QUÉ ES VERDADERAMENTE UNA IGLESIA SANA?

 


Por: Jules A. Martínez 

Una de las primeras lecciones que aprendí en la fe es que es imposible ser cristiano sin ser parte de la iglesia. Se trata de una tesis con buena intuición bíblica (somos unidos a Cristo mediante el Espíritu para ser su cuerpo), así como sociológica (somos parte de una comunidad visible de creyentes organizados alrededor de Jesús). Pero a la vez, crecí con una cierta ambigüedad para entender qué hace que una iglesia sea saludable.

¿Qué criterios podemos usar para evaluar la salud de nuestras iglesias a nivel local, como expresión de la Iglesia a nivel universal? Después de todo, la salud de un cuerpo determina su longevidad y la potencial influencia que tiene en su entorno.

La salud de una iglesia debe ser medida a partir de su propósito de existir. En parte, la iglesia es la única organización cuya razón de existir es para servir a los que no son parte de ella. La iglesia es el compendio —el drama social— visible de la fe cristiana.

Es una puesta de escena en el mundo, en la cual hay gente de todas las edades, razas, sexos, y naciones que confiesan a Jesús como el Cristo de Dios, proclamándole como el crucificado resucitado, rey, y salvador.  

Esta comunidad de creyentes encuentra su origen, vida, y esperanza en el Dios Trino. De modo que la iglesia es la comunidad de todos aquellos que han sido reconciliados con Dios, recibiendo nueva vida por medio de la muerte y resurrección de Cristo, y están unidos a Cristo por el Espíritu Santo.

Esta comunidad ensaya existencialmente que otro mundo es posible, y esto por la llegada del reinado de Dios en su Hijo Jesús.

La iglesia no es una idea abstracta. No es un edificio. En el Nuevo Testamento la palabra iglesia (ecclesia) no cuenta con adjetivos que la refieran a una tradición de pensamiento humano específico (como una denominación) o delimitación geopolítica.

Ser iglesia es la experiencia concreta de ser congregaciones locales donde el evangelio es vivido, Dios es adorado, los medios de gracia son compartidos, y la gente ama y sirve. Por lo tanto, la iglesia tiene un ethos formado por el evangelio de Jesús y un ethnos transcultural.

Tres atributos visibles

El consenso de la reflexión bíblica protestante identifica al menos tres atributos visibles de una iglesia verdadera, y por lo tanto, saludable.

1. La predicación fiel de la Palabra de Dios. Allí donde está la iglesia, sana y testificando, se siembra la semilla de la Palabra de Dios. “El mensaje de la Biblia se dirige a toda la humanidad, puesto que la revelación de Dios en Cristo y en las Escrituras es inalterable. Por medio de ella el Espíritu Santo sigue hablando hoy. Él ilumina la mente del pueblo de Dios en cada cultura, para percibir la verdad nuevamente con sus propios ojos, y así muestra a toda la iglesia más de la multiforme sabiduría de Dios” (Pacto de Lausana; ver 2 Tim. 3:16; 2 Pe. 1:21; Jn. 10:35; Is. 55:11).

2. La administración apropiada de los sacramentos (bautismo y la cena del Señor). Ya que se trata de una práctica, sello, y símbolo, instituido por el Señor, esta segunda evidencia visible apunta a que el manejo de las ordenanzas/sacramentos refleja la fidelidad de la iglesia al mandamiento de Jesús (Lc. 22:19), quien dio su vida por la Iglesia (Ef. 5:26), iniciándola mediante el bautismo en su cuerpo (Hch. 2:41, 42).

3. El ejercicio de disciplina en la iglesia. La práctica de ejercer disciplina en la comunidad de la iglesia es una tercera señal de su salud. La búsqueda de justicia y santidad son frustradas donde no hay configuración y forma para el comportamiento cristiano. La vida ordenada de discípulos es una tarea y meta, condición y aspiración (Mt. 18:18).

Cuatro marcas características

Además de estos distintivos de salud, toda iglesia cristiana debe contar con estas marcas que han caracterizado la fe históricamente.

1. Unidad: Una comunidad unida por el vínculo del evangelio y la obra del Espíritu Santo que nos incorpora en la vida y misión de Dios. Cristo formó una sola iglesia (Jn. 10:16; 17; He. 3:6; 10:21). La iglesia entonces es un solo cuerpo con expresiones locales.

2. Santidad: Una comunidad de gente separada de la incredulidad y el pecado, dedicada a la justicia y servicio de Dios (1 Pe. 2:9-10; Ef. 5:25-27).

3. Universalidad/catolicidad: Una comunidad que no tiene delimitaciones étnicas, ni espaciales, ni económicas, ni de género, ni edad, sino que se une en un solo cuerpo y alrededor de la confesión del evangelio, haciendo vida en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28: Ef. 4:4-6).

4. Apostolicidad: Una comunidad fundada sobre la autoridad y enseñanzas de los apóstoles (Ef. 2:19-20).

De modo que para pensar sobre lo que hace una iglesia verdaderamente saludable, y sobre su futuro, es mejor mirar al pasado y su fundación. Es en el testimonio consensual de la iglesia cristiana a través de la historia que encontramos los criterios para evaluar la salud de una iglesia.

Estos a su vez corresponden al testimonio del Nuevo Testamento. Habrán otros criterios que complementan los ya mencionados, pero al menos resaltamos aquellos que reflejan el consenso protestante.

Para terminar, nota cómo Lucas nos ofrece una imagen resumida de la salud de la iglesia:

“Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos”, (Hechos 2:42-47.

Que el Señor nos dé su gracia para que hoy en día podamos reflejar en nuestras congregaciones la salud que se espera de ellas.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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