“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

lunes, 31 de octubre de 2022

¡AYUDA! TENGO MIEDO DE HABER TOMADO LA DECISIÓN EQUIVOCADA

 

Por: Aimee Joseph 

El alivio y la confianza suelen ser inmediatos cuando finalmente tomamos una decisión difícil. Después de pasar días, semanas o incluso meses recopilando información, escuchando consejos y procesando en oración ante el Señor, finalmente tomamos la decisión.

Firmamos ese contrato de trabajo, hacemos el pago inicial de la casa o recibimos la clase de membresía en la iglesia.

Aunque me gustaría poder decir que esos momentos de alivio luego de tomar una decisión permanecen firmes, a menudo son eclipsados por un enemigo: el miedo.

Las preguntas tipo «¿Qué tal si?» aparecen en nuestras mentes en los momentos más inoportunos. ¿Qué tal si elegí ser miembro de la iglesia equivocada? ¿Qué tal si me uní a la asociación equivocada o elegí la carrera equivocada? ¿Qué tal si me faltó un dato muy importante cuando tomé la decisión? ¿Qué tal si pensaba que estaba escuchando la guía del Señor, pero en realidad estaba buscando la aprobación de mis consejeros de confianza?

Estructuras de temor

El miedo roba el enfoque en la capacidad y la sabiduría de Dios, y erróneamente pone un enfoque miope en el yo. A través del miedo, el yo se eleva tanto que empezamos a creer que una decisión puede frustrar el plan de Dios. El miedo encoge a nuestro Dios infinito y agranda al yo de una manera que roba a Dios la gloria y a nosotros la paz.

El miedo olvida que el mismo Dios que dio origen a las galaxias sostiene nuestras vidas. El miedo olvida que «Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen» (Col 1:17).

Afortunadamente, Dios conoce las estructuras de Su pueblo frágil y lleno de temor. No estamos solos en nuestras batallas contra el miedo, la duda y el remordimiento. A través de las Escrituras, Dios continuamente le recuerda a Su pueblo olvidadizo que no debe temer.

Cuando Abram tomó la decisión de rechazar una recompensa terrenal, el Señor se le acercó en una visión, diciendo «No temas, Abram, Yo soy un escudo para ti; Tu recompensa será muy grande» (Gn 15:1).

Timoteo, hijo espiritual y discípulo del apóstol Pablo, tuvo momentos de temor y timidez. De la misma manera que Josué, quien fue el sucesor de Moisés, Timoteo sintió el peso del manto que se colocaba sobre sus hombros. Sin embargo, Pablo le recordó que Dios no le había dado un espíritu de temor, sino «de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti 1:7).

Corrie ten Boom sabía un par de cosas sobre el miedo y la preocupación, ya que vivió la ocupación nazi de Holanda y tomó decisiones difíciles para esconder a familias judías en su casa. Tenía amplias razones para preocuparse, pero aprendió, experiencia tras experiencia, que preocuparse por el futuro no lo cambiaba.

Más bien, aprendió de su fiel padre, Casper ten Boom, que Dios nos dará justo lo que necesitamos, justo cuando lo necesitamos. En su libro El refugio secreto, relata el aliento que le dio en un momento de preocupación: «Nuestro sabio Padre celestial sabe también cuándo vamos a necesitar cosas. No te adelantes a Él, Corrie». Nosotros, como Corrie, necesitamos que se nos recuerde con delicadeza que no debemos adelantarnos a nuestro Padre fiel.

Todo pensamiento cautivo

Pablo reconoció con sabiduría la correlación inversa entre el miedo y el dominio propio. Cuando permitimos que los miedos se desborden en nuestros corazones, mentes y vidas, nos roban la paz que Cristo compró para nosotros. Pablo instó a los creyentes en Colosas: «Que la paz de Cristo reine en sus corazones» (Col 3:15). La palabra griega brabeuó, traducida como «reinar», significa literalmente actuar como árbitro.

Pablo tomó esta palabra de los juegos griegos con los que sus lectores estarían familiarizados. La imagen que se evoca es la de un árbitro que entra en el corazón humano para poner orden en el lugar donde los miedos y la verdad se disputan la primacía.

“Cuando permitimos que los miedos se desborden en nuestros corazones, mentes y vidas, nos roban la paz que Cristo compró para nosotros”.

Cuando las dudas, los miedos y los remordimientos se agolpan en los espacios de nuestras almas, la Palabra de Dios y Su carácter tienen el propósito de actuar como árbitros, echando los miedos a un lado y preservando la paz que tenemos en Cristo.

Al hablar a la iglesia de Corinto, Pablo utiliza otra poderosa imagen con respecto a los pensamientos y temores no deseados. Pablo escribe: «Destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo» (2 Co 10:5).

Cuando empezamos a dudar de la bondad de Dios o de Su capacidad para dirigir providencialmente nuestras vidas, es útil considerar la naturaleza misma de nuestro Dios. Como Pablo razonó tan poderosamente con los romanos: «Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Ro 8:31).

Habiendo provisto a Su Hijo para nuestra mayor necesidad, ¿elegiremos dudar de Su capacidad de proveer para nosotros en las cosas más pequeñas (Rom. 8:32)?

Si Dios puede sacar belleza de la cruz a través de la resurrección, ¿no podemos confiar en que haga el bien a través de nuestras decisiones pasadas?

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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NO CONFUNDAS EL PLACER CON EL GOZO

 


Por: R.C. Sproul 

Cuando estaba chico mis padres me obligaban a la iglesia cada domingo por la mañana. No tenía deseos de ir. Encontraba que el servicio de adoración era aburrido y no podía esperar a que se terminara para salir a jugar. Pero todavía peor que el servicio de adoración dominical era la clase semanal de Catecismo menor de Westminster, la cual teníamos los sábados por la mañana.

Esa fue mi peor experiencia en la iglesia de pequeño. Tuve que pasar por una clase de comulgante, luego siguió una clase de catecismo, donde yo y otros niños y niñas teníamos que memorizar el Catecismo menor de Westminster. Lo soporté todo para convertirme en miembro de la iglesia y terminar el curso para que mis padres estuvieran satisfechos. No me convertí a Cristo sino hasta años después.

Cuando me convertí en cristiano me encontré deseando haber puesto más atención a mi clase de catecismo. Lo único que recordaba del Catecismo menor era la primera pregunta y respuesta, y la única razón por la que recordaba esa pregunta era porque nunca pude encontrarle el sentido.

La pregunta era esta: “¿Cuál es el propósito principal del hombre?”. La respuesta que teníamos que aprender y recitar era esta: “El propósito principal del hombre es glorificar a Dios, y disfrutarlo por siempre”. Simplemente no podía conectar las dos cosas.

Entendía, incluso de niño, que la idea de glorificar a Dios tenía algo que ver con obedecerle, algo que ver con la búsqueda de la piedad. Pero eso no era lo que me preocupaba más. No era mi propósito principal ser un hijo obediente de Dios, ¡para nada!.

Y debido a que no era mi propósito principal ser un hijo obediente de Dios, no podía entender cómo había una relación entre glorificar a Dios y disfrutarlo. Para mí, las dos cosas parecían antitéticas, incompatibles.

“Al buscar perdón de Dios día a día, regresamos al principio de nuestro gozo, al día en que descubrimos que nuestros nombres están escritos en el cielo”.

Mi problema era que había confundido dos ideas fundacionales. No sabía la diferencia entre placer y gozo. Lo que yo quería era placer, porque asumía que la única manera de tener gozo era adquiriendo placer. Pero entonces descubrí que mientras más placer adquiría, menos gozo poseía, porque estaba buscando el placer en cosas que desobedecían a Dios. Esa es la atracción del pecado.

Pecamos porque da placer. La seducción del pecado es que pensamos que nos hará feliz. Pensamos que nos dará gozo y realización personal. Pero solamente nos da sentimiento de culpa, la cual socava y destruye el gozo auténtico.

Mi conversión fue fundamentalmente una experiencia del perdón de Dios. Cuando fui salvo podría haber saltado de alegría en la lluvia, pues experimenté la diferencia entre placer y gozo. Descubrí en mi propia conversión un gran gozo.

El salmo 51 es el más grande ejemplo de arrepentimiento que encontramos en toda la Escritura. En este salmo, David, bajo la convicción del Espíritu Santo, es traído a arrepentimiento por su pecado con y contra Betsabé.

Está quebrantado y contrito del corazón, y viene delante de Dios rogando recibir perdón. Dice: “Restitúyeme el gozo de Tu salvación” (v. 12a). Aquellos que han experimentado el perdón de Dios y el gozo inicial de ello siempre necesitan que ese gozo sea restituido, que el gozo pueda regresar al ser removida la culpa del pecado continuo.

Al buscar perdón de Dios día a día, regresamos al principio de nuestro gozo, al día en que descubrimos que nuestros nombres están escritos en el cielo.

Hay millones de personas que nunca han experimentado el gozo de la salvación. Si eres una de ellas, te digo que no hay nada como eso en el mundo. Solo imagina a Dios borrando todo pecado que jamás hayas cometido, qué sea removida toda esa culpa que has acumulado y los sentimientos que vienen por ello.

Eso es lo que Cristo vino a hacer. Quiere darnos gozo, no poder o éxito. Su regalo es el gozo que viene al saber que nuestros nombres están escritos en el cielo.

“Eso es lo que Cristo vino a hacer. Su regalo es el gozo que viene al saber que nuestros nombres están escritos en el cielo”.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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sábado, 29 de octubre de 2022

¿POR QUÉ VAMOS A LA IGLESIA? PORQUE SOMOS OLVIDADIZOS

 


Por: Peter Newman 

Ha habido algo apocalíptico en la pandemia de COVID-19: ha revelado cosas sobre la vida moderna que antes habían permanecido ocultas. Desde la fragilidad de nuestro sentido de seguridad hasta las promesas y peligros de la ciencia moderna, desde la condición fracturada de nuestros vínculos sociales hasta los hábitos alarmantes de conspiración que plagan a gran parte del público estadounidense, lo oculto ciertamente ha salido a la luz como resultado de la pandemia.

Algo que ha sido claramente descubierto es la falta de compromiso de la iglesia estadounidense respecto a la asistencia regular al culto dominical. Según una investigación de Barna, aproximadamente uno de cada tres cristianos ha dejado de asistir a la iglesia por completo (ya sea en persona o en línea) durante la pandemia.

Un tercio adicional admitió haber visto la transmisión en línea de un servicio diferente del suyo, básicamente «saltando de iglesia» virtual, reflejando cierta mentalidad consumista endémica de gran parte de la iglesia evangélica.

Todo esto brinda una nueva oportunidad para considerar ciertas preguntas básicas: ¿Por qué vamos a la iglesia? ¿Qué es tan importante acerca de reunirse con regularidad como pueblo de Dios? Si bien es cierto que hay muchas buenas respuestas a esta pregunta (nos lo ordena la Escritura, los ritmos del sabbat son importantes, la adoración es fundamental para el discipulado y la evangelización, entre otras), una respuesta clave es simplemente esta: vamos a la iglesia porque somos olvidadizos.

Recordando la historia de Dios

A lo largo de la Biblia, vemos que Dios está especialmente preocupado por la memoria de su pueblo. De la misma manera, vemos que la amnesia espiritual es un problema serio e incesante para estas mismas personas.

Existen muchos mandamientos de no olvidar la liberación y provisión de Dios (Dt 8), de recordar su fidelidad (Éx 13:3), de recordar sus maravillosas obras en la historia (Sal 106). El pueblo de Dios debe conocer, amar y recordar su historia. De hecho, esta historia, la historia de Dios sobre su pueblo, podría resumirse razonablemente así: el pueblo de Dios es infiel y olvidadizo, pero el Dios que se ha comprometido con ellos en amor es fiel y firme; Él recuerda a su pueblo.

Entonces, nuestro olvido y la memoria de Dios son parte integral de la historia: la misma historia que Dios nos llama a recordar.

¿Qué tiene esto que ver con asistir al servicio de adoración en el día del Señor? Como James K. A. Smith y muchos otros han explicado, somos seres con historia. Anhelamos historias; necesitamos narrativa. De una manera real, «nos contamos historias para vivir».

Para decirlo de algún modo, necesitamos historias que nos digan cómo vivir, que nos proporcionen un guión para vivir. Alasdair MacIntyre escribió una vez: “Solo puedo responder a la pregunta “¿Qué debo hacer?” si puedo responder a la pregunta anterior “¿De qué historia o historias encuentro que soy parte?”».

La historia siempre debe fundamentar la acción; las narrativas que constituyen nuestro ser informan necesariamente en lo que nos convertiremos.

La adoración nos forma en la historia de Dios

Como criaturas de historias, siempre estamos absorbiendo y viviendo alguna historia, ya sea verdadera o falsa, buena o mala. Como cristianos, hemos sido convocados por un Dios misericordioso para entrar en la verdadera historia del mundo. Aunque debería ser nuestro deber y deleite hacerlo, nosotros, al igual que el antiguo pueblo de Dios, a menudo fracasamos en esta tarea.

Olvidamos a Dios. No recordamos quién Él es y quiénes nos ha llamado a ser. Nos empapamos de historias falsas y por ende vivimos falsamente. Este es probablemente, y de forma especial, el caso en un mundo tan adicto a la tecnología digital como el nuestro, donde el artificio, la novedad y la desconexión del pasado parecen estar a la orden del día.

En esta era sobreestimulada de los nuevos medios, necesitamos con desesperación recordar quién es Dios, quiénes somos y en qué historia estamos.

 Es aquí donde la adoración en la iglesia juega un papel crucial. Llegamos a su presencia en nuestra reunión como pueblo de Dios para que nos cuenten nuevamente la historia real; para escuchar nuevamente lo que Dios ha hecho en la persona y obra de Jesucristo; y para recordar lo que Dios está haciendo ahora en y a través de su Espíritu para redimir y purificar a un pueblo para sí mismo.

Esto sucede en la liturgia ordinaria de la iglesia: a través de la oración y la alabanza, a través de la Palabra y el sacramento. En su libro Against Christianisty [Contra el cristianismo], Peter Leithart escribe:

A través de los rituales de adoración, nos comenzamos a dar cuenta de quiénes somos juntos; por supuesto, somos un pueblo pecador que necesita separarse del mundo y hacer un éxodo semanal de Egipto; por supuesto, somos un pueblo ignorante que necesita ser instruido y recordado cada semana nuestro idioma y nuestra historia; por supuesto, somos los hijos de nuestro Padre celestial, quien ha dado todas las cosas gratuitamente en su Hijo y muestra ese don en el regalo de la comida; por supuesto, hemos sido injertados en la comunidad de la Trinidad, porque cada servicio de adoración comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y termina con el nombre trino pronunciado sobre nosotros.

Para Leithart, es obvio (como lo indicaría el «por supuesto» repetido y en cursiva) que el pueblo de Dios (tal cual somos en la debilidad de nuestro corazón y confusión) debería tener que hacer un éxodo semanal del mundo para venir a la presencia de Dios.

La adoración nos convierte en el pueblo de Dios. Nos instruye en nuestra historia y, por lo tanto, nos permite, como dice Leithart más tarde, «nombrar el mundo de manera cristiana». Nos recuerda, una vez más, que somos hijos de Dios y que fuimos llamados y capacitados para vivir como tales. 

Una necesidad apremiante

Para un grupo olvidadizo como el nuestro, los ritmos regulares de la iglesia nos recuerdan quién es Dios y quiénes somos nosotros: somos su pueblo en su mundo.

Esto, por supuesto, siempre ha sido una razón por la que los cristianos necesitan una iglesia. Sin embargo, quizás sea una razón aún más apremiante ahora, en este mundo digital acelerado donde la capacidad de atención se está reduciendo y las lealtades se están fragmentando. Todos los días, Internet nos lleva en cientos de direcciones diferentes, hacia tribus e historias diferentes (y en competencia).

Esto fue especialmente cierto en el último año, cuando el aislamiento pandémico resultó en hayamos pasado aún más tiempo en Internet. 

En un mundo como este, cada vez más artificial, distrayente y, en cierto modo, irreal, si no nos esforzamos al menos un día a la semana para ser poderosamente recordados de nuestro lugar en la historia cristiana, nuestros corazones frágiles, volubles y olvidadizos invariablemente se apartarán de esta historia.

En un mundo tan frecuentemente distorsionado por la vida en línea, necesitamos la fuerza clarificadora de la Palabra de Dios leída, predicada, orada, cantada y saboreada.

Para permanecer y vivir la historia de Dios, debemos recordarla. Para recordarla, tenemos que ir a la iglesia.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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viernes, 28 de octubre de 2022

¿ESTÁS EN CRISIS? DIOS NO TE HA ABANDONADO

 


Por:Fabio Rossi

Habacuc nos presenta una profecía diferente a la que observamos en libros como Isaías, Miqueas, o Sofonías. No se trata de un oráculo que el profeta entrega al pueblo de Dios o a las naciones.

Más bien, en Habacuc encontramos una especie de diálogo entre el profeta y Dios: un intercambio de preguntas y respuestas que llegan a su clímax en el último capítulo. Habacuc abraza los designios de Dios para su pueblo —por confusos o contrarios que parezcan—, y emprende un caminar lleno de esperanza en la bondadosa y soberana voluntad de Dios.

Si estás atravesando una temporada difícil en tu vida, estoy seguro de que encontrarás consuelo y fortaleza en Habacuc, pues los escenarios que se vivieron en aquellos días no son muy distintos a los que vivimos hoy. En esa intensa conversación entre Dios y el profeta encontramos tesoros del evangelio que nos ayudarán a caminar con fe y esperanza en medio de las pruebas.

¡Dios está haciendo algo increíble en medio de tu crisis!

El clamor esperado del creyente en medio de la crisis

Habacuc se encontraba en medio de una sociedad que se desmoronaba moralmente. Los líderes políticos, los sacerdotes, y todo el pueblo se había sumido en el pecado, abandonando a Dios, y desechando Sus mandamientos.

Había una sociedad plagada de inmoralidad, injusticia, y opresión.

En ese contexto encontramos al profeta expresando su dolor: “¿Por qué me haces ver la iniquidad y la opresión?” (1:3). Habacuc estaba dolido por tener que ser testigo de los problemas y la iniquidad de sus días, y Dios no parecía estar haciendo nada al respecto.

El profeta no lanzó un juicio de destrucción contra Judá ni pide a Dios que mande fuego para que los consuma. Más bien, él clamó con dolor para que el Señor interviniera en medio de la oscuridad y rescatara a su pueblo.

Así como en Judá, la injusticia e iniquidad abundan en nuestra sociedad. La gente sigue rechazando a Dios y desechando sus mandamientos, especialmente cuando se enfrentan al dolor y la muerte.

“Si los cristianos no lloramos por la perdición de nuestra sociedad, entonces ¿qué esperanza hay para el mundo?”

¿Tenemos la misma perspectiva que Habacuc respecto al pecado que nos rodea? ¿Nos dolemos profundamente por las consecuencias del pecado en nuestra sociedad?

¿O estamos tan preocupados por nosotros mismos y por cómo la crisis está afectando nuestra salud, nuestros negocios y nuestras familias, que olvidamos levantar la cabeza como siervos y mensajeros de Dios en este mundo para interceder?

Si los cristianos no lloramos por la perdición de nuestra sociedad, entonces ¿qué esperanza hay para el mundo? ¡Nosotros somos la sal y la luz! (Mt. 5:13-16). Nosotros fuimos llamados para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe. 2:9).

La respuesta inesperada de Dios en medio de la crisis

Habacuc quería entender por qué Dios había tardado en su respuesta, y por qué no había traído la salvación a su pueblo que sufría en manos de gente perversa. El profeta estaba cuestionando a Dios y quería escuchar una respuesta satisfactoria.

Así que Dios le responde, pero lo hace de una manera especial. De hecho, le advierte a Habacuc que la respuesta que está a punto de oír puede ser perturbadora y muy confusa: “¡Miren entre las naciones! ¡Observen! ¡Asómbrense, quédense atónitos! Porque haré una obra en sus días que ustedes no la creerían si alguien se la contara” (Ha. 1:5).

¿De verdad querías saber qué era lo que Dios tenía en mente para salvar a su pueblo? Bueno, aquí está la respuesta. A partir del verso 6, el Señor empieza a describir su plan: “Voy a levantar a los caldeos, pueblo feroz e impetuoso, que marcha por la anchura de la tierra para apoderarse de moradas ajenas”.

¿Puedes imaginarte el rostro desfigurado del profeta al oír lo que Dios planeaba hacer? La manera en que el Señor lidiaría con el sufrimiento y la injusticia en Judá, sería levantando a un imperio feroz, imponente, temible, veloz, astuto, violento, y sanguinario que arrasaría con todo a su paso.

Los planes de Dios son mucho más altos que los nuestros; en muchas ocasiones, su proceder nos podrá parecer contrario, confuso, inapropiado, ilógico, o impensable. Pero algo es cierto, como afirmó el apóstol Pablo: “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Ro. 8:28). ¿Cómo puede ser? El mayor y mejor ejemplo de la respuesta inesperada de Dios lo encontramos en Cristo.

Habacuc no entendía cómo era que Dios traería más sufrimiento y dolor a su pueblo, en lugar de salvación. Así también nosotros, especialmente en medio de los problemas y las crisis, nos preguntamos cómo es que Dios permite que el mundo —y sus hijos— sigan padeciendo, mientras Él parece distante o indiferente.

“El mayor y mejor ejemplo de la respuesta inesperada de Dios lo encontramos en Cristo”.

Pero en la cruz —donde Cristo experimentó el juicio y el castigo de Dios por nosotros, convirtiéndose en el ejemplo supremo del obrar inesperado de Dios— vemos cómo Dios trajo salvación a través del sufrimiento y la muerte.

Habacuc se sentía abandonado por Dios, y algunos de nosotros podríamos sentirnos igual hoy. Pero recuerda que en la cruz, Cristo sí experimentó el abandono de Dios… el abandono que nosotros merecíamos.

Así que, cuando en medio de la prueba, la injusticia, y el sufrimiento sientas que Dios se ha alejado —que no te oye, y no te responde— recuerda que Cristo sí fue abandonado para que tú no fueras abandonado por Dios. ¡Dios está ahí contigo! ¡Él está obrando! ¡Él no te ha dejado solo!

Si en medio de la enfermedad has clamado por salud, pero a cambio ves más enfermedad; si en medio del desempleo has clamado por provisión, pero en cambio ves más necesidad; si en tu oración has clamado que Dios te saque de tu crisis y te lleve a una tierra de descanso y abundancia, pero en lugar de eso te encuentras en un desierto, ¡recuerda que Dios está ahí obrando! ¡Él —y solo Él— puede traer vida y salvación a través de la muerte y el sufrimiento! El Señor tiene cuidado de ti y te dará lo que necesitas, aunque no sea lo que esperas (Mt. 6:25-34). Pero sobre todo, en medio de tu aflicción, Él te conformará cada vez más a la imagen de su Hijo.

El Señor sabe que somos débiles y pequeños. Él conoce nuestro corazón, nuestras dudas, y nuestras luchas, y nos dejó ejemplos como el de Habacuc (¡y Job y David!) para que sepamos que no le sorprenden nuestras dudas y confusión ante su obrar o su aparente silencio. Pero al mismo tiempo nos recuerda que estas dudas y frustraciones encuentran respuesta en Él: el Dios todopoderoso, el creador del cielo y la tierra, el Rey soberano que gobierna todo y que sustenta todo.

Habacuc se atrevió a cuestionar el obrar de Dios (mira Habacuc 1:2), pero también recordó que aún cuando las circunstancias a su alrededor no cambiaron como él esperaba, su corazón estaría anclado en el Dios de su salvación

Es mi oración que así como Habacuc, tú y yo podamos encontrar en el Señor un ancla firme y fuerte, y que en medio de la crisis podamos afirmar estas mismas palabras:

“Aunque la higuera no eche brotes,
Ni haya fruto en las viñas;
Aunque falte el producto del olivo,
Y los campos no produzcan alimento;
Aunque falten las ovejas del redil,
Y no haya vacas en los establos,
Con todo yo me alegraré en el Señor,
Me regocijaré en el Dios de mi salvación.
El Señor Dios es mi fortaleza;
Él ha hecho mis pies como los de las ciervas,
Y por las alturas me hace caminar”,
 (Habacuc 3:17-19).

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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jueves, 27 de octubre de 2022

¿POR QUÉ NO PUEDO CAMBIAR?

 


Por: Susana Cano

¿Por qué soy así? ¿Por qué reacciono de esta manera? ¿Por qué no puedo cambiar? Esas son algunas de las preguntas que me hacía constantemente al meditar en mi caminar cristiano.

Ver nuestra vida como una lista de cosas que puedo y no puedo hacer afecta nuestra percepción sobre nuestras circunstancias. Nos esforzamos por dejar de hacer las cosas “mal vistas” e intentamos hacer todo lo que nos identificaría como “una buena persona” o “un buen cristiano”. Me llevó un tiempo entender que la obediencia no se trataba de solo hacer o no hacer, sino de examinar las motivaciones de mi corazón.

El libro Dioses que fallan de Timothy Keller me ayudó a cambiar esa perspectiva. Me ayudó a identificar mis ídolos. Y por ídolos no me refiero a esas estatuas en los templos budistas o a las imágenes gigantes colgadas en las iglesias; me refiero a esos altares puestos en nuestros corazones por causa de nuestro pecado.

Los ídolos son todo aquello que le quita el primer lugar a Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, son aquello que nos esclaviza y nos lleva a alejarnos más y más de nuestro Padre.

Identificar nuestros ídolos suele ser difícil porque pensamos que “no son cosas malas”, pero la realidad es que, cuanto mejores son, más probable es que esperemos que puedan suplir nuestras necesidades y anhelos más profundos. Anhelos que solo Dios puede satisfacer.

Estas son algunas de las cosas que aprendí leyendo este libro.

1. Dios es todo lo que siempre hemos querido.

Siempre hay cosas en las que invertimos para obtener alegría, plenitud, y paz que solo Dios nos puede dar. Hasta que lo único que tengamos sea Jesús, no nos daremos cuenta de que Él es lo único que necesitamos.

Dios, en su gracia, muchas veces nos permite ver esto al quitarnos o restringirnos aquellas cosas en las que buscamos satisfacción. Pensamos que Él nos está matando cuando en realidad nos está salvando.

“Hemos de encontrar la manera de evitar que se nos aferren con demasiada fuerza, de esclavizarnos a ellas. Nunca lo haremos mientras pronunciemos palabras abstractas sobre lo grande que es Dios. Hemos de saber y estar seguros de que Dios nos ama, nos valora tanto y se complace hasta tal punto en nosotros que podemos descansar en Él” (p. 41).

2. El romance no es todo lo que necesito.

“Sabemos que una cosa buena se ha convertido en un dios falso cuando las exigencias que le impone superan las fronteras de lo correcto” (p. 46).

¡Con cuánta facilidad convertimos el amor romántico en un dios falso! La cultura nos empuja a colocar en la pareja toda nuestra esperanza y felicidad. Somos como Jacob, quien nunca disfrutó el amor de su padre, perdió el amor de su madre, e ignoró por completo el cuidado y el amor de parte de Dios.

Él contempló a una hermosa mujer y probablemente pensó: “Si la tuviera, por fin algo saldría bien en mi vida”. Todas sus esperanzas estaban puestas en una mujer falible e imperfecta. Ella se volvió un ídolo en su vida.

¿Qué anhelamos cuando elevamos a nuestra pareja a la posición de Dios? Buscamos la redención. Nadie —ni siquiera la “mejor” persona— puede darle a nuestra alma lo que verdaderamente necesita. Necesitamos a un salvador, a Jesucristo.

3. Mi amor por el dinero es amor por este mundo.

“El modus operandi del dios del dinero incluye la ceguera del corazón” (p. 70).

Preferimos amar y atesorar aquello que en el presente nos ofrece el sentimiento de poder, estabilidad, y seguridad. La codicia no es solo el amor al dinero, sino la preocupación excesiva por él. Si nuestra vida consiste en lo que poseemos o consumimos, quiere decir que estas cosas nos definen y forman nuestra identidad (Lucas 16:13-15).

Cuando queremos tener mucho dinero para controlar las cosas de este mundo, quiere decir que buscamos la seguridad en esta vida y no tenemos la vista en la eternidad junto a Cristo Jesús.

Vemos la historia de Zaqueo, que era materialmente rico pero estaba en bancarrota espiritual. Jesús derramó sobre él gratuitamente riquezas espirituales, y la gracia de Dios transformó su actitud. Los frutos de ese entendimiento genuino de salvación se vieron reflejados en sus prácticas: el dinero ya no controlaba su vida.

4. El éxito jamás podrá salvarme.

“Nadie puede controlar al Dios verdadero, porque nadie puede ganar, merecer o conseguir su bendición y su salvación” (p. 100).

Uno de los precursores del ídolo del éxito es el miedo. Miedo a ser nadie, a fallar, a ser rechazado, a no encajar. Cuando un proyecto nos sale bien, estamos en la cima de una montaña rusa, pero eventualmente ese momento de emoción y bienestar se va.

Queremos regresar y permanecer constantemente ahí arriba, pero este mundo caído lo hace imposible. La falsa sensación de seguridad es el resultado de endiosar a nuestros éxitos y esperar que nos mantengan a salvo de los problemas de esta vida.

En la Biblia vemos a Naamán (2 R. 5), una persona competente que en medio de todo su éxito seguía sintiéndose vacío. Esta historia nos demuestra que ni la persona más exitosa de este mundo tiene la más mínima idea de cómo buscar a Dios.

Naamán deseaba ser sanado y tenía una idea muy particular de cómo debía ser sanado. Él buscaba a un dios dócil, pero el Dios de la Biblia no está domesticado. Buscaba a un dios que pudiera estar en deuda con el hombre, pero se encontró con un Dios de gracia ante el cual todos estamos endeudados.

5. Los ídolos pueden tener incontables formas.

“Toda ‘esperanza’ cultural dominante que no sea el propio Dios es un dios falso. Por lo tanto, los ídolos no sólo adoptan una forma individual; también pueden ser colectivos y sistémicos” (p. 139).

Podemos crear un ídolo de la precisión doctrinal, el éxito en el ministerio, la cantidad de discípulos, y de la rectitud moral. Esto conduce a la arrogancia y al actuar como fariseos, oprimiendo a todos aquellos que no “son como nosotros”. Un buen ejemplo de esto es Jonás. ¿Por qué huyó? Porque anhelaba el éxito en su ministerio más de lo que quería obedecer a Dios. Jonás era moralmente arrogante y se sentía superior a los ninivitas.

En conclusión, Tim Keller nos muestra diferentes formas de identificar a los ídolos de nuestro corazón y los patrones que seguimos para proteger nuestro pecado, y cómo luchar contra ellos.

Podemos conocer el amor de Dios intelectualmente, pero si no lo atesoramos y meditamos en Él constantemente, nuestros corazones no estarán siendo renovados para que Cristo sea nuestra única prioridad.

Que las disciplinas espirituales y nuestra iglesia local sean herramientas para crecer en santidad y botar todos esos ídolos que nos alejan de ser como Cristo. ¡El evangelio nos ha hecho libres para poder hacerlo!

 Fuente: coalicionporelevangelio.org

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miércoles, 26 de octubre de 2022

8 MANERAS EN QUE LAS PRUEBAS NOS AYUDAN

 


Por: Katie Faris 

¿Tomarnos por sorpresa? Sí. ¿Revelar nuestro temor, ansiedad, enojo y autocompasión? Sin duda. ¿Traer tristeza y dolor? Absolutamente. Las pruebas hacen muchas cosas, pero ¿qué bien traen a nuestras vidas?

En su carta a los judíos cristianos en la dispersión, Santiago entrega este imperativo: “Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia” (Stg 1:2-3).

Estos son excelentes versículos para memorizar en una clase de escuela dominical, pero ¿qué pasa cuando perdemos nuestro trabajo y no podemos pagar la hipoteca? ¿De qué sirve la quimioterapia, estar en cuidados intensivos, sufrir un accidente de tránsito o persecución por nuestra fe?

“Cuando la fe verdadera sobrevive el calor del refinamiento, el fruto es más dulce que el costo sufrido”

Hay una razón por la cual Santiago nos dice que tengamos por sumo gozo cuando nos hallemos en pruebas como estas. Él sabe que cuando la fe verdadera sobrevive el calor del refinamiento, el fruto es más dulce que el costo sufrido. Aquí hay ocho maneras en que las pruebas ayudan a producir constancia.

1. Las pruebas profundizan nuestras vidas de oración

Cuando estamos abrumados, podemos orar como Josafat: “No sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti” (2 Cr 20:12). Como respuesta a noticias devastadoras, lloramos, ayunamos y oramos como lo hizo Nehemías (Neh 1:3-4).

En medio de la preocupación, nuestras peticiones son dadas a conocer delante de Dios y echamos toda ansiedad sobre Él, porque tiene cuidado de nosotros (Fil 4:6; 1 P 5:7). Cuando nos hacen falta palabras para orar, “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad” intercediendo “por nosotros con gemidos indecibles” (Ro 8:26).

La oración humilde cultiva una dependencia de Dios, ataca nuestro orgullo y nos prepara para deleitarnos en el Señor, quien nos escucha y responde conforme a su sabiduría. 

2. Las pruebas aumentan nuestro conocimiento de la Palabra y el carácter de Dios

Una temporada en el desierto nos invita a internalizar las promesas de Dios, a aprender como los israelitas errantes que nosotros no vivimos de pan solamente sino “de todo lo que procede de la boca del Señor” (Dt 8:3).

El salmista dice: “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda Tus estatutos” (Sal 119:71) y Job confiesa “He sabido de [Dios] solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Dios, con frecuencia, usa el sufrimiento para hacer crecer nuestro conocimiento de su Palabra y su verdadero carácter.

3. Las pruebas incrementan nuestra gratitud hacia nuestro Salvador

Cuando experimentamos dolor, recordamos la manera en que Jesús tomó de la copa de la ira de Dios en nuestro lugar. Él oró: “Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya” (Lc 22:42), y luego fue “herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Is 53:5).

“La oración humilde cultiva una dependencia de Dios, ataca nuestro orgullo y nos prepara para deleitarnos en el Señor, quien nos escucha y responde conforme a su sabiduría”

Nuestro dolor nos hace más conscientes del dolor de Jesús, incrementando nuestra gratitud por la agonía que sufrió en la cruz. También nos regocijamos porque a través de su sacrificio, nuestro pecado es perdonado y nuestra salvación asegurada. Recordamos y clamamos: “¡Gracias Jesús, por sufrir en nuestro lugar!”

4. Las pruebas nos hacen más como Jesús

Aunque los hermanos de José pensaron hacerle mal, “Dios lo cambió en bien” para mantener a muchos vivos durante la hambruna (Gn 50:20). Nuestro Dios redentor, quien obró nuestra salvación a través del doloroso sacrificio de Jesús en la cruz, continúa trabajando todas las cosas, incluyendo nuestras pruebas, para el bien de quienes lo aman (Ro 8:28-29). Una cosa buena que Dios hace a través de nuestras dificultades es hacernos más como Jesús, quién “aprendió obediencia por lo que padeció” (He 5:8).

5. Las pruebas nos equipan para consolar a los demás

En nuestras pruebas, Dios tiene la intención de consolarnos de una forma tan abundante para que rebosemos de un cuidado compasivo por los demás. Pablo escribe que Dios “nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción” (2 Co 1:4).

Dios quiere que llevemos su consuelo a otras familias, amigos y vecinos. Nuestra experiencia en las pruebas nos ayudan a comprender lo que otros pudieran sentir y necesitar, y nuestra experiencia del consuelo de Dios nos prepara para estar al lado de ellos para orar y servirles con delicadeza.

6. Las pruebas preparan un eterno peso de gloria

Tal vez no podamos ver lo que nuestras pruebas están haciendo, pero están funcionando. Toda “aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” cuando miramos los que no se ve (2 Co 4:17-18). Cada ida al centro de tratamiento.

Cada montaña de papeles y cheques firmados. Cada noche sin dormir cuidando a niños enfermos. Rendido ante Él, todo es significativo en el reino de los cielos.

7. Las pruebas nos recuerdan que la tierra no es nuestro verdadero hogar

Añoramos la presencia de Dios en medio de la soledad. Las lágrimas mueven nuestros corazones hacia un lugar donde “no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor” (Ap 21:4).

Los cuerpos enfermos esperan ansiosamente la llegada de los cuerpos nuevos. La muerte nos hace desear la resurrección. Estas pruebas nos recuerdan que esta tierra no es nuestro verdadero hogar. Aumentan nuestra hambre del cielo.

8. Las pruebas examinan y fortalecen nuestra fe

Las pruebas comprueban la autenticidad de nuestra fe, la cual llena nuestros corazones de la gozosa garantía de nuestra salvación y “resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo” (1 P 1:7). Este fortalecimiento de nuestra fe nos motiva a despojarnos “también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve”, y a correr “con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús… quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz” (He 12:1-2).

Dios está haciendo algo a través de tus pruebas

Aún sabiendo todo lo bueno que producen nuestras pruebas, dudo que escogeríamos de manera intencional un sufrimiento para nosotros mismos o para aquellos a quienes amamos. Pero Dios es más sabio que nosotros. Sus caminos son más altos que nuestros caminos (Is 55:9), y Él utiliza nuestras pruebas para sus propósitos visibles y no visibles en nuestras vidas. 

Tal vez no sepas lo que Dios está haciendo en una prueba en particular, pero dadas las muchas opciones presentadas en las Escrituras, puedes saber que Él está haciendo algo. Dado lo mucho que Él te ama, puedes saber que es para tu eterno bien. Esta es una buena razón por la cual podemos regocijarnos.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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martes, 25 de octubre de 2022

LÍMITES DE UNA MUJER CON EL SEXO OPUESTO

 


Por: Chárbela El Hage de Salcedo

La real academia de la lengua española define la palabra límite de la siguiente forma: “Línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”. En otras palabras, un límite es la demarcación de una propiedad.

En la actualidad, vivo en un edificio en donde mis dos vecinos son mi familia. Aun con el amor y la confianza que les tengo, mi puerta de entrada permanece cerrada. Sí está cerrada para prevenir que los ladrones entren a mi casa, pero también para comunicar que antes de dejarles entrar a “mi territorio” yo debo autorizarlo, en este caso, al abrir la puerta.

Si dicha puerta permaneciera abierta en todo momento, sé que mis vecinos (sobre todo los más pequeñitos) entrarían sin preguntar, y si lo hacen en un momento inoportuno, me colocarían en una situación incómoda en la que no querría estar.

Lo mismo sucede en la vida relacional: hay límites físicos y emocionales que debemos poner. A diferencia de las puertas estos límites no pueden apreciarse visualmene. Sin embargo, cuando son violentados nos percatamos de que existen y de que alguien los ha cruzado, y terminamos en una situación incómoda, y posiblemente pecaminosa.

El porqué de los límites

Los límites nos definen y nos protegen. Nos definen porque nos muestran qué soy y qué no soy, lo que amo y lo que no, lo que quiero y lo que no quiero. Me muestran mis valores morales y mis preferencias. También me protegen: si no tuviera límites claros, con facilidad me expondría a cosas que pueden influenciarnos para mal.

Nuestros límites nos protegen y le dicen a la gente lo que sí o lo que no vas a tolerar.  Mira lo que dice Proverbios 27:12, “El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias”.

Mi anhelo hoy es ayudarte a ver cómo una mujer debe ser prudente en su relación con el sexo opuesto, ayudarte a ver el peligro y cuáles son los límites que debemos poner para evitar ofender al Señor y no terminar sufriendo las consecuencias.

Amistad de un solo lado

Un alto nivel de intimidad emocional entre hombre y mujer puede tornar una relación de amistad mutua a una de amistad unilateral.

Los hombres y las mujeres piensan y procesan las cosas de forma diferente. No sucumbas ante la mentira de que no hay problemas con que un hombre sea tu mejor amigo. En la mayoría de los casos, esta es una relación de amistad unilateral, ya que la otra parte puede llegar a albergar otro tipo de sentimiento, siendo esto natural y acorde con el diseño de Dios de que un hombre y una mujer se atraigan.

Secularmente esto fue demostrado en una encuesta hecha a los estudiantes de la Universidad de Utah. Al preguntarle a las mujeres sobre la posibilidad de que un hombre sea su mejor amigo, en unanimidad todas respondieron que sí era posible, pero al hacerle la segunda pregunta de que si a su actual amigo se le diera la oportunidad de cortejarla si él la tomaría y todas respondieron que sí, mostrando claramente que este tipo de amistad íntima entre un hombre y una mujer en la mayoría de los casos es unilateral.

Puedes pensar tú misma en las amistades alrededor de ti, en tu pasado y quizás aun en el presente. En dicha cercanía emocional es inevitable que una de las partes involucre el corazón, dañando así el objetivo inicial de que la relación se quedara en una “hermosa amistad”.

Evade este peligro y cultiva amistades íntimas con personas de tu mismo sexo. Aunque la amistad con el sexo opuesto no está prohibida en las Escrituras, tampoco las promueven. Los patrones de amistad que vemos en la Biblia son entre personas del mismo sexo: Ruth y Noemí, David y Jonatán, Pedro y Juan, etc. Las relaciones íntimas de discipulado como Tito 2 son descritas entre dos personas del mismo sexo.

Paño de lágrimas equivocado

Mira cómo esta cercanía de intimidad se vuelve aún más peligrosa. ¿Qué pasaría si tu mejor amigo es un hombre y es con él con quien te desahogas y compartes las frustraciones y percances que estás teniendo con tu esposo o novio? Que sea él quien te consuela y en quien encuentres refugio y comprensión, todas las cualidades que tu pareja sentimental no te proveyó.

Siendo la mujer un ser tan emocional y que es cautivado y capturado por el oído, la probabilidad de que te involucres sentimentalmente con tu amigo es inmensamente alta. Ojalá y puedas ver el peligro de tal situación. Si es la tuya, te has colocado a la puerta de la entrada de la infidelidad emocional y aun física. 

La mayoría de las infidelidades son perpetuadas en una relación que comenzó como una simple amistad y luego resultó en el involucramiento del corazón y las emociones. ¡Cuidado! ¡Detente! Traza el límite a tiempo, tus intimidades desvélalas con alguien de tu mismo sexo. Recuerda, “el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga”, 1 Corintios 10:12.

Razones erradas

Es posible que estés en una situación donde no dejas en claro que deseas una amistad mientras el otro te está cortejando. Varias razones podrían estar detrás de esto. Una de las razones pudiera ser mi deseo de no herir sus sentimientos; pero mientras tanto, pasa el tiempo y él sigue albergando la posibilidad de una relación que no va a suceder.

La otra posibilidad es que tengo miedo a que no me corteje nadie más y estoy dejando a este pretendiente como un plan B. Por último, pienso que muchas mujeres tienen una gran necesidad de sentirse anheladas, deseadas y cortejadas y, aunque no le interesa la persona, nunca le aclaran sus sentimientos porque es un sentimiento que está siendo alimentado y que no quieren perder.

Todo esto se resume en una sola palabra: egoísmo. El egoísmo te nubla a los derechos y las necesidades del otro. No te deja ver que es pecaminoso el sostener una mentira y usar el tiempo del otro.

Puede que el pensar solo en como te sientes y lo incómodo que pudiera ser el decirle la verdad te esté paralizando de hacerlo porque tú no quieres ser incomodada. Pero eso no es justo con la otra persona. 

El Señor nos manda a que “Nada hagan por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo”, Filipenses 2:3. Ese es el ejemplo dado por Cristo, quien dejó su “comodidad” (¡su gloria!) por amor a nosotros, y es a lo que nos ha llamado a nosotros.

No te confundas ni lo confundas. Si no quieres o no estás lista para una relación de noviazgo, no abras la puerta para que entre y se ilusione y dañes la amistad. Y si ya estás en un pacto matrimonial, no hay ningún tipo de justificación para cultivar una amistad que juegue con la infidelidad.

Cuida tu corazón

Hay otra situación que requiere de límites correctos. Como ya sabemos, las mujeres somos muy emocionales y muchas, aunque no todas, podemos hilar una historia en nuestra mente por una señal que probablemente fue incorrecta de parte de un hombre. No confundas la caballerosidad o un trato considerado de parte de él como un cortejo.

El tiempo es el mejor aliado en estas situaciones. Observa y confirma si esas expresiones de caballerosidad y cordialidad son también vertidas en otras mujeres; de ser así, te has topado con un caballero y no con un enamorado. 

Pero si resulta ser un enamorado, el corazón es engañoso. Si estás soltera, procura no dejarte impresionar con la galantería de un hombre sin que antes te haya impresionado su carácter cristiano.

Si estás casada, y este es genuinamente un enamorado, sabes que esta es una amistad que debe tener las puertas bien altas, y en la que tu esposo debe estar involucrado.

No te descuides, pon límites sanos y si sientes que necesitas sabiduría pídela al Señor, quien se la dará a todos abundantemente y sin reproche (Santiago 1:5).

“El sabio teme y se aparta del mal, pero el necio es arrogante y descuidado”, Proverbios 14:16.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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