“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8)

lunes, 27 de marzo de 2023

¿DEBE UN PREDICADOR TENER UN SENTIDO DEL HUMOR?

 


Por: Kevin Halloran

Para poder contestar esta pregunta, debemos tener un entendimiento claro de lo que dicen las Escrituras sobre el papel y las motivaciones del predicador.

¿Cuál es el papel de un predicador?

Un predicador es alguien con el papel de proclamar la Palabra de Dios para que los que escuchen tengan un encuentro con el Redentor Vivo. Él debe querer explicar la Palabra de Dios claramente, aplicarla a sus oyentes, y ayudar a los oyentes a desear y buscar los propósitos salvíficos de Dios en Cristo Jesús.

Los predicadores son embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20), administradores los misterios de Dios (1 Corintios 4:1-2), siervos de Dios que buscan agradarle (Gálatas 1:10), y personas que recibirán mayor condenación (Santiago 3:1).

Las Escrituras no mencionan el uso de humor cuando describen el rol del predicador. Sin embargo, estoy convencido de que es aceptable y en muchos casos bueno que un predicador use humor en una prédica, asumiendo que tiene las motivaciones correctas y tenga en mente ciertas cosas.

Motivaciones incorrectas

El deseo de entretener es una mala motivación. ¡Ay del predicador que no se ve como siervo, embajador, o administrador, sino un comediante! Los predicadores no deben tomar ligeramente la carga que se les ha dado y vender un mensaje barato a su congregación. Esto es un asunto de vida y muerte: ¡almas pueden ser perdidas!

Otros predicadores usan el humor por causa de orgullo: buscan la aprobación de los hombres en lugar de la aprobación de Dios. Humor que exalta al predicador no da el respeto merecido a Dios ni a Su Palabra. Predicadores que pelean con esta tentación deben darse cuenta del juicio que vendrá de parte de Dios para aquellos que desperdician sus palabras y humillarse delante de Él (1 Pedro 5:6).

Motivaciones correctas

Recientemente, un amigo comenzó su sermón de Hebreos 12 con una historia personal. Describió una carrera a la que asistió donde un corredor estaba ganando por una distancia larga. Cuando ese corredor estaba redondeando la ultima vuelta de la pista hacia la meta, la multitud de aficionados le aplaudieron fuertemente. Después de cruzar la línea, el corredor se acostó en el suelo disfrutando de su victoria y los aplausos de sus fans. Todo pareció ir bien hasta que su entrenador empezó a correr hacia él como loco gritando: “¡UNA VUELTA MÁS! ¡UNA VUELTA MÁS!”.

La historia cómica de mi amigo le causó mucha risa a la congregación, pero también le hizo pensar en sus vidas cristianas. Él les advirtió que fácilmente nos puede pasar lo mismo si no corremos con perseverancia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1). Esta ilustración ayudó a los oyentes a conectar el pasaje de las Escrituras y la verdad que enseñaba con sus propias vidas. El humor puede servirnos de esta manera.

El humor en el púlpito puede ayudar a los oyentes a confiar en el predicador, conectar con el mensaje, y ser más receptivos al mensaje predicado. El humor también puede ayudar contra los problemas de atención que muchos oyentes tienen hoy en día. En resumen, creo que el humor es parte de la buena creación de Dios, y cuando se usa de una manera correcta y responsable, puede ayudar poderosamente al predicador en comunicar la verdad de Dios.

Siete consejos para el pastor que usa humor

Si vas a usar el humor en tu prédica, te recomiendo seguir estos consejos.

1. El humor debe apoyar el mensaje de la Escritura que estás predicando. Si el uso del humor no te ayuda explicar, ilustrar, o aplicar lo que las Escrituras dicen, probablemente sera una adición innecesaria que va a dañar el enfoque, claridad, y poder del mensaje.

2. El humor no debe distraer ni dominar. Algunas bromas, aunque se aten a las Escrituras, pueden distraer o dominar el mensaje en la mente de tus oyentes. Conoce a tu gente y lo que dañaría o ayudaría su entendimiento de la verdad de Dios. No temas decirle “no” a una broma buena.

3. Ten cuidado del uso del humor cuando estás improvisando. Si no predicas usando un manuscrito completo, entiende que las bromas no planeadas traen el riesgo de decir algo lamentable que pueda ofender a un oyente o decir algo inapropiado.

4. Deja que el tono del pasaje dirija el tono de tu prédica. Probablemente no debemos usar el humor cuando estamos predicando sobre el juicio de Dios, la necesidad del arrepentimiento, o un salmo de lamento. El tono del pasaje debe dirigir el tono de tu prédica.

5. El humor debe ser breve. Aunque no pienso que la Biblia esté falta de humor, no es la cosa más importante que Dios quiere comunicar. Si tus bromas son demasiadas largas, arriesgas ser un comediante más que un predicador encargado de proclamar fielmente la Palabra de Dios.

6. Ten cuidado de no avergonzar a nadie. Las esposas y los hijos de los predicadores no quieren siempre ser el enfoque (ni el necio) de las bromas. Es mejor que un predicador haga bromas sobre sí mismo que usar el humor para avergonzar a los demás.

7. Si usas el humor, es más adecuado en el comienzo de un mensaje. Predicar la Palabra eterna de Dios es un tema muy importante y signficativo. Si un predicador usa el humor, probablementedebe debe ubicarse en el comienzo de un mensaje para que la importancia y peso de la verdad pueda crecer a la medida que el mensaje progresa.

Los reformadores decían que la predicación debe fluir a la Santa Cena y causarnos a sentir nuestra necesidad de Cristo, ver la provisión de Dios en Cristo, y tener comunión con el Redentor resucitado que nos muestra gracia y misericordia en la Santa Cena.

No queremos que el humor destruya un momento que el Espíritu Santo está usando para sembrar su Palabra en los corazones de los oyentes.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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domingo, 26 de marzo de 2023

LA GLORIA DE DIOS, LA TRAGEDIA HUMANA Y LA EXTRAORDINARIA OBRA DE REDENCIÓN

 


Por: Sugel Michelén.

Los cristianos decimos a menudo que debemos hacer las cosas para “la gloria de Dios” (comp. 1Cor. 10:31). Ese es un lenguaje muy común entre nosotros.

Pero ¿qué significa esa frase realmente? ¿En qué sentido podemos nosotros glorificar a Dios? Obviamente, nosotros no podemos hacer a Dios más glorioso de lo que Él es intrínsecamente; pero nosotros sí podemos, y debemos, hacer las cosas con la intención de manifestar en alguna medida los atributos que hacen a Dios un Ser lleno de gloria.

El salmista nos dice en el Sal. 19 que “los cielos cuentan la gloria de Dios”; si una persona observa el universo sin prejuicio debería llegar a la conclusión de que Dios existe y de que es un Ser lleno de poder y sabiduría.

Así como la genialidad de un artista se conoce por sus obras, la gloria de Dios se manifiesta claramente a través de las cosas que Él ha hecho. Ninguno de nosotros ha visto a Rembrandt o a Miguel Ángel o a Leonardo Da Vinci, pero sí hemos visto a través de sus obras la sorprendente capacidad artística que tenían.

Pues de la misma manera, aunque en un sentido infinitamente mayor, nosotros vemos un despliegue de la gloria de Dios a través de las cosas que Él ha hecho.

Ahora bien, si fuimos creados para mostrar en todas las cosas que hacemos cuán glorioso es nuestro Dios, entonces el más grande de nuestros pecados no es el robo, ni el adulterio o el asesinato, sino la decisión voluntaria de no cumplir ese propósito para el cual fuimos creados (comp. Rom. 3:23).

El hombre ha decidido vivir para su propia gloria, haciendo su voluntad, obedeciendo sus propios deseos; completamente al margen de la opinión de Dios.

Hace unos años leí una ilustración que puede ayudarnos a entender la magnitud de este problema. El gobierno de los EUA dedica mucho tiempo, esfuerzo y dinero para entrenar y equipar sus fuerzas militares que están supuestas a defender la nación de agresiones externas o internas.

Imagínense qué sucedería si se descubre que un batallón del ejército norteamericano ha estado desviando todos los recursos que el gobierno le provee hacia una célula terrorista de al-Qaeda y ayudándoles a planificar un ataque letal contra los EEUU. Seguramente todos los implicados serían juzgados por alta traición y castigados con la pena máxima.

Pues eso es exactamente lo que el hombre ha hecho con su Hacedor. Dios nos creó y nos equipó para que pudiésemos vivir para Su gloria. Nos dio una mente para pensar, un corazón para sentir, una voluntad para decidir, un cuerpo para servirle y una boca para alabar.

Pero el hombre ha corrompido todos esos dones y capacidades, usándolos para su propia gloria y para llevar a cabo su propia agenda. ¡Eso no es otra cosa que alta traición y de la peor clase!

Fue precisamente para solucionar ese problema que Cristo vino al mundo. Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, pagando nuestra deuda con la justicia divina al morir en nuestro lugar en la cruz del calvario.

Él vino a reconciliar al hombre con Dios. A restaurar nuestras personalidades dañadas por el pecado para que podamos cumplir, aunque todavía imperfectamente, el propósito para el cual fuimos creados (Rom. 11:36).

No fue un pasaje gratuito al cielo el que Cristo compró en la cruz; Él murió “para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor. 5:14).

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: pixabay.com

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CUANDO LA IGLESIA SE CONGREGA EN EL DÍA DEL SEÑOR, ¡SUS MIEMBROS DEBEN ESTAR AHÍ!

 


Por: Sugel Michelén

En Hch. 2:41-42 leemos acerca de los primeros frutos de la predicación del evangelio. Lucas nos cuenta que en el día de Pentecostés 3,000 personas recibieron la Palabra.

Ahora, noten que no siguieron su camino cada uno despegado del otro, no. Esos 3,000 fueron bautizados y añadidos a la Iglesia. Y en el vers. 42 Lucas nos relata lo que esa comunidad de creyentes hacía regularmente: ellos “perseveraban en (persistían firmemente o continuaban adheridos a) la doctrina de los apóstoles… la comunión unos con otros… el partimiento del pan y… las oraciones”.

Comentando esta frase dice Alexander en su comentario de Los Hechos: “Lo que se afirma aquí no es la adherencia de ellos a cierto sistema de creencia, sino su atención personal a la instrucción que en ese momento impartían” los apóstoles.

Cuando los apóstoles enseñaban ellos estaban ahí y no en otro lugar. Y lo mismo deben hacer los creyentes de todas las edades cuando la Iglesia se reúne para adorar a Dios a través de sus cánticos, de las oraciones y la predicación de la Palabra.

Andando el tiempo algunos comenzaron a descuidarse en este aspecto, y ese descuido no fue pasado por alto (comp. He. 10:24-25). Este descuido tiene serias repercusiones en la vida de uno que profesa ser cristiano, como vemos en el contexto de esta epístola.

En los versículos que siguen a estas palabras de amonestación, el autor de la carta continúa hablando de la apostasía. Y es que dejar de asistir regularmente a los cultos de adoración es uno de los primeros síntomas visibles que dan aquellos que finalmente apostatan de la fe.

A menos que por una causa providencial nos veamos impedidos de asistir a los cultos, un problema de enfermedad, por ejemplo (de nosotros o de algunos de los nuestros que tengamos que cuidar), es nuestro deber responder a la convocación que Dios hace a Su pueblo cada primer día de la semana, a reunirse en el nombre de Cristo para encontrarse con El y adorarle (comp. Ex. 20:24; Mt. 18:20; 1Tim. 3:15).

Es Dios quien nos convoca, no los pastores; por lo tanto, si vamos a faltar al culto, debemos tener una excusa que con limpia conciencia sabemos que Él aceptará como buena y válida.

De lo contrario, es nuestro deleitoso deber estar allí presente en esa santa convocación, para encontrarnos con nuestro Dios, en la asamblea local de la que formamos parte.

No se trata simplemente de estar en una Iglesia el domingo, es estar en su Iglesia. Si Ud. se encuentra fuera de la ciudad ese día debe procurar una buena Iglesia donde pueda adorar con una limpia conciencia; pero cada creyente debe pertenecer a una Iglesia local, y es en esa Iglesia que debe adorar cada Domingo a menos, repito, que una causa providencial se lo impida.

Dios está trabajando con cada Iglesia de manera particular, y es importante que todos los creyentes de una congregación local reciban la misma instrucción en el mismo momento; eso contribuye a la unidad del cuerpo.

Así como nadie puede graduarse de médico o de ingeniero estudiando en 2 ó 3 universidades distintas, así tampoco se puede crecer en gracia cuando se va saltando de congregación en congregación.

Cada creyente debe formar parte de una Iglesia local, con sus hermanos particulares y sus pastores particulares, y es allí donde debe ser instruido regularmente (comp. He. 13:7, 17).

Cuando un creyente se ausenta de los cultos de adoración, está desatendiendo a la convocación de Dios, y está menospreciando la exposición de la Palabra que con cuidado y esmero el pastor preparó para alimentar el rebaño.

Ese pastor, si es un hombre fiel, dedicó muchas horas de la semana a orar y estudiar y prepararse para exponer las Escrituras; el Espíritu Santo le asistió en su preparación para que la Iglesia fuese edificada; pero un miembro decidió ausentarse, y toda esa preparación fue en vano para él.

Considera, entonces, cuán serio es ausentarse de uno de los cultos de adoración sin una causa que lo justifique. Eso no solo es terrible para la vida espiritual de uno que profesa ser cristiano, sino también un síntoma preocupante de falta de amor a Dios, a Su Palabra y a Su pueblo.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: IBRTG

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miércoles, 15 de marzo de 2023

BUENAS NOTICIAS PARA SEDIENTOS DE JUSTICIA

 


Por: Salvador Vivas

El mundo entero tiene sed de alguna forma de justicia. Las películas de superhéroes, series de televisión y novelas escritas demuestran esa sed. Muchas de ellas tratan de mostrar un mundo en el que la justicia se alcanza por fin y todo es restaurado a un estado mejor.

Podemos identificarnos fácilmente con esas historias. Si estás sediento por una justicia verdadera en esta tierra, seguramente has querido proteger a alguien indefenso o que se te haga justicia porque alguien te lastimó. Tal vez ardes en ira por la corrupción en tu país o la impunidad ante la delincuencia. Sin embargo, como diría Tolkien: «Hay deseos profundos e indelebles en el corazón humano que los cuentos de hadas no pueden llenar».

¿Cómo se puede satisfacer completamente este deseo? Quiero que reflexionemos brevemente en cómo Lucas aborda este tema en su Evangelio, haciendo énfasis en la justicia esperada (por Dios y el pueblo judío) y la justicia manifestada en Jesús.

La justicia esperada

Al iniciar su Evangelio, Lucas relata de manera extensa el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista. Es importante recordar que Juan prepararía el camino al Señor y, por lo tanto, su ministerio anticipaba el de Jesús. ¿Cómo es descrito el ministerio de Juan? Presta atención a estas palabras:

“Él irá delante del Señor en el espíritu y poder de Elías para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los desobedientes a la actitud de los justos, a fin de preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto”  (Lucas 1:17).

Como puedes ver, una parte fundamental del ministerio de Juan tuvo que ver con impulsar al pueblo a la justicia. Dentro de las implicaciones prácticas del arrepentimiento, Juan le dice al pueblo que comparta con el pobre la ropa y el alimento (Lc 3:11), que trabajen honradamente (v.13), que se alejen de la codicia y el abuso de poder (v.14).

En la actualidad, muchas de estas manifestaciones del arrepentimiento son dejadas atrás. Nos contentamos con solo mantener ciertas disciplinas espirituales, memorizar ciertos credos y asistir fielmente los domingos a los servicios de nuestras iglesias. Pero según la Biblia, el arrepentimiento se expresa también en compasión hacia el vulnerable. Eso es descrito por las Escrituras como parte de la justicia que Dios espera de su pueblo.

Hoy tenemos muchas oportunidades para manifestar ese arrepentimiento. Ayudar a aquellos que se quedaron sin trabajo en la pandemia, y consolar a quienes tienen familiares enfermos o han perdido familiares, pueden ser manifestaciones de arrepentimiento en nuestra vida. De esa forma, pueden ser expresiones de la justicia de Dios que restaura y consuela a su alrededor por medio de la iglesia. 

Los judíos esperaban un tipo de justicia similar. La mayoría quería ver a un Israel restaurado en su mayor esplendor y había un buen número de judíos que esperaban que la venida del Señor destruyera el mal que oprimía a los desfavorecidos. El canto de María, conocido como el magnificat, es un bello ejemplo de esta esperanza: 

“Ha quitado a los poderosos de sus tronos;
Y ha exaltado a los humildes;
A los hambrientos ha colmado de bienes
Y ha despedido a los ricos con las manos vacías.
Ha ayudado a Israel, Su siervo,
Para recuerdo de Su misericordia
Tal como dijo a nuestros padres,
A Abraham y a su descendencia para siempre”
(Lucas 1:52-55).

Esta sed de justicia estaba presente en cada judío piadoso y, si bien nuestros actos de justicia son manifestaciones del arrepentimiento que Dios espera de nosotros, la mayor expresión de justicia en Lucas (y toda la Biblia), es el mismo Jesús.

La justicia manifestada

Al iniciar su ministerio, Jesús declara que la profecía de Isaías 61 sobre el Mesías se ha cumplido en Él (Lc 4:16-21). Este pasaje es importante porque describe cómo la justicia de Dios se cumple a través de su Mesías: Él vino a traer consuelo al afligido, vista al ciego y libertad al cautivo. Estas acciones implican la restauración final que anhelamos. 

En el Evangelio de Lucas vemos cómo el concepto de restauración es fundamental en el ministerio de Jesús. Él está sanando leprosos, paralíticos y ciegos, e incluso resucitando a algunas personas; está alimentando multitudes, y restaurando las vidas de cobradores de impuestos, prostitutas y toda clase de persona despreciada en la época. Estas historias muestran que Jesús restauraba a personas por donde pasaba.

Algunos teólogos afirman que estas acciones solo eran señales de que Jesús era el Mesías. Sin embargo, Jesús no se refiere a estos actos como solo señales, sino como parte de su ministerio (Lc 4:21). Estas acciones manifiestan la justicia de Dios y, por supuesto, no podemos dejar de lado cómo ella se muestra en la cruz. Esta es la máxima expresión de la justicia de Dios que no solo restaura a pecadores, sino que también paga el precio por la redención de Su pueblo.

Así que la justicia de Dios en el Evangelio de Lucas es tanto la declaración de ser declarado justo delante de Dios por el sacrificio de Jesús, como también lo es la restauración de todo lo que ha sido corrompido por el pecado en este mundo. Las enfermedades, los dolores, las tristezas y la muerte son destruidas por la justicia de Dios manifestada en Jesús.

En otras palabras, Jesús es aquel que puede satisfacer nuestro anhelo de justicia y restauración. Él restaura justamente todas las cosas a través de su vida y, en su segunda venida, esta restauración será una realidad plena, perfecta y eterna cuando acabe con toda injusticia y dolor en el mundo. Cada vez que nuestro corazón anhela justicia, debemos ir a la cruz para recordar esto.

Este mensaje también implica un reto para la iglesia. Así como Juan el Bautista fue precursor del ministerio de Jesús, nosotros somos comisionados a ser precursores de Su segunda venida. Mientras Cristo viene, su pueblo vive manifestando el evangelio y la justicia de Dios a través de vidas hechas conforme al Hijo.

Por lo tanto, no desperdiciemos las oportunidades que tenemos para manifestar el evangelio con palabras y vidas que restauran y brindan esperanza. Formamos parte de la historia real en la que Dios satisface a los hambrientos y sedientos de justicia.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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miércoles, 8 de marzo de 2023

¿MURIÓ JESÚS POR NUESTRAS ENFERMEDADES?

 


Por: Steven Morales

Hay un grupo de personas dentro del cristianismo que creen que Cristo cumplió todo lo necesario en la cruz para sanar nuestras enfermedades. Estos dicen que podemos experimentar sanidad física e inmediata en esta vida. Entonces, si no experimentas sanidad, no es porque Dios no lo desea, sino porque tú no lo deseas lo suficiente (o dicho de otra manera, porque no tienes suficiente fe).c

Tal vez el pasaje citado más frecuentemente para apoyar esta postura es Isaías 53:4-5:

“Ciertamente El llevó nuestras enfermedades,

Y cargó con nuestros dolores.

Con todo, nosotros Lo tuvimos por azotado,

Por herido de Dios y afligido.

Pero El fue herido por nuestras transgresiones,

Molido por nuestras iniquidades.

El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El,

Y por Sus heridas hemos sido sanados”.

A la luz de este pasaje hay algunos que responderían que ¡sí! Entenderían este pasaje como evidencia de que Cristo murió por nuestras enfermedades de la misma manera que Cristo murió por nuestros pecados. De la misma manera que Cristo se hizo pecado para nosotros (2 Co. 5:21), también se hizo “enfermedad” para nosotros.

En 2 Corintios 5:21, Pablo declara que la culpabilidad de nuestro pecado fue imputada a Cristo y que por esa culpa Cristo fue castigado en nuestro lugar. Es problemático entonces declarar que Cristo también murió por nuestras enfermedades porque no hay culpabilidad en nuestras enfermedades.

La Biblia nunca nos instruye a confesar nuestras enfermedades. Nunca nos instruye a orar, “Perdónanos nuestros cánceres, gripes, e infecciones”. Nuestras enfermedades no son pecados. Y si no son pecados, ¿cómo pueden incurrir un castigo?

Claro, la enfermedad es el resultado del pecado, de la misma manera que los huracanes y la tristeza son resultados del pecado. Pero eso no significa que cada vez que nos enfermamos es por causa de un pecado. Tampoco significa que la enfermedad es un pecado en sí. Cristo no murió por nuestras enfermedades. Él sufrió la ira de Dios causada por nuestra desobediencia.

Entonces, ¿qué quiere decir Isaías 53 cuando dice que llevó nuestras enfermedades y cargó nuestros dolores? En pocas palabras, esta frase es una metonimia en la cual el autor cambia el efecto por la causa. El pecado es la causa, del cual la enfermedad es uno de sus muchos efectos.

Cristo cargó nuestros dolores, no en el sentido de que personalmente experimentó todos las enfermedades humanamente posibles: dolor estomacal, úlceras, apendicitis, etc., sino que Él sufrió la ira de Dios contra la maldad humana que causó tales cosas como dolor y enfermedad. Entonces, es teológicamente incorrecto decir que Cristo murió por nuestras enfermedades de la misma manera que murió por nuestros pecados.

Sin embargo, esto no significa que no hay esperanza para el cristiano enfermo. De hecho, la muerte de Cristo en la cruz sí tiene poder para sanarnos. La pregunta simplemente es: ¿cuándo? Mientras experimentamos comunión con Dios en el presente por causa de la muerte de Cristo en la Cruz, esperamos la consumación de esta relación hasta que Cristo regrese. Filipenses 3:20-21 dice:

Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a El mismo.d

Entonces, insistir que la sanidad es una bendición futura no le quita valor a la muerte expiatoria de Cristo, sino que simplemente reconoce que Dios opera a su propio ritmo, no el nuestro. Sigamos orando que personas enfermas puedan recibir sanidad. Pero recordemos también que nuestra sanidad completa no se consumará hasta que nuestro Señor regrese. Hasta entonces, sufrimos, lloramos, y esperamos el día que aparezca nuestro Señor.

Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Ap. 21:3-4).

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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martes, 7 de marzo de 2023

UN EVANGELIO SIN CRUZ HACE CRISTIANOS DÉBILES

 


Por: Cameron Cole 

Asistir a un servicio del Viernes Santo es una experiencia poderosa y desgarradora; escuchar nuevamente los relatos de crucifixión en el evangelio de Juan y cantar la letra de ¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?:

¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor?

¿Estabas allí cuando lo clavaron al madero?

¿Estabas allí cuando lo pusieron en la tumba?

¿Estabas allí cuando Dios lo levantó de la tumba?

Ciertamente tales imágenes pueden hacer que los corazones de los creyentes tiemblen y sus ojos se llenen de lágrimas. Con frecuencia hablamos de la cruz de manera abstracta hasta el punto de mostrar indiferencia y distanciarnos de la realidad concreta del Hijo sufriente de Dios. El Viernes Santo nos recuerda que Jesús sufrió una muerte insoportable y experimentó toda la ira del infierno en ese momento victorioso.

Sin embargo, cuando se trata de ministrar a los jóvenes, puede ser fácil para nosotros hablar sobre el amor y la misericordia de Dios de una manera que omita la cruz. No obstante, un evangelio sin cruz solo producirá cristianos débiles, incluso sin carácter, en un mundo de por sí desafiante.

No enseñes un evangelio sin sacrificio

Algunos sectores de la iglesia niegan la expiación sustitutiva. Ignoran esta doctrina que comienza en Génesis 3, domina Levítico, emerge más prominentemente en los Salmos y en los profetas, y es el corazón y punto culminante de la misión de Cristo.

Algunos sugieren que Jesús es una víctima indefensa de las injusticias de un mundo cruel. Al reducir su muerte a un mero simbolismo, eliminan lo que el Nuevo Testamento identifica como la función central del Calvario: expiar los pecados del pueblo de Dios. Esta visión solo oscurece la plenitud de su amor generoso.

Rara vez se omite la cruz de forma deliberada en círculos evangélicos, pero sucede mucho más frecuentemente de lo que debería. Quizás es cuestión de querer evitar un tema difícil. Tal vez es solo una cuestión de olvido.

De todos modos, con demasiada frecuencia el evangelio simplemente se comunica a los niños como: “Dios te ama”, “A Jesús le importa tu vida”, o “Dios perdona tus pecados”. Tales declaraciones son ciertas, pero el amor de Dios es más profundo que un sentimiento sin derramamiento de sangre. Su amor brilla más en la cruz.

La muerte de Jesús implicó un profundo sacrificio. Él soportó el dolor físico de la tortura y la crucifixión. Experimentó el dolor emocional y social de la humillación pública, la traición y la burla de aquellos a quienes vino a salvar. Sobre todo, absorbió el juicio eterno de Dios al cargar con los pecados de su pueblo.

Aquí yace el verdadero significado del amor de Dios. Se encuentra en el costo de la cruz.

Dales toda la cruz

Cuando hablamos del evangelio con los jóvenes, debemos conectar constantemente el amor de Dios con la cruz. Ayúdalos a ver el costo total a nivel físico, emocional, social, y espiritual. El dolor de los látigos y los clavos fue solo una fracción de la miseria de Jesús. Enseñemos a los jóvenes la plena consecuencia de la muerte de Cristo, no para avergonzarlos, sino para demostrar la sustancia y la profundidad del amor de Dios por ellos.

A medida que los niños se convierten en adolescentes, jóvenes, y adultos, su propia fe se volverá más costosa en lo personal. Permanecer fieles a Jesús requerirá mayores sacrificios y rechazos. Ante las dificultades de obedecer al Señor Jesús, ¿por qué se aferrarían las personas a Él? Porque saben que Él sacrificó mucho por ellas.

Cuando conectamos el amor de Dios con la cruz de Cristo, construimos para los niños un ejemplo de amor que implica sacrificio. Un evangelio lleno de la cruz los ayuda a asociar estrechamente el amor y el costo; los dos, naturalmente, van de la mano. Y entienden que amar a Dios y a los demás también implicará un costo.

Evita el sentimentalismo 

Un evangelio sin cruz equivale a sentimentalismo. El amor sentimental puede sentirse bien, pero en última instancia es superficial. Nadie soporta el llamado de seguir a Cristo, un llamado que altera nuestra vida y que es extremadamente incómodo, por algo que leen en una tarjeta romántica.

“Nadie soporta el llamado de seguir a Cristo, un llamado que altera nuestra vida y que es extremadamente incómodo, por algo que leen en una tarjeta romántica”

Un amigo de la universidad, inspirado en los esfuerzos de su madre por subsidiar su educación, modeló el compromiso que surge del amor sacrificial. Trabajó incansablemente, soportando los desafíos de una agotadora trayectoria de contabilidad en Wake Forest sin titubear ni quejarse.

A menudo decía: “Mi mamá está trabajando un turno extra por la noche para que yo esté aquí. Lo estoy dando todo y estoy agradecido de hacerlo”. El sacrificio de su madre por su educación moldeó su actitud y solidificó su determinación a enfrentar los desafíos de la universidad.

El verdadero amor de Dios, arraigado en el sacrificio de la cruz, conduce a la perseverancia en apegarse al llamado de Cristo. Hace cristianos que toman posiciones firmes al frente de puntos de vista impopulares. Produce jóvenes que se aferran a Cristo para toda la vida. Produce discípulos con una fe duradera.

El costo y el amor van juntos en el amor de Dios por nosotros. El costo y el amor van juntos en nuestro amor por Él. Proclamemos el escándalo de la cruz y levantemos a jóvenes valientes, para la gloria del Rey crucificado.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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lunes, 6 de marzo de 2023

7 CONCEPTOS CLAVE DEL LLAMADO AL MINISTERIO

 


Por: Andrés Birch

El Señor me salvó a los once años a través de la lectura de la Biblia y con la ayuda de un libro devocional.

No mucho tiempo después sentí que el Señor me hablaba sobre mi futuro y me llamaba al ministerio, aunque en aquel entonces no tenía idea de qué era eso del ministerio. Pero lo que sentía parecía real y, a partir de entonces, nunca me dejaría. Seguí leyendo la Biblia y orando.

Me comprometí completamente con mi iglesia. Decidí estudiar griego (clásico) en el instituto. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, decía que pastor o misionero. Y nunca pensé en hacer otra cosa con mi vida.

Durante mi juventud tenía muy claro que el Señor me llamaba, pero comprendía poco la Biblia; de hecho, no pensaba en categorías muy bíblicas. ¡Aun así el Señor fue misericordioso conmigo!

Han pasado más de cuarenta años desde entonces, y aunque todavía me queda mucho por entender, ahora puedo relacionar mi llamado al ministerio con la enseñanza de la Biblia, lo cual le da una base más sólida que solo un sentimiento subjetivo (aunque no por eso inválido). A continuación comparto algunas reflexiones bíblicas sobre el llamado al ministerio. Las he resumido en siete conceptos clave.

1. Deseo

“Palabra fiel es ésta: si alguien aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer” (1 Tim. 3:1).

Tendemos a quitarle importancia a la aspiración y al deseo, como si se tratara de algo un poco (o bastante) dudoso. Si un joven de nuestra iglesia nos dijera: “Me gustaría ser pastor”, ¡nuestra reacción sería más que un poco cauta! Pero allí está el texto, el cual inicia un pasaje sobre los requisitos de los obispos o pastores.

El deseo por sí solo no es suficiente y podría reflejar una forma de pensar errónea, pero no por eso se debe descalificar automáticamente. Un deseo así podría indicar un llamado por parte del Señor. ¡Clamemos al Señor para que ponga ese deseo en los corazones de cada vez más jóvenes (y no tan jóvenes)!

2. Vocación

“Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza” (1 Tim. 5:17).

A lo largo de la Biblia, el concepto de vocación (por parte del Señor) es muy amplio, abarcando la vocación laboral, la vocación en cuanto al matrimonio o la soltería, la invitación del evangelio, el llamamiento poderoso y efectivo del Espíritu Santo en la regeneración, el llamamiento a la santificación, el llamamiento de profetas, sacerdotes y reyes, el de los apóstoles, y el llamado a todos los creyentes a comprometerse con la gran misión de la Iglesia.

La Biblia no habla tanto como a veces se piensa sobre el llamado al ministerio pastoral. Se citan los textos clásicos sobre los llamados de Isaías, Jeremías, Amós, y los demás profetas bíblicos, y sobre todo el ejemplo de los de los doce apóstoles y de Saulo-Pablo, pero ¿hasta qué punto es legítimo aplicar esos llamamientos al llamado pastoral hoy en día? ¿Es el oficio de pastor o anciano más o menos igual que el de profeta o el de apóstol?

Dicho eso, sin duda el Señor sí llama al ministerio de la Palabra a los que Él quiere, a través de su providencia en nuestras vidas, a través de los dones y capacidades que por su Espíritu nos da, a través de una convicción en el corazón, y a través de la confirmación por parte de la iglesia local, entre otras cosas.

Es legítimo hablar de cierta distinción entre pastores. Todos tienen el deseo de servir al Señor y a las personas, y todos tienen la convicción de que el Señor les ha llamado para servir. Pero no todos tienen el ministerio como su única vocación en la vida. Es decir, no todos se sienten llamados a dedicarse solamente al ministerio de la Palabra. Me refiero a aquellos pastores que son bivocacionales, es decir, que además de servir en la iglesia, tienen un trabajo “secular”.

3. Carga

“Porque si predico el evangelio, no tengo nada de qué gloriarme, pues estoy bajo el deber de hacerlo. Pues ¡ay de mí si no predico el evangelio!” (1 Co. 9:16).´

Los oráculos de los profetas bíblicos eran sus cargas. Esto habla de la convicción de su corazón, y también del peso —físico, emocional, y espiritual— que ellos muchas veces sentían.

Aunque se trate de algo que se siente, lo cual es subjetivo, esa “carga” forma parte del llamado al ministerio. Se queda con la persona llamada y en muchas ocasiones es lo que usa el Señor para mantenerle en el ministerio cuando nada más lo puede hacer. Cuando hay motivos de sobra para querer tirar la toalla, ¡la carga puesta por el Señor en nuestro corazón no nos permite hacerlo!

4. Capacitación

“Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos…” (Ef. 4:11-12).

Aquellos que tienen el deseo, son llamados por el Señor, y sienten la carga, el Señor también los capacita para poder cumplir su ministerio.

Si el Señor te ha llamado a esto, te dará los dones necesarios; y si no te los ha dado, quizá debas cuestionar tu llamado. Si tú no lo haces, ¡otros lo harán por ti!

Otra cosa distinta es que no todos tienen exactamente los mismos dones, y no hay nadie en el ministerio cristiano que sea igualmente fuerte en todas las áreas y que no tenga sus puntos débiles. (Por cierto, es por eso que el modelo que encontramos en el Nuevo Testamento es de un trabajo en equipo y no de llaneros solitarios).

¿En qué consiste el trabajo del pastor? Consiste en aplicar la Palabra de Dios, tanto en público como en privado, a todo tipo de personas, en todo tipo de situaciones, y con todo tipo de necesidades. Y si el Señor te ha llamado (o si te llama) a dedicarte a eso, es inconcebible que no te dé las herramientas necesarias.

5. Reconocimiento

“Os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen…”(1 Ts. 5:12-13).

Con esta quinta palabra pasamos a considerar el vital papel de la iglesia local en la confirmación del llamado al ministerio. Normalmente el Señor nos llama en el contexto de nuestra iglesia local (aunque puede haber alguna que otra excepción a la regla). Si un hermano se siente llamado por el Señor al ministerio, es muy importante que tenga la confirmación y el respaldo de su iglesia (mira Hch. 13:1-3). Si tú crees que tienes el don de predicar y enseñar la Palabra de Dios, pero nadie más en tu iglesia lo cree, por lo menos debes proceder con mucha humildad y con mucha cautela, dispuesto a ser corregido por el discernimiento del cuerpo de Cristo.

Muchas veces este reconocimiento es el resultado de meses, e incluso de años de observación. Aunque la mayoría de los creyentes nunca van a tener el don de predicar en público, hay otros que con tiempo y con ayuda trabajarán y desarrollarán sus dones hasta llegar a ser muy buenos predicadores. Pero, aunque no hay ninguna iglesia infalible y se han cometido errores, es bíblico y muy importante que el llamado al ministerio tenga el reconocimiento y el respaldo de la iglesia local.

6. Progreso

“Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos” (1 Ti. 4:15).

La palabra traducida “aprovechamiento” significa “progreso” (la misma palabra se traduce así en Fil. 1:12). El joven pastor Timoteo (quizá no tan joven, pero probablemente con menos de cuarenta años) había sido reconocido como pastor por la iglesia en Éfeso, pero Pablo, su padre espiritual, le anima a seguir trabajando sus dones para que los hermanos puedan ver el progreso en su vida y en su ministerio.

Cuando hemos sentido el llamado del Señor, y cuando nuestro ministerio ha sido reconocido por nuestra iglesia… no es el final del camino, ¡sino solo el principio! ¡No hemos llegado! A partir de ese momento debe haber crecimiento y progreso, y los hermanos tienen que verlo. Los mismos “medios de gracia” que el Señor usa para salvarnos y luego para santificarnos, también los usa para desarrollar nuestro ministerio.

7. Utilidad

“Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan” (1 Ti. 4:16).

¿Cuál sería el resultado de ese cuidado y de esa perseverancia por parte de Timoteo? ¡Su propia salvación y la de sus oyentes! Pero ¿qué significa eso? Está claro (por lo que enseña el resto de la Biblia) que no se refiere a salvación por obras ni a perder la salvación. No; en este contexto se trata del tiempo presente de la salvación: o sea, la santificación, o el crecimiento espiritual. Si Timoteo es fiel en su ministerio, el Señor le usará para su propia santificación y también para la de las personas bajo su responsabilidad pastoral.

Esta es una parte importante de la utilidad de un siervo del Señor. No se puede medir en términos de números, o aplicando los criterios de las empresas. Pero si el Señor ha llamado a alguien al ministerio, le usará para ser de ayuda tanto a creyentes como a personas no creyentes, y para su propio progreso espiritual.

Siempre queremos ver más fruto, es normal. Pero si no parece que estemos siendo de ayuda espiritual a nadie, quizás debamos pensar en serio sobre nuestro llamado y pedir que nos asesoren hermanos de confianza.

Conclusión

Lo han dicho muchos grandes hombres de Dios (Spurgeon y Lloyd-Jones, por ejemplo): el llamado al ministerio es —en un sentido— el mayor llamado que puede recibir un ser humano.

Pero es importante matizar que solo es así si ese es realmente el llamado que el Señor le ha dado a uno. Porque si tu llamado (o vocación) es otro —ama de casa, maestro de escuela, secretaria, ingeniero, o lo que sea—, para ti ese llamado es el mayor, por la sencilla razón de que es la voluntad del Señor para ti.

Pero si el Señor te ha llamado (o si te llama) al ministerio, Él te dará la aspiración y el deseo, la vocación, la carga, los dones necesarios, el reconocimiento, el respaldo del pueblo de Dios, y el progreso en tu vida y  ministerio. ¡Y te usará para la edificación de los creyentes, para la salvación de otras personas, y para la gloria de su gran nombre!

Fuente: coalicionporelevangelio.org

Imagen: Lightstock

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sábado, 4 de marzo de 2023

POR QUÉ LA FRASE “NO TOQUES AL UNGIDO DEL SEÑOR” NO APLICA PARA TU PASTOR

 


Por: Nimrod López Noj

Imagina esta escena: eres miembro de una congregación en la que los escándalos en el liderazgo son cada vez más evidentes. Hay abuso de poder, hermetismo, permisividad y más. Como estás convencido de que el proceder del único pastor de la congregación (o el pastor principal) es cuestionable, decides hablar sobre esto con él pero uno de los líderes de la iglesia te detiene y te dice: «¡La Biblia afirma que no debemos tocar al ungido de Dios!».

¿Cómo responderías?

Cuando vemos este comportamiento en los líderes, pienso que estamos ante un indicador alarmante de una iglesia no saludable. Los pastores que usan la frase «no toques al ungido del Señor» lamentablemente suelen hacerlo con el propósito de evitar que los miembros de una iglesia local intervengan en sus intereses codiciosos, vida de pecado, entre otras cuestiones.

No pretendo afirmar que siempre que alguien usa esta frase tiene malas intenciones. Quizás haya hermanos honestos —como el líder del ejemplo al comienzo— que la usan con la «buena intención» de proteger a su pastor, pero es probable que sean víctimas de manipulación por su falta de conocimiento de la Palabra.

La frase en su contexto

Esta frase, tan manipulada en nuestros días, fue dicha por David en ocho ocasiones (1 S 24:6, 10; 26:9, 11, 16, 23; 2 S 1:14, 16). Con esto en mente, deberíamos analizar el uso de esta expresión en su contexto original para poder entender su significado correcto y su aplicación hoy. Quisiera señalar dos detalles al respecto: 

1) David afirmó esta frase sobre Saúl cuando este ya no era el ungido de Dios.

Saúl fue el primer rey de Israel, quien fue ungido para su puesto real (1 S 10:1) y obedeció al Señor durante los primeros años de su reinado. La obediencia y sometimiento a Dios era un requisito esencial para que el Espíritu Santo permaneciera en Su ungido en el Antiguo Testamento. Por eso, cuando David era rey, oró al Señor después de pecar: «No me eches de Tu presencia, y no quites de mí Tu Santo Espíritu» (Sal 51:11).

Sin embargo, dos años después de su investidura (1 S 13:1-2 RV60), Saúl incurrió en un pecado de desobediencia por el cual Dios lo desechó como rey y el Espíritu Santo lo abandonó (1 S 13:13-14; 15:11, 23). Así Saúl dejó de tener la unción o presencia del Espíritu, pero seguía reinando (1 S 15:24-31).

A los ojos del pueblo, Saúl era el ungido de Dios porque fue elegido para reinar sobre Israel con la presencia y respaldo del Espíritu Santo. Entonces, cuando David se refirió a Saúl como el ungido de Dios, sabía que Saúl ya no tenía el respaldo divino, pues él mismo había sido ungido como rey en lugar de Saúl (1 S 16).

“Todo pastor debe estar dispuesto a rendir cuentas, evaluar su ministerio y contribuir al crecimiento espiritual de la iglesia”

Aunque en el nuevo pacto que disfrutamos ahora el Espíritu Santo promete estar siempre en nosotros si en verdad somos creyentes (Ef 1:13-14), el caso de Saúl nos recuerda que  es posible que hayan personas que están sirviendo a Dios en un puesto de liderazgo reconocido por las personas, pero que están descalificados por Dios. Recordemos también que más adelante la Biblia nos advierte en repetidas ocasiones sobre los falsos maestros (Mt 24:24; Tit 1:10; 2 P 2:1).

2) David usó esta frase para afirmar que no mataría al rey de Israel.

Cuando el Espíritu Santo abandonó a Saúl, vino sobre David en el momento en que fue ungido (1 S 16:13-14). La presencia del Espíritu Santo en David era evidente en todo lo que hacía y se convirtió en un gran líder militar respetado por el pueblo. Sin embargo, Saúl sintió celos que lo llevaron a perseguir a David para matarlo.

Cuando David tuvo cerca a Saúl, dijo: «No extenderé mi mano contra mi rey, porque es el ungido del Señor» (1 S 24: 6, 10). Es importante resaltar que David se refería a que no extendería su mano sobre Saúl para matarlo, no para cuestionarlo o para simplemente decirle que estaba haciendo algo mal. David sabía que ahora él era el ungido y que Saúl había sido desechado. No obstante, David quiso evitar un magnicidio, respetó la posición de Saúl y esperó el tiempo de Dios para llegar al trono.

«No tocar al ungido de Dios» es una frase que no debería ser utilizada a la ligera porque se afirmó en un momento, lugar y propósito específicos. Usarla para evitar que el pastor rinda cuentas no hace justicia al uso original de la frase. Hay un hilo muy fino entre tener misericordia para un pecador, como la tuvo David, y la permisividad, la cual debemos evitar. Todo pastor debe estar dispuesto a rendir cuentas, evaluar su ministerio y contribuir al crecimiento espiritual de la iglesia para que esta sea sólida y saludable, todo con el fin de honrar al Dueño de la obra.

El verdadero Ungido de Dios

El Antiguo Testamento registra que el acto de ungir a un nuevo rey estaba compuesto por dos elementos: el aceite de la santa unción, que era derramado sobre el nuevo rey, y la llegada del Espíritu Santo a su vida, por lo general acompañada de alguna manifestación sobrenatural como en el caso de Saúl (1 S 10:9-13).

No obstante, en el Nuevo Testamento, «El ungido» es el título exclusivo para nuestro Salvador Jesús, pues se le llama Cristo, «ungido» en griego, y sobre Él hablaron los autores del Antiguo Testamento, quienes lo llamaron Mesías, «ungido» en hebreo (p. ej., Sal 2:1 ss; Lm 4:20). Jesús es el Rey elegido por Dios y lleno del Espíritu Santo.

Además, todo el que cree en el mensaje del evangelio también ha sido ungido, en Cristo, por el Espíritu (p. ej., 1 Jn 2:20, 27). Su presencia en nosotros hizo que experimentemos los beneficios de la salvación. Por la Palabra sabemos que Su unción o presencia en nuestras vidas es suficiente, permanente y no necesitamos pedir una doble unción (Jn 14:16).

Es por esto que la expresión «ungido de Dios» nunca se usa en la Biblia para referirse al pastor de una iglesia local. Más bien, se habla del pastor como siervo de todos, no como señor de todos, lo que hace una gran diferencia (cp. 1 P 5:1-4). Después de todo, el Señor puso a los líderes de la iglesia para su edificación.

“Gracias al mensaje del evangelio, todos los creyentes somos ungidos por el Espíritu, pero Jesús mantiene la supremacía del título de Ungido de Dios”

De hecho, los pastores pueden ser probados y disciplinados también (1 Ti 5:19-20). Al mismo tiempo, la Biblia nos llama a honrar a nuestros pastores, amarlos, apoyarlos y seguir su ejemplo después de considerar el resultado de su conducta (Heb 13:7-25). Es por eso que un verdadero siervo de Dios debe evitar usar la frase «no toques al ungido de Dios» para eludir a un pastor de su responsabilidad de rendir cuentas a la iglesia y de caminar con transparencia.

Palabras finales 

Cuando hay hermanos que se encuentran en conflictos por un líder que es señalado, como en el ejemplo al inicio de este artículo, mi anhelo es que las partes involucradas encuentren una solución que honre a Dios y los bendiga.

No digo que los satisfaga, pues en estos casos es difícil que todos queden satisfechos debido al pecado que influencia el corazón, incluso el de los creyentes. Sin embargo, lo que debe primar al buscar soluciones es la honra al Dueño de la obra y la unidad de Su iglesia.

Por eso no pretendo dar consejos concretos sobre lo que deberíamos hacer con un líder señalado de pecado. Cada misión, denominación o asociación de iglesias tiene reglamentos y protocolos sobre cómo proceder en cada caso particular.

Habrá momentos en los que se puede proceder bíblicamente frente al pecado de un pastor y habrá casos cuando lo mejor es dejar la iglesia. Además, es importante que recuerdes que necesitas amar a la iglesia más que a su salud, siempre y cuando estés convencido de que estás en una iglesia sana que por ahora está pasando por una crisis, pero que puede superarla.

Recuerda esto: gracias al mensaje del evangelio, todos los creyentes somos ungidos por el Espíritu, pero Jesús mantiene la supremacía del título «el Ungido de Dios».

Nadie en la creación debería atreverse a usar este título para demandar una autoridad sobre el pueblo de Dios que solo le pertenece al Mesías Rey.

Fuente: coalicionporelevangelio.org

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